InfoCatólica / Non mea voluntas / Archivos para: Julio 2016

22.07.16

La demolición de los dogmas, la demolición de la Iglesia.

Los ataques están en marcha, sistemáticos, virulentos, envalentonados…, y ni cesan ni van a cesar. Y no cesan, por tres motivos principales.

El primero, porque hay este empeño: hay gentes que quieren desmantelar la Iglesia con todo lo que significa, para que desaparezca de la faz de la tierra la más mínima traza del actuar -del Amor- divino en favor de los hombres. Y en ello están. Por lo que se refiere a España, ahí están los Pagola & Cía dándole al pico desaforadamente.

El segundo, porque muchos medios de comunicación están en esa misma onda. Ahí están Vida Nueva, RD, más algunas editoriales “católicas” para demostrarlo, desde el ámbito eclesial. Más todos los medios de comunicación que, sin ser “católicos” han dejado el “humanismo católico” que hasta hace unos años parecía envolverles.  Más los medios que nunca lo han sido; vamos, que ni lo han pretendido tampoco, antes al contrario.

El tercero, finalmente, porque en tantas ocasiones las voces y los gestos de los pastores alertando a sus ovejas del peligro del lobo, de las hierbas venenosas y de las aguas corrompidas, ni se han oído ni se han visto. Y así les ha ido a las ovejas, de las que los mismos obispos destacan su profunda ignorancia respecto a Jesucristo y su Iglesia -por citar lo último que ellos mismos han dicho-, lo que les impide su seguimiento; especialmente a los jóvenes. Y así les ha ido a los mercenarios que venían a saquear y destruir…, y lo han hecho: ¡vaya si han destruido, y si han saqueado! ¡Y les ha salido gratis! Mejor dicho: cobran bien por sus patochadas, pues siempre encuentran a alguien que se las publica; y se las paga, claro..

Una prueba más de lo que afirmo está en el articulito que se ha marcado Castillo -ex jesuíta, sacerdote “católico", con 86 tacos a sus espaldas- y ha recogido amorosamente RD: ¡han perdido el antifonario antes de dejar que se les escapara esta oportunidad! De ahí las prisas con que lo han puesto en circulación.

Pero lo que más horroriza -empezando por mí mismo, pero no soy el único al que estas cosas les dejan perplejos-, y lo que más escandaliza, es que, siendo el Castillo “sacerdote” como lo es, ¿no tiene un superior que le diga algo? ¿O ya está tan fuera de la Iglesia que lo de sacerdote es residual, y lo de superior es superfluo y no viene al caso?

Y estando RD -el útero amoroso y fecundo de todos estos “esperpentos"- pagada, subvencionada y consolada económicamente por tantos y tantos organismos religiosos, católicos, cuando no por entidades directamente dependientes de la mismísima CEE que sufrimos en España, que denuncia los males y deja hacer a los que los infligen, ¿tiene que seguir -la CEE, digo- consolando económicamente a RD como se mantiene a una apreciada y nunca abandonada querida?

¿Que qué es lo que ha escrito el Castillo en RD? Copio literal, y así no hace falta que vayan a la página y sumen visitantes: “ni Jesús fundó (o instituyó) una Religión, ni fundó (o instituyó) una Iglesia". Oyes, tan chuleta él…, si a los 86 años puede uno permitirse esos lujos.

Y ya lanzado por la pendiente, y sin posibilidad alguna de detenerse en pleno descenso por la velocidad alcanzada, va y remata: ¿Y quién fue Jesús? Y contesta: “Leyendo y analizando a fondo los evangelios, lo que en ellos queda patente es que Jesús fue un profeta, que transmitió a la posteridad un proyecto de vida, una forma de estar y de actuar en este mundo".

