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7.11.17

(222) Personalismo, VII: sus problemas con la teología moral

El personalismo, si radicaliza sus principios fundacionales, da muchos problemas a la teología moral. Lo hemos comprobado con la heterodoxia situacionista de Bernhard Häring. 

Lo hemos comprobado también recientemente, a causa de la crisis de Amoris lӕtitia. Pues aunque haya personalistas que han alertado de su ambigüedad doctrinal, otros la han intentado encubrir y justificar acudiendo a tópicos y perspectivas personalistas, como es el caso del filósofo Rodrigo Guerra —en este artículo cuya incoherencia interna denunció Infocatólica con este gran post de Bruno M. Y yo mismo con este otro.

El personalismo debe hacer autoexamen, y preguntarse si contiene o no alguna toxina subjetivista que tienda a radicalizarse. Me refiero al principio de primacía de la voluntad y el sentimiento.

 

UN PRINCIPIO FUNDACIONAL

Según la Asociación Española de Personalismo,  el personalismo defiende explícitamente que «la cualidad más excelsa de la persona no es la inteligencia sino la voluntad y el corazón». 

Durante los últimos cincuenta años, laicado y clero han sido educados en este principio, extrapolado a la filosofía en general, y a la teología moral en particular —y creemos que con resultados catastróficos: nunca la razón, la ley natural, los mandamientos han sido tan mal vistos. La Teología de la Anomia está de fiesta.

 

La recepción acrítica de este tópico ha producido en la mente eclesial una atmósfera antiescolástica, y un rechazo de la formación doctrinal. Es frecuente escuchar burlas o comentarios antitomistas, como si un poco de fenomenología fuera suficiente para callar la boca al Aquinate.Tampoco falta un menosprecio experiencialista de lo dogmático, como si creer no consistiera en asentir verdades reveladas, ni formulaciones preceptivas de ley natural.

Esta mala comprensión, en general, de la noción de libertad moral tiene consecuencias muy graves: por un lado, la aproximación teológica al luteranismo. Por otro, la subjetivización de la moral cristiana. Y es que cualquier tipo de sometimiento, en teología moral, de la inteligencia al sentimiento, es contrario a la doctrina de la Iglesia, y signo claro de modernismo. Releamos la Pascendi. En definitiva: no se es más libre por sojuzgar la razón. No se es más libre por poner en segundo término la verdad. Todo lo contrario. La voluntad ciega conduce a la esclavitud de las pasiones. No hay mejor auriga para el carro de los sentimientos, que la recta razón iluminada por la fe.

La Encíclica Libertas praestantissimum de León XIII, de 1888, llega incluso a afirmar en su punto 5:

«La libertad es, por tanto, como hemos dicho, patrimonio exclusivo de los seres dotados de inteligencia o razón

Según el principio católico, por tanto, la libertad es patrimonio de los seres dotados de razón. Por contra, afirma el personalismo que la inteligencia o razón no es la cualidad más excelsa de la persona, y aplica este enunciado a la teología moral. ¿Será, por consiguiente, que el personalismo no fundamenta la libertad en la inteligencia o razón, sino en la voluntad o el corazón? No cabe otra respuesta, teniendo en cuenta que el personalismo se caracteriza por la consideración de la libertad humana como valor supremo, frente al tomismo, que prioriza el ser. 

Nótese cuánto daño puede hacer esta inversión de valores si es aplicada radicalmente a la teología moral, como hizo Bernhard Häring. 

Pero hay más: ¿qué corriente filosófica moderna hace lo mismo? ¿Cuál es la tendencia filosófica que desarrolló esta idea hasta sus últimas consecuencias? Ya conocéis la respuesta: el nominalismo.

 

UN PRINCIPIO QUE DESCOMPONE LA RAZÓN

La concepción de la libertad como potencia absoluta de la voluntad es la idea fundacional de la via moderna.- Louis Bouyer, con su acostumbrada lucidez, menciona este principio nominalista en su obra La descomposición del catolicismo, Herder, Barcelona 1969, p. 73: 

«El escotismo, y tras él los nominalistas, introducirán en su concepción de Dios esa noción fatal de la potentia absoluta, según la cual podría Dios, con sólo quererlo, hacer que el mal fuera bien, y el bien mal»

