(47) En que se reflexiona sobre la verdadera y católica doctrina del mérito sobrenatural.

En 1 Samuel 2:9 la Sagrada Escritura nos dice algo impresionante:

“el hombre no triunfa por su propia fuerza”.

A tenor de esta imponente realidad, podemos afirmar:

“el hombre no merece por su propia fuerza”

Porque es….

por la potencia de Dios, que es Cristo,

“fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados” (1 Cor 1, 24)

es por su gracia, que el ser humano merece verdadera y propiamente ante Dios.

Reflexionemos sobre ello.

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I.- CONTEMPLANDO EL MISTERIO DEL MÉRITO SOBRENATURAL

1.- Desierta estaba tu vida entera, hasta que la voz del Señor la hizo estremecer, como Agua viviente que sobrecoge el desierto. Así eran tus acciones, como arena baldía. La atravesaban los escorpiones, y sólo en sueños vislumbrabas el Oasis. Así eran tus acciones, sin resonancia sobrenatural, hasta que

“La voz del Señor que hace estremecer el desierto” (Sal Vg 28,8)  lo arrebató “sobre la inmensidad de las aguas” (Sal Vg 28, 3).

No otra cosa son los méritos. La brecha que el Señor abre en tu vida con SUS PROPIOS MÉRITOS,  para que irrumpan como si fuera tuyos, y en verdad lo sean.

2.- El Señor alimenta con Sus merecimientos tu vida cristiana, para que fructifique en merecimientos de vida eterna y nada sobrenatural te falte para ser santo. Conforme a la palabra del salmista:

“el Señor es mi pastor, nada me falta. En verdades praderas me hace recostar y me conduce a frescas aguas” (Sal Vg 22, 1:2)

Date cuenta, hermano: los méritos de Cristo te rescataron del desierto de tus obras muertas, asentaron tu alma en el verdor que da fruto sobrenatural, regada con el agua de la Vida.

Atiende a esto:

¡Solamente junto al caudal de tu justificación  puedes verdaderamente merecer! ¡Puedes merecer, y de hecho mereces, en Cristo que merece!

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II.- EN CUANTO FRUTO DE LA GRACIA SANTIFICANTE, QUE ES VIDA

3.- A primera vista, resulta escandaloso que nuestras pobres obras, en estado de gracia, puedan merecer la vida eterna, como de hecho merecen. Sería un enigma incomprensible, si nuestras obras fueran solamente nuestras. La clave del Misterio reside en la gracia santificante, en el estado de gracia.

El gran Royo Marín O.P., en su clásica “Teología de la perfección cristiana”, 41, (a partir de ahora, TPC.) lo expone con su precisa expresividad:

“(La gracia santificante) Nos da la capacidad para el mérito sobrenatural. Sin la gracia, las obras naturales más heroicas no tendrían absolutamente ningún valor en orden a la vida eterna. Un hombre privado de la gracia es un cadáver en el orden sobrenatural, y los muertos nada pueden merecer. El mérito sobrenatural supone radicalmente la posesión de la vida sobrenatural.”

Este principio es de un alcance incalculable en la vida práctica. ¡Cuánto dolor, cuánto sufrimiento que podría tener un valor extraordinario en orden a la vida eterna es completamente estéril y baldío por afectar a un alma privada de la gracia santificante! Mientras el hombre esté en pecado mortal, está radicalmente incapacitado para merecer (verdaderamente) absolutamente nada en el orden sobrenatural”.

Estas tremendas palabras del gran dominico enmarcan esta imponente y muy radical verdad de fe divina y católica definida:

“Para poder merecer verdaderamente (mérito de condigno) se requiere que el hombre realice la buena obra en estado de gracia” (“Dios santificador, la gracia”. Ibáñez y Mendoza, Rialp, 1989, pág. 234)

Con belleza singular lo expone Trento, ses. VI, can.32:

““Si alguno dijere que las buenas obras del hombre justificado son de tal manera dones de Dios, que no son TAMBIÉN buenos merecimientos del mismo justificado, o que éste, por las buenas obras que se hacen en Dios y el mérito de Jesucristo, de quien es MIEMBRO VIVO, no MERECE VERDADERAMENTE el aumento de gracia, la vida eterna y la consecución de la misma vida eterna), e incluso el aumento de la gloria, sea anatema”.

4.- El Apóstol Pablo condensa todo esto en su palabra de fuego:

“Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. “ (1 Cor 15, 10)

La gracia no es estéril en nosotros. Por esto, el mérito es SU FRUTO. Perdiendo la gracia santificante por el pecado mortal, se pierde su fruto que es el mérito.

