InfoCatólica / Tal vez el mundo es Corinto / Categoría: Iglesia

13.02.16

La unidad se construye en torno al Sucesor de Pedro

Es visible el disgusto que muchos católicos sienten frente a las actitudes y algunas declaraciones del Papa Francisco. Después de la abundante doctrina de Juan Pablo II y de la admirable altura y precisión de lenguaje de Benedicto XVI, un buen número de expresiones y gestos del Papa Francisco parecen insuficientes o demasiado próximos a una interpretación contraria a nuestra fe. Creo que puedo entender el malestar de quienes sienten de esa manera.

Por otro lado, hay palabras y acciones de Francisco que han tenido un impacto muy grande en personas que ven sencillez, cercanía y caridad donde a menudo sólo habían encontrado dureza y puertas cerradas. Es verdad que algunos católicos más afectos a la tradición siempre pueden decir que toda la simpatía que Francisco despierta se debe a que le hace el juego a los valores y modas de este mundo pero yo creo que esa es una acusación simplista e injusta. Su estilo de vida llano y sobrio no es una pose. Su amor por los excluidos, los enfermos y los pobres no es ideología, a menos que veamos también ideología en las multitudes que se volcaban sobre la persona de Cristo. Su anhelo de abrir un camino, algún camino, a todos los que pueden sentirse rechazados puede parecer exagerado y puede poner a temblar a quienes amamos la hermosura doctrinal de nuestra fe católica pero no podemos negar que Jesús, estando rodeado de una multitud de judíos, elogió la fe de un centurión romano.

Leer más... »

28.01.16

También nuestra ira necesita ser purificada

Es comprensible que ante algunos escándalos o enseñanzas confusas que se abren paso en nuestra Iglesia Católica se sienta dolor e indignación. Tales sentimientos son la lógica consecuencia del amor que todo hijo debe tener por su madre, y puesto que nuestra madre es la Iglesia, nos duele con amargura ver que su hermosura es profanada miserablemente. Cristo mismo se llenó de cólera al ver al templo de Jerusalén reducido a un lugar de mercado. ¡Cuánto mayor ha de ser nuestro enojo si de verdad entendemos que la Iglesia supera a ese venerable templo cuanto la realidad supera a sus bocetos y figuras!

Pero también la ira necesita ser purificada. Bien enseña Santo Tomás que las pasiones no son, en sí mismas, ni buenas ni malas. Su calificación moral la reciben de razones externas que, en este caso, nos obligan a hacernos preguntas como qué nos disgusta exactamente, y contra quién va nuestro enojo.

Dicho de manera muy simple: permitir en nosotros una ira mal dirigida o mal alimentada es dar al demonio un regalo muy deleitable. Estimo que, después de la soberbia, nada ha ayudado tanto a crear divisiones en la Iglesia que esa clase de ira. En particular, el cisma entre Oriente y Occidente, en el siglo XI y el cisma de la Reforma, en el siglo XVI, estuvieron bien precedidos, acompañados y seguidos de explosiones de ira, por todas partes, también desde el lado católico.

La indignación mal dirigida puede arruinar incluso una motivación que de suyo era correcta. Un ejemplo elemental pero completamente válido es el del papá que, ardiendo de ira, porque la hija ha tenido pésimos resultados en los estudios, la golpea salvajemente hasta dejarle cicatrices permanentes. Había un motivo justo pero el resultado de esa ira incontrolada, y en esto estaremos todos de acuerdo, lejos de alcanzar su objetivo, ha causado un daño monstruoso e indeleble.

Además del ejemplo dado sobre el exceso de ira hay otras circunstancias en que una persona indignada puede hacer y hacerse más daño que bien. La actitud ofensivo-defensiva propia de esta pasión nos lleva a maximizar los errores o defectos de quien nos resulta detestable mientras minimizamos los nuestros. Tal deformación de la mirada prepara algo más serio: la pérdida del sentido de la verdad, y con ello, el oscurecimiento de la capacidad de percibir las proporciones, y de acceder a la prudencia. Todo esto es tan bien conocido que, en muchos países, el derecho penal reconoce como atenuante “ira e intenso dolor,” con lo cual la sabiduría popular admite que una persona en tales condiciones no suele pensar bien.

Pasa también que no todas las formas de ira son iguales. Hay amarguras, calentadas a fuego lento durante años, que degeneran en resentimiento y en un lenguaje de permanente desprecio y descalificación. El racismo, la xenofobia o las disputas étnicas y tribales dan abundantes muestras de este hecho. En la escala menor de tantas barbaries hay algo que también nos llega a todos, por lo menos como tentación: el prejuicio. Y no cabe duda de que ver a través de los lentes del prejuicio es a veces peor que no ver nada porque el ignorante está dispuesto a recibir y aprender mientras que el que está seguro de su visión sesgada solamente acepta lo que le confirme su propia perspectiva. Sobre ello nos enseña Cristo en Juan 9. Además, escoltando al prejuicio van la sorna, el sarcasmo, la burla cruel, la difamación, y otras enfermedades del alma, que empiezan por la lengua pero que no se detienen hasta envenenar el corazón.

Siempre me llamó la atención aquel versículo de advertencia en que nuestro Señor dice: “viene la hora cuando cualquiera que os mate pensará que así rinde un servicio a Dios” (Juan 16,2). Para mí en esto hay un aviso sobre cuánto puede la mente humana confundir lo más sublime con lo más sórdido. Y sería soberbia pura creer que uno, simplemente por ser quien es, jamás podría caer en ese pecado.

