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14.01.15

“Si yo supiese escribir”

Una de las personas que más ha influido en mi vida, y una de las personas a las que más he querido, solía repetirlo a veces: “¡Si yo supiese escribir!”. Lo decía con la convicción de un profeta, con la seguridad de quien, si todo dependiese de la escritura, el mundo, ya, casi por arte de magia, sería otro. Un mundo nuevo. Un mundo justo, solidario, un mundo que no es, ni de lejos, nuestro mundo.

 

Esta persona tan especial para mí era una tía-bisabuela, una hermana de mi bisabuela. A mi bisabuela no la conocí. Ni a mi abuela materna, tampoco. A ella sí. Y sí sabía escribir. Lo hacía con una caligrafía muy estudiada, adornando las “efes” con las que empezaba su nombre y su primer apellido, y adornando, en justa medida, también la “ese” de su segundo apellido.

 

“FFS”. Esas eran las iniciales. Ella no escribía artículos, pero tenía el don de la narración, de contar cuentos, de encandilar con la palabra. Cuando yo era muy pequeño, ella pasó casi un mes en Lisboa. Y cuando, años más tarde, yo visité Lisboa buscaba los escenarios que había evocado su relato. Y lo que veía en ese momento adquiría un valor añadido, avivando el recuerdo, como fantástico, que yo tenía de Lisboa gracias a las narraciones de mi tía.

 

Aunque los gallegos no somos colombianos, el realismo mágico de García Márquez podría haber surgido en un pueblo de Galicia. Una escritora brasileña, Nélida Piñón, en una de sus novelas, ha sabido combinar esa especie de mezcla entre realidad y fantasía, entre Galicia y América. Aunque no se tratase de Colombia, sino de Brasil. Pero podría ser - ¿por qué no? – también Colombia.

 

A lo que vamos: “¡Si yo supiese escribir!”. Una vez le pregunté a un escritor portugués, no en Lisboa, sino en Braga, cuál pensaba él que eran los mejores teólogos-escritores; los teólogos que escribían mejor. Y él, José Tolentino Mendoça, me contestó con tres nombres: Newman, Guardini y Ratzinger.

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