“Explicación. Así como la gracia santificante puede perderse por el pecado mortal, así también el mérito –fruto de la gracia- se pierde al desaparecer la gracia santificante”. (Dios santificador, la gracia, pág. 236) 

–(Se pierde lo que es objeto de mérito de condigno: aumento de gracia, vida eterna y aumento de gloria) De doctrina católica es creer, asimismo, que una vez recuperada la gracia santificante por la Confesión sacramental, los méritos reaparecen.

La bula Infinita Dei  misericordia de Pío XI contiene una rica doctrina al respecto:

“Quienesquiera que, en efecto, con espíritu de penitencia, cumplan, durante el gran jubileo, las saludables disposiciones de la Sede Apostólica, reparan y recuperan íntegramente aquella abundancia de méritos y dones que perdieron al pecar, y se eximen del aspérrimo dominio de Satanás, para adquirir nuevamente aquella libertad con que Cristo nos liberó (Gal 4, 31), y finalmente quedan absueltos plenamente, en virtud de los méritos copiosísimos de Jesucristo, de la B. Virgen María y de los Santos, y de todas las penas que habían pagado por sus culpas y pecados”.

Sorprenderá al semipelagiano que con la recuperación de los méritos sobrenaturales, con la recuperación sacramental de la gracia santificante,  se recupere la libertad. La perdiste al pecar mortalmente, amigo, te sometiste voluntariamente a la esclavitud del enemigo. Y te hiciste incapaz de merecer. 

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III.- QUE PODEMOS SINTETIZAR CON PRECISIONES ESCOLÁSTICAS

5.- Son de gran ayuda para comprender el mérito. Veámoslo, en forma de preguntas y respuestas, que hemos redactado como compendio.

5.1.- ¿Qué es el mérito?

Es el valor de una obra que la hace digna de recompensa. (Santo Tomás, In 4 Sent. d15, q1, a3, ad4)

Catecismo:

“2006 El término “mérito” designa en general la retribución debida por parte de una comunidad o una sociedad a la acción de uno de sus miembros, considerada como obra buena u obra mala, digna de recompensa o de sanción. El mérito corresponde a la virtud de la justicia conforme al principio de igualdad que la rige.”

5.2.- ¿Cuántas clases de mérito hay?

Dos:

-Mérito verdaderamente dicho, o de justicia, de condigno .

Y mérito impropiamente dicho, pero que es conveniente llamar mérito, o de congruo.

Vamos a quedarnos con estas palabras.

De condigno, de justicia, verdaderamente mérito. Y

de congruo, es decir, al que convenientemente se le puede llamar mérito.

Royo Marín pone estos dos ejemplos:

“el obrero tiene estricto derecho (de condigno) al jornal que ha merecido con su trabajo; y la persona que nos ha hecho un favor  se hace acreedora (de congruo) a nuestra recompensa agradecida” (TPC, 103)

 

5.3.- ¿Cuántas clases de mérito propiamente dicho (o de condigno) hay?

Dos:

–de estricta justicia  (es decir: de igualdad perfecta y absoluta entre el acto y la recompensa) –[“en el orden sobrenatural este mérito es propio y exclusivo de Jesucristo” (TPC, pág.  176 )

y

– de no-estricta justicia o justicia atenuada.

5.4.- ¿Puede el hombre ya justificado hacer obras con verdadero mérito ante Dios?

El ser humano en estado de gracia sí puede merecer verdaderamente ante Dios, aunque no en estricta justicia, pero

“habiendo Dios prometido recompensar esos actos meritorios, esa recompensa es debida en justicia” (TPC, 103).

El Concilio de Trento, ses. VI, cn.32  es maravilloso en su claridad:

“Si alguno dijere que las buenas obras del hombre justificado son de tal manera dones de Dios, que no son TAMBIÉN buenos merecimientos del mismo justificado, o que éste, por las buenas obras que se hacen en Dios y el mérito de Jesucristo, de quien es miembro vivo, no MERECE VERDADERAMENTE el aumento de gracia, la vida eterna y la consecución de la misma vida eterna), e incluso el aumento de la gloria, sea anatema”.

Con esta expresión el Tridentino se refiere claramente a lo que la Escolástica denomina de condigno.

Pues bien. El Tridentino afirma solemnemente que el justo puede merecer verdaderamente el aumento de gracia, la vida eterna y el aumento de gloria.

Es decir, que en estado de gracia se merece verdaderamente de condigno, pero no de condigno estricto, no en estricta justicia, sino en justicia atenuada.