No pidamos a Dios que nos quite la indignación pero supliquémosle con toda el alma que otorgue pureza a nuestra intención y amor limpio para servirlo a Él y a su Santa Iglesia.

17.01.16

Si a mí me preguntaran...

Si alguien me preguntara cuál es la pérdida más grande para un cristiano mi respuesta sería: perder su comunidad de fe.

La idea de que se puede perseverar en los principios de la fe, en el ejercicio de la esperanza y en la práctica viva de la caridad sin la referencia y soporte de una comunidad es menos razonable que construir un criadero de peces sin agua.

Sin una comunidad donde uno escuche testimonios reales de personas reales, la fe se convierte en un recuerdo que pronto se disuelve en las brumas del olvido; o pasa a ser una rígida estructura de ideas, prontas a volverse ideología, simple teoría, arma defensiva y no evangelizadora, reto para la mente pero no luz para el camino.

Sin una comunidad donde uno vea el poder del Evangelio obrando, la esperanza se convierte en una obligación dolorosa, una hipótesis lejana, un “deber ser” que pronto se reduce a expresiones como: “¡Qué bonito sería…!” en las que sólo se siente la melancolía de nunca dar la medida.

Sin una comunidad donde el cariño se vuelve creíble en su naturalidad y limpieza de corazón, la caridad se convierte en simple filantropía, intento vano de justificar una burocracia agonizante o ya fosilizada, oportunidad de sostener una nómina de trabajadores desconectados de las motivaciones profundas del Evangelio.

Si me preguntaran qué es lo que más necesitamos, sabiendo que necesitamos tanto, mi respuesta sería: necesitamos comunidades vivas de oración, formación y evangelización, en plena y gozosa comunión con la Iglesia Católica, prontas a escuchar el mensaje de la conversión y la urgencia de la misión.

14.11.15

Arde París

El título de la famosa obra de Collins & Lapierre, aunque esta vez sin el interrogante, es el resumen de una serie trágica de atentados que dejan un saldo de decenas de muertos. Escribo esto en medio de la consternación propia del 13 de noviembre de 2015.

El presidente Hollande ha ordenado cierre de fronteras y para todos los efectos el pueblo francés experimenta el dolor y angustia propios de una situación de guerra. Pero en la novela histórica de 1964 el enemigo era claro, visible y externo: los nazis. Ahora, en cambio, una sociedad pulverizada ha descubierto con un golpe de terror que no sabe bien ni quiénes son sus enemigos ni cuáles podrían ser sus amigos de fiar. Resulta que los “valores” no subsisten por sí mismos, ni por la sola inercia cultural, si no están anclados firmemente en algo más profundo y estructurado: un credo común. Duélale a quien le duela, y llámenme fanático religioso si les place, el hecho es que los enemigos, bien infiltrados y presentes en las entrañas mismas de Europa, se reconocen entre sí al grito de “¡Alá es grande!” Frente a ellos, la mayor parte de los actuales europeos no tienen nada que gritar porque la única consigna posible sería “¡Viva Cristo Rey!” y ese es un grito malsonante para el laicismo que campea por la Europa otrora cristiana.

Leer más... »

11.11.15

Homilía en el Jubileo de la Orden de Predicadores

Homilía del Provincial de los Dominicos en Colombia, con ocasión del Jubileo por los 800 años de la fundación de la Orden de Predicadores - 7 de noviembre de 2015

Querida Familia Dominicana:

Reunidos a los pies de la Santa Virgen María, Madre de los Predicadores y Reina de Colombia, a quien invocamos como Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, asistimos todos a un momento histórico: con profundo gozo, y en mi condición de prior provincial de los dominicos en Colombia, declaro inaugurado el Año Jubilar con motivo del Octavo Centenario de la Fundación de la Orden de Predicadores.

Jubileo: palabra derivada de “júbilo,” con la que el Maestro de la Orden, fray Bruno Cadoré, ha querido sellar este tiempo de gracia, que se inicia con una fecha notable en nuestro calendario litúrgico: la Fiesta de Todos los Santos de la Orden.

En el contexto de esta bella celebración litúrgica, les invito a que reflexionemos unos minutos en el motivo que nos congrega y también en el camino que tenemos por delante. Cómo predicar el Evangelio en un mundo marcado por la violencia, tanto en Colombia como en el mundo: hemos visto las crisis en Siria, la persecución a los cristianos, la corrupción mundial que permea a todas las instituciones; en Colombia, la pobreza, leyes en contra de Dios que destrozan a la familia misma, los diálogos de paz en medio del posconflicto.

Es ahora cuando nuestros ojos y nuestra voz de predicadores deben fijarse en la santidad de nuestro Padre Domingo como obra del Espíritu Santo. Hay un claro paralelo entre la fiesta litúrgica de hoy y la Solemnidad de todos los Santos, que abrió este mes de noviembre.

Podemos decir que así como la Solemnidad del 1° de noviembre contempla el eco y la plenitud de la santidad de Jesucristo en el conjunto de la Iglesia, así esta Fiesta de Todos los Santos de la Orden nos invita a contemplar la riqueza interior de la santidad de Domingo de Guzmán en sus hijos más fieles y generosos, aquellos que han vivido el carisma a plenitud. A través del lente de la historia, apreciamos con mayor claridad y amplitud la grandeza de los dones que, estando en Domingo como en semilla, han florecido y fructificado en sus hijos e hijas espirituales, a lo largo de un camino que ya llega a sus ochocientos años de anunciar el amor de Dios por la humanidad. De esta consideración podemos sacar algunas ideas y aplicarlas a nuestra vida.

Leer más... »