7.04.19

(344) Comentarios católicos, II: al tópico «la belleza salvará el mundo»

Es urgente desbrozar la fe católica y desnudarla de conceptos añadidos. Ceñirse a lo esencial, tener claro el fundamento. Hay que centrarse en Cristo. 

La belleza es buena y puede servir a Nuestro Señor. Pero es un medio, no un fin. Sólo Cristo salva. Porque la sensibilidad humana, con la que el hombre aprecia la belleza, está caída, y necesitada de redención.

La idiosincrasia personalista ha convertido en tópico la frase «la belleza salvará al mundo». Es del gusto de la sensibilidad católica moderna, que prefiere el sabor de lo ortodoxo, de lo oriental; sea Dostoievski, sean los iconos, sea lo bizantino; a lo occidental, a la romanitas tradicional, a lo escolástico, a la vara de medir de la Cristiandad.

Sobredimensionar la via pulchritudinis redunda, también, en exageraciones misteriosistas, a la manera de la concepción estética heideggeriana, siempre antimetafísica y experiencialista.

La escisión de Dios y el Ser, proyectada sobre la estética, deviene en una desontologización de las formas estéticas, que se orientan hacia lo espiritualista y lo emotivista a través de un naturalismo de corte existencialista.

 

La sombra de Von Balthasar es alargada: con su estética teológica se invierten los papeles, y en lugar del ser se coloca la belleza. Por lo que hablamos, también en el trasfondo filosófico de este lugar común, de una belleza que no parte del ser sino de los valores.

Una belleza convertida en valor, a la manera de Guardini. O sinónima, en clave de teología negativa luterana, del Misterio. No deja, tampoco, de estar presente la hibridación de lo natural y lo sobrenatural, a hechura de De Lubac. Y en consecuencia del principio que lo anima, el Método de Inmanencia blondeliano. La belleza natural se abstrae de su condición caída y se la supone exigente de lo sobrenatural por sí sola. Y pretendiendo gratuidad se obtiene lo contrario.

Pero vayamos al meollo del asunto.

 

«¿La belleza salvará al mundo?». Hay que decir que no, porque la armonía de la Creación, como la del arte, están alteradas por el pecado, se han vuelto inhóspitas. Como explica el Catecismo, 400:

«la creación visible se hace para el hombre extraña y hostil (cf. Gn3,17.19). A causa del hombre, la creación es sometida “a la servidumbre de la corrupción” (Rm 8,21).»

La belleza necesita también de redención.

Y si la frase se refiere a Cristo, hay que decir que Cristo no salvará al mundo en su totalidad. Más bien castigará a unos y salvará a otros. Hay que tener cuidado, porque el principio no católico de salvación universal se transparenta con facilidad en este tipo de generalizaciones. Dios quiere que todo el mundo se salve (1 Tim 2, 4), pero muchos no querrán salvarse, y Dios querrá castigarles.

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29.03.19

(343) El impacto del subjetivismo en el pensamiento católico actual

1ª.- El pensamiento católico contemporáneo se caracteriza por su apertura al pensamiento moderno. Apertura significa, literalmente, como dice la RAE, «actitud favorable a la innovación». Por pensamiento moderno entendemos ese inmenso y polimorfo conjunto de conceptos y principios que constituyen la modernidad como cosmovisión, idiosincrasia y mentalidad.

 

2ª.- La posmodernidad no es otra cosmovisión, ni otra idiosincrasia, ni otra mentalidad. Es la misma modernidad, aunque estirada hasta su límite, tan estirada, que se deforma y parece otra, pero sólo lo parece. Sigue siendo la misma cosmovisión, la misma idiosincrasia, la misma mentalidad, bajo la perspectiva de su desconyuntamiento. O, como dicen los posmodernos, de su deconstrucción. La posmodernidad, por eso, es en realidad la modernidad tardía. En la que aún permanecemos, como en un duro e inhóspito invierno. Lo que vendrá después, no lo sabemos.

 

3ª.- Tal vez, y digo sólo tal vez, tras la modernidad sucederá una nueva edad planetaria, de nihilismo globalizado, al amparo de un gigantesco Estado Mundial. Quien puede saberlo. Tal vez otra cosa, un nuevo tiempo de barbarie, de anti-romanidad. O algún tipo de resurgimiento de comunidades políticas naturales, de antiguas patrias suprahistóricas que, atravesando el Mundo del Dolor, se reconstituyan como sujetos de tradición, fuertes y expansivas.

Tal vez, y digo sólo tal vez, será el tiempo de un nuevo Gedeón. Podemos conjeturar, y lanzar hipótesis, pero sólo Dios sabe qué nueva etapa está por venir. No será la nueva Aurora del superhombre nietzscheniano ni de su infame sinónimo católico, el ultrahombre chardiniano. No será, decimos, porque no tiene el hombre adámico capacidades para autorredimirse y redefinirse como dios y como ídolo, por más que quiera convertir su afán de autodeterminación en un derecho humano. No sabemos, por tanto, si lo que va a venir va a ser peor o mejor.