Veamos cómo lo dice el Catecismo:

NO EN ESTRICTA JUSTICIA:

“2007 Frente a Dios no hay, en el sentido de un derecho estricto, mérito por parte del hombre. Entre Él y nosotros, la desigualdad no tiene medida, porque nosotros lo hemos recibido todo de Él, nuestro Creador.”

SI EN JUSTICIA ATENUADA, O SEGÚN LA JUSTICIA GRATUITA DE DIOS:

 “2009 La adopción filial, haciéndonos partícipes por la gracia de la naturaleza divina, puede conferirnos, según la justicia gratuita de Dios, un verdadero mérito.”

5.5- ¿Podemos merecer  gracias actuales eficaces con mérito estricto de justicia- es decir, de condigno?

Dejemos que responda Royo Marín, TPC, pág. 179:

“Nadie, aunque sea justo y perfecto, puede merecer para sí las gracias actuales eficaces con mérito estricto o de condigno”

Atención ahora a esta pregunta:

5.6.- ¿Qué NO se puede merecer verdaderamente?

Nadie puede merecer verdaderamente para sí ni la primera gracia actual ni la última gracia o de la perseverancia final

Sí, ya sé que a partir de la pregunta seis ya están sonando voces de alarma. Parece que oigo las sirenas. ¿Cómo puede ser, amigo Alonso, que el ser humano no pueda merecer la perseverancia final? Entonces, ¿cómo puede merecer la vida eterna? ¿Qué historia nos estás contentando? ¿Acaso los católicos no reconocemos el mérito de nuestras obras? ¿No estamos volviendo luteranos?

Bien, antes de responder a estas preguntas, vamos a profundizar en tan apasionante tema y a descubrir la auténtica y bellísima doctrina católica ­­–(pero la de verdad, ¿eh?)

Porque es que, amigos, el Tridentino también afirma algo sorprendente, escandaloso a ojos semipelagianos, y maravilloso, extraordinario, si se contempla con la mirada de la fe:

Lo que permite que se pueda merecer, NO SE PUEDE MERECER.

Es decir, el justo puede merecer unas cosas cuyo fundamento no se puede merecer.

Veamos cómo lo dice Trento.

“se dice que somos justificados GRATUITAMENTE porque NADA de lo que PRECEDE a la justificación, la fe o las obras, MERECE la gracia misma de la justificación” ses. VI., cap.8)

En fin, es un viejo principio, ya olvidado y cubierto de polvo, aunque no de ácaros, porque la habitación donde duerme la buena teología está bien ventilada:

“El principio del mérito NO cae bajo mérito”

Veamos cómo lo explica el Catecismo:

2010 “Puesto que la iniciativa en el orden de la gracia pertenece a Dios, nadie puede merecer la gracia primera, en el inicio de la conversión, del perdón y de la justificación. Bajo la moción del Espíritu Santo y de la caridad, podemos después merecer en favor nuestro y de los demás gracias útiles para nuestra santificación, para el crecimiento de la gracia y de la caridad, y para la obtención de la vida eterna.”

Respecto a la gracia de la perseverancia final, Royo Marín en “Teología de la Salvación", BAC, Primera Parte, C.IV, resume en varias páginas la doctrina de la Iglesia.

Entresacamos algunas citas esclarecedoras:

“la perseverancia final en la gracia es un gran don de Dios enteramente gratuito que, por lo mismo, nadie puede merecer".

“Con la oración revestida de las debidas condiciones  puede obtenerse infaliblemente de Dios el gran don de la perseverancia final”

“Podmos conjeturar en cierto modo  nuestra futura perseverancia en base a las llamadas señales de predestinación

“Nadie puede saber con certeza , a no ser por revelación especial de Dios, si recibirá o no el gran don de la perseverancia final”

Confiemos alegres en el Señor, hermanos, porque nuestro Dios atiende a sus hijos, y nos dice: pedid, y se os dará.

Santo Tomás nos señala un dato de impresionante relevancia en relación a la perseverancia final:

“Con la oración podemos impetrar incluso lo que no podemos merecer” (I-II, q114, a1)

Pero sigamos, sigamos….

5.7.- ¿Cuántas clases de mérito impropia pero convenientemente llamado mérito (o de congruo) hay?

-de congruo falible (la relación de la obra con el premio es conveniente)

y.- de congruo infalible (además de conveniente, es prometida por Dios)

5.8.- ¿Qué se puede merecer de congruo?

