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11.10.14

La invitación de Dios

En su plan de salvación, Dios invita a los hombres a entrar en su Reino, simbolizado por un banquete de bodas. San Gregorio Magno ve en este banquete una imagen del misterio de la Encarnación: “Dios Padre celebró las bodas a su propio Hijo cuando unió a Este con la humanidad en el vientre de la Virgen”. Todos nosotros estamos llamados a participar en esta comida de fiesta; es decir, a unirnos a Jesucristo formando parte de su Iglesia por la fe y el Bautismo.

La solicitud amorosa de Dios no siempre es correspondida. Muchos convidados “no quisieron ir” (Mt 22,3). Posiblemente no se pararon a valorar ni quién los invitaba ni a qué. En esta actitud de rechazo podemos ver reflejado el pecado, que consiste en la negativa a escuchar la palabra de Dios, en “la cerrazón frente a Dios que llama a la comunión con Él” (Benedicto XVI, Verbum Domini, 26).

Otros convidados “no hicieron caso” (Mt 22,5). A la invitación que les llega de parte de Dios responden con la indiferencia. Corremos el riesgo de proceder así si permitimos que el agnosticismo práctico, que se traduce en vivir como si Dios no existiese, invada nuestra alma y la haga insensible en relación con las cosas de Dios.

Sumergidos en nuestros trabajos, apegados a nuestros intereses materiales e inmediatos, podemos dejar pasar de largo lo más importante. Simone Weil decía que “el apego es fabricante de ilusiones; quien quiera ver lo real, debe estar desapegado”. Si estas palabras valen para el conocimiento de la realidad en general, valen mucho más cuando se trata de escuchar el eco de la voz de Dios.

San Gregorio indica que “algunos llamados a la gracia, no sólo la desprecian, sino que también la persiguen: por esto añade: ‘Y los otros echaron mano de los siervos’ ”. Es verdad; el anuncio del Evangelio se encuentra muchas veces no solo con el rechazo o la indiferencia, sino también con el conflicto y con la persecución.

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