 

4ª.- Pero volvamos al tema de esta reflexión. Modernidad y posmodernidad son la misma cosa en diferente estado. Mas, ¿qué cosa es la modernidad —y por tanto también la posmodernidad? Danilo Castellano, en «¿Es divisible la modernidad?», la define con enorme precisión: «La modernidad, entendida axiológicamente, es sinónimo de subjetivismo».

Axiológicamente, es decir, no cronológicamente, sino en cuanto valor supremo. Y así tenemos que, cuando el pensamiento católico, para “actualizarse”, pretende introducir mutaciones y alteraciones —que eso significar innovar— tomadas del pensamiento moderno; cuando el pensamiento católico, decimos, quiere temerariamente una apertura a la modernidad como valor supremo; entonces, consiguientemente, el pensamiento católico se vuelve, también, sinónimo de subjetivismo.

 

5ª.- El efecto del impacto del subjetivismo moderno sobre el catolicismo se define, entonces, con la máxima que lo resume. Y que expresamos, una vez más, con las palabras del Conde del Volney: «el hombre, ser supremo para el hombre».

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25.03.19

(342) El influjo de Heidegger en la teología católica

Cierta teología contemporánea está marcada por la separación heideggeriana de Dios respecto del ser. De ésta se deducen, fácilmente, otras separaciones, fruto de la des-ontologización (en definitiva, subjetivización) de la fe católica.

Y así, la fe se separa respecto de la razón, el Evangelio respecto de la ley moral y el derecho; el Antiguo Testamento respecto de la Antigua Sabiduría (Veterum Sapientia) de griegos y romanos; el orden de la gracia del orden de los seres. La concepción cristiana de la vida social y política se seculariza y al mismo tiempo se vuelve misteriosista a título privado.

Para el católico de hoy, en general, Dios es inaccesible a los conceptos humanos, que considera absolutamente inadecuados para hablar de Él, y a esto llamo misteriosismo; es más, según éste, el mismo empleo de los conceptos es ya un desprecio al Misterio, y la inteligencia de Dios en cuanto es, (aunque no tanto en cuanto ama) resulta un indeseable racionalismo.

De esta forma, se ha hecho común en el pensamiento posconciliar concebir a Dios no como ser sino como solamente amor, o más concretamente, como amor al hombre. Y en cuanto amor que no es, se le ha relegado al mundo de la subjetividad, para no hacer a Dios objetivista. sino emotivista.

 
 1.- Durante los últimos cincuenta o sesenta años, cierta teología católica se puso a hablar en un lenguaje extraño y sofisticado. Era un lenguaje que no le pertenecía, que adoptó de cierto pensamiento europeo de moda, y que utilizó para repensar la fe católica, como si ello fuera posible sin grave daño. Y dado que ese lenguaje tenía como presupuesto la separación de Dios y del ser, quiso tomarla por bandera de los nuevos tiempos. Y así fue como puso de moda, también en la Iglesia, la jerga de la Gran Fragmentación heideggeriana que se estaba propiciando.

El glosario de esa separación de Dios y el ser, (y sus correlatos: la separación del orden divino y del orden de los seres, de la Iglesia y del estado, de la ley moral y de la ley civil, etc.), pasó al lenguaje de los católicos. El desprecio por la metafísica aristotélico-tomista, la devaluación de los saberes heredados, la primacía de la voluntad contra el entendimiento, se hicieron virales; y los neoconceptos sustituyeron, progresivamente, los conceptos tradicionales, puestos en fuera se juego por la suspensión fenomenológica. La muerte de la metafísica llegó al pensamiento católico.

 

2.- Muchos intelectuales católicos se hicieron eco de esta separación de Dios y el ser. Los caminos del conocimiento ya no le servían a los católicos. La fe teologal comenzó a ser una experiencia, una actitud de apertura a Dios, un vivir preguntándose cosas sin querer respuestas, un encuentro subjetivo. ¿No eran, pensaban, las respuestas en sí mismas, tal y como se nos habían transmitido, respuestas heredadas, no pensadas, no interiorizadas, no personales, y por eso no auténticas?

 

3.- De este empacho de pensamiento europeo surgieron un sin fin de consignas: había que simplificar nuestra relación con Dios, se decía, liberarnos de nuestras seguridades y certezas tradicionales, tan poco auténticas y tan racionalistas; “Dios” parecía un término que, pronto, iba a dejar de ser utilizable. Imitando a Heidegger, que tachaba la palabra Ser con una X encima, esta teología neotérica (amante de novedades) presumía de arrodillarse mucho (aunque no en el confesionario), y de ser una tachadura humanista del Dios tradicional, castigador y metafísico.

 

4.- Pero, ¿quién es ese dios que no coincide con el «Ser», ese concepto escolástico tan anticuado, según  el heideggerianismo católico, que debe ser tachado, como debe ser tachada la palabra «sustancia», incluso la palabra Transubstanciación,  siempre tan problemática según algunas mentes eminentes? 

