1.04.13

Serie Padre nuestro Padre nuestro, que estás en el cielo

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Jesús nos enseñó una oración para dirigirnos al Padre. No olvidemos que lo que decimos es escuchado por el Creador.

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie “Padre Nuestro” - Presentación

Padre Nuestro

La predicación de Jesús iba destinada a revelar a la humanidad el verdadero rostro de Dios, el misericordioso corazón del Padre y el la luz que podían encontrar en mantener una relación personal con el Creador. Por eso el Maestro se retiraba, muchas veces, a orar en solitario.

Seguramente sus apóstoles, aquellos discípulos que había escogido para que fueran sus más especiales enviados, veían que la actitud de recogimiento de Jesús era grande cuando oraba y, podemos decirlo así, quisieron aprender a hacerlo de aquella forma tan profunda. Y le pidieron que les enseñara a orar, según recoge, por ejemplo, San Lucas cuando le dijeron a Jesús “Maestro, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos” (Lc 11, 1).

Jesús, como era humilde y sabía cuál era la voluntad de Dios, les dice (esto lo recoge todo el capítulo 6 del Evangelio de San Mateo, que recomiendo leer completo en cuanto se pueda) qué deben y qué no deben hacer. Dios ve en lo secreto del corazón y, por lo tanto, no le sirve aquellas actuaciones que, a lo mejor, tienen sentido desde un punto de vista humano pero que, con relación al Creador, sobran y están fuera de lugar: aparentar la fe que, en realidad no se tiene; andar demostrando que se hace limosna; orar queriendo hacer ver en tal actitud; hacer que se sepa que se ha ayunado… Todo esto con intención de enriquecer su espíritu y presentarlo ante Dios limpio y no cargado de lo que no debe ir cargado.

Pues bien, entre aquello que les dice se encuentra la justa manera de orar al dirigirse al Padre. No se trata de una oración rimbombante ni muy extensa sino que es una en la que se encierra lo esencial para la vida material, incluso, pero, sobre todo, espiritual, que cada hijo de Dios ha de tener.

El “Padre nuestro” es, según Tertuliano, “el resumen de todo el Evangelio” o, a tenor de lo dicho por Santo Tomás de Aquino, “es la más perfecta de todas las oraciones”.

El punto 581 del Compendio del Catecismo dice, respondiendo a la pregunta acerca de qué lugar ocupa el Padre nuestro en la oración de la Iglesia, responde que se trata de la

Oración por excelencia de la Iglesia, el Padre nuestro es ‘entregado’ en el Bautismo, para manifestar el nacimiento nuevo a la vida divina de los hijos de Dios. La Eucaristía revela el sentido pleno del Padre nuestro, puesto que sus peticiones, fundándose en el misterio de la salvación ya realizado, serán plenamente atendidas con la Segunda venida del Señor. El Padre nuestro es parte integrante de la Liturgia de las Horas.

Por lo tanto, aquella oración que Jesús enseñó a sus apóstoles y que tantas veces repetimos (con gozo) a lo largo de nuestra diaria existencia, “es la más perfecta de las oraciones […] En ella, no sólo pedimos todo lo que podemos desear con rectitud, sino además según el orden en que conviene desearlo. De modo que esta oración no sólo nos enseña a pedir, sino que también llena toda nuestra afectividad (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 2-2, q. 83, a. 9)” pues, en realidad, nos une al Padre en lo que queremos y en lo que anhelamos para nosotros y, en general, para todos sus hijos, como San Juan Crisóstomo “In Matthaeum, homilía 19, 4” cuando nos dice que “El Señor nos enseña a orar en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia”.

Y, ya, para terminar esta presentación, les pongo aquí una imagen con el Padre nuestro en arameo como, es posible, lo rezara Jesús.

Padre Nuestro arameo

1.-Padre nuestro, que estás en el cielo.

Padre nuestro, que estás en el cielo

Cuando, nada más empezar la oración principal del cristiano, referimos las palabras “Padre” y “cielo” estamos seguros que van dirigidas al Creador y a espacio donde está el Todopoderoso. Nosotros, al proclamar que Dios es Padre, y lo es nuestro, estamos afirmando, pues, que somos y nos consideramos sus hijos y que, ciertamente, no está perdido en ningún sitio inconcreto sino que su aposento espiritual es el mismo Cielo. A él, además, aspiramos y en el pensaron, desde que el ser humano tuvo conciencia de ser descendencia divina, todos aquellos que miraban hacia arriba pero, también, hacia su mismo corazón.