La misma concepción de Dios como potencia absoluta está presente en el 303 de Amoris lӕtitia, donde se habla de un Dios que, con sólo quererlo, puede hacer que el adulterio sea bueno, e incluso reclamarlo con agrado:

«Pero esa conciencia puede reconocer no sólo que una situación no responde objetivamente a la propuesta general del Evangelio. También puede reconocer con sinceridad y honestidad aquello que, por ahora, es la respuesta generosa que se puede ofrecer a Dios, y descubrir con cierta seguridad moral que esa es la entrega que Dios mismo está reclamando» (Amoris lӕtitia, 303)

Según el principio católico, sin embargo, Dios no es potencia absoluta, Dios no puede querer el mal moral, en este caso el adulterio. Como explica León XIII:

«De modo parecido, la voluntad, por el solo hecho de su dependencia de la razón, cuando apetece un objeto que se aparta de la recta razón, incurre en el defecto radical de corromper y abusar de la libertad. Y ésta es la causa de que Dios, infinitamente perfecto, y que por ser sumamente inteligente y bondad por esencia es sumamente libre, no pueda en modo alguno querer el mal moral» (Libertas prӕstantissimum,5 1888) 

 

El principio católico, por tanto, enseña que la razón debe iluminar la voluntad, cuyo movimiento es imposible sin ella.- Lo explica con claridad meridiana León XIII en Libertas:, 5 

«el movimiento de la voluntad es imposible si el conocimiento intelectual no la precede iluminándola como una antorcha, o sea, que el bien deseado por la voluntad es necesariamente bien en cuanto conocido previamente por la razón.»

La conciencia rectamente educada por el magisterio, aplica la ley al caso mediante un juicio de la razón, no mediante un deseo de la voluntad. Así lo explica el Catecismo:

1778 La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la ley divina

Dios ha inscrito su ley en la naturaleza humana para que la razón la lea y la proponga a la voluntad, que ha de seguirla con el auxilio de la gracia. Quien prefiere su querer a su naturaleza comete adulterio con el mundo, y es infiel a la sabiduría de Dios.

No se puede tener como valor supremo la libertad, y al mismo tiempo considerar la razón como una potencia de segunda fila. Es el problema que tiene el personalismo con la moral.

 

UN PRINCIPIO QUE DA PROBLEMAS EN TEOLOGÍA MORAL

Que el personalismo ha dado problemas en teología moral lo reconocen los propios personalistas, como Juan Manuel Burgos en su libro El personalismo, Palabra, Madrid 2000, pág.165:

«otro campo en el que el personalismo ha planteado problemas de falta de definición es en el terreno de la teología moral,  aunque en un principio supuso una importantísima ayuda para la renovación de esta disciplina» 

 

Es un axioma fundacional que, si se aplica al juicio, descompone la teología moral católica. Bajo su perspectiva, ésta será siempre de tendencia pastoralizante, menospreciará la doctrina, minusvalorará la dimensión objetiva de la ley. Su tópico de evangelización será doble: se dirá con vana presunción que creer no consiste en profesar doctrinas, ni el papel de la conciencia es aplicar la ley.

Y es además, no lo olvidemos, un principio subjetivista que en el posconcilio fue recibido entusiásticamente. Esta preterición de lo doctrinal, del conocimiento, de los conceptos de la ley moral, en favor de la pastoral y de la praxis, fue entendida como una renovación progresista —la sombra de Mounier es alargada— de la teología moral. Que, como sabemos, degeneró en la heterodoxia de la moral de situación y otros éticas derivadas de ella, como el consecuencialismo, condenadas por esa maravillosa síntesis de teología moral tradicional que Veritatis splendor de San Juan Pablo II, en 1993 —callada, preterida, soterrada por Amoris laetitia cap. 8.

Que esta perspectiva personalista de la teología fuera considerada un principio renovador, lo reconoce el Papa Francisco, al elogiar a Bernard Häring durante la 36 Congregación general de la Compañía de Jesús, según publicaba La Civiltà Cattolica. Decía el Pontífice: 

«Creo que Bernard Häring fue el primero que empezó a buscar un nuevo camino para hacer reflorecer la teología moral. Obviamente en nuestros días la teología moral ha hecho muchos progresos en sus reflexiones y en su madurez; ya no es más una «casuística»

Al comentar los problemas que genera el personalismo al ser aplicado a la teología moral, Juan Manuel Burgos, en su conocido libro, menciona con acierto el caso de Bernhard Häring:

«Algunos teólogos morales de inspiración personalista, entre los que se encuentra, por ejemplo, B. Häring y Marciano Vidal, han llegado a planteamientos morales incompatibles con la doctrina de la Iglesia tanto a nivel de conceptos fundamentales como de conclusiones prácticas» (Ibid.,p.166)

 

En teología moral, por tanto, el personalismo fue visto como algo positivo y renovador.- Se creía que con este principio de subjetividad se iba a contribuir a superar el supuesto legalismo objetivista y rígido de la teología moral católica tradicional. Y se le dio alas.