Para acabar de darle la puntilla a Jesucristo, el Hijo de Dios vivo, recalca las tres actitudes fundamentales de su vida: “la salud", con curaciones milagrosas -¡nada de Salvación, oigan! ¡Nada de Redención! ¡No me sean fundamentalistas, supersticiosos y crédulos, por fa!-; “la alimentación", con los “relatos de comensalía", que así los cataloga; y “las relaciones humanas", señalando sus “enseñanzas” sobre la “felicidad, misericordia, perdón, justicia, amor, etc.".

Bueno, y así todo. ¿Para qué seguir? ¿Queda algo de Jesucristo? ¿Y de la Iglesia?

Vamos a rezar para que “quienes pueden y deben” hagan algo serio, algo que sirva de verdad a la Iglesia y a las almas. Empezando por la suya propia, claro.

14.07.16

"...si un hijo le pide pan, ¿le dará una piedra"?

¿Qué padre hay entre vosotros, que si un hijo le pide pan, le dará una piedra?; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente? (…) Así pues, todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella; pues esta es la Ley y los Profetas (Mt 7, 9-12).

Estas palabras de Jesús vienen a cuento del librito que sobre la Persona y la Misión de Jesucristo ha sacado la Conferencia Episcopal Española en fechas muy recientes. Con palabras del Secretario de la Doctrina de la Fe de dicha CEE, han tardado tres años, tres; y les ha salido un poco mazacótico y denso, nada facil de leer.

El sr obispo que está al frente de dicho departamento ha señalado la falta de formación de la gente respecto a Jesucristo; y desde esa base, ¿cómo va la gente -los jóvenes, en concreto, los cita- a convertir a Jesús en el centro de su vida? ¡Si no le conocen…! Y para subvenir a tal desconocimiento se han sacado este libro. Pues muy bien.

Como no podía ser menos -dado lo que ha caído, y lo que está cayendo- han tenido que hacer un repasillo a lo que se había publicado en los últimos 30 años en España sobre el tema. Escritos y libros, nada anónimos por cierto: sus autores están ahí, y algún pellizquito de monja -con perdón-se les había dado ya desde esa Oficina, dado lo que habían sembrado toda esta patulea. Por supuesto: los autores, nada anónimos, no han hecho ni caso; ni antes ni ahora.

Al contrario, en cuanto salío el Documento de la CEE se han lanzado -desde las terminales mediáticas, y desde los autores afines -léase, por ejemplo, RD, Vida Nueva, etc.- a la yugular de las cabezas visibles de la CEE para cortárselas: ¡qué es eso de señalar! ¡para cuándo una pastoral misericordiosa…! La cantinelas que se llevan a día de hoy…, nada nuevas por cierto.

Y eso que han sido pellizquitos de monja, con perdón: una única alusión con nombres y apellidos en una nota a pié de página, y alguna alusión velada a algún otro gran prohombre de la Cristología en España. Todo misericordia y misericordioso: nada de enfadar a nadie, y menos señalar, que es de mala educación.

Constatar simplemente la ignorancia supina que han traído esas publicaciones y esos autores es de una liviandad y, si se me permite la expresión, de una frivolidad -porque obvia la podredumbre sembrada, la corrupción buscada de la Doctrina, y la construcción de muros para que la gente no se encuentre con Jesucristo- indignas de cargos relevantes del episcopado y de sus arganismos de gobierno. Todo lo cual deja en muy mal lugar a los responsables; peor incluso que a los mismos autores de esos panfletos infames.

Y ahora llego al título del artículo: “Si un hijo le pide pan, ¿le dará (su padre) una piedra?". Habría que ser un padre desalmado; un monstruo. ¿Los hay? Sí, claro.

Todos estos “pastores” que teniendo la obligación ante Dios, ante su Iglesia, ante sus fieles y ante el mundo entero de ser buenos pastores, de defender su grey, de llevarla a buenas praderas, de recogerlas por las noches o en las tormentas, y no lo hacen… Ustedes mismos.