Afirmamos, pues, que el Padre está en el Cielo. Pero, ¿dónde está el cielo? De la respuesta a tal pregunta se deducirá que muchas personas, seguramente, caminan equivocadas al respecto y que sería lo mejor, para ellas mismas, que se correspondiera su pensamiento con la realidad.

Dice el Catecismo de la Iglesia católica (2794), refiriéndose, precisamente, al “cielo” que

“Esta expresión bíblica no significa un lugar (“el espacio”) sino una manera de ser; no el alejamiento de Dios sino su majestad. Dios Padre no está ‘en esta o aquella parte’, sino ‘por encima de todo’ lo que, acerca de la santidad divina, puede el hombre concebir. Como es tres veces Santo, está totalmente cerca del corazón humilde y contrito:

‘Con razón, estas palabras ‘Padre nuestro que estás en el Cielo’ hay que entenderlas en relación al corazón de los justos en el que Dios habita como en su templo. Por eso también el que ora desea ver que reside en él Aquel a quien invoca’ (San Agustín, De sermone Dominici in monte, 2, 5, 18).

‘El ‘cielo’ bien podía ser también aquéllos que llevan la imagen del mundo celestial, y en los que Dios habita y se pasea’ (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mystagogicae, 5, 11).”

Por eso resulta muy clarificador, y además ridículo, el caso de aquel astronauta de la Rusia soviética que dijo que podía demostrar que Dios no existía porque él, el astronauta, había estado en el cielo y no lo había visto….

Pero, en fin, dejando de lado ciertos comportamientos llevados, seguramente, por la ignorancia (total desconocimiento) de la Verdad y de la fe, lo bien cierto es que decir que Dios está en el cielo nos ayuda, seguramente, a comprender cuál es nuestro destino para el que, por cierto, hemos sido creados: para volver con el Padre a su seno cuando sea el momento oportuno.

Es más, (Catecismo, 2796): “Cuando la Iglesia ora diciendo ‘Padre nuestro que estás en el cielo’, profesa que somos el Pueblo de Dios ‘sentado en el cielo, en Cristo Jesús’ (Ef 2, 6), ‘ocultos con Cristo en Dios’ (Col 3, 3), y, al mismo tiempo, ‘gemimos en este estado, deseando ardientemente ser revestidos de nuestra habitación celestial’ (2 Co 5, 2; cf Flp 3, 20; Hb 13, 14)”.

Sabemos, pues, qué somos: hijos de Dios; sabemos, por lo tanto, qué queremos: llegar al cielo donde Cristo nos espera y nos hará partícipes de las moradas que está preparando (cf. Jn 14, 2). Por eso nos dirigimos a Dios diciéndole Padre y mentando dónde está. Y lo hacemos con la esperanza de saber que nunca se cerrará a nuestra oración y que es recibida como una lluvia de gracias que parte de nosotros y se dirige a Quien todo lo creó y mantiene.

Dice, a este respecto, el Evangelio de San Mateo, en concreto en el versículo 34 de su capítulo 25, que cuando vuelva el Hijo de Dios, en su Parusía, dirá, cuando corresponda decirlo, “Vengan benditos de mi Padre, a poseer el reino que les tengo preparado desde el principio del mundo” porque entonces se hará posible el Reino de Dios, como es el Cielo, en la Tierra.

En realidad, el Cielo, al que aspiramos desde que somos conscientes de lo que significa (visión beatífica de Dios, por ejemplo) lo define, tal situación, el Apocalipsis (21,3-4) cuando dice que, en el sentido de qué es tal estado, “Dios mismo será con ellos su Dios y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado”. Y ahí es donde Dios tiene su seno al que nos referimos nada más dar comienzo la oración que Jesús enseñó a los discípulos que le pidieron que les enseñara a orar (Lc 11,1) y la que, si con fe la proclamamos, nos acerca un poco más al Creador que, además, nos espera.

Para afirmar todo lo apenas dicho hasta ahora, el Beato Juan Pablo II, en una Catequesis de 1999, en concreto el día 21 de julio, dijo, refiriéndose al cielo como “plenitud de intimidad con Dios” lo siguiente:

“1 .Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana.

Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, ‘esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama ‘el cielo’. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones mas profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha’(n. 1024).

Hoy queremos tratar de comprender el sentido bíblico del «cielo», para poder entender mejor la realidad a la que remite esa expresión.
2. En el lenguaje bíblico el ‘cielo’, cuando va unido a la ‘tierra’, indica una parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: ‘En un principio creo Dios el cielo y la tierra’ (Gn 1, 1).En sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se distingue de los hombres (cf. Sal, 104, 2 s; 115, 16; Is 66, l). Dios, desde lo alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf. Sal 18, 7. 10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1R 8, 27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1M 3, 18. 19. 50. 60; 4, 24. 55).

A la representación del cielo como morada trascendente del Dios vivo, se añade la de lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir, como muestran en el Antiguo Testamento las historias de Enoc (cf. Gn 5, 24) y Elías (cf. 2R 2, 11). Así, el cielo resulta figura de la vida en Dios. En este sentido, Jesús habla de ‘recompensa en los cielos’ (Mt 5, 12) y exhorta a ‘amontonar tesoros en el cielo’ (Mt 6, 20; cf. 19, 21).

3. El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio de Cristo. Para indicar qué el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús ‘penetró los cielos’ (Hb 4, 14) y ‘no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo’ (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo.

Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran intensidad: ‘Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo —por gracia habéis sido salvados— y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús’ (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de Dios, rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del Padre.

4. Así pues, la participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual de Cristo. San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar nuestro hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: ‘Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos (los muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolados, pues, mutuamente con estas palabras’ (1Ts 4, 17-18).

En el marco de la Revelación sabemos que el ‘cielo’ o la ‘bienaventuranza’ en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.

Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.

El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta verdad afirmando que, ‘por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha abierto ‘el cielo’ La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él’ (n. 1026).

5. Con todo, esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar ‘las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios’ (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).”

Y, en efecto, como bien muestra la imagen aquí traída y que expresa muy bien lo que nos ha de suceder, se pasa de la tierra al Cielo a través de la Cruz, pues la misma es nuestro gozo y, además, el hecho mismo de ser, al menos en esto, como el Hijo de Dios. Ni más ni menos.

Eleuterio Fernández Guzmán

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31.03.13

La Palabra del Domingo .- 31 de marzo de 2013

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

¡Tantas veces estamos ciegos ante el Hijo de Dios que se nos presenta! Debemos mirar mejor a nuestro alrededor para verlo en tantos lugares y en todos los corazones de los hermanos.

Lc 24, 13-35

Biblia

13 Aquel mismo día iban dos de ellos a un pueblo llamado Emaús, que distaba sesenta estadios de Jerusalén, 14y conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado. 15 Y sucedió que, mientras ellos conversaban y discutían, el mismo Jesús se acercó y siguió con ellos; 16 pero sus ojos estaban retenidos para que no le conocieran.

17 El les dijo: «¿De qué discutís entre vosotros mientras vais andando?» Ellos se pararon con aire entristecido.18 Uno de ellos llamado Cleofás le respondió: «¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabe las cosas que estos días han pasado en ella?» 19 El les dijo: «¿Qué cosas?»

Ellos le dijeron: «Lo de Jesús el Nazoreo, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo; 20 cómo nuestros sumos sacerdotes y magistrados le condenaron a muerte y le crucificaron. 21 Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel; pero, con todas estas cosas, llevamos ya tres días desde que esto pasó. 22 El caso es que algunas mujeres de las nuestras nos han sobresaltado, porque fueron de madrugada al sepulcro, 23 y, al no hallar su cuerpo, vinieron diciendo que hasta habían visto una aparición de ángeles, que decían que él vivía. 24 Fueron también algunos de los nuestros al sepulcro y lo hallaron tal como las mujeres habían dicho, pero a él no le vieron.»

25 El les dijo: «¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! 26 ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?» 27 Y, empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras.

28 Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir adelante. 29 Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos.

30 Y sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. 31 Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. 32 Se dijeron uno a otro: «¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?» 33 Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, 34 que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» 35Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.

MEDITACIÓN

Muy sintomático es este ejemplo que los discípulos de Emaús nos ofrecen a todos los cristianos. Del todo a la nada casi de inmediato.