Es exactamente lo que pasó. El personalismo fue utilizado como alternativa a la teología tradicional. Lo explica Juan Manuel Burgos en su libro:

«la teología moral, en efecto, había cristalizado en una doctrina excesivamente rígida, que insistía de modo desmesurado en cuestiones como el pecado, la ley, el deber o las normas, lo cual conducía a ver la moral como algo extrínseco a la persona, como un mero conjunto de leyes y deberes promulgados por Dios, o por la Iglesia que se imponían desde fuera de la conciencia […] Ante esta situación algunos vieron en los principios  personalistas una posibilidad de salir de esta situación »

 

RESUMIENDO

Si se acepta que, en el ejercicio de la libertad moral, no es la voluntad la que deba seguir a la razón, sino al contrario, entonces se estará profesando que en Dios existe potencia absoluta —en sentido nominalista. Es lo que creía Lutero, cuya formación fue profundamente ockhamista. No sorprende, por tanto, que el heresiarca sea considerado, ahora y en estas circunstancias, un testigo del Evangelio. La crisis actual no podía tener otro mentor más apropiado.

Si se acepta que, en el ejercicio de la libertad moral, el logos debe subordinarse a la voluntad y al corazón, se asiente entonces a la tesis nominalista-luterana: que puede quererse el mal moral, que puede quererse el adulterio, y seguir agradando a Dios.

El personalismo sobredimensionado, con su concepción de la voluntad como potencia absoluta, ha preparado el terreno para la aceptación acrítica de Amoris laetitia. Porque contiene, tal y como hemos visto, un fundamento de origen claramente modernista.

 

Que una idea de tal calibre haya sido recibida pasivamente por gran parte del clero, obispos, conferencias episcopales y laicado, sólo se puede comprender como efecto de una mala, muy mala formación filosófica, aplicada, temerariamente, a los principios de la teología moral. Como el caso Häring demuestra. Y es que no se puede rechazar al Aquinate sin grave detrimento. 

El modernismo ha herido la razón eclesial, y ¿tan pocos se dan cuenta? Es evidente que si se pone el corazón por encima de la razón, a la hora de hacer teología moral va a haber grandes problemas. Y la prueba es A.L. cap. 8.

Es preciso, por tanto, una revisión urgente de nuestro sistema de formación católica, si es que queremos superar la presente crisis de fe. 

 
 
 
 
 

4.11.17

(221) En el centenario de la muerte de León Bloy

El invendible cantor del Absoluto falleció un día como ayer, 3 de noviembre de 1917. Un mes después, su esposa Juana escribe en el prefacio de En tinieblas, la última y más genial obra de su esposo:

«En la hoja parroquial de Bourg-la-reine de diciembre de 1917 puede leerse:

[…] Léon Bloy, 71 años…

De entre los difuntos cuyos recientes funerales se han anunciado, séanos permitida una mención particular al señor Léon Bloy, escritor vigoroso y original que nos lega un crecido número de obras. A otros les corresponderá hablar de la fogosidad de su polemismo, de las prendas de un estilo que suscitaba “la admiración de las personas cultas, incuidas las que se contaban entre sus adversarios”.

A nosotros nos corresponde hablar del cristiano convicto al que veíamos todos los días en el comulgatorio hasta el instante mismo en que, vencido por la enfermedad, debió resignarse a permanecer en su casa. Contaba con numerosos amigos, conversos algunos; uno de éstos me decía al siguiente día de las exequias:

Somos muchos los que, merced a él, hemos vuelto al redil”. Si su lenguaje incurrió en exageración o en violencia, Dios se apiadará de todo el bien que quiso hacer, y del que efectivamente hizo”.

