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31.12.14

Mensaje de Año Nuevo 2015

Si hay algo que puede enseñarnos la astronomía es que la Tierra no se renueva simplemente con dar vueltas al sol. El paso implacable de miles de años–miles de esas vueltas–produce más sedimentos en las continentes, más sales en los mares, pero falta mostrar si el corazón de los faraones era menos egolátrico que el de los secretarios sempiternos de los partidos comunistas en el gobierno; o falta ver si eran menos lascivos los mediterráneos de Pompeya y Herculano que algunos grandes ejecutivos del siglo XXI, verdaderos alimentadores del tristemente llamado turismo sexual.

La vida no se renueva simplemente con amaneceres y atardeceres, y a pesar de todas las poesías, la primavera no parece que haga sustancialmente mejores a quienes viven en regiones que tienen bien delimitadas las estaciones.

Las antiguas culturas estaban firmemente convencidos de la repetición de los ciclos climáticos, económicos y cósmicos. Por eso el budismo promete sacarnos de la rueda del Sámsara; por eso los mitos del “eterno retorno” entre los griegos (para extemporánea fascinación de Nietzsche); por eso las círculos del calendario maya; por eso Egipto mide su pulso con las periódicas inundaciones del Nilo; por eso la combinación de desencanto doloroso y cinismo divertido en tantos historiadores cuando se dan cuenta que registrar la secuencia de los siglos es como ver muchas veces la misma película con apenas algunos cambios de ropaje y utilería.

Y por todo ello el hastío que hace insoportable la vida a muchos hasta hundirlos en la depresión o el absurdo.

No: la vida no se renovará simplemente dejando que este planeta Tierra siga dando tumbos por un rincón de lo que hoy llamamos la Vía Láctea. Tampoco bastan las modas en el vestir ni la demencial carrera hacia placeres más exóticos, intensos o frecuentes. “No hay nada nuevo bajo el sol,” constata el Eclesiastés, cansado, ya en su tiempo, de ver cómo la cascada de los pequeños y grandes egoísmos se lleva la tajada más generosa de nuestros breves años en este suelo.

Y nada más habría que decir si no pudiéramos pronunciar el Nombre de Jesús. Su llegada, como acabamos de celebrar en Navidad, no es el comienzo de un ciclo: es, de hecho, el decreto de culminación de la historia humana en su conjunto. Sólo hay “año nuevo” para aquel que presiente, en Cristo y desde Cristo, que la Historia tiene un punto focal, una meta, un desenlace irreversible, de modo que cada año nos aproxima, como especie, como raza de Adán, a esa meta.

Precisamente porque la Historia no es cíclica; precisamente porque Cristo ha insertado para siempre una dirección irreversible en el conjunto del ser y quehacer humanos; precisamente por ello nosotros los cristianos sabemos qué decimos cuando saludamos: “¡Feliz Año Nuevo!” Es “nuevo” porque es inédito; porque pertenece a una secuencia irrepetible; porque no volverá jamás. Y es “feliz” solamente porque lleva el sello de Cristo, Buena Nueva de Dios Padre para todos los siglos.

28.12.14

24.12.14

21.12.14

¿Y cómo será la Navidad en…?

Para millones de católicos la Navidad será tiempo de comidas especiales, reuniones familiares e intercambio de regalos más o menos útiles. Para los católicos en Siria, Nigeria, Pakistán o Iraq, las cosas serán muy distintas. Un número no pequeño de quienes viven en esos países, y también en otros sitios, sentirán en su carne que son excluidos, odiados, expulsados a la noche fría, obligados a buscar afecto lejos de los humanos, como el Niño en el portal de Belén.

Será diferente también la Navidad en las familias que este año perdieron un ser querido, o tienen ahora un pariente secuestrado. Para 43 familias en México estas fechas serán espantosamente duras. Y en México y en otros lugares, muchas mujeres no querrán ver al niño Jesús porque no quieren ver bebés, y su única razón, aunque no se atrevan a decírsela, es un aborto que cometieron hace un tiempo.