Como viene a ser normal, y lógico, la naturaleza del hombre le lleva, nos lleva, a huir del peligro y a no afrontarlo. Cleofás y su compañero huyen, tratan de evitar, quizá, una persecución que acabara con sus vidas como acababa de ocurrir con la de su Señor. Pero, lo que no sabían era que, en ese camino de regreso al pasado, que viene a ser este ir a Emaús, huyendo de la bondad y refugiándose en el anonimato, volverían a encontrarse con su misma vida. Y así fue.

El caso es que estos dos seguidores de Cristo iban discutiendo por el camino. Seguramente irían debatiendo sobre qué había pasado y, sobre todo, qué iba a pasar a partir de ese momento, si lo que aconteció en Jerusalén tenía sentido para ellos y cuál debería ser al interpretación que debían darle. Imagino que sería una discusión apasionada, por el tema de se que trataba, y contenida, en gestos, por miedo a ser descubiertos. Llevaban, dice el texto, un aire entristecido, o, lo que es lo mismo, podemos constatar que estaban afectados por la muerte de Jesús y que eso les llevaba a esa situación de perplejidad en la que se encontraban.

En esto que la voz de alguien, a quien no reconocieron, les saca de su acaloramiento hablador. Era importante, pienso yo, el que no supieron, en un principio quien era para, luego, reconocerlo en el gesto de partir el pan, símbolo primordial en la predicación de Jesús.

La conversación que tiene lugar entre un desconocido, para ellos, Jesús, y los de Emaús, es clara expresión de la relación que muchas veces, puede tenerse con Dios y, entre nosotros, con su Hijo. Cleofás y su acompañante, a pesar de sus dudas, plantean a Jesús una pregunta que, más bien, se la podían haber planteado a ellos mismos. Parece que ellos no habían llegado a comprender muy bien al Mesías y a su mensaje. A pesar de todo lo sucedido, y sobre lo que inquieren a Jesús, se les ha olvidado, lo esencial, muy pronto: tres días después de la muerte física de Jesús ya corren a esconderse y eso que pensaban que era que les traía la salvación, pero no un tipo de salvación como la que ellos querían, sino una salvación espiritual. Ellos deseaban, como otros tantos judíos, un levantamiento de la población bajo los mandos del Enviado, que sería, así, un caudillo militar que arrasara el invasor. Lo que pretendían era la llegada de un Reino nuevo, pero sustentado en el viejo, en el antiguo de Israel.

Sin embargo, aún les quedaba algo de esperanza; no había, por así decirlo, muerto el recuerdo de Jesús. Unas mujeres de las suyas, de sus seguidoras se entiende, decían haber visto el sepulcro vacío a unos ángeles que les habían hablado. Y para confirmarlo, como si pensaran que las mujeres, llevadas por su mayor sensibilidad, habían tenido visiones, unos hombres, algunos de los nuestros, dice el texto, se habían acercado para comprobar que era cierto lo que decían aquellas seguidoras de Cristo. Aquí también podemos apreciar bastante desconfianza propia, por otra parte, de la concepción que, aquella época, se tenía de la mujer. Y Jesús también rompe con esto, con esto también.

Y es que cuando Jesús ha de intervenir, forzado por la situación pues veía que sus discípulos se perdían en los aledaños de la fe, es cuando, haciendo uso de sus conocimientos de las Sagradas Escrituras, les de pruebas inequívocas de que lo que le había sucedido, sin aún decir que era Él, ya estaba escrito. Desde Moisés, pasando por todos los profetas (bien seguro que también Isaías), les relata pasajes en los que se habla del Mesías, el Enviado que tenía que venir, sufrir, entregarse y morir para que el perdón de los pecados se hiciera efectivo, real, cierto.

Ante esto, estos discípulos de Emaús comienzan a reencontrarse con la figura presente de Jesús, y con ese quédate con nosotros, síntoma de que su presencia les era agradable y que su conversión volvía a tomar forma, empieza a abrírseles los ojos.

Como les había dicho en la última cena, el pan, su cuerpo, entregado por todos, fue el instrumento del cual se sirvió para que aquellos discípulos, duros de corazón, le reconociesen y, abriendo los ojos del alma se diesen cuenta, en ese mismo momento, que cuando les hablaba de los profetas algo les decía que aquello que, aquel desconocido, les decía les remitía a Él mismo. Y que aún no habían descubierto, dentro de ellos, que ese arder del corazón tenía una razón exacta.