Nadie, aunque sea justo y perfecto, puede merecer para sí las gracias actuales eficaces con mérito estricto o de condigno, pero todos podemos merecerlas con mérito de congruo: infaliblemente, con la oración revestida de las debidas condiciones; y faliblemente, por las obras buenas”. (Royo Marín, TPC.,  pág. 179)

Por esta razón de gran peso san Alfonso María de Ligorio llama a la oración medio infalible. Es todo un resumen de vida cristiana, de reorientación cristocéntrica de la misma. La oración de petición, como medio infalible de congruo, ha de ser el centro de nuestra vida cristiana.

Es el sentido mismo de nuestra espiritualidad de la elección. Tal y como condensa y corona, como broche de oro, D. Eudaldo Forment su espléndido estudio sobre “El problema de la concordia entre predeterminación y libertad”:

“En definitiva, el dificilísimo e intrincado problema filosófico y teológico de la concordia entre la omnipotencia de Dios y la libertad humana, para Báñez y todos los tomistas, tiene una clara solución práctica: la oración. El verdadero sentido de la solución bañeciana ante el problema pavoroso y terrible de la predestinación, no es otro que el indicado por Marín-Sola: “orar, y orar agarrados, no a mérito alguno nuestro, sino a la cruz de Jesús y al manto de María””.

IV.- Y RECAPITULAMOS ACUDIENDO AL GRAN CAYETANO

6.- Que, en su intento de hacer entrar en razón a Lutero, redactó unas explicaciones preciosas sobre la cuestión del mérito. Voy a citaros algunos fragmentos muy interesantes de Postura de los luteranos sobre las obras, Positio Lutheranorum de operibus, que nos servirán para resumir y recapitular lo anterior.

Dice el gran tomista:

Enseñan los luteranos que nuestras obras no merecen ni la gracia ni la vida eterna, ni satisfacen tampoco por los pecados, porque Cristo nos mereció muy suficientemente la gracia de la remisión de los pecados y de la vida eterna y satisfizo muy suficientemente por todos. Por eso (según ellos), no es lícito decir que nuestras obras merecen la gracia (o remisión de los pecados), ni la vida eterna, ni que satisfacen por nuestros pecados. Decir eso sería (supuestamente) hacer un agravio a Cristo, pues es una blasfemia atribuirnos a nosotros mismos lo que es propio de Cristo, y sería quitarle valor al mérito satisfactorio de Cristo, ya que si le hiciesen falta nuestros méritos y satisfacciones, sería insuficiente”

A esto, prosigue con su habitual precisión:

Qué se entiende por ‘mérito’ y de qué modo se entiende en el tema que tratamos. Quid et quomodo intelligatur meritum in propósito.

“como aquí se trata de nuestro mérito ante Dios, hay que explicar cómo es que los hombres merecen de parte de Dios una retribución por su obra.”

“Antes de declarar si nuestras obras son o no meritorias, hay que explicar brevemente qué significa el «mérito» y cómo entienden los teólogos que se dé en nuestras obras según el tema que tratamos. Se llama mérito a la obra voluntaria, tanto interna como externa, a la que en justicia se le debe una retribución o premio, según dice el Apóstol a los Rom. 4, 4: al que obra, la retribución no se le imputa como un favor sino como algo que se le debe.”

El mérito supone entonces cuatro cosas, a saber: la persona que merece; la obra voluntaria, que es el mismo mérito; la retribución debida al mérito; y la persona que da la retribución, pues en vano merecería alguien si no mereciese de alguna persona la retribución que se le debe dar. Y como aquí se trata de nuestro mérito ante Dios, hay que explicar cómo es que los hombres merecen de parte de Dios una retribución por su obra.”

Parece difícil que en justicia Dios le deba una retribución a nuestra obra, porque entre nosotros y Dios no hay relación de justicia en sentido simple y absoluto, según aquello: No entres en juicio con tu siervo, Señor [Sal. 142, 2], sino que la relación de justicia se da sólo en cierto modo, mucho menor que la que hay del hijo hacia su padre o de un esclavo hacia su dueño, puesto que nosotros somos más pequeños en relación a Dios que un esclavo humano en relación a su dueño humano, o que el hijo en relación al padre que lo engendró según la carne. Por eso, si es cierto, como se dice en el libro 5 de la Ética, que entre el esclavo y su dueño, y el padre y su hijo, no hay una relación de justicia sencilla y absolutamente sino sólo en cierto modo, mucho menos la habrá entre nosotros y Dios.

Como todo lo qué es del esclavo es de su dueño y el hijo no puede devolverle lo equivalente a su padre, se niega que entre el dueño y su esclavo, y el padre y su hijo, haya relación de justicia sencilla y absolutamente. Con mucho más motivo, todo lo que es del hombre es de Dios, y mucho menos puede el hombre darle a Dios lo equivalente.

