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6.05.17

(177) De un poco de aire fresco

Con este post, amigo mío, sólo quisiera darte una migaja de oración, para animarte a orar y no lo dejaras. Y que fueras como el perro, siempre querencioso de su Dueño, vaya donde vaya.

 

Como una parva retahíla de pequeñas perlas. Es poca cosa. Pero el Señor las pronuncia, y tú oras. Es el tesoro escondido del Rosario.

 

Recién se ora salió el sol, y maduraron los membrillos. El Hortelano trabaja.

 

La frescura del cielo, qué puertas colosales tiene abiertas. Son pequeñas, sólo puertecitas, tal vez, al aire de la mañana. Pero qué grande historia parece que nos cuentan. Sólo cerrar los ojos, y orar. Y se arrodilla el horizonte. Mira, asómate: es el Nombre que está sobre todo Nombre.

 

Cuán sutiles las cosas cotidianas con que el Señor nos adorna su gracia, para darnos que queramos más, y nos engatusemos con ella. Como el aroma de las manzanas, recién cortadas y ya tan frescas, tan nuevas, luminosas entre los dedos, que no quisiéramos comerlas sino sólo contemplarlas. Y así sucede con estas cosas, que no quisiéramos ni vivirlas, para que no pasaran, y que siguieran siempre oliendo a Cristo.

 

No sea tu oración como joyero impaciente, que trata con mano imprudente la perla y el oro.

 

Oras, y es como si se abriera una ventana. Entra el aire fresco, y no hace falta más. Y cómo huele a Madre el alma, cuando el umbral se abre, y es la Iglesia.

 

Pasó el alma que ora el muro de romero, y se quedó prendida. 
—No pase a Este Lado aún— dijo en voz baja, muy baja, el Hortelano.
Y se regresa oliendo a especia y a romero, y al frescor de la mañana.
—Señor mío y Dios mío, quédate conmigo, que aún hay tiempo —quejose el alma— y a la intemperie se precisa abrigo.
—Haré una tienda en la gracia, y moraremos en ti.
Y como un ciervo en el río, se apercibe el alma de silencio y bebe Agua, que ya amaneció.