Menos orgullo y más modestia

Hoy se exalta el orgullo, la vanidad y el exceso de estimación propia. Y, yendo a las raíces, no hallo la causa de tanto arrebato. No es bueno, en líneas generales, envanecerse de nada. El que es más listo, si presume de ello, parece más tonto. El que es más alto, si presume de ello, igual.

Cada cual es como es. Y, en el mundo, hay de todo: Altos y bajos, guapos y menos guapos, fuertes y débiles. El mundo es esa porción de realidad inmensa en la que, en principio, todos debemos caber. Obviamente, siempre habrá que marcar unas líneas defensivas. No podemos, por ejemplo, premiar con medallas a los asesinos.

Y no por nada, sino porque el placer que el asesino, a veces, experimenta al asesinar no es socialmente rentable. No es universalizable. No cabe tolerancia con esa actitud. Solo cabe, razonablemente, la defensa ante ella.

Hay otras actitudes que pueden agradar o no. Pero no es lo mismo tolerar lo que no nos place, y que, en el fondo, pensamos que no es lo mejor, que exaltar como exquisitez lo que no es tal. Yo puedo tolerar a los echadores de cartas, aunque no me gusten, porque creo que engañan a la gente. Pero esa objeción no me llevará a pedir que les corten la cabeza a quienes se dedican a esos menesteres.

¿Tolerancia? Toda la posible. ¿Exaltación a niveles de lo inmejorable? La justa.

Y esta manera de ver las cosas vale para el espectáculo que hoy vemos con las marchas a favor del llamado “Orgullo”. ¿Orgullo de qué? Una persona es mucho más que su tendencia sexual. Reducir a una persona a esa tendencia es un recorte muy poco justo. Una persona es una persona, que merece un respeto y que no puede dejar de merecerlo por algo importante, pero accidental, como puede ser su tendencia en el ámbito del deseo – de determinados deseos - .

Frente al orgullo, la modestia, que es la virtud que “modera, templa y regla las acciones externas, conteniendo al hombre en los límites de su estado, según lo conveniente a él”.

¿Entre el orgullo y la modestia? Me quedo con la modestia. Me refugio en los límites de lo prudente.

¿A quién puede ayudar el exceso? No sé ayer, pero, a día de hoy, el exceso solo ayuda al negocio. Se toleran algunos excesos porque son económicamente rentables.

Nada que objetar – o todo que objetar - si se tratase solo de eso, de negocio. Mucho, si se disfraza de reivindicación.

Dejemos vivir. Sin atosigar a nadie. Y sin imponer, por la vía de la censura, la imposibilidad de discrepar de lo que, en el fondo, todos sabemos que es motivo de discrepancia. Veo, con claridad, que los mandamientos de la Ley de Dios no son una carga, son una ayuda.

 

Guillermo Juan Morado.

 

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