Y entonces, se ven en la imperiosa necesidad de contar de comunicar lo sucedido, retornar a la fe que tenían y volver a Jerusalén. Han perdido el miedo, y quieren hacérselo saber a los suyos.

Por su parte, los otros discípulos, los apóstoles más los que les acompañaban, les confirma que estaban en lo cierto: Jesús había resucitado, como dijo, que la aparición a las mujeres era cierta porque, para confirmar su retorno, también se había aparecido a Simón, que su esperanza no estaba rota sino que permanecía incólume, totalmente vigorosa, preparada para ser anunciada.

Los de Emaús, por su parte, les hacen partícipes del descubrimiento que hacen, de la apertura de sus ojos, que estaban retenidos, de que, al partir el pan, signo inequívoco de quien lo hacía, habían reconocido las manos, el rostro, la mirada del Maestro. Así, alegres por eso vieron como, en ese mismo instante, una vez se les rebeló la Verdad, Jesús desaparecía, había cumplido su misión. Y eso es lo que les transmitían, para hacerles ver que, desde ese momento, Jesús sería, para todo el mundo, en una universalidad comprensible, la Palabra de Dios viviente en nuestros corazones y que, en la Eucaristía, su presencia es, siempre, real.

PRECES

Por todos aquellos que no reconocen a Cristo en sus vidas.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no se dejan interpelar por el Hijo de Dios

Roguemos al Señor.

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a ver a Jesucristo en nuestras vidas.

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.
Eleuterio Fernández Guzmán

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30.03.13

Serie P. José Rivera - Adviento

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Esperar la llegada de Cristo no es propio, sólo de un determinado momento. El Hijo de Dios ha de nacer, cada día, en nuestro corazón.

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación

P. Ribera

“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”

Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.

Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.

El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.

El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.

Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.

Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).

En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.

A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.

Serie P. José Rivera
Adviento

Adviento

Para escribir sobre este libro del P. José Rivera nos hemos tomado la libertad de dividir el mismo en dos partes. En realidad bien podrían haberse hecho en una sola pero siendo dos tiempos de los llamados “fuertes” el Adviento y la Navidad los que trata el sacerdote toledano y por mucho que puedan entenderse unidos por su lógico devenir, nos ha parecido mejor que en dos días distintos sea expuesto el contenido de cada uno de ellos.

Este primer artículo está dedicado, por lógica temporal y preceder al otro tiempo, al Adviento.

En su Diario, en concreto, el 15 de diciembre de 1974, escribe el P. José Rivera, se nota que con gozo, esto:

“Entremos yo y todos los que Dios me ha confiado en el Adviento. Tiempo de gracia peculiar. Esperemos realmente su venida, la arremetida especialmente intensa de su Amor sobre nuestro egoísmo disimulado, disfrazado de mil modos. Y esperemos en primer lugar una intensificación de sus iluminaciones para discernir nuestros disfraces de sus confortaciones, para dejarnos desnudar de ellos”

Por lo tanto, para el P. Rivera el tiempo de Adviento es uno que lo es de carácter muy especial. Lo entiende como un tiempo en el que debemos hacer lo posible y lo imposible para ser nosotros mismos y evitar ser lo que no debemos ser. Si Dios va a venir al mundo, nosotros no podemos presentarnos ante Él de una forma no admisible.

Pero poco antes (1) se dice que “Llegados al tiempo del Adviento, D. José vive intensamente la esperanza cristiana en todos sus matices, esa inquebrantable esperanza, para la que encuentra siempre motivos, no solo para su vida y su deseo de santidad, sino también para la santidad de los otros. Cualquier situación, cualquier circunstancia, cualquier dificultad es siempre ‘tiempo de Dios para la esperanza’”.

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29.03.13

La muerte que da la vida eterna

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cristo entregó su vida para que cumpliese lo que estaba escrito. No deberíamos olvidar nunca que se escribió para nuestra salvación.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Cruz y vida eterna

“No quiera Dios que me gloríe sino en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”.

En la Epístola a los Gálatas, San Pablo (6,14) nos hace partícipes de una verdad sin la cual, el discípulo de Cristo, no puede caminar por el mundo hacia el definitivo Reino de Dios manteniendo que lo es: la cruz de Jesús la que ha de complacer nuestra propia existencia y, según ella, obrar en nuestro devenir.