 “Con todo, esta relación de justicia tan atenuada ni siquiera se halla entre el hombre y Dios de modo absoluto -porque hablando absolutamente, toda obra voluntaria buena del hombre se le debe a Dios, y cuantas más y mejores obras, internas o externas, posee el hombre, más se las debe a Dios, puesto que el mismo Dios es quien obra en nosotros el querer y el llevarlo a cabo [Fil. 2, 13] y todas nuestras obras-.

Por consiguiente, el hombre no puede merecer algo de parte de Dios de modo que se le deba en justicia, a no ser que se le deba con una justicia tan atenuada que sea muchísimo menor que la relación de justicia del dueño a su esclavo y del hijo a su padre.

“Sino que, este deber de justicia atenuada entre el hombre y Dios existe por la ordenación Divina con la que Dios ha ordenado que nuestras obras sean meritorias de parte de Él. Esto se prueba, porque cuando el hombre merece algo dé parte de Dios, Dios no se hace ni es deudor del hombre, sino de Sí mismo; si por el contrario, este deber de justicia atenuado existiese entre el hombre y Dios de modo absoluto, Dios le debería al hombre la retribución que mereció; mas está claro que Dios a nadie le debe, como dice San Pablo a los Rom. II, 35: ¿quién le dio a El primero para que se le retribuya?”

“De modo que Dios se debe sólo a Sí mismo el cumplir su voluntad con la que le confiere a la obra humana que sea meritoria, dándole al hombre la retribución de su obra.”

“Esto es algo cierto y fuera de duda, hablando de modo simple y absoluto; pero por otra parte se da por supuesto el acuerdo hecho entre Dios y el hombre (…) A menudo leemos en el Antiguo Testamento que Dios se dignó hacer pactos con los hombres.

“En Génesis 9, 11 está escrito el pacto de Dios de que ya no habrá más un diluvio universal. En Génesis 15, 18 Dios hizo un pacto con Abraham sobre la tierra de Canaán que le iba a dar a su descendencia. En Génesis 17, 4 se cuenta el pacto de la circuncisión y en Éxodo 24, 8 Moisés dice: Esta es la sangre del pacto, etc. También en Jeremías 31, 31-33 Dios habla claramente del pacto de la nueva y antigua ley.”

“En el nuevo Testamento, nuestro Salvador muestra a Dios en la figura de un padre de familia que lleva a los obreros a la viña y que conviene con ellos sobre la paga diaria, como queda claro en Mateo 20, 2: habiendo convenido en un denario por día, los envió a la viña; y luego: ¿acaso no os pusisteis de acuerdo conmigo?”

Con esto queda claro que la razón de mérito, incluso en justicia, puede hallarse en nuestras obras con referencia al premio, sobre el cual Dios hizo un acuerdo.

“Desde luego, hay que saber que por mucho que intervenga un pacto entre Dios y el hombre sobre un premio, Dios nunca va a ser ni es deudor nuestro, sino deudor de Sí mismo, de modo que una vez hecho el acuerdo, a nuestras obras se les debe el premio que se convino, pero no por eso Dios es deudor de nosotros sobre ese premio, sino de su voluntad antecedente con la que se dignó hacer un pacto con nosotros y por eso con mucha verdad decirnos que Dios no le debe a nadie sino a Sí mismo.”

En nuestras obras, con relación a Dios, podemos hallar entonces una doble razón de mérito: o según un derecho atenuado o según un acuerdo, y así nunca nos debe nada a nosotros. He dicho esto para que se entiendan todos estos términos cuando se usan para hablar de nuestros méritos ante Dios.”

 

V. Y CONCLUIMOS RECORDANDO VERDADES LUMINOSAS 

7.- La mayor o menor dificultad de una obra no aumenta su mérito, “a no ser indirectamente y per accidens, en cuanto es signo de mayor caridad al emprenderla” (TPC, pág. 180).

El mérito procede pues de la bondad de la acción y su motivo.

Es un malentendido semipelagiano considerar que lo más difícil es más meritorio. ¿Por qué? Porque el principio del merecer reside en la caridad.

“Por eso es más meritorio hacer cosas fáciles con una gran caridad que llevar a cabo obras muy penosas con una caridad menor. Muchas almas tibias llevan una gran cruz con poco mérito, mientras que la santísima Virgen con su ardentísima caridad merecía más por los actos más sencillos y fáciles que todos los mártires juntos en medio de sus tormentos” (TPC., pág. 180)

Terminamos hablando del valor meritorio de la oración.

