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15.11.17

(225) Genealogía de lo político-teológicamente correcto, II: diálogo sin tradición, diálogo sin sentido

1.- Sobrevaloración del diálogo.- Hoy día apelar al diálogo es políticamente correctísimo, también en teología y filosofía, también en pastoral. Todos invocan al dios diálogo como panacea y medicina. ¿Creerán tal vez que el diálogo sustituye a la gracia? ¿Creerán tal vez que es la triaca milagrosa, y no hay veneno que se le resista? ¿Esta pelagianada de órdago, esta concepción experiencialista del diálogo, no será más bien el disfraz de una pastoral pirronista?

¿Serán los signos de interrogación la marca del apocalipsis? ¿La contraseña de la bestia liberal, en la frente y en la mano?

Este pensamiento itinerante que pregunta sin querer respuesta, y que nunca descansa porque odia la certezas, ¿será tomado con el tiempo como lo propiamente catolico? Dios no lo quiera. Pero lo cierto es que se ha constituido alternativa contra la apologética, testimonio sin predicación, encuentro que renuncia a hacer prosélitos, alternativa personalista a la doctrina. La fe teologal, ¿acaso ha dejado de ser asentimiento a verdades reveladas, para hacerse diálogo? ¿Es convertirse, ahora, conversar con Dios de tú a tú, de causa primera a causa primera?

Es tal la sobrevaloración del interrogativismo mutuo, que ha vuelto innecesario el derecho penal, las condenas del Magisterio, el anatema y la plegaria. ¿Todo se puede conseguir dialogando? ¿Será que para muchos es fin y no medio?

 

2.- Pero no es un diálogo tradicional.- Más bien es rey desnudo y espada sin filo; un diálogo que no busca el convencimiento, ni confesión a la limón de la fe; sino favorecer intercambios y encuentros, y acaso prologar comisiones y programas y comisiones y programas y comisiones y programas de buena voluntad intraeclesial, o ecuménica, o interreligiosa, o interdoctrinal, pero poco más. Se queda siempre en monólogo, poco más que un cruce de autobiografías que blablean unas a otras, sin más traza que un garabateo de comunicación. 

 

3.- ¿Sócrates sí, mayéutica no?.- Lo que hoy día se considera político-eclesialmente correcto, se sintetiza en su noción-talismán: diálogo. En el pensamiento católico tradicional, sin embargo, esta palabra se reserva en exclusiva para el método socrático, figura natural de la escolástica apologética: mediante preguntas y respuestas sanadoras, el maestro removía los problemas y obstáculos que trababan la mente de su interlocutor, dejando en evidencia la inconsistencia de sus prejuicios mediante la ironía y la argumentación guiada.

Todo el diálogo estaba encaminado a que el otro descubriera la verdad y la razón preambulara su fe. Platicar de Dios era labor de cirujano y Sócrates era su Hipócrates. Trabajo mundano era chamuyar a diestro y siniestro. ¿Para qué tanto hablar, si no se va a llegar nunca a nada? ¿Hay meta o no hay meta? ¿Es el discurso propio un fin en sí mismo, o un instrumento de Dios, según la Escritura: «Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios os exhortase por medio de nosotros» (2 Cor 5, 20)?
4.- Es muy positivo que Gabriel Marcel (1889- 1973) apelara a un socratismo cristiano.- Falta que hace. En este sentido, su aportación al pensamiento católico contemporáneo no podría haber sido más enriquecedora. Sin embargo, sus prejuicios antisistema le jugaron una mala pasada. Su neosocratismo quedó en esbozo autobiográfico, como una sobredosis de pensamiento interrogativo. Era una concepción del diálogo más dramatúrgica que filosófica. Como alternativa a tener un sistema, tiene un diálogo. Lo cual, cuando el interlocutor es enemigo (llámese modernismo) es un error fatal. 

Xavier Tilliette, en su estudio sobre Gabriel Marcel, afirma:

«Marcel se ha negado siempre tenazmente a darle [a su pensamiento] una forma sistemática; y el único título que tolera para designar su investigación es el de “neosocratismo” o socratismo cristiano» (TILLIETTE, XAVIER: Gabriel Marcel, en La filosofía del siglo XX, Siglo XXI editores, Madrid 1987, p. 179)

 

5.- La con-versación socrática es instrumento de con-versión.- Su fin, el descubrimiento tutorizado del logos; su metodología, darlo a luz, eliminando los obstáculos. 

Por desgracia, la propia concepción de Marcel de los problemas filosófico-teológicos le impedía alcanzar una visión adecuada. Fiel a su cosmovisión existencialista, renuncia al descubrimiento racional de la verdad. Como explica Nicolás Abbagnano:

«El tono existencialista del Diario metafísico consiste exclusivamente en que Marcel se niega a considerar el problema del yo y el problema de Dios como que pueden ser resueltos en el plano objetivo, es decir, por análisis y demostraciones racionales. Pero Marcel llega hasta el punto de ni siquiera considerarlos problemas: el ser, tanto el ser del yo humano como el ser de Dios, no es problema sino misterio» ABBAGNANO, Nicolás: Historia de la filosofía, vol. 3, Hora, Barcelona 1982, p. 365.