Hagamos, ahora, como recomienda San Josemaría, e imaginemos como que estamos entre los testigos de la Pasión, de los últimos momentos de vida humana de Nuestro Señor Jesucristo. Así, viviremos, de nuevo, lo que fue una muerte aceptada por Cristo pero no, por eso, menos inmerecida.

Atormentada el alma, el cuerpo demudado de espanto,
vuelto el rostro hacia Dios y su espíritu ansioso, ya, por hallarlo,
llega Jesús al Calvario, monte Gólgota llamado,
lugar donde se designó fuera crucificado.

Ya se tumba sobre el madero, sobre la cruz estirado;
ya coloca, a ambos lados, sus martirizados brazos.

Avanzando, sin espera, para cumplir la sentencia,
clavan con saña las manos a la sufrida madera,
clavándole los pies cerca de la ensangrentada tierra.

A su lado dos ladrones esperan la muerte cierta.

No conformes con el agravio que le estaban infiriendo
el ropaje se reparten despojándolo de su dueño,
dejando el cuerpo de Cristo de las vestiduras desprovisto,
incrementando la desvergüenza de tan grande sacrilegio.

Cuelga del central madero cartel para su escarnio,
nombrándolo de los judíos rey para reírse de tal cargo,
porque no quiso Pilatos modificar lo que había dicho
en un infausto momento, acobardado y vencido.

Queriendo Cristo llegar hasta el último momento,
entregado a su futuro y sin limitar el tormento
rechaza el bebedizo para el dolor mitigado,
no acepta aquella mirra que le ofrece aquel soldado,
mas pronuncia ese ruego a su padre destinado:
¿por qué me has abandonado?; sabido ya que antes,
en Getsemaní orando, entregó la vida a su Dios,
que fuera lo que su voluntad hubiera pensado.

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28.03.13

Pudiera parecer que este Jueves no brilla más que el sol, pero...

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

El amor a los hermanos, todos somos hijos de Dios, es algo más que una recomendación porque es, exactamente, expresión del Amor de Dios en nosotros.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Amor fraterno


Hay un dicho religioso que dice “Tres jueves hay en el año que brillan más que el sol: Jueves Santo, Corpus Cristi y el jueves de la Ascensión”
. Hoy día, las cosas han cambiado porque la secularización de la sociedad ha procurado que estos días luzcan lo menos posible.

Sin embargo, para los creyentes católicos las cosas no son, no deberían ser, así porque nuestra fe nos dice que tales días del año nos traen a la actualidad algo que, por desgracia, está bastante olvidado y que tenemos que hacer presente para que se sepa, al menos, que nosotros no olvidamos lo que nos importa.

El Jueves Santo, justo a mitad de la Semana Santa, es, también, el día dedicado al Amor Fraterno, así escrito, con mayúsculas.

En la Epístola a los Hebreos, recomendaba su autor (13, 1) esto: “Permaneced en el amor fraterno”. Y abundaba en algo de lo que eso quería decir (13, 2-3): “No os olvidéis de la hospitalidad; gracias a ella hospedaron algunos, sin saberlo, a ángeles. Acordaos de los presos, como si estuvierais con ellos encarcelados, y de los maltratados, pensando que también vosotros tenéis un cuerpo”.

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27.03.13

¡Qué cosas tiene el Sr. Arzobispo!

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Creer que se tiene fe y demostrarlo es la forma más directa de poner a Satanás en el sitio que se merece.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Arzobispo de Oviedo

El que esto escribe tiene la mejor opinión del actual Arzobispo de Oviedo, Jesús Sanz Montes O.F.M. Desde que le escuchaba, hace ya algunos años, en unos comentarios que hacía poco antes de las seis de la mañana en la COPE (radio española), mucho me agradó lo que decía porque se notaba que no era artificio sino que, en efecto, era como decía y decía como era.

Siempre está bien que en la Iglesia católica, la que fundó Cristo y de la que entregó las llaves a un pecador como era Pedro (pecador porque mintió negando a Jesús) haya pastores que lo sean de verdad, que no se avengan a lo que dice el mundo o le bailen el agua a las más diversas mundanidades incluso aunque, eso dicen cuando lo dicen ellos o los que les secundan, traten de sembrar donde no crecerá nunca nada que no sea tergiversación de la fe católica.

