InfoCatólica / La Puerta de Damasco / Archivos para: Septiembre 2013

28.09.13

Amar es buscar, de modo concreto, el bien del otro

Domingo XXVI del Tiempo Ordinario (Ciclo C)

La parábola del rico Epulón y del pobre Lázaro nos invita a la sobriedad y a la solidaridad. La moderación en el estilo de vida y el desprendimiento de las cosas ayuda a estar alerta para descubrir las necesidades de los demás; para abrirnos al otro y, de este modo, también a Dios.

No se dice en el texto evangélico que Epulón cometiese grandes crímenes. Más bien, vivía ocupándose sólo de sí mismo y con indiferencia en relación a la suerte de los otros: “vestía de púrpura y lino finísimo, y todos los días celebraba espléndidos banquetes” (Lc 16,19). Una vida cómoda, disoluta, que está en origen de la falta de compasión y de la ceguera ante los males ajenos. También el profeta Amós advierte a sus contemporáneos del riesgo que comporta este estilo de vida: “bebéis vinos generosos, os ungís con los mejores perfumes, y no os doléis de los desastres de José” (cf Am 6,1-7).

Lázaro no estaba lejos, estaba a la puerta de la casa de Epulón. Esta proximidad, incluso física, hace más reprobable su indiferencia: “Estaba recostado a la puerta para que el rico no dijese: yo no lo he visto, nadie me lo ha anunciado. Lo veía ir y venir y estaba cubierto de llagas para dar a conocer en su cuerpo la crueldad del rico”, comenta San Juan Crisóstomo.

La ceguera ante las necesidades del prójimo impide que podamos acoger la palabra de Dios, aunque estuviese acompañada de manifestaciones extraordinarias. Epulón, en vida, no quiso escuchar ni a Moisés ni a los profetas. Tampoco sus cinco hermanos, en la medida en que continúen sumergidos en la ebriedad de las riquezas, harán caso de las advertencias de Dios.

En su encíclica “Deus caritas est”, el Papa Benedicto XVI comenta que, no obstante, en cierto sentido Jesús “acoge este grito de ayuda [de Epulón] y se hace eco de él para ponernos en guardia, para hacernos volver al recto camino” (n. 15). Jesús nos pone en guardia, nos despierta de nuestro sueño. Nos presenta la figura del buen Samaritano, que se compromete de modo práctico con aquel hombre medio muerto que había encontrado en el camino (cf Lc 10, 25-37), y sitúa ante nuestra consideración la gran parábola del Juicio Final (cf. Mt 25, 31-46), en el cual – como escribe el Papa – “el amor se convierte en el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana”.

Amar es buscar, de modo concreto, el bien del otro: “cada uno, sin ninguna excepción, debe considerar al prójimo como ‘otro yo’, cuidando, en primer lugar, de su vida y de los medios necesarios para vivirla dignamente”, nos recuerda el Concilio Vaticano II (GS 27).

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20.09.13

La entrevista del Papa

Ha sido y es noticia. Es difícil imaginar que las reflexiones, las opiniones y las experiencias de otro líder mundial causen tanto impacto mediático como las de Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. El Papa es, lo reconocen todos de un modo o de otro, el Papa. Y el Papa no es un ente abstracto, sino un hombre concreto que desempeña una misión: la de ser Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal.

¿Influye el hombre en el desempeño de la misión encomendada? Sí, sin duda alguna. Pedro no de deja de ser Simón. Cristo le confiere una tarea y una potestad. Pedro ya no es solo Simón, pero sigue siendo Simón. Y lo mismo podemos decir de sus sucesores. Juan Pablo II impregnó el ejercicio de su pontificado de la personalidad singular de Karol Wojtyla y en Benedicto XVI podíamos reconocer, sin grandes esfuerzos, al Dr. Ratzinger.

Pero, al mismo tiempo, la misión se impone a la persona. La persona siempre quedará un poco por debajo de la misión. Es normal. Cristo contó con ello desde el principio. La historia de los Papas, como la historia de los demás cristianos, lo pone continuamente de relieve. Ha habido Papas y Papas, cristianos y cristianos, pero no podemos decir que la Iglesia, y en la Iglesia el Papa, haya traicionado jamás la fe. Obviamente gracias a la asistencia de Dios.

¿Qué nos dice esta larguísima entrevista, de 27 páginas en la edición de “Razón y Fe”? Nos dice muchas cosas. Nos ayuda a conocer a la persona – Jorge Mario Bergoglio – que hoy es Papa. La entrevista es un género complicado. El mismo Papa lo reconoce; se muestra renuente a conceder entrevistas, porque prefiere pensarse las cosas más que improvisar respuestas.