 

6.- La elección de un Diario para dialogar es sintoma de asocratismo. ¿Qué sentido tiene una cita con el propio yo, si lo que se pretende es conversar con otro, y además con sentido, y por supuesto con fruto?

Es una seña modernista, más bien: la autocontemplación entendida como aggiornamento: con el mundo, con la Modernidad, con uno mismo. No es diálogo socrático, sino lenguaje interrogativo, fuga de certezas y seguridades, que está de moda. Confraternizar con la Modernidad, que más tranquilo se vive sin enemistades.

Como revela entusiásticamente Xavier Tilliette:

«Mas no es éste el lugar para hacer el elogio de este excelente maestro, de este hombre de dialogo, vulnerable y bueno. Hemos de escrutar brevemente el instrumento primordial del filosofar isagógico de G. Marcel. La elección del diario como método responde a la preocupación dialógica y a la exigencia de un pensamiento interrogativo» (TILLIETTE, XAVIER: Gabriel Marcel, en La filosofía del siglo XX, Siglo XXI editores, Madrid 1987, p. 181)

Vemos con claridad que el personalismo marceliano llama diálogo a un monólogo de sospecha, de autojustificación. Pero un monólogo interrogativo no es un diálogo socrático. 

Resumimos citando una paremia del Siglo de Oro: que allí va la lengua, donde duele la muela. Es decir, que por mucho que el discípulo dialogue consigo mismo, siempre vuelve a su misma falta, a su misma carencia, al mismo problema, a la misma tela de araña, de la que no puede salir sin el auxilio de uno que sepa más. Imposible sin el recurso vivo a una mediación, a un maestro, a un saber heredado. ¡No hay diálogo sin Tradición, sin transmisión!

 
7.- Todo lo que no es tradición es monólogo. Ni siquiera se puede hablar con Dios si no hay tradición, porque falta el numen heredado. Y si el diálogo consiste en mirarse al espejo y conversar con un simulacro, no es un diálogo propiamente cristiano, para hacer prosélitos, sino un charlotear con uno mismo ¿Será que es eso lo que se pretende, no hacer prosélitos? Pero, ¿acaso no ha creído siempre la iglesia que la fe es necesaria para la salvación, y que sin fe es imposible agradar a Dios (Hb 11, 6)?

 Si los errores que, en su problematicidad, ofuscan la razón natural, dejan de ser considerados obstáculos que pueden ser efectivamente salvados y solucionados en bien del prójimo, reduciéndose a misterios irresolubles, ¿qué sentido tiene el diálogo socrático? Deviene autocontemplación.

El proyecto de un socratismo cristiano no apodíctico queda pulverizado en buenas intenciones y poco más. Porque si la mayéutica renuncia a ser un instrumento del logos, para convertirse en desahogo existencial y agenda de dudas, será otra cosa, literatura, arte o teatro, pero no socrática conversación. Será un diálogo sin tradicion grecolatina, ni católica; un diálogo afectado de horror vacui, que hay que rellenar de emociones, para que no quede hueco para la verdad. 

Los que tanto critican una Iglesia autorreferencial son autorreferenciales empedernidos. Quieren que la Iglesia les mire a ellos.

 

8.- Misteriosismo y diálogo.- La sustitución, pues, de un diálogo que resuelve problemas, por un discurso monológico que sólo contempla misterios, vuelve inútil el diálogo mismo, que queda reducido a un mero intercambio de incertidumbres existenciales, ¡una catarsis emocional! Es lo ideal para un discurso ecuménico o interreligioso pelagiano, de perfil bajo, que no quiere captar para la propia religión.

 

9.- Esta sobrevaloración del diálogo, que usurpa el puesto que debe ocupar la apologética o la escolástica misma, dificulta notablemente la misión, deshabilita la filosofía, degrada la predicación y condena el polemismo tradicional de Padres y Doctores a mero testimonio existencial.

Si se renuncia a hacer prosélitos, se renuncia a usar la razón (iluminada por la fe) para enseñar la verdad; se renuncia a liberar al otro de las toxinas mentales que enferman su razón, quebrando su necesaria consonancia con la fe.

 

Y 10.- La caída de la metafísica entonces será segura y fatal. Y la crisis de la mente católica, servida. Porque un monólogo situacionista no basta para preambular la fe. Porque en tiempo de crisis, se precisa un principio de racionalidad que se armonice con la fe, en sobrenatural sintonía. Es vital. No hay diálogo verdaderamente socrático, verdaderamente católico, verdaderamente tradicional, si se renuncia a ser faro para el que naufraga. 

¡Hay que iluminar las tinieblas! Porque si no lo hace el católico, nadie lo hará.

 
 
David G. Alonso Gracián
 
Viva la Inmaculada Concepción.