InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Agosto 2015, 10

10.08.15

No siempre es buena la tristeza

Uno puede sentirse alguna vez afligido o apesadumbrado y hasta “melancólico”. Como el dolor, la tristeza es útil si no nos instalamos en ella. Parece que el dolor, si se convierte en el centro de la vida, si no se piensa más que en él, aumenta y se convierte en un sufrimiento insoportable.

En la medida de posible, debemos combatir el dolor, el de los demás y, ¿por qué no?, el propio, atenuarlo; pero solo lo haremos con eficacia si no le concedemos un papel central.

Instalarse en el “ay” permanente, en el lamento que no cesa, en la queja que jamás accede al consuelo, es muy poco eficaz. El dolor, y la queja, es una manifestación de debilidad. Obviamente, somos débiles. Pero, desde la perspectiva de la fe, la debilidad se puede convertir en fortaleza.

Podemos sufrir, si Dios lo permite, si en ello se nos va la vida propia o la de los demás. Pero sufrir por egoísmo, sufrir por gusto, sufrir por sufrir, así, sin más, creo que debe ser descartado por principio.

Los Padres de la Iglesia hablan de una aflicción del espíritu, “animi cruciatus”, que es un dolor y una tristeza saludables. ¿Por qué esta tristeza es saludable? Porque aspira a ser superada. Porque incluye, en medio de lo malo, o de lo que se experimenta como malo, el deseo y la resolución de cambiar de vida, esperando en la misericordia de Dios y en la ayuda de su gracia.

Este dolor, esta aflicción, esta compunción, no aspira a eternizarse. Mira a un horizonte mucho más amplio: el horizonte de Dios.

La tristeza, en el fondo, es una pasión y, como tal, no es buena ni mala. Solo lo será si depende de la razón y de la voluntad. El mundo de las emociones y de los sentimientos pueden culminar en las virtudes o degenerar en los vicios.

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