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22.03.19

(341) Fenomenología, filosofía de la acción y hermenéutica de la ruptura

1.- La imposibilidad de un saber fenomenológico deja anémica la razón católica, y ávido de saber auténtico al que en verdad quiere saber.  La teología y la filosofía católicas contemporáneas producen insatisfacción. Muchos quieren engañarse, y convencerse de lo contrario. Pero es en vano. Es un método que no nutre, que no aporta auténticos saberes ni es santificable en sí mismo.

¿Por qué, entonces, introducirlo en la función docente de la Iglesia? ¿No es un riesgo que no vale la pena correr? ¿No es imprudente y temerario poner entre paréntesis los saberes heredados?

Lo diganosticaba con expresividad Eugenio d´Ors:

«Los fenomenólogos repiten un poco el mitológico caso del rey Midas: como todo se vuelve en sus manos y a su contacto oro de existencia, este oro, ayuno del poder que le confieren las esencias, no les permite en modo alguno alimentar su saber. Se morirán de hambre entre los esplendores de su riqueza inútil. Una leve asistencia de crédito fertilizaría su estéril metal, como una reserva de metal garantizaría las agilidades del crédito» (Eugenio D´ORS, El secreto de la filosofía, LXII, 4)

 

2.- En efecto, el método fenomenológico no puede alimentar el saber de la Iglesia discente. Pero ha recibido una asistencia de crédito, como dice Eugenio d´Ors, para que parezca que sí puede hacerlo. Y esta asistencia ha venido de parte del nominalismo. Que aplicando su concepto de autoridad, ha transformado la potestas del gobernante en potencia absoluta que todo lo cree poder legitimar a golpe de decreto. Y se ha convertido en sola fuente de verdad, como quería Hobbes. Estamos hablando de una «sola auctoritas» como principio docente, que es ajeno a la tradición católica.

—Con ello se ha deformado el sentido de la obediencia, mutándola en obediencia absoluta. Por la que se canoniza el gusto intelectual personal de la autoridad, creyendo que la obediencia incluye privilegiar sus preferencias conceptuales privadas.

 

3.- En definitiva, la fenomenología ha recibido crédito no de sí misma sino 1º) de parte de la mayoría de los fieles católicos más o menos formados, que excediéndose en su concepto de obediencia, han asumido, desconociéndolo, el método de Husserl; y 2º) de parte de muchos docentes y pastores, en general, que llevados de un concepto nominalista de la auctoritas, han transmitido la idea de una supuesta complementariedad perfecta entre fenomenología y pensamiento católico.

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16.03.19

(340) Entre el falso realismo y una "mística" equívoca

1.- La Nueva Teología, que es personalismo teológico, a través del inmenso prestigio que ha gozado en las instituciones católicas desde los tiempos posteriores a la Humani generis (1950), ha contribuido decisivamente a la formación de una idiosincrasia católica contemporánea. El carácter liberal, tercergradista, de esta idiosincrasia, tal y como estamos poniendo de manifiesto en esta continuada serie de artículos, ha definido con precisión el perfil ideo-sincrático del catolicismo hodierno.

 

2.- Paralelamente, el personalismo filosófico y político, apoyándose en los tópicos suscitados por la Nueva Teología, ha difundido un amasijo inorgánico de ideas que, pasado por el horno del posconcilio, ha cuajado en un cuerpo consistente de tópicos, prejuicios y lugares comunes de evangelización y pastoral. Catequesis, homilías, cursos de formación, artículos, publicaciones sin cuento, han ido (de)formando la mente católica en la nueva sensibilidad, de tal manera que, lo que en principio era un nuevo paradigma líquido, ahora es un nuevo paradigma sólido, petrificado, incuestionable, endurecido y enquistado.

 

3.- Ambas corrientes ideológicas, aun con sus aspectos buenos y positivos, han ocasionado una crisis de pensamiento sin igual en la historia de la Iglesia. Y no es que estén exentas de contenidos amables y piadosos; es que al transmitir sus conceptos generales han transmitido, también, sus fundamentos sustanciales, y sus fundamentos sustanciales son los mismos de la Modernidad. No de la modernidad temporal o cronológicamente considerada, sino de la Modernidad axiológica, de la Modernidad ética, de la Modernidad en sus principios constitutivos, que quintaesenciamos a menudo en la expresión del ilustrado y revolucionario Conde de Volney: «el hombre, ser supremo para el hombre».

 

4.- No podemos pasar por alto, de ninguna manera, que uno de estos principios tóxicos disueltos en la mente católica, ha sido el método fenomenológico husserliano y su triple ambición, con las consecuencias que, brevemente, mencionamos en el artículo anterior. La Nueva Teología y el personalismo filosófico y politico han usado y abusado de este método que calificamos de deconstructivo, porque, en su sofisticada búsqueda de fenómenos mentales “puros”,  o mejor dicho, “auténticos”, por decirlo heideggerianamente, desmonta los principios racionales y los saberes objetivos heredados por tradición. 

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