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2.09.15

Si no me dejan ser padrino, apostato

Realmente, la vida nos pone a prueba. En nuestros actos manifestamos quienes somos. A todos nos llega, alguna vez, la “hora de la verdad”. Uno puede pensar que es lo que no es en realidad. No podemos pensar, por ejemplo, que somos pacientes si, al menor contratiempo, saltamos por las paredes. La paciencia se demuestra cuando toca padecer o soportar algo. Sin esa prueba de fuego, jamás podríamos verificar si somos o no, de verdad, pacientes.

La figura del padrino del Bautismo es controvertida. Y lo es porque, con frecuencia, aparece como algo decorativo, casi ornamental, sin sustancia. Lo esencial, a la hora de bautizar a un niño, o a un adulto, es que el comienzo de vida nueva que supone el Bautismo se desarrolle. Y para que una vida pueda desarrollarse se necesitan ayudas, tanto en el plano meramente humano como en el plano de la fe.

¿A quién le corresponde prestar esta ayuda? Si se trata de niños, les corresponde, claramente, a los padres. Los padres no solo han de querer bautizar a su hijo, sino que han de querer que su hijo crezca como cristiano. Sin esa disposición, sería preferible que, salvo peligro de muerte, no llevasen a bautizar a sus hijos. Los sacramentos no tienen como finalidad generar apóstatas, sino creyentes.

En esta línea, de apoyo al crecimiento en la fe del recién bautizado, se sitúa el papel de los padrinos, o del padrino o de la madrina. La Iglesia no obliga a que haya padrinos: Puede haber un padrino, o una madrina, o un padrino y una madrina. Puede haberlo, pero no es necesario que lo haya: “En la medida de lo posible”, dice el canon 872.

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