Supongo que no será así; pero desde fuera da la impresión -de 40 ó 50 años hacia atrás- que en los pastores de la Iglesia -especialmente el episcopado y en el mundo occidental; pero hablo en general: ha habido muy buenas excepciones, y las hay- de que les ha importado un pimiento si sus hijos se comín un pan, o una piedra; si les daban pez o serpiente, trigo o cizaña, agua y vino o veneno, verdad o mentira, doctrina o herejía…

Una madre y un padre como deberían ser, cuando van a comprar fruta para sus hijos, ¿les da lo miso que esté sana o podrida? ¿Y cuando compran carne? A una madre y a un padre normales, ¿les da lo mismo que sus hijos juegos a casitas, o con pistolas de verdad y además cargadas? Cuando son pequeños, ¿les dejan ir solos a la calle? ¿Qué dirían estos jerarcas de esta gente? ¿Nada, porque quién soy yo para juzgar?

Da la impresión de que es lo que ha pasado en la Iglesia durante todos estos años: les hemos importado… NADA.

¿Esto es normal? ¿Esto puede ser lo normal? ¿Cuándo va a dejar de serlo? Porque esta sí es tarea que les compete única y exclusivamente los obispos, al Dicasterio correspondiente, y a quien firma los nombramientos.

Los de a pié podemos rezar, y vamos a hacerlo.

8.07.16

La Iglesia es Santa.

Esta es la Verdad revelada y entregada a los hombres por Jesucristo: la Iglesia Católica es SANTA. Como es también Una, y Apostólica, y Romana.

La Iglesia es Santa. Y no puede ser de otra manera, porque así ha salido de las manos de Cristo, su Fundador. Y Dios es Santo, tres veces Santo. Así lo rezamos en la Santa Misa cada día: “Santo, Santo, Santo es el Señor…". Jesús no iba a hacer y a entregarnos una chapucilla. Es que “no puede” hacerlo, porque ni quiere ni sabe. 

Además la Iglesia “es” Jesús, y forman los dos una unidad perfecta: Él la Cabeza, y la Iglesia el Cuerpo. ´Él el Esposo, y la Iglesia su Esposa. Y así como el Cuerpo sin la Cabeza está muerto -no es, es un cadáver-, y así como no hay Esposa -no es, no puede ser Esposa- sin Esposo, no hay Iglesia Católica -la Única y Verdadera Iglesia-, no la puede haber sin Cristo.

Por su parte, Jesucristo, en el actual estado de la Economía de la Gracia, “quiere ser” en su Iglesia para estar junto a nosotros de continuo, según su Gran Promesa: Yo estaré con vosotros todos los días hasta la consumación del mundo (Mt 28, 20). 

Además, la Iglesia Católica es Santa, porque Cristo le ha dado todos los caudales de Gracia que han salido de su Costado abierto: los Sacramentos; porque le ha dado todos los caudales de Doctrina que han salido de su boca, y que iluminan todas las situaciones del hacer humano; y, finalmente. porque le ha dado todos los caudales de Vida -su propia Vida, la de Cristo-, caudales que nos vivifican y nos santifican.

De aquí, todo el rastro de santidad -en personas, en instituciones- que jalona el quehacer de la Iglesia Católica a lo largo de su Historia, desde Papas, obispos, religiosos, sacerdotes y fieles de todo género y condición: mujeres y hombres, casados y célibes, niños y adultos, pobres y ricos, efermos y sanos…: de toda raza y condición, en todo tiempo, en épocas de persecución -tal como la que nos toca vivir hoy- y en épocas de bonanza… Siempre. Jesús mismo lo había dejado muy clarito: por sus frutos los conoceréis (Mt 7, 20). Y esto, que vale para todos y en todas direcciones, ¿cómo no va a valer para su Iglesia?

¿Dónde puede estar -y está, de hecho- el problema? En sus hijos, en sus miembros: del Papa abajo, hasta el último adulto recién incorporado a Ella.