Pues eso, que Sanz Montes parece persona de fiar en materia de fe y a la que se tiene que tener en cuenta porque, con toda seguridad, llegará aún más lejos que donde ahora está que, por cierto, ni es mal lugar ni mala diócesis sino todo lo contrario. Pero, claro, si uno a lo mejor no ha de buscar, para que no se diga que se es egoísta o egocéntrico, la mejora personal que pudiera parecer traída por el orgullo, no es menos cierto que habrá quien lo crea útil para cargos eclesiales de mayor calado pastoral. Y eso será cuando Dios quiera que sea pero, seguro estoy de eso, que será.

Pero… en fin, tenía que haber su pero porque no todo van a ser rosas ni flores bonitas y de buen olor.

Tengo que decir que el Arzobispo de Oviedo ha demostrado ser un santo varón y una buena persona con paciencia abundante pero también ha demostrado que en materia de política es, digamos, demasiado inocente.

Pues no va el buen hombre y dice que está “enormemente sorprendido al comprobar como después de casi un año y medio de gobierno conservador aún no se han puesto en marcha los trámites necesarios para modificar la Ley del Aborto”. Y se refiere, claro, al Ejecutivo (porque permite que se ejecute la sentencia de muerte legal y legalizada contra muchos miles de nasciturus) de Mariano Rajoy, abortator, el hombre de las tenazas o, también, disimulator, el mira-para-otro-lado.

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26.03.13

Un amigo de Lolo - Dar lo mejor de nosotros

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Queremos, las más de las veces, que Dios ilumine nuestra vida. Sin embargo ¿Cuántas se lo pedimos de verdadero corazón?

Y, ahora, el artículo de hoy.

Presentación
Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Grandes verdades acerca de la fe

“Somos un diamante, que se abre y recibe la luz de lo alto para devolverla en hermosos resplandores”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (562)

Como hijos de Dios, el Creador nos ha dado, para empezar, la vida de la que gozamos. Sin embargo, no es eso lo único, con ser lo más importante y sin lo cual nada de lo demás podría ser posible, que el Todopoderoso hace por nosotros porque también nos dona la libertad, la inteligencia y, en fin, todo aquello que nos caracteriza como seres humanos.

Es evidente que para recibir la vida nada podemos hacer nosotros mismos. Por eso, por ejemplo, San Agustín comprendió que Dios nos crea sin nosotros o, lo que es lo mismo, sin nuestra voluntad efectiva: somos creados porque el Creador quiere crearnos.

Sin embargo, para otras muchas “capacidades”, para otros muchos dones es necesario que manifestamos, con aceptación de los mismos, que por ser hijos de Dios posibilitamos en nosotros que los dones se hagan efectivos. Así, en tal sentido, abrimos nuestro corazón y somos lo que somos porque queremos serlo. Dios, con su luz, nos ilumina y si aceptamos tal iluminación, nos comportamos como hijos que saben que lo son. Sólo así mostramos, primero, al Creador y, luego, a nuestro prójimo, que queremos hacer rendir aquello que nos ha sido dado.

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25.03.13

De cómo Dios se hizo hombre

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dios se hizo hombre para que su Hijo redimiera al mundo. Es cierto que es un misterio pero también es cierto que es verdad.

Y, ahora, el artículo de hoy.

La Encarnación

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y entrando, le dijo: ‘Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.’ Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: ‘No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.’ María respondió al ángel: ‘¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?’ El ángel le respondió: ‘El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez, y este es ya el sexto mes de aquella que llamaban estéril, porque ninguna cosa es imposible para Dios.’ Dijo María: ‘He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.’ Y el ángel dejándola se fue”.

Justo al principio de su evangelio, aquel que fuera médico de San Pablo dejó escrito, para su amigo Teólifo que iba a utilizar, pues él no vivió la vida de Jesús in situ, aquellos medios propios de los investigadores (Lc 1, 23): testigos y otras personas que le pudieran dar noticia de lo que había sucedido en tiempos de la vida del Maestro. Esto nos hace pensar que lo que fijó en aquel su evangelio relativo al episodio de la Encarnación (Lc 1, 26-38) lo fue porque la misma María, Virgen Inmaculada, se lo dijo a Lucas de viva voz y personalmente pues no hubo otro testigo de lo sucedido más que ella misma y, claro, el Ángel Gabriel, enviado de Dios para aquella tan magna ocasión espiritual.