Esta mención lapidaria de Léon Bloy me complace»

A continuación, Juana Bloy, con intensa emoción, confiesa:

«ha sido la Iglesia la que ha hablado por boca del humilde cura de su parroquia, ante la muerte y a un paso de la eternidad; a qué más puede aspirar un cristiano, sino a que se diga de él: “Dios se apiadará de todo el bien que quiso hacer, y del que efectivamente hizo”.»

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León Bloy nació en Périgueux el 11 de julio 1846 y falleció el día 3 de noviembre de 1917. Muy joven marcha a la capital francesa, y muy joven conoce las dificultades económicas y la pobreza extrema, que siempre aceptó para configurarse con Cristo, el Pobre de los pobres; y permanecer invendible e insobornable, —y así poder escribir, con total libertad, sobre la soberanía absoluta de Dios.

Ya con veintipocos años era un católico ferviente y apologeta apasionado. Conoce a los grandes escritores franceses de la época, entre ellos a Huysmans, del que dice en su Diario que pasó seis años catequizándolo; o Jules Barbey d´Aurevilly, cuyas palabras prologan una de sus obras maestras, El mendigo ingrato (1892-1895).  En su Diario de 1892, se queja: «Cementerio de Montparnasse. ¡Sigue sin cruz la tumba de D´Aurevilly!»

Su devoción por la Virgen de la Salette se fue intensificando a lo largo de los años. También por la hoy Beata Ana Catalina Emmerick, de la cual afirmaba con admiración: «a su lado, los poetas áureos parecen mierdecillas de mosquito». Mucho le impresionaba cómo describía la degollación del Bautista, con un “instrumento singular y terrible” parecido a una trampa cazalobos de cuchillas afiladas.

Pero a quien más admiraba León Bloy era a su santa esposa Juana, cuyos pensamientos, de profundísima originalidad e inspiración cristiana, recoge fielmente en sus Diarios:

«Juana me dice: —cuando te vas de este mundo, nunca estás solo. »

«Palabras de mi querida Juana: —Corre el dicho de que las gentes sin Dios sufren más que los otros. Debe ser eso un lugar común. Me parece, por el contrario, que el sufrimiento profundo no puede ser conocido más que por los amigos de Dios.»

«Juana me dice en el cementerio:—hay que cavar  y bajar en el seno de la tierra hasta el lecho de los muertos. Entonces se encontrará la Alegría. »

«Hablo a Juana del misterio de la vida, que no es otro que Jesús: Ego sum vita»

«La muerte de un cristiano no es más que un inmenso acto de humildad —Juana»

No se entiende a Bloy sin su esposa, sin su matrimonio, sin su familia, sin sus amigos y benefactores, instrumentos todos ellos, según su fe insobornable, de la providencia divina.

Muchos se han convertido gracias a Bloy. Desde Anne-Marie Roullet, la prostituta a la que convierte al catolicismo, y que luego será la Verónica de su novela El Desesperado. Hasta el joven Maritain, o Ernst Jünger, lector asiduo de Bloy, —quien comenta en Radiaciones I cómo Léon Bloy está entre aquellos espíritus de extrema lucidez, que han vislumbrado el abismo a que conduce la Modernidad,
como «augures de las profundidades del Maelstrom al que hemos descendido».

León Bloy es el anti-Nietzsche. El defensor de Dios en un mundo que quiere matar a Dios.  Impresiona tanto como la pobreza extrema en que vivió, el sentido profundamente sobrenatural y providencialista de su vida.

En una anotación del Diario, cuenta cómo su esposa Juana sale a buscar desesperadamente algun socorro económico para poder comprar alimento para sus hijas. Están desesperados y no encuentran ayuda de nadie. Y ella va a reclamarle, a pedirle merced al Señor a la Iglesia. Al regresar, llena de unción, le comenta lo que ha visto:

«Martes de Carnaval. Juana regresando de la iglesia: —recordándole a Jesús nuestra extrema indigencia, le decía: Dadme lo que hay en vuestra Mano, abrid vuestra Mano. Entonces, Él ha abierto SU MANO y he visto que estaba perforada».

A su esposo le parece lo más hermoso que se ha escrito jamás.

Bloy denuncia el cristianismo mundano y liberal de la sociedad burguesa. Critica de forma tremebunda la fuerza destructiva de los lugares comunes culturales, filosóficos y teológicos, que alejan radicalmente de la Escritura y de la Tradición; la perversidad de las ideologías y el absolutismo de la técnica; la oscuridad diabólica de la tibieza y la ridiculez del antropocentrismo europeo.

