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20.01.15

Otra vez el papa

Acabo de imprimir la “Conferenza Stampa” del papa Francisco en el vuelo de regreso de Manila a Roma. Me han salido nueve páginas. Muchas más no empleó Einstein cuando propuso la teoría de la relatividad general.

 

Hay que ser un genio para, a bordo de un avión, contestar a once preguntas, sobre temas muy diversos. El papa hace el esfuerzo y es de agradecer que lo haga. Pero ese esfuerzo, muy loable, entraña riesgos. La voracidad de la comunicación no es muy amiga de los matices; sí lo es de los titulares.

 

Y, claro, no es lo mismo lo que pueda decir cada uno de nosotros que lo que diga el papa. Y, sometiéndose a esos exámenes por parte de la prensa mundial, tendría que ser un “súper-papa” para salir siempre airoso en todo; hasta en el fondo y en la forma.

 

No parece que sea el caso. Suele salir bien parado, pero no siempre – porque es imposible – sale bien de esa especie de reválida que ha querido pasar ante los medios.

 

El viaje a Sri Lanka y a Filipinas ha sido todo un éxito. El papa se ha conmovido en este viaje. Y no solo en este viaje. Le ha emocionado, por ejemplo, que alzasen a los bebés para que él, el papa, los bendijese. Los padres y las madres decían con ese gesto: “Este es mi tesoro, mi futuro, mi amor, por él vale la pena trabajar, por él vale la pena sufrir”.  Así lo ha sentido el papa. Así lo ha contado.

 

Al igual que le ha impresionado ver a madres que no se retraían a la hora de mostrar a sus hijos enfermos o con discapacidades: “Es mi niño, es así, pero es mío”. El papa se ha conmovido con un pueblo que sabe sufrir.

 

Se ha conmovido – no en este viaje, sino siempre – con los pobres, condenando la cultura del descarte; la proximidad entre los restaurantes de lujo y la miseria; una proximidad física, compartiendo la misma geografía urbana.

 

Ha condenado, también, la colonización ideológica; es decir, el condicionar una ayuda a quien lo necesita, exigiendo como contrapartida inexcusable aceptar un determinado modo de ver el mundo y la vida.

 

Ha elogiado a Pablo VI por haberse opuesto al neo-malthusianismo .

 

Ha reforzado la necesidad de ser prudentes, porque la prudencia es una virtud de la convivencia humana. Si provocamos a los demás, podemos recibir una reacción no justa, pero a la postre humana. Por eso la libertad de expresión ha de ser prudente y educada: la libertad ha de estar acompañada de la prudencia.

 

Luego ha mencionado los países que quiere visitar próximamente: EEUU, quizá México, y tal vez Ecuador, Bolivia y Paraguay.

 

Ha condenado, con palabras muy claras, la corrupción, que es una forma de robar al pueblo.

 

Ha clarificado por qué no recibió en Roma al Dalai Lama. Y ha reiterado la petición a los líderes religiosos musulmanes para que condenen el terrorismo.

 

Y ya, casi al final, la pregunta sobre la concepción de los niños, teniendo en cuenta la supuesta relación entre crecimiento de la población y pobreza en un país como Filipinas. Y ahí el papa, sin decir nada en contra de la enseñanza católica, quizá se ha expuesto demasiado a ser malinterpretado. Ha defendido la paternidad responsable, aunque empleando una imagen que, por expresiva que sea, no deja de ser inoportuna: “Algunos creen que – perdónenme la palabra – para ser buenos católicos debemos ser como conejos”.

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El carpintero de Nazaret, la ciencia y el fanatismo

Aun a riesgo de agotar la paciencia de Atlántico Diario y de sus lectores, no me resisto a contestar al artículo titulado “Vano empeño”, cuyo autor vuelve a mencionarme, esta vez no por mi nombre, sino por mi cargo. Como lo hace, en lo personal, con cortesía yo quisiera contestar en el mismo tono, que, ciertamente, no es incompatible con un indudable grado de discrepancia.

 

Estoy de acuerdo con él en varias cosas. En primer lugar, en el reconocimiento y en la admiración por el “carpintero de Nazaret”, Jesucristo, que no escribió nada, pero que nos enseñó a poner la otra mejilla, a amar a nuestros enemigos y a querer al prójimo como a uno mismo. Haciendo referencia al amor de Cristo se toca el ser mismo de Dios, ya que, como dice San Juan, “quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor” (1 Jn 4,8).

 

Pero difícilmente podríamos mantener ese compromiso, de amar hasta a los enemigos, sin que un amor más fuerte que el nuestro, el amor de Dios, nos sostuviese. Por eso los cristianos creemos en la gracia, en que la relación con Dios ensancha nuestro corazón para que podamos amar como Dios ama y, sobre todo, para que podamos seguir amando como Dios ama a pesar de nuestras decepciones y cansancios.

 

Hay otro punto de acuerdo: el mutuo aprecio por la ciencia. Mi amable interlocutor cuestiona el “creacionismo”. Yo también, aunque con menor virulencia que él. Cabe advertir, para que sepamos de qué hablamos, que no es lo mismo profesar la fe en la creación – es decir, sostener que el fundamento último del mundo no es el azar o la casualidad, sino la voluntad de Dios – que defender el llamado “creacionismo” que, en sus diversas variantes, interpreta de un modo literalista la Biblia. Difícilmente encontrará nadie a pensadores católicos que se apunten a esa tendencia de pensamiento.

 

La mayoría de los católicos estamos de acuerdo en que es absurdo contraponer “creacionismo” y evolucionismo. Y lo es por dos motivos, básicamente: Existen pruebas científicas a favor de la evolución y, al mismo tiempo, admitir la evolución no equivale, sin más, a excluir a Dios. La teoría de la evolución es muy interesante, pero no anula la pregunta por una Razón creadora, por Dios.

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