Cuando sus hijos -especialmente los que formamos la Jerarquía a todos los niveles, aquellos de los que todos esperan que sean no solo buenos hijos, sino los mejores hijos, pues tienen derecho a que lo seamos, necesitan que lo seamos-, cuando sus hijos, repito, nos desentendemos del mandato de Dios mismo: esta es la Voluntad de Dios, vuestra santificación (I Tes 4, 3); cuando sus hijos rechazamos el mandato de Cristo: Sed, pues, perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5, 48); cuando rechazamos la enseñanza del Magisterio moviéndonos y llevándonos a la santidad; cuando cambiamos y tergiversamos las enseñanzas de Jesucristo por “criterios” -descriterios- humanos, convirtiéndolos en razonadas sin razones, como ya denunció Jesús -y san Pablo, y la Iglesia siempre: para esto acuñó el término “hereje"-; cuando despreciamos la lucha espiritual por identificarnos con el Señor, despreciando a la vez los medios que Él nos ha dejado para lograrlo: los Sacramentos, la oración; cuando rebajamos el compromiso de amor con Dios -que esto es la santidad-, calificando la vocación cristiana de “ideal", para dejarla en el mejor de los casos para personas “selectas” que no existen (cfr. Juan Pablo II, Novo millenio inneunte: “se equivocaría quien pensara que…"); cuando damos la espalda a la vida de los primeros cristianos, que seguramente no tendrían tantos líos pastorales como tenemos ahora, pero que con una clarividencia y una fidelidad al Señor no se cansaban de llamarse “santos” entre ellos; cuando no queremos mirar a los cristianos que a día de hoy dan su vida -en sentido literal: los matan- por seguir siendo fieles a Cristo y a su Iglesia…

Entonces, y solo entonces, tenemos un problema. Pero el problema somos nosotros, no la Iglesia. Es por nosotros, sus hijos, por nuestras acciones -nuestras barrabasadas, nuestros pecados, las estructuras de pecado que nos montamos-, por lo que la Iglesia pide perdón.

Ella no. No es obra suya. Es por lo que hemos hecho sus hijos a pesar y contra Ella. Ella es Santa -sine macula, sine ruga: “sin mancha ni arruga" dirá san Agustín-; es, como la Virgen, tota pulchra:  “hermosísima; preciosa; profundamente bella". Es nuestra Santa Madre la Iglesia.

Y lo mismo que nadie en su sano juicio consiente que se insulte a su madre -el que lo hace es una mala bestia- no podemos consentir que se insulte, que se veje a la Iglesia Católica. Es la lucha en la que estamos ahora, en este momento histórico. Pero venceremos: Si Deus nobiscum, quid contra nos?!

3.07.16

"Cazad las pequeñas raposas que destruyen la viña" (Cant 2, 15) Parte 2

El panorama es bastante desolador: el vacío material de las iglesias, la ausencia de sacerdotes sentados en el confesonario y la ausencia de fieles buscando confesar…, frente a las más que pobladas filas a la hora de la Comunión -auténticas aglomeraciones: ¡qué contraste tan terrible y tan a la vista para el que lo quiera ver y entender!-: por cierto, siempre en las misas, nunca fuera de ellas, el fracaso de los montajes pseudocatequéticos, la esterilidad de los cursillos prematrimoniales y de tantas y tantas “pastorales” para adolescentes, jóvenes, adultos, el contradios de unos colegios y de unas instituciones que se llaman religiosas y se presentan como católicas y “matan” el más mínimo sentido de lo católico y de lo religioso: matan la Fe. Todo esto -y más- es profundamente deprimente.

La “cuenta de resultados” -en el mundo occidental- es no solo negativa -y tiene nombres: descristianización, secularización, ateísmo práctico-, sino profundamente demoledora y deslegitimadora para quienes han ostentado el deshonroso papel de estar al frente: y estos también tienen nombres -incluso apellidos- y títulos: los de sus cargos jerárquicos o eclesiales.

