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26.07.14

El tesoro escondido y la perla preciosa

Homilía para el Domingo XVII del tiempo ordinario (Ciclo A)

Las parábolas del tesoro escondido en un campo y de la perla preciosa inciden en la ganancia, en el beneficio, que supone encontrar esos bienes. El hombre que encuentra el tesoro hace un buen negocio vendiendo todas sus propiedades para comprar el campo. Igualmente, para el buscador de perlas finas el hallar una de tanto valor compensa con creces el tener que desprenderse de sus posesiones.

Encontrar a Jesucristo, adherirnos a Él por la fe, es la mejor inversión que podemos hacer. San Pablo expresaba esta convicción con gran claridad: “Todo lo considero pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo considero basura con tal de ganar a Cristo” (Flp 3,8).

Lejos de presentar la vida cristiana como mera renuncia, las parábolas del Señor y el apóstol subrayan ante todo la ganancia. Cristo no da algo a cambio de algo; nos lo da todo – se da a Sí mismo – a cambio de nada. En la homilía de la Misa del inicio de su pontificado, Benedicto XVI dirigía a los jóvenes unas palabras que pueden servir para todos nosotros: “Así, hoy, yo quisiera, con gran fuerza y gran convicción, a partir de la experiencia de una larga vida personal, decir a todos vosotros, queridos jóvenes: ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a Él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida”.

El encuentro con Cristo es una gracia. No se dice que el hombre que encontró el tesoro escondido hubiese llevado a cabo una búsqueda; simplemente se topó con él. La fe tiene, en muchos casos, este carácter de encuentro aparentemente imprevisto. En el camino de Damasco, Cristo resucitado se presenta a San Pablo como una luz espléndida que transformó su pensamiento y su vida. “San Pablo, por tanto, no fue transformado por un pensamiento sino por un acontecimiento, por la presencia irresistible del Resucitado, de la cual ya nunca podrá dudar, pues la evidencia de ese acontecimiento, de ese encuentro, fue muy fuerte”, comenta el papa.

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