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20.01.18

(241) La suspensión teleológica de la clasicidad, y el problema de Midas

La clasicidad de la Iglesia, es decir, su esencial tradicionalidad, nos interesa como principio y como método. Como principio, nos informa de la necesidad de configurar nuestra mente a la mente tradicional. Como método, nos enseña la necesidad de mantener en todo momento un principio católico clásico, en virtud del cual razón y fe, conocimiento natural y dato revelado, han de caminar siempre en armonía.

La Iglesia es columna y fundamento de la verdad (1 Tim 3, 15), también, en cuanto transmisora de verdades metafísicas providencialmente elucidadas y enunciadas. No sólo es defensora y portadora del Depósito, también es defensora y portadora de un saber perenne y siempre actual, que es ciencia cierta y necesaria y patrimonio fundamental.

La elección, aun siendo bienintencionada, de elementos epistemológicos extraños propios de la modernidad, es siempre problemática. 

Quisiera compartir, en este post, algunas de mis preocupaciones al respecto, pensando siempre que una crítica constructiva puede constribuir a reformar la Iglesia, y superar la crisis.

 

1.- El método fenomenólógico y el problema de Midas.-  Con su habitual agudeza de ingenio, que diría Baltasar Gracián, el gran Eugenio d´Ors expresa con certerísimas palabras la inconsistencia de la fenomenología:

«El pensamiento sistemático es inasequible a la Fenomenología. O, lo que es lo mismo, resulta inasequible a la fenomenología la construcción, aunque sea parcial, de un discursivo saber. Con la dosis inevitable de cierto espíritu de caricatura se ha podido afirmar que la fenomenología es el arte gracias al cual ciertos filósofos escriben sin amenidad y sin precisión sobre aquellas cosas de que los poetas escriben sin precisión, pero con amenidad, y los hombres de ciencia con precisión, aunque sin amenidad… En esta posición continuaba, hasta que, más recientemente, le ha usurpado este papel el existencialismo» (El secreto de la filosofía, Tecnos, Madrid 1998, p. 402)

Un poco antes había caracterizado genialmente el mal de fondo del pensamiento fenomenológico:

«Los fenomenólogos repiten un poco el mitologico caso del rey Midas: como todo se vuelve oro en sus manos, y a su contacto oro de existencia, este oro, ayuno del poder que les confiere las esencias, no les permite en modo alguno alimentar su saber. Se morirán de hambre entre los esplendores de su riqueza inútil.» (Ib., p. 401)

Con ninguna escuela ha tenido tanto éxito la fenomenología como con la escuela personalista.

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