Hay muchos, «muchos, que viven de lugares comunes y de burradas», afirma en sus Diarios. Y muchos de estos muchos mueren sin haber sido capaces de liberarse de tópicos y disparates

Escribe en sus Diarios:

 
«La felicidad es el Martirio, la dicha suprema de este mundo, el solo bien envidiable y deseable. ¡Ser cortado a trozos, ser quemado vivo, tragar plomo derretido POR AMOR A JESUCRISTO!» (Septiembre de 1905)
Ya en 1902: «No queda nadaexcepto lo que hemos hecho o sufrido por Dios.» Impresiona cuando afirma que él, lo único que quiere, es tomarse en serio el cristianismo, y todo le hastía excepto la santidad. En enero de 1895 escribe sobre la acción de la gracia: «En general, estoy sobre todo expuesto a asquearme de mis esfuerzos, tan seguro estoy de que Dios obra todo en mí».

* * *

La lectura de Bloy, en especial de sus Diarios, siempre será provechosa al católico de hoy. Le despertará y levantará de la crisis, de la inseguridad, de la confusión. Su ardiente apología del catolicismo le recordará la inconmovible certeza de la fe. Nunca le dejará indiferente el arrollador deseo de martirio y santidad que contienen las páginas de El invendible.

Finalmente, nadie mejor que su esposa para sintetizar el legado que nos deja el escritor católico francés:

«Es un adorador de la Cruz y un habitante del Sueño. […] LEÓN BLOY permanece. Se le ha querido matar con el silencio, con el arma más cobarde y más mortífera contra un escritor. ¿Por qué? Porque no es como los demás; porque siente horror de vender su pensamiento. Porque se ha tomado en serio el cristianismo»

 
LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI
 
David Glez.Alonso Gracián
 
 
 

1.11.17

(220) Personalismo, VI: respuestas a algunas objeciones, I

Por más que un ciego pretenda constituirse en guía de muchos, no podrá. Tendrá que confiar en los que ven, reconocer su invidencia, considerarse heredero de lo visto por otros. Sólo así tendrá futuro en el camino, y podrá llegar a la meta, a su fin último.

Esta dependencia de otros es la esencia de la Tradición y de las tradiciones, alma del catolicismo y de la razón, es decir, de la filosofía.

Con el personalismo ocurre algo similar a lo que ocurre con todo pensamiento huérfano, concretamente con la via moderna. Por más que pretenda, presuntuosamente, superar el tomismo, no sólo no lo supera, sino que incurre en los graves defectos de razón contra los que tomismo nos previene.

 

En esta serie de artículos antipersonalistas no afirmamos que su fenomenología de la persona no posea elementos de verdad, ni que carezca de voluntad de ortodoxia.

Denunciamos su vulnerabilidad, su debilidad interna y su falta de coherencia conceptual. Afirmamos que no sólo no es la filosofía oficial de la Iglesia, como algunos, temerariamente, pretenden; sino que no es, ni siquiera, una filosofía. Más bien es una ideo-sincrasia surgida de la idiosincrasia moderna; eso sí, con un sincero anhelo de ortodoxia.

El personalismo es católico, aunque no es tradicional. Precisamente por ello, no es recomendable. Porque ser católico y no ser tradicional acaba pasando factura. Se desemboca en la heterodoxia teológica con pasmosa facilidad. Häring y su Teología de la Anomia es la prueba. Amoris lӕtitia es la prueba. La crisis eclesial actual es la prueba.

Porque toda mala filosofía es fruto del modernismo. Y aunque bienintencionadamente pretenda ceñirse al Magisterio, terminará dando pie a cambios y mutaciones doctrinales, generando crisis, estableciendo principios de ruptura.

El absolutismo de la praxis, por tanto, caracteriza fundacionalmente el personalismo, y conduce inevitablemente al absolutismo de la pastoral. La doctrina queda relegada, bajo esta perspectiva, a una labor de escritorio de fariseos y rigoristas, que ignoran, según se dice,  la singularidad de la persona y sus circunstancias.

Dedico este artículo de la serie, y los siguientes, a responder a algunas objeciones y consultas que algunos amigos, conocidos y lectores, me han realizado, tanto en este blog de esta santa casa de Infocatólica, como en otros lugares, ocasiones y contextos.