InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Febrero 2015

27.02.15

¿Me retiro a una Cartuja?

A veces se me ocurre la idea de retirarme a una Cartuja, a una ermita aislada o al desierto. La ciudad, como espacio del hombre, me resulta cada vez más un espacio inhóspito. Llega un momento en el que uno no sabe, no confía, en que el lenguaje sirva para entenderse o que la apelación a lo razonable constituya un lugar de encuentro que haga posible la comprensión entre unos y otros.

 

Estoy completamente asombrado con las noticias y los comentarios que se han hecho a propósito del programa de Enseñanza Religiosa Escolar de Religión y Moral Católicas. Uno ya está acostumbrado al bombardeo continuo, que llega un día sí y otro también, pero con una cadencia y un contenido un tanto previsibles. Pero algunas quejas contra la enseñanza de la Religión (Católica) son, a mi modo de ver, completamente surrealistas.

 

Quizá esas quejas entren en el marco de un nuevo modelo de “arte conceptual”. Si un vaso de agua sobre un trozo de madera es, porque así nos lo dicen, una obra de arte, ya cabe cualquier cosa. Pero no es sobre ¿arte? conceptual sobre lo que hablo en este momento.

 

Es conforme con los derechos humanos de las personas que se pueda educar a los hijos de acuerdo con las propias creencias religiosas. Así lo reconoce la Constitución Española. Si se trata de ciudadanos españoles que además son católicos – ya que, de momento, no es obligatorio apostatar de la fe católica para seguir siendo ciudadano español - , es posible recibir en la escuela, también, la enseñanza de la religión católica. Así se recoge,  además de en la Constitución, en los Acuerdos Internacionales entre España y la Santa Sede.

 

Lógicamente, no le corresponde al Estado, que ha de estar al servicio de los derechos de las personas y de los ciudadanos – incluso de los que son católicos –  , establecer cuál ha de ser el contenido de la enseñanza de la Religión (Católica). El Estado podrá velar, si quiere de verdad respetar el derecho a la libertad religiosa, únicamente para que lo que se enseñe en las clases de Religión no atente contra el bien común. Podrá también, quizá, ver si los programas de Religión cumplen las exigencias didácticas que se le pide a cualquier otra materia o asignatura. Y, si no me equivoco, le compete muy poco más.

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23.02.15

Una Parroquia no es el Cielo

Me divierte, a veces – otras, me divierte mucho menos - , leer acerca de las expectativas de los feligreses con respecto a los párrocos, o acerca de las expectativas de los párrocos con respecto a los feligreses.

 

Si de algo estoy convencido es de que nada, ni casi nadie, es perfecto y, también, de que todo podría ir a peor, o, por la gracia, a mejor. Y todo es todo: el matrimonio, la familia, el trabajo, la parroquia, y el mundo en su conjunto.

 

Todo es mejorable y todo puede empeorar. Me niego a creer que lo que más nos haga felices en la vida, o lo que más nos amargue, sea cómo va una parroquia.

 

Ni la vida del párroco ni de la de los feligreses de la parroquia depende, en última instancia, de cómo funcione la parroquia. La vida del párroco, me imagino, estará anclada en razones más profundas: en la certeza de que su ministerio, a pesar de los pesares, merece la pena, ya que Cristo lo ha querido. Y la de los feligreses, como la de los párrocos, estará basada en la fe en Dios.

 

Cristo, para salvar a los hombres, cuenta con los hombres, con los apóstoles y sus sucesores, y con quienes ayudan a los sucesores de los sucesores. Pero, todos ellos, desde Pedro hasta el último cura, no dejan de ser ministros, servidores, del Señor. ¿Necesarios? Sí, porque Cristo lo ha querido. ¿Imprescindibles? Nominalmente, al menos, ninguno.

 

Y los feligreses han de ser, como sus párrocos, seguidores de Cristo. Ni más ni menos. Y los feligreses tienen, casi en su totalidad, cosas en las que pensar con más urgencia que en sus párrocos. No me imagino a un feligrés normal agobiado porque su párroco trace, al final de la Misa, con escasa perfección, la bendición final sobre los fieles. No me lo imagino. Prefiero no hacerlo.

 

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13.02.15

Una conferencia de Rafael Navarro Valls

Hace pocos días, en concreto el 10 de este mes, hemos tenido en el Instituto Teológico de Vigo al profesor Rafael Navarro Valls, en una conferencia organizada por el Instituto con la colaboración de la Biblioteca Teológica de Vigo.

 

Ha sido un placer escuchar a un hombre culto y sabio disertar sobre “El ejercicio del poder en la Casa Blanca y el Vaticano: de Obama al Papa Francisco”.  Una temática que responde a una de sus últimas publicaciones: “Entre dos orillas. De Barack Obama al Papa Francisco”, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid 2014, 324 pp.

 

El libro que acabo de mencionar es una recopilación de artículos publicados en el diario “El Mundo” y en otros medios. Son textos lúcidos y muy bien escritos que combinan el rigor de alguien que sabe pensar con la facilidad para expresar de un modo asequible, muy periodístico, aquello que se desea comunicar.

 

La primera parte de la obra está dedicada a Obama. A su primer mandato, a sus referentes – entre ellos, aunque cause sorpresa, R. Reagan –, a las primarias republicanas, a su confrontación con Mitt Romney, a su segundo mandato y a la evocación de los hermanos Kennedy.

 

La segunda parte comenta el final del pontificado de Benedicto XVI, resaltando lo que Navarro Valls llama “la grandeza de un final”: “la renuncia de Benedicto XVI ha sido un acto de fortaleza, no de debilidad. Un acto profundamente cristiano, pero también profundamente humano” (p. 216).

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3.02.15

Dios nos dé paciencia

Si algo me cuesta cada vez más es ser paciente. Por mi ministerio, soy sacerdote y párroco, cada día supone un desafío, una ocasión de ejercitarme en esa virtud. Pero un desafío al que no es fácil responder a la altura a la que habría que responder – y es Cristo el que marca esa altura -.

 

La paciencia es la capacidad de soportar o de padecer algo sin alterarse. Y esa capacidad me sobrepasa. Reconozco que, externamente, a veces, no siempre, puedo parecer ser paciente, pero no lo soy. Y lo que más me altera, pienso, no son las graves contradicciones  de la vida – tampoco he soportado tantas – sino las pequeñas contradicciones que, a mi juicio, serían perfectamente evitables.

 

El ver que una nimiedad – a mi parecer – se podría corregir con un átomo de inteligencia y con una micra de voluntad no se corrige, me causa un profundo desasosiego. El constatar que, muchas veces, la lógica, incluso en sus principios básicos, no parece regir me desorienta enormemente.

 

La paciencia, dicen, consiste también en la facultad de esperar cuando algo se desea mucho. Y es obvio que tenemos que esperar. Yo creo que esperamos de otros más o menos en la misma medida en la que otros esperan de nosotros. Al menos, si trazásemos un promedio. Pero los promedios son los puntos en lo que algo se divide por la mitad o casi por la mitad. Lo problemático es no la mitad, sino el casi.

 

Cada cual espera de un modo diferente; que es algo así como recordar la sabia máxima, referida a la Trinidad: “Cada Persona es su amor”.

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