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23.03.13

Serie P. José Rivera - La mediocridad

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Hoy Buigle, buscador católico, cumple 5 años. ¡Felicidades y que sea por muchos años más!

Buigle

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Ser lo que debemos ser como hijos de Dios no siempre es fácil. Por eso, seguramente, no lo somos tanto como creemos

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación

P. Ribera

“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”

Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.

Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.

El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.

El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.

Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.

Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).

En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.

A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.

Serie P. José Rivera
La mediocridad

La mediocridad

En una “nota introductoria” de este libro del P. José Rivera nos informan sobre algo importante. Dice que:

“D. José preparó este escrito como Discurso de Apertura del Curso 1985-86, en el Estudio Teológico de San Ildefonso, precisamente sobre un tema, la mediocridad, que siempre le preocupó y que aparece continuamente presente en todos sus escritos, así como en sus charlas y conversaciones”.

Por lo tanto, mediante este escrito el sacerdote toledano pone sobra la mesa un tema que se nota que, en efecto, le preocupa y lo hace de una forma que es, con franqueza lo decimos, impagable pues está llena de fina ironía y de una serie de verdades que a muchos nos retrata a la perfección.

Antes de seguir, les pediría, a las personas que no tengan este libro que accedan, lo más rápido posible, a la página web dedicada al P. José Rivera, a la sazón http://www.jose-rivera.org/, descárguense el libro y léanlo despacio, pero muy despacio. Les aseguro que vale mucho la pena aunque, a lo mejor, no les guste todo lo que dice. Es fácil, pues se encuentra, lógicamente, en el apartado de “Escritos”.

El P. José Rivera bordó el Discurso que en su día presentó y, aunque él mismo dice que lo hace, mejor así le parece bien hacerlo, en forma de “charla familiar” (1) entre quien lo pronuncia y quien escucha, la verdad es que es una auténtica obra de arte de psicología humana y de esencia antropológica. ¡Qué bien y qué mal se pasa leyéndolo!

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22.03.13

Eppur si muove - ¿Cargamos con nuestra cruz?

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dios espera de nosotros que sepamos cargar con la cruz que nos ha tocado llevar. Lo mejor no es, como a veces creemos, dejarla en el suelo y seguir caminando.

Y, ahora, el artículo de hoy.

Cada uno de nosotros, a lo largo de nuestra existencia, llevamos una cruz que, con mayor o menor dignidad, según sea nuestra forma de ser y de entender lo que nos pasa, mostramos o no mostramos. Sin embargo, es cierto que Jesús nos recomendó que la lleváramos y que no la dejáramos en el suelo olvidándonos de ella (cf. Lc, 14, 27; Mt 16, 24; Mc 8, 34) porque era, es, la única manera, al menos, de hacer lo que Él hizo. Y, por eso, la Iglesia católica tiene su propia cruz que somos, precisamente, nosotros mismos, piedras vivas que, a veces, somos más piedra que seres espirituales vivos en la fe.

Sin embargo, el camino de Jesús lo fue, más que otra cosa, de fe mostrada al corazón de los demás. Él mismo fue el que definió, para nosotros, esta virtud cuando Tomás, en su incredulidad, manifestó su duda tras la resurrección: “feliz el que crea sin haber visto” (cf. Jn 20,29), dijo. Ese camino lo estableció para que nosotros, sus discípulos, hiciéramos de él nuestra senda hacia el Reino de Dios. Pero, a veces tergiversamos esa fe porque nos interesa o porque los demás así lo quieren y somos y actuamos de forma políticamente correcta; vendemos ese depósito profundo que Dios nos regala por una pasión por el siglo, tierra que pisamos por un tiempo. Esta es nuestra cruz, nuestra propia cruz.

EXCURSUS

Aunque se me pueda tachar de ignorante en materia teológica para el que esto escribe Jesús nunca tuvo fe. En realidad, no podía tenerla porque la fe es creer sin haber visto y Él era Dios hecho hombre. Luego, no tenía que creer en Dios porque lo era. Él sabía que era Hijo de Dios y Dios mismo y, por eso mismo, enseñaba lo que era la fe pero no porque la tuviera sino porque era conveniente que la tuviéramos.

Quien quiera afearme la conducta está en su derecho de hacerlo.

FIN DEL EXCURSUS

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