El valor meritorio de la oración procede ante todo de la caridad.  Como acto meritorio, puede merecer de condigno.

“Ningún hombre en estado de pecado puede merecer la vida eterna mientras no se reconcilie con Dios y sea borrado su pecado, lo cual es obra de la gracia. Pues el pecador no es acreedor a la vida sino a la muerte, según aquello de Rom 6,23: El estipendio del pecado es la muerte.” (Santo Tomás, Suma, I-II, q114, a2)

8.- Levantarse tras la caída tampoco puede merecerse de condigno. Es una gracia muy grande del Señor.

Nadie puede merecer de antemano su reparación para cuando haya caído ni con mérito de condigno ni con mérito de congruo. No con mérito de condigno, porque este mérito depende de la moción de la gracia divina, y esta moción queda interrumpida al ocurrir el pecado. Desde este momento todos los beneficios que el hombre recibe de Dios para conducirle a la reparación no son merecidos, porque la moción de la gracia que había recibido anteriormente no se extiende hasta ellos.

“Tampoco con mérito de congruo. Con este mérito podemos, en principio, alcanzar la primera gracia para otro; pero ni aun esto se logra de hecho si en el otro se interpone el obstáculo del pecado. Con mucha más razón, el mérito resulta ineficaz cuando el impedimento se encuentra a la vez en quien merece y en aquel para quien se merece. Y en el presente caso ambos obstáculos se encuentran reunidos en la misma persona. Luego de ningún modo se puede merecer la propia reparación para después de la caída.” (I-II, q114, a7)

9.- No se puede merecer la gracia de perseverancia. Es un don.

“el hombre puede merecer lo que constituye el término del movimiento del libre albedrío dirigido por el impulso divino, pero no lo que constituye el principio de ese mismo movimiento. Y en consecuencia, puede merecer la perseverancia de la gloria, que es el término de aquel movimiento, pero no la perseverancia de esta vida, que depende solamente de la moción divina, principio de todo mérito. A quien Dios otorga el beneficio de esta perseverancia, se lo otorga gratuitamente.” (I-II, q114,a9)

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10.- En el plano sobrenatural, ¿cómo estábamos antes de convertirnos, antes de nacer de nuevo, antes de ser cualificados por la gracia habitual para realizar obras meritorias, por deiformes?

“Estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los cuales un tiempo anduvisteis según el espíritu de este mundo” (Ef 2, 1:2)

A nosotros, que estábamos muertos a la vida eterna, Dios nos quiso vivificar con los méritos de su Hijo, para que fueran en verdad nuestros y viviéramos en su Espíritu. Porque

“Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2 Cor 3, 17)

Hermanos, participamos de los méritos del Viviente, para estar vivos sobrenaturalmente.

Por eso el Espíritu Santo nos mueve a caminar en santidad, ¡para dar mucho fruto!.

Y no nos quepa duda: si rechazamos la gracia por el pecado, solamente nos queda el desierto, la muerte en el plano sobrenatural.

 

Santidad o muerte

LAUS DEO VIRGINIQUE MATRI

14 comentarios

  
Luiscar73
Asi de bueno es Dios,que gracias al Espiritu de Cristo,merecimos la muerte de nuestro cuerpo de pecado,para unirnos al Cuerpo del Salvador,en el cual ,todos sus miembros se hacen merecedores de lo que EL produce en ellos con SU Amor.
Porque para Dios,solo se merece en la Vida sobrenatural y la Vida sobrenatural,es gracia de Dios.
Todo lo merecio Cristo por el Amor de la Cruz,para que,crucificados con EL,merezcamos SU Amor.
La Paz de Cristo.
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A.G.--Así es, en Cristo muere el hombre carnal, para que nazca el hombre interior, el hombre nuevo.
Como miembros vivos, Dios nos hace herederos de gloria y ciudadanos del Cielo.
Gracias y un saludo cordial en Cristo, con su Madre Inmaculada.
12/12/14 5:32 AM
  
Joaquín
El inconveniente que le veo a todo esto es lo desconectado que me resulta de mi vida real. ¿Cómo traducir todas estas ideas en actos? ¿Qué hacer o qué no hacer para que esto no se quede en mera especulación teológica (interesante, no lo dudo)?
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A.G.-- Amigo, todo esto tiene muchísima relevancia para su vida práctica.
De todo lo expuesto, se deduce que es preciso, con la ayuda de Dios, estar siempre en estado de gracia, porque si no, NADA de lo que hagamos nos sirve para merecer el cielo.

