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16.01.18

(240) Un paradigma eclesial posmoderno

Conocer bien los principios intelectuales de la posmodernidad nos puede ayudar mucho a comprender la crisis eclesial que vivimos.
 
Cuando la Iglesia y el mundo interaccionan indebidamente, la confusión tiende a crecer a medida que aumenta el contagio.
 
Por eso, es indispensable elaborar un mapa de la crisis, que nos permita orientarnos y no perder el norte en estos tiempos.
 
1.-  La voluntad contra el entendimiento.- «El pensamiento está orientado hacia la acción», asegura Henri Bergson (1859 -1941) en Memoria y vida, la antología que hizo de sus textos Gilles Deleuze. Y para que no quede duda, en caso contrario, añade: «y cuando no aboca a una acción real, esboza una o varias acciones virtuales, siempre posibles». 
 
Es decir, (llevando la idea de Bergson a sus lógicas consecuencias), que incluso cuando el pensar no se oriente de hecho al actuar, se orienta de deseo. El entendimiento, se puede concluir de ello, andaría siempre mendigando a la voluntad, la razón subordinada a los sentimientos y el saber a los aprendizajes, invirtiendo así todo el proceso natural. La doctrina, en esta cosmovisión, siempre estará subordinada a la praxis. Formaría parte de su aventura progresista, que diría Cornelio Fabro. ¿Acaso todo ello no es la esencia del modernismo?

El voluntarismo como boa constrictor.- Es tanto el afán de voluntad de la via moderna, que malquiere con pasión adúltera al entendimiento, y de tanto pretenderlo, lo mata, boa constrictor,  asfixiándolo. Como en el abrazo mortal del Niño de la Bola, la excelente novela antiliberal de Pedro Antonio de Alarcón (1833 -1891). Aquí el impetuoso pupilo del P. Trinidad, de tanto pretender a Soledad, la abraza matándola. De poco sirvieron las advertencias del santo sacerdote, como de poco sirvieron los avisos de los Papas antimodernistas. La voluntad de dominio es siempre nihilista, por muy romántico o piadoso que parezca. El abrazo del querer moderno asfixia la razón, y consecuentemente la misma fe.

 

3.- Devenir contra razón.- Volviendo a Gilles Deleuze (1925 -1995). Sabido es que con Félix Guattari realizó un análisis deconstructivo de la metafísica en los años 70, en El AntiEdipo y Mil Mesetas. Influido por Bergson, pretende una metafísica alternativa, en que los principios filosóficos modernos queden pulverizados en puro tiempo, diferencia y devenir. Pues bien, en su obra Lógica del sentido (1969) expone su concepto de sentido como una forma diferente de entender la verdad, no basada en la representación. La representación, en este contexto, es algo así como la etiqueta con que el posmodernismo se refiere al conocimiento racional.

La identidad es lo que, según Deleuze, hace posible el saber. Por eso, primando la diferencia y el sentido en lugar de la causa, se valoriza el aprender en detrimento del saber, y por tanto los procesos, en lugar de los resultados. Es notorio cuánto han influido estos conceptos en la educación constructivista actual, con tan nefastos resultados. Los saberes humanos considerados meras “representaciones". Ahora el pensamiento racional es Comunicación y representación.

 

4.- Podemos decir que la concepción de la educación que prima hoy en día en general es el constructivismo, como paradigma incuestionado y absoluto. Su esencia, en general, es la suspensión teleológica de los saberes heredados, en definitiva, de la tradición.

Sus propuestas se basan en cinco principios:

1) El pensamiento está radicalmente ordenado a la acción.

2) Los procesos (el tiempo) tienen primacía sobre los resultados (el espacio).

3) Importancia de la participación creativa del sujeto en el aprendizaje.

4) El sujeto construye su pensamiento no a partir de saberes heredados, sino a partir de sus propias premisas y su propia situación de partida. Sólo así el aprendizaje es “significativo” (o sea, tiene sentido para él). 

y 5) Rechazo del aprendizaje magisterial autoritativo.

 

y 5.- La tentación de asimilar la mente del mundo siempre estará presente, y siempre deberá ser rechazada, para nunca caer en ella. Contra lo que dice algún que otro evangelizador despistado, la modernidad no ha cerrado, antes bien, lejos de estar caducada, está dando sus coletazos más violentos en lo que llamamos posmodernidad. Y sus patrones mentales son contagiosos. Lo posmoderno no es más que la radicalización de lo moderno, llevado a sus últimas consecuencias.

Conocer los principios de la posmodernidad nos va a ayudar mucho. Cuando la Iglesia se conforma indebidamente al mundo, hay un contagio conceptual que es preciso desentrañar. El mundo contemporáneo, con objeto de desmantelar la razón tradicional, sustituye los saberes y doctrinas por la praxis; la identidad por la diferencia; los resultados (ideales) por procesos (virtuales); el magisterio autoritativo por la reflexión ensayística privada.

Las huellas de esta ideo-sincrasia posmoderna, que se viene a bien denominar constructivismo, en la mente católica actual, son evidentes. A poco de analizar los conceptos de la crisis de fe que vivimos, constataremos que la mentalidad latente en la crisis no se libra de esta influencia, ni mucho menos.

Por eso, no dudo en calificar el pretendido nuevo paradigma de constructivista. 

 

David Glez. Alonso Gracián.