Deben creerse que la auténtica Iglesia es la iglesia VACÍA -la iglesia CERO- por falta de pastores y fieles, porque ya no queden más que en las catacumbas; y se empleen entonces los templos en poner pantallas de TV, en acoger refugiados -que no vienen ni a tiros: perdón por la referencia-, y en poner un tenderete de alguna ONG: preferible si la regentan homosexs y demás afiliados; aparte los consabidos cursillos de reiki, meditación trascendental, yoga y bailes del vientre que siempre atraen a alguien, especialmente si son gratis. Todo profundamente “católico", “misericordioso” a más no poder y, por supuesto, con las “bendiciones” correspondientes de quien corresponda…, o sin ninguna: que tampoco hace ya falta, dado que se puede hacer todo y de todo sin que pase absolutamente nada.

¿Por dónde hay que empezar? Porque a todo esto se le puede dar la vuelta, si hay conciencia del problema y se ponen los medios adecuados.

Y, entonces, ¿por dónde empezar? Por donde han empezado siempre todas las reformas católicas: por el clero, por los religiosos. Desde la Jerarquía que se comprometa a ello, o desde las mismas instituciones religosas, o desde personas -santos ya en vida- que aglutinen en su entorno a las personas que quieran convertirse y tengan hambres también de santidad. Porque los auténticos reformadores -en la Iglesia- han sido siempre, y lo seguirán siendo, los santos.

Y, en este ámbito, ¿qué habría que hacer? Volver a tener en cuenta la verdad revelada: que el sacerdote es otro Cristo; y, en consecuencia, ha de buscar tener -y mantener, y acrecentar- una intimidad y una cercanía muy especiales con Él, hasta el punto de que el horizonte de su vida sea la identificación con Él, de cara a la salvación de todas las almas.

Es decir, “inocular” en los sacerdotes -y en los religiosos- la necesidad absoluta de una vida espiritual -la vida interior- tan “pegada” a Jesús que a los afanes interiores de identificación con Él corresponda una verdadera, real y efectiva identificación externa: que su vida exterior refleje su vida interior, porque su vida real alimente y sea el tema de su vida interior. Esto es lo que “notarán” todos los fieles, y se sentirán atraídos a vivir así: porque verán a Cristo reflejado en la vida real -diaria- de sus sacerdotes, o de los religiosos y religiosas que les ayudan en tantos aspectos de su vida. Cuando esto no lo ven, se van. Es lo que ha pasado y pasa.

No puede ser de otra manera. Si, como escribía Benedicto XVI, “uno se hace cristiano por un encuentro personal con Cristo", no podemos pretender que uno se haga sacerdote o religioso sin un encuentro personal con Cristo; y si admitimos esto, luego no podemos extrañarnos de los frutos que se cosechen: la iglesia cero.

Y hay que alimentar ese encuentro personal con Cristo. Para eso está enseñar a hacer oración; para eso está enseñar -especialmente en los periiodos de formación- la doctrina recta y verdadera, y no las problemáticas, y menos aún los errores y las herejías; para eso está el llevarles -acompañandoles- a ser almas de Eucaristía, de adoración, de auténtica piedad; llevarles también a la confesión frecuente -el sacerdote y el religioso que no es buen penitente nunca será buen confesor-, sin la cual el acceso a la Comunión se va desvirtuando, el Misterio se va oscureciendo, el acostumbramiento asola el edificio de la propia vida interior, y la necesidad de Jesús se hace innecesaria.

Especialmente el sacerdote -y lo mismo el sacerdote religioso- ha de tener siempre presente que tiene que ser santo, porque ha de ser padre y maestro de santos: porque Dios nos quiere santos, a todos sin excepción; como ha de ser experto en los entresijos de la vida interior, porque ha de ser maestro de vida espiritual en las almas que le son confiadas; como ha de ser docto en moral, en teología y en doctrina, porque ha de adecuarlas a cada persona que se le acerque con hambre de Dios.

Este horizonte es el primero. Y sin esto, todos los demás intentos serán palos de ciego. O lo que es peor: intentos directos de destrozar la Iglesia Católica. De hecho, ya hay voces que lo gritan así.

Y aplicándonos el cuento, vamos a rezar para que comience la remontada.