Por eso, en cuanto perdamos el estado de gracia por un pecado mortal, hay que correr a confesarse, para recuperar nuestros méritos antes Dios.

Gracias, y saludos cordiales en Cristo, con su Madre
12/12/14 10:15 AM
  
Quico
Me ha llamado especialmente la atención (y la guardo para mis reflexiones) la afirmación de Cayetano de que Dios nunca es deudor nuestro sino solo de sí mismo. Es algo a recordar especialmente en estos tiempos en que con tanta facilidad "se piden cuentas a Dios" y se le niega en base al mal del mundo. Eso demuestra que en realidad se ha perdido completamente de vista la majestad divina y se considera a Dios como si fuera simplemente otro hombre al que tratamos en plano de igualdad
De todos modos es especialmente curioso que la misma constatación del mal que hoy hace a tantos negar a Dios fuera en otro tiempo el camino por el que muchos se volvían hacia Él. Algo ha cambiado en la esencia de la actitud del hombre moderno y no ha sido para bien: su yo se ha afirmado de un modo tan exasperado que su sentido de lo justo se ha vuelto egocéntrico y soberbio.
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A.G.-- Me ha parecido muy aguda y acertada su observación.
Ciertamente, lo que ha cambiado es el centro: de ser Cristo, ha pasado a ser el hombre. Esta impostura, esta substitución del verdadero centro, que es Cristo, por otro, el ser humano, ha causado grandes males, incluso en la vida cristiana.

Los males del antropocentrismo, con sus afluentes, nominalismo y voluntarismo, son enormes. Pero aún estamos en vías de salvación, porque el poder de Dios no ha menguado y su gracia sigue siendo eficaz.

Gracias y un saludo en Cristo con su Madre Inmaculada
12/12/14 11:19 AM
  
Alejandra
Estoy encantada de leer estas explicaciones. Me ayudan mucho a comprender, y a buscar el camino recto.
Muchas gracias.
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A.G.-- Me alegro mucho que le sirvan.
Gracias, y saludos en Cristo, con su Madre.
12/12/14 12:30 PM
  
Luis Fernando
En una de estas diremos: ¿y por qué Dios quiera que sean méritos nuestros lo que es mayormente obra suya?

Pues precisamente porque son obra suya, para así ser glorificado en sus santos, lo cual es un gran bien.

No hay gloria propia aparte de la que Dios comparta.
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A.G.-- Me parece muy acertada tu frase:

"No hay gloria propia aparte de la que Dios comparta."

Porque toda bondad en el ser humano es por participación de la bondad divina.

Qué bueno es el Señor.
12/12/14 1:41 PM
  
Joaquín
A.G.: yo no he dicho en ningún momento que todo esto no sea importante. Todo lo contrario: pienso que es importantísimo. Mi dificultad está en cómo unir estas ideas con mi vida diaria. Porque tal como están expuestas, no veo cómo aplicarlas.
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A.G.- Vale, entiendo, a ver si escribo sobre ello.Como anticipo, tal vez le valga la idea siguiente: de la doctrina sobre el mérito, se desprende ante todo una espiritualidad de petición, de oración, de acción sobrenatural.

El difunto y querido padre Loring explicaba a menudo que cualquier acción, incluso la más humilde, como fregar los platos o barrer el suelo, realizada en estado de gracia, tiene un valor inmenso, y distribuye innumerables bienes por la Comunión de los Santos.

Saludos
12/12/14 6:52 PM
  
Joaquín
No es mucho, pero ya es un punto de partida. Insisto: creo que las ideas aquí expuestas son importantes, que mi problema es cómo aplicarlas en mi vida.
12/12/14 7:41 PM
  
Alonso Gracián
Estimado Joaquín:

Pienso que una forma de aplicarlo en su vida es la siguiente.

Si tiene en cuenta que la dificultad no es lo que determina el mérito de una obra, sino la caridad con que se hace, procure con la ayuda de Dios centrar su espiritualidad en la caridad y no en la mayor o menor complejidad de sus buenas obras.

Base su oración en la petición, --de las virtudes teologales, sobre todo de la caridad, que impregnará cuanto hace de un gran mérito, incluso las obras más sencillas.

Ore mucho, pidiendo al Señor gracias para usted y para otras personas.

No intente conseguir por sí mismo aquello que le falta en su vida espiritual, sino pídalo, sabiendo en su corazón que el Señor tiene un pacto con nosotros, pero sin ser deudor nuestro, y que por él quiere darnos cuanto necesitamos para la santidad.

