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3.09.14

La voluntad caprichosa

Hoy, en ciertas mentes, parece triunfar el “querer es poder”. Esta ley fundamental podría formularse de la siguiente manera: “Basta con que yo quiera que algo sea de un determinado modo, para que ese algo, por arte de magia, deje de ser lo que era y pase a ser lo que a mí me apetezca que sea”.

Sin embargo, las cosas no funcionan así. Nos guste más o menos, la realidad se impone. Yo podría desear ser Superman, y pretender desplegar mi capa para volar sobre las ciudades a fin de detener el crimen y promover la justicia. Pero la realidad – tan tozuda – me dice que si me tiro de un rascacielos, por mucha capa que lleve, lo más probable es que me estampe en el suelo.

Esta rebelión de la voluntad caprichosa se levanta contra todo. Parece no reconocer límites: ni la naturaleza ni la historia, ni lo divino ni lo humano, podrían jamás suponer un obstáculo que atente contra el imperio de la voluntad caprichosa.

El “capricho” es voluble. Va y viene, ya que se trata de una determinación arbitraria, que obedece más al antojo que a la razón, al humor del momento, al deleite de lo novedoso o de lo supuestamente original.

Algunas personas se encaprichan con su físico, con su apariencia. Se empeñan, con una constancia digna de mejor causa, en ser lo que nunca podrán ser en realidad. Un anciano no puede volver a ser un joven. Podrá ser un anciano artificialmente rejuvenecido, pero jamás un joven. Las etapas de la vida se suceden y no hay, literalmente, marcha atrás.

M. Blondel teorizó sobre la fundamentación práctica de los primeros principios – de la lógica y de la metafísica - . Entre ellos, sobre el principio de no contradicción, según el cual una proposición y su negación no pueden ser ambas verdaderas al mismo tiempo y en el mismo sentido. No solo una proposición, sino tampoco una cosa pueden ser, al mismo tiempo, ella misma y su contrario.

Algo similar sucede con el pasado. La voluntad caprichosa no puede borrar, anular, el pasado. Por más que lo intente, no podré conseguir nunca que lo que he hecho se transmute en lo que no he hecho. Tampoco depende de mi voluntad eliminar del todo las consecuencias de mis acciones.

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