Tiene razón, uno se arriesga al ser entrevistado. Al responder en vivo y en directo a una pregunta se dicen muchas cosas, pero no siempre se pueden matizar convenientemente, acabadamente. Una entrevista no es un discurso, ni una encíclica ni ningún tipo de acto magisterial.

Creo que si el Papa Bergoglio atrae a los fieles, e incluso a quienes viven fuera de los confines de la Iglesia visible, es porque no teme mostrarse humano; es decir, limitado y hasta pecador. Es, y lo parece, un hombre auténtico, de una pieza.

Razona Bergoglio de un modo muy humano, en el mejor sentido de la palabra “humano”. Reflexiona, conversa, da vueltas a las cuestiones, deja su pensamiento “incompleto”, abierto, sin negar zonas de incertidumbre.

Se le ve un hombre de Dios, un sincero creyente. Su trayectoria espiritual es claramente la de un buen jesuita, muy atento al “discernimiento”, a encontrar a Dios en la historia, en el hoy y en cada persona.

Bergoglio es, además de un religioso jesuita, un pastor. Muy preocupado por “curar las heridas” de los hombres en esa especie de hospital de campaña que es la Iglesia. Curar, acompañar, mostrar la misericordia de Dios a la persona en sus circunstancias concretas.

Hay una continua apelación a la experiencia: “La reflexión debe partir de la experiencia”, dice. Los grandes principios han de ser encarnados en las circunstancias de lugar, tiempo y personas.

Toda su visión se entiende en una clave misionera, en la que tiene la primacía el anuncio de Jesucristo. Lo principal, Cristo. Lo demás, vendrá por añadidura. Y la urgencia de este anuncio se lleva a cabo desde una enorme sensibilidad hacia las situaciones de pobreza en la que viven muchos seres humanos – no podemos olvidar que Bergoglio viene de Iberoamérica - .

Hay algo en este Papa que me cautiva. Y no voy a negar que también me desconcierta. Yo estoy acostumbrado a pensar desde los principios y, desde ahí, trato de adaptarme a la situación concreta, sin ahorrar, al menos eso intento, ni un átomo de compasión.

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19.09.13

Dios y el dinero

“No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Lc 16,13). Se trata, en definitiva, de una consecuencia del primer mandamiento de la ley de Dios: “Adorarás al Señor tu Dios y le servirás […] no vayáis en pos de otros dioses” (Dt 6,13-14). Nuestra confianza, nuestras esperanzas y nuestros afectos han de estar centrados, por encima de todas las cosas, en Dios.

El servicio de Dios proporciona libertad. Reconocer a Dios como Dios, como Señor y como Dueño de todo lo que existe, “libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo” (Catecismo 2097).

Las riquezas se convierten en una dificultad cuando el servicio a Dios es suplantado por la servidumbre del dinero, que es un amo implacable. La seducción de las riquezas ahoga la palabra del Evangelio, impide que fructifique en nuestras vidas (cf Mt 13,22) y hace olvidar lo esencial: la soberanía de Dios.

En la adoración del Dios Único se unifica la vida humana, evitando así una dispersión infinita (cf Catecismo 2113). Las riquezas en sí mismas no son malas, pero no deben constituir un obstáculo a la hora de confesar la bondad de Dios, que es nuestra verdadera riqueza. Frente a lo principal, que es Dios, las demás realidades – también el dinero – ocupan un lugar secundario y relativo. Cuando esta relativización de la riqueza es olvidada, se corre el peligro de fiarse en exceso de los bienes terrenos olvidando que solamente Dios es nuestra fortaleza.

El respeto de Dios va unido al respeto del prójimo. El profeta Amós condena, con duras palabras, la corrupción y el abuso de los más indefensos: “Disminuís la medida, aumentáis el precio, usáis balanzas con trampa, compráis por dinero al pobre, al mísero por un par de sandalias (…) Jura el Señor por la Gloria de Jacob que no olvidará jamás vuestras acciones” (cf Am 8,4-7).

Los bienes de este mundo han de estar ordenados a Dios y a la caridad fraterna. No es ilegítimo poseer riquezas, pero sí lo es convertirlas en un fin último. El dinero es sólo un instrumento del que nos servimos los hombres para poder vivir con mayor dignidad, para atender a nuestras necesidades y a las necesidades de quienes están a nuestro cargo. El cristiano ha de ser señor de su dinero, no su siervo.

