8.08.14

Noticia: Ha fallecido la Madre Gertrudis Rol -- Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - La Fe y la Teología

Madre Gertrudis Rol

Ha fallecido el Ángel de Torrent

Ayer, 7 de agosto, subió a la Casa del Padre, la Madre Gertrudis Rol, religiosa y fundadora del colegio Madre Petra de Torrent (Valencia) dedicado a la atención educativa de los niños más desfavorecidos de las comarcas de Valencia abundando los pertenecientes a la etnia gitana.

En sus aulas se han formado miles de infantes y mereció la atención de San Juan Pablo II que, en su día, dio un donativo de 3000€ al colegio para hacer uso de ellos en unas obras de ampliación del centro escolar.

En tal centro existe una imagen de la Majarí Calí (Virgen gitana) que es muy querida no sólo por los estudiantes y educadores del centro escolar sino por todo católico que se precia de serlo.

Recordemos a la Madre Gertrudis, para que interceda por nosotros desde el Cielo donde es más que probable que Dios la haya llevado. Tenía 84 años de edad terrena y apenas 2 de vida eterna.

¡Alabado sea Dios que suscita, de entre sus hijos, a verdaderos ejemplos de cómo serlo!

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

La Fe y la Teología

Fe y teología

36. Al tratarse de una luz, la fe nos invita a adentrarnos en ella, a explorar cada vez más los horizontes que ilumina, para conocer mejor lo que amamos. De este deseo nace la teología cristiana. Por tanto, la teología es imposible sin la fe y forma parte del movimiento mismo de la fe, que busca la inteligencia más profunda de la autorrevelación de Dios, cuyo culmen es el misterio de Cristo. La primera consecuencia de esto es que la teología no consiste sólo en un