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14.04.16

La misericordia de Dios sabe esperar nuestra conversión. Dios es paciente

Parece que a algunos obispos les ha entrado una prisa incomprensible. Dicen, según parece, algunos obispos, que Dios no puede esperar - que su misericordia es algo así como un resorte automático - No lo creo. 

Hace unos años, en este mismo blog, publiqué una entrada que titulaba “La paciencia de Dios". Hoy lo he vuelto a leer, ese texto, y me sigue convenciendo:

“Dios se revela como moderado, indulgente, dando lugar tras el pecado al arrepentimiento: “Tú, poderoso soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres” (Sab 12,18). El poder de Dios se relaciona en este texto con su clemencia y con nuestra esperanza: “diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento” (Sab 12,19).

Santo Tomás de Aquino señala, en un Comentario de la Epístola a los Efesios, cuatro razones de la misericordia divina en relación con nosotros: Dios nos dio el ser; nos hizo a imagen suya y capaces de su felicidad; reparó la quiebra del hombre corrompido por el pecado y entregó a su propio Hijo para que nos salváramos. El poder que manifiesta su obra creadora y redentora expresa, asimismo, su clemencia y misericordia, su “excesivo amor” (Ef 2,4).

La paciencia de Dios sabe esperar el momento de la siega para separar el trigo de la cizaña (cf Mt 13,24-30). Junto a la buena semilla que Cristo planta en el campo del mundo crece también la cizaña. La paciencia de Dios permite incluso actuar a su enemigo, que siembra la cizaña en medio del trigo. Nuestro papel es atajar, en la medida de lo posible, la cizaña pero sin usurpar el papel de Dios. Solo a Él le corresponde el juicio definitivo, no a nosotros.

La comunidad cristiana no es ni puede ser una secta de puros y de iluminados. Esa tentación sectaria, proclive a un ascetismo extremo, no ha estado nunca ausente del todo en la historia del cristianismo. La preocupación de cada uno de nosotros ha de ser dar buen fruto, ser buen trigo, apartando de nuestro corazón todo lo que pueda ser cizaña, sabiendo esperar nuestra propia conversión y la conversión de los otros.

La Iglesia es santa, porque está unida a Cristo y es santificada por Él, aunque en sus miembros – en nosotros que aún peregrinamos por este mundo - esta santidad esté todavía por alcanzar. No podemos, pues, extrañarnos de que la Iglesia abrace en su seno a los pecadores: “En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos” (Catecismo 827).

La presencia del mal en el mundo y en el interior de la Iglesia no ha de llevarnos a dudar de la eficacia del Evangelio, sino a esperar y a confiar en el poder de Dios. No todo tenemos que hacerlo nosotros con nuestras solas fuerzas. Nosotros debemos hacer lo que podamos sabiendo que todo, al final, está en manos de Dios; que a Él, en última instancia, le corresponde establecer la justicia.

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Diversas formas del Magisterio de la Iglesia

No todas las enseñanzas del magisterio de la Iglesia son infalibles. Las orientaciones del magisterio de la Iglesia – de la enseñanza oficial del Papa y de los obispos, que enseñan, con la autoridad recibida de Cristo, lo que concierne a la fe y a las costumbres - , son, aunque no todas infalibles, extraordinariamente valiosas y necesarias. Es más fácil no errar si uno sigue la enseñanza de la Iglesia, aunque sea falible, que errar si uno sigue, sin más, su propio criterio.

El magisterio – la enseñanza con autoridad en lo que concierne a la fe y a las costumbres -  puede expresarse de diversos modos.

1)      Puede tratarse de una enseñanza solemne que define una doctrina a través de un concilio o de una definición “ex cathedra” del Romano Pontífice. Si ese es el caso, se nos pide a los creyentes un asentimiento de fe teologal; es decir, creer algo como divinamente revelado.

2)      Puede tratarse de un ejercicio del magisterio ordinario y universal “definitivo”. Un pronunciamiento de este tipo es vinculante e infalible. El asentimiento requerido es “firme y definitivo”.

3)      Puede tratarse de una enseñanza auténtica – es decir, promulgada con autoridad – pero no definitiva. Una enseñanza en la que habrá  que considerar el tipo de documento, la insistencia en las fórmulas empleadas y  la insistencia en la doctrina propuesta (no entramos, ahora, en la posibilidad del magisterio ordinario infalible, contemplado en LG 25).

4)      En este caso, puede tratarse de declaraciones no definitivas que apoyan la verdad de la palabra de Dios y que conducen a una mayor comprensión de la Revelación. Piden, por parte del creyente, “un sometimiento religioso de la voluntad y del entendimiento”.

5)      O puede tratarse de aplicaciones prudenciales y contingentes de la doctrina, especialmente en materias de disciplina. En este caso, se les pide a los fieles “voluntad de asentimiento leal”.

¿Qué sucede cuándo un teólogo – o un creyente - no acaba de ver con claridad una enseñanza del magisterio? La Instrucción “Donum veritatis”, sobre la vocación eclesial del teólogo, nos recuerda:

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