Tenga en cuenta que sus progresos en su camino de perfección dependen principalmente de lo que el Señor obra en su vida. Por eso es fundamental estar atento al Espíritu Santo, que quiere santificarle.

Su configuración con Cristo es lo esencial, puesto que de Él nos vienen los méritos para la vida eterna. La Santa Eucaristía, pues, ha de ser el centro de su espiritualidad.

Espero haberle ayudado. Saludos cordiales.
12/12/14 7:58 PM
  
Francisco Marcos Martín
Me encanta este blog, te felicito. Aprendo un montón. Muchas gracias, es un acierto total.

AMGD
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A.G.-- Gracias a ti y un saludo en Cristo, con su Madre
12/12/14 9:04 PM
  
Ricardo O.F.S.
“Este principio es de un alcance incalculable en la vida práctica. ¡Cuánto dolor, cuánto sufrimiento que podría tener un valor extraordinario en orden a la vida eterna es completamente estéril y baldío por afectar a un alma privada de la gracia santificante! Mientras el hombre esté en pecado mortal, está radicalmente incapacitado para merecer (verdaderamente) absolutamente nada en el orden sobrenatural”.
Éste fue el pensamiento que infundió el Señor leyendo "Sabiduría de un pobre! de Eloy Lecrerc en la Casa de Campo, en Madrid; que mi vida era estéril sin la Gracia de Dios, y éste fue el motor de mi penúltima conversión.
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A.G.-- Mucho me alegra eso, que fuera el motor de su penúltima conversión.
En pecado mortal, las buenas obras sirven para acercarnos a la gracia santificante, como preparación, pero sin mérito sobrenatural. Una vez en gracia santificante, todo cuanto hacemos cobra un extraordinario valor por los méritos de Cristo.
Por eso es preferible la muerte ante que perder el estado de gracia con un pecado mortal. Tan grande es su valor, y tanta fecundidad nos aporta, por el Espíritu Santo.

Gracias y un saludo en Cristo, con su Madre
13/12/14 3:55 PM
  
Horacio Castro
Alonso Gracián. Para cuando el intelecto se resiste es bueno abrir el corazón para creer y entender que “() los méritos (son) la brecha que el Señor abre en tu vida con SUS PROPIOS MÉRITOS, para que irrumpan como si fuera tuyos, y en verdad lo sean”. Le dejo una pregunta pese a que usted la contestó ya varias veces (creo que alguna reiteración puede ayudar): ¿Nos corresponde a cada uno cuidar la gracia recibida?
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A.G.--Por supuesto que nos corresponde a cada uno, con la ayuda de Dios, guardar y aumentar la gracia. De hecho, es el sentido mismo de nuestra vida cristiana. La santidad, precisamente, consiste en guardarla con el auxilio de Dios y desarrollarla mediante la acción de los dones del Espíritu Santo y las virtudes teologales, especialmente la caridad, en una vida profundamente eucarística, en que el Señor derrama su gracia y nos protege del pecado.

Gracias, y un saludo en Cristo, con su Madre.-
13/12/14 4:04 PM
  
JUAN NADIE
MUCHISIMAS GRACIAS por sus post, nos hacen mucho bien.
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A.G.-- Gracias a vd por leerlos; me alegra mucho que hagan bien. Gloria a Dios.
Un saludo en Cristo, con su Madre
14/12/14 5:07 PM
  
Enrique
Me gustaría saber qué méritos sobrenaturales tendría un pagano que recibiera en la hora de su muerte la gracia santificante?
Un abrazo en el Sacratisimo Corazón de Jesús y en el Inmaculado Corazón de María.
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A.G.:
Dejaría de ser pagano por el bautismo de deseo, y al recibir la fe, y con ella la gracia santificante, Dios le otorgaría méritos de conversión y arrepentimiento, contando éstos como obras sobrenaturales.
17/05/23 9:40 PM
  
Enrique
Gracias Alonso
Tenía esta duda y ya intuía una respuesta similar a la suya porque no veía otra posibilidad lo que me llevó a plantear esta cuestión a un buen sacerdote quien me dijo que una vez convertido contaban como meritorias sus buenas obras hechas con buena voluntad lo cual me dejó hecho un lío.

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A.G.:
Enrique:

No sabría yo decir si, tras la recepción de la gracia santificante, y la fe necesaria para salvarse, sin la cual es imposible agradar a Dios (HB 11, 6), las obras buenas del pasado de esa persona adquieren un valor meritorio. Es posible que sí. Tendría que estudiar el tema.

Un saludo
18/05/23 12:18 PM

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