(200) Memoria cristiana, I: calle Hospitalito, donde el obispado de Cádiz
DEL GRECO EN EL HOSPITALITO
En el Hospitalito hay un cuadro del Greco. A mi madre no le gustaba, más bien le daba coraje:
—¿Qué le pasa a este santo, que está tan delgao?
Le enternecía el chapurreo del órgano de aquel hombre mayó, que a veces tocaba, y toda la gloria polícroma del templo.
A menudo al salir de esa Misa, muchos años después, nos íbamos a tomar algo al bar Carrusel.
—Yo quiero un montaíto de melva y un café— decía ella. —Yo me pedía del tirón una cerveza.— ¿Qué te pareció la homilía, hijo? —me preguntaba, a ver qué decía.
Y luego me contaba cosas de la abuela Juana, del tiempo de la guerra, o cuando estaba enferma y escuchaba campanadas del Hospitalito, llamando a Misa.
—La abuela Juana guardaba caramelos de piñones junto a la cama —decía— y os daba en las manos, de chicos, si le sigilábais alguno.
VÁMONOS, QUE HAY QUE LLEGAR TEMPRANO A MISA
Muchos años antes, tras el romero azul del Parque Genovés, donde el muro de la fuente, estaba El Otro Lado. De niño lo sondeaba, le lanzaba aviones de plástico y plomo, que nunca regresaban. De pronto surgía un lagarto verde, se asustaban palomas, comenzaba a llover. Y alcanzaba a ver tan sólo un cuernecillo de columna, un canto viejo de ladrillo, una grieta del muro más antiguo que el mundo.
—Vamos ya, que hay que llegar temprano a Misa— decía mi madre.
Y recopilaba naves y aviadores despintados del Otro Lado del muro, tras el romero azul.
—Vámonos ya, David, que hay que confesarse— apuraba.
Y marchaba del Genovés abandonando a algunos navegantes; pues, ¿quién sería capaz de cruzar el misterio, para rescatarlos?
Y tras la Misa, regresábamos todos juntos, mi madre, mis hermanos y yo, a casa por el Hospitalito, atravesando Cádiz, y el tiempo mismo.