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13.09.13

Cólera y misericordia

En la Sagrada Escritura, la misericordia es a la vez ternura y fidelidad. La ternura refleja el apego instintivo de un ser a otro; por ejemplo, el de una madre o de un padre hacia su hijo. La fidelidad alude a una bondad consciente y voluntaria, no meramente instintiva, que equivale, en cierto modo, al cumplimento de un deber interior.

En Dios vemos reflejadas de modo eminente ambas acepciones de la misericordia. Dios se siente vinculado por lazos muy firmes a cada uno de nosotros. Nuestra suerte, nuestro destino, no le resulta indiferente. Esta ternura se traduce en compasión y en perdón. Dios es capaz incluso de “arrepentirse” de su cólera, que es una muestra de su afección apasionada por el hombre.

Dios cede a la súplica de Moisés y “se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo” (cf Ex 32,7-14). San Pablo experimenta en primera persona esta compasión divina: “Dios derrochó su gracia en mí, dándome la fe y el amor cristiano” (cf 1 Tm 1,12-17).

Pero la misericordia de Dios es, igualmente, fidelidad. Dios se manifiesta tal como es; obra en coherencia con su ser más íntimo, que no es otro que el amor. Podríamos decir que Dios no puede no amar. Y ese amor fiel se traduce en paciencia y en espera, en una permanente disposición que busca la conversión de los pecadores.

La oveja o la dracma perdida, así como el hijo pródigo que regresa a la casa del Padre, son imágenes del pecador que vuelve a Dios y que, con ese retorno, es capaz de conmover su corazón.

En Jesús se ha manifestado la misericordia de Dios. Cada vez que celebramos la Santa Misa, acudimos a Él diciendo: “Kyrie eleison!”, “Señor, ten piedad!”. Afligidos por nuestro pecado, por nuestra miseria, imploramos su ternura y su fidelidad. Como Moisés, nos permitimos refrescar la memoria de Dios para que no tenga en cuenta nuestros pecados, sino la fe de su Iglesia.

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11.09.13

La carta del Papa a Scalfari

No es frecuente, más bien yo diría que es la primera vez, que un papa envía directamente una carta a un periódico para contestar a algunas preguntas que en ese medio se le habían formulado. Me refiero a la carta dirigida por Francisco a Eugenio Scalfari, editorialista del cotidiano “Repubblica”. Scalfari, a propósito de la encíclica “Lumen fidei”, había firmado sendos artículos titulados, respectivamente, “Las respuestas que los dos Papas no dan” y “Las preguntas de un no creyente al papa jesuita llamado Francisco”.

De un lado, pues, un no creyente, un “laico” y, del otro, el Obispo de Roma. Llama la atención que, en Italia, a diferencia de lo que sucede en algún otro país, un claro exponente de la laicidad se tome la molestia de leer detenidamente una encíclica sobre la fe; un tema, dice, “que nos afecta a todos de cerca”.

El Papa no ha dudado a la hora de responder con un relativamente extenso texto en el que aborda las preguntas y las objeciones que su interlocutor había planteado. Una muestra evidente de que el Papa cree en la oportunidad del diálogo entre la fe y la modernidad ilustrada – o diríamos, para ser más precisos, entre la fe y un cierto tipo de pensamiento moderno – y de que se muestra convencido de que la misma fe impulsa a dar testimonio en diálogo con todos.

Francisco parte del testimonio. Dice lo que la fe significa para él: un encuentro personal con Jesús que da un sentido nuevo a la existencia, si bien ese encuentro, insiste, se ha dado en la Iglesia y por medio de ella.

Del testimonio parte el diálogo. ¿Sobre qué temas? Básicamente sobre las grandes cuestiones que una parte de la modernidad ilustrada desde el siglo XVIII viene formulando al Cristianismo y que, en resumen, versan sobre dos ejes fundamentales: la historia y la verdad. ¿Se puede acceder a través de la investigación histórica a Jesús de Nazaret y a su predicación? ¿Hay razones para sostener la pretensión del Cristianismo de ser la verdad en asuntos de religión? Y si fuese así, ¿qué papel les corresponde desempeñar a las otras religiones, en particular al Judaísmo? Curiosamente, Scalfari se interesa también por la situación de los no creyentes en orden a su salvación eterna. Y digo “curiosamente”, porque no acabo de entender qué interés puede tener un no creyente en saber si Dios – en quien no cree – le va a salvar o no. Pero dejemos eso a un lado.

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