No todo será superficialidad o dureza. Para muchos católicos esta será su primera Navidad después de haber reencontrado la fe. Un buen retiro espiritual, una confesión bien hecha, la evangelización recibida en un buen grupo de oración, les han permitido encontrarse con un Dios vivo. Para ellos Jesús ha pasado a ser el motivo verdadero y real de la Navidad, y por ello, con comidas especiales o no, con regalos o no, se sienten privilegiados de recordar y celebrar que “el Verbo se hizo carne y acampó entre nosotros…”

Un porcentaje pequeño pero muy significativo de hombres consagrados celebrarán por primera vez la Navidad como diáconos o sacerdotes. Su mente, perfumada todavía con el reciente crisma, no podrá dejar de comparar la humildad del Niño en el pesebre con la humildad de la Santísima Eucaristía en sus propias manos–manos que todo sacerdote sabe que son infinitamente indignas de portar al Rey de Reyes.

Aquellas mujeres que han llegado a la maternidad este año, sobre todo si este don les ha sido dado por primera vez, no podrán dejar de hacer otra comparación válida y bellísima: su bebé les va a parecer como un Niño-Dios, un don inefable que les recuerda el Don todavía mayor del Hijo de Dios encarnado.

Con los ojos de la mente podríamos aún evocar muchas otras escenas: los que están en cárceles y hospitales; los que por su trabajo o profesión prácticamente deben hacer caso omiso de todo lo religioso y concentrarse en sus labores, por ejemplo de cuidado de la salud, o de vigilancia; los que tienen a todos sus parientes y amigos muy lejos; los que son creyentes y están en países o realidades ateas o secularizadas al extremo…

Siempre me llamó la atención el nombre de la especial bendición que el Papa da en Navidad y en Pascua: “Urbi et Orbi,” es decir, para la Urbe–Roma, que es su rebaño propio–y para el Orbe, para el mundo entero. En el mismo sentido, propongo yo: cuando llegue el momento de abrazarnos en Navidad, no olvidemos a los que estando lejos de nuestros brazos jamás deben salir de nuestro amor y de nuestra oración. Amén.

14.12.14

El primer sermón

Nerviosos, algunos no se atrevían a entrar en la sinagoga. Abriéndose paso entre el tumulto que casi bloqueaba la entrada, la figura respetada de Ananías avanzaba entre continuas preguntas y un murmullo que se hacía más fuerte con cada paso. Finalmente, alguno le preguntó lo que todos revolvían en sus cabezas:

- Oye, ¿qué es lo que has hecho? ¡Nos has dejado en bandeja para que nos devore ese tal Saulo! ¿Es verdad que viene hoy aquí?

Ananías levantó la mano para pedir un poco de silencio pero el murmullo se convirtió en gritería. Una voz se alzó con fuerza, como un rugido:

- ¿Qué hay contigo, Ananías? ¿Es que no te quedan entrañas de compasión? Bien sabes que los del Camino somos pocos aquí, y las cargas se han vuelto más duras con la llegada de los hermanos perseguidos que vienen de Jerusalén.

Nuevamente el buen hombre levantó su mano y trató de empezar a hablar pero era sencillamente imposible. Pasando de las palabras a los hechos, algunos ya le tiraban del manto o le empujaban sin que el aludido lograra explicarse ni ser escuchado. Esta vez se oyó la voz de una mujer que punzó los oídos de todos:

- ¡Que el Padre de Nuestro Señor Jesús sea tu juez, Ananías! Tendrás que dar cuennta de lo que has hecho. ¡Sobre ti y tu familia me advirtió muy bien mi madre, que tiene la voz de Débora! Ahora, responde: ¿Es verdad que le diste la Iluminación del Bautismo a Saulo de Tarso! ¡Responde, si es que de verdad eres hijo del Nuevo israel!

