Menos parroquias: «Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir» (Ap 3, 2)

San Juan Pablo II pone ese texto del Apocalipsis (3,2) en el inicio de un capítulo – el segundo – de la exhortación apostólica “Ecclesia in Europa”. Nuestras comunidades, en Europa, están, quizá, afectadas “por síntomas preocupantes de mundanización, pérdida de la fe primigenia y connivencia con la lógica del mundo”. Jesucristo llama a las iglesias (a las diócesis) a la conversión.

Lo importante, lo decisivo, es que las iglesias locales sean Iglesia. Que la Iglesia sea Iglesia. Sabiendo que el Señor está en medio de nosotros. Cuidando la vida litúrgica y la vida interior. Viviendo la comunión eclesial. Valorando la diversidad de carismas y de vocaciones: “gracias al crecimiento de la colaboración entre los numerosos sectores eclesiales bajo la guía afable de los pastores, la Iglesia entera podrá presentar a todos una imagen más hermosa y creíble, transparencia más límpida del rostro del Señor, y contribuir así a dar nueva esperanza y consuelo, tanto a los que la buscan como a los que, aunque no la busquen, la necesitan” (Ecclesia in Europa, 29).

Nos toca, a los cristianos de Europa, deliberar; es decir, optar por los medios más convenientes, aquí y ahora, para conseguir los grandes fines de la Iglesia, que, en suma, equivalen a un solo gran fin: la salvación de las almas.

Todo es relativo a Cristo. Todo es relativo a la relación de cada persona con Jesucristo. Eso, esa relatividad a nuestro Señor, es lo único indispensable. Lo demás, vale en la medida en nos acerque o nos aleje de nuestro fin: la salvación.

El número de diócesis o de parroquias puede variar, y ha variado, a lo largo de la historia. Lo esencial es no perder la propia identidad y el impulso misionero. La Iglesia de Jesucristo no era menos Iglesia en el siglo I que en las grandes épocas de Cristiandad.

He leído que una diócesis británica, la de Wrexham, en Gales, ha decidido cerrar 22 de las 62 iglesias actualmente abiertas. Me parece que puede ser una medida realista y sabia: Si hay pocos feligreses y pocos pastores, lo más racional es que no se dispersen, sino que se agrupen.

Sean más o menos las iglesias, o las parroquias, de lo que no están dispensadas es de ser reflejo fiel de la Iglesia de Cristo y, en consecuencia, centros de irradiación misionera. Todo es relativo a Cristo. Entre ese “todo”, está el número de parroquias.

Lo que pasa, hoy, en Gales pasará mañana, en un mañana muy cercano, en España. La gracia supone la naturaleza, y la fe supone la razón.

¿Qué esperanza nos queda? Toda la esperanza. En palabras de San Juan Pablo II dirigidas a Europa: “¡Ten seguridad! ¡El Evangelio de la esperanza no defrauda! En las vicisitudes de tu historia de ayer y de hoy, es luz que ilumina y orienta tu camino; es fuerza que te sustenta en las pruebas; es profecía de un mundo nuevo; es indicación de un nuevo comienzo; es invitación a todos, creyentes o no, a trazar caminos siempre nuevos que desemboquen en la « Europa del espíritu », para convertirla en una verdadera « casa común » donde se viva con alegría”.

No perdamos la fe ni la esperanza, pero aceptemos la lección que nos da la realidad. Somos muy pocos y debemos no estar dispersos. Debemos redimensionarnos. Pero jamás ceder en autenticidad o en impulso misionero. ¡Menos nostalgia y más compromiso!

Guillermo Juan Morado.

 

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