Ananías asintió con la cabeza, y por tercera vez iba a empezar a hablar, sin conseguirlo aún. Ya parecía que iban a lincharlo cuando de repente una ola de silencio golpeó al grupo que se había congregado a la puerta de la sinagoga de Damasco. El silencio lo rompió la voz de un muchacho:

- ¡Es él! ¡Ahí lo tenéis, en persona! ¡Ese es Saulo de Tarso, y viene desarmado! ¡Aprisa, atraparlo!

Unos tres o cuatro hombres, de entre los más robustos del grupo, reaccionaron a la voz y sujetaron firmemente al forastero, que no opuso resistencia. Su calma y porte humilde causaron desconcierto aunque no confianza.

- Hermanos–dijo Saulo con voz firme pero no altiva; y cuando usó esa palabra, una oleada de extrañeza se produjo en los rostros de todos los presentes. Alguno interrumpió:

- ¿Por qué nos llamas así? Si lo dices por Abraham, pase. Pero para nosotros, los del Camino, esa palabra es mucho más…

- Hermanos, Jesús es el Mesías–acotó con voz más clara y más firme Saulo–. Dios me ha mostrado que las promesas miran todas hacia Jesús, el que fue crucificado… y que ahora vive resucitado de entre los muertos.

Aquellos cristianos no podían creer lo que estaban viendo y oyendo. Por eso alguno gritó:

- ¿Y si esto es una trampa? ¡Ya se sabe que este Saulo trae autorización de los sumos sacerdotes para encarcelarnos! ¿Y quién creéis que nos va a salvar? ¿Pilatos? De estas historias yo me sé doce mil: este cuento se llama el perseguidor convertido. ¡Es un espía! Después de que sepa quiénes sois o somos del Camino, él mismo pasará la información a los de la espada!

Ananías lo interrumpió con un fuerte grito:

- ¿Es que no crees en el poder de la gracia de Dios? Todos aquí sabemos dos cosas: que somos unos pecadores y que nos ha rescatado el puro amor de Dios. ¿Por qué le vamos a impedir a Dios que siga obrando en otros como ya obró en nosotros?

- Ananías: los muchos años o los demasiados rezos te están ablandando. ¿No dijo el Señor que había que ser “astutos como serpientes"? ¿Qué pasa con tu astucia, hombre? ¿O es que has dado marcha atrás, y te has pasado al bando de Herodes?

Saulo interrumpió con voz muy clara:

- No hay necesidad de maltratar a este buen hermano, Ananías, que ya harto ha debido sufrir en su corazón antes de regalarme la luz del bautismo. Aquí me tenéis: estoy en vuestro poder. Pero primero estoy en manos del Cristo, que es Señor de todos. Yo sé que todos tendremos que comparecer ante el juicio de Jesús, el Cristo de Dios, el Mesías esperado. En asunto tan grave no cabe mentir.

- Y si es verdad lo que dices, Saulo, ¿quieres contarnos por qué venías aquí para encadenarnos y ahora resultas dándonos sermones sobre el Mesías?

- Ananías lo ha dicho primero, y lo ha dicho mejor que yo. Es solamente el regalo del amor de Dios. Cuando ya venía cerca de Damasco, vi una luz, que me encegueció, y caí al suelo. Yo pregunté: “¿Quién eres, Señor?” Y una voz de en medio de aquella luz me respondió: “Yo soy Jesús, a quien tú persigues.” Esa voz me envió a la humildad y el silencio durante tres días, en que no comí ni bebí nada. Ahí conocí la verdad de la muerte de Cristo, y comprendí que yo mismo estaba muerto, y que yo había sido uno de aquellos que el salmo nombra: “Son un rebaño para el abismo; la muerte es su pastor, y bajan derechos a la tumba.” Esa ha sido mi vida y ese es el desenlace que me aguardaba. Pero Jesús está vivo: ha salido a mi encuentro. ¡Me ha rescatado, hermanos, y yo ya no me pertenezco! Me ha comprado a muy alto precio, derramando su Sangre en la Cruz para perdón de todos mis pecados, y la misma promesa tiene para todos los que acepten con fe el valor de su sacrificio.

El que había hablado primero con gran desconfianza hizo una mueca y alzando los brazos en gesto de fingida paciencia gritó de nuevo:

- Oye, ¿qué os pasa a todos hoy? ¿No veis que este impostor se ha aprendido bien su relato sólo para engañarnos? Saulo: no lo haces mal como actor, y tu memoria puede competir con la de Gamaliel, pero a mí no me vas a convencer. Sugiero que se mantenga preso a este actor o recitador o como se llame, y que no aplacemos más la oración de la mañana. Buenos predicadores nos ha dado el Señor, y no necesitamos historietas de luces y voces.

Aunque algunos hicieron ademán de entrar a la sinagoga siguiendo el consejo, la mayoría estaba como electrizada escuchando el testimonio de Saulo. Otro dijo entonces:

- Yo también creo que hay que entrar a la sinagoga… pero para seguir escuchando a este hombre. ¿No dice nuestra fe que Jesús es el Mesías, y que está vivo? ¿No nos enseñaron los apóstoles que el Mesías, después de resucitar, ha recibido todo poder en el cielo y en la tierra? ¿Por qué nos resistimos a creer que pueda hacer algo si en verdad está tan vivo como lo cantamos y celebramos cada Primer Día de la Semana? ¡Adentro, a la sinagoga, a escuchar a Saulo!

Ananías alzó su voz una vez más:

- Hermanos, yo quiero que se sepa algo antes de que entremos a la sinagoga. Yo no fui a encontrarme con Saulo por propio impulso. Yo tenía miedo y desconfianza, lo mismo que muchos sentís ahora mismo. Pero Dios me habló y me obligó a ir. Dios mismo me dijo que este Saulo es un instrumento que Él ha escogido para que lleve su nombre a los gentiles, a reyes y a los israelitas. Y anunció que tendría que sufrir mucho por el Nombre de Jesús.

- Ananías, ¿tú estás seguro de lo que estás diciendo?–le interrumpió aquella mujer que había gritado antes.

- Sí estoy seguro. Sabéis bien que durante años he sido reconocido como benefactor y amigo de nuestra amada sinagoga. Mi voz ha resonado incontables veces en estas paredes. Ahora sé que yo debo disminuir y Pablo, que así se conoce por otro nombre este querido Saulo, debe crecer. De mis discursos y palabras nada quedará para la posteridad pero en cambio de una cosa sí estoy convencido: este hombre, que hoy predica por primera vez en nuestra sinagoga, es un elegido de Dios, y debemos considerarnos privilegiados porque somos los que podemos recibir las primicias de su palabra, que un día alcanzará los confines de la tierra.

Los ojos se volvieron con asombro al recién convertido, cuyos ojos brillaban con lágrimas de gratitud, humildad y gozo. Su cabeza estaba inclinada y sus manos unidas y entrelazadas sobre el pecho. Entonces un niño, nieto de Ananías, abrió la boca y dijo:

- Pablo, háblanos. Abre tu boca y enséñanos.

En tropel entraron a la sinagoga. Nunca hubo tanto silencio en ese recinto santo. Pablo entonces levantó su mano y dijo:

- Si este, mis hermanos, ha de ser mi primer sermón, que sea breve. Sólo una cosa quiero decir: de hoy en adelante, no tengo más nombre ni apelativo; no tengo más procedencia ni destino; no tengo más esperanza ni quiero ser conocido de otra manera sino sólo así: “Pablo, esclavo de Cristo.” Y este es todo mi deseo: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros. Amén.

A esa hora caía de lleno la luz del amanecer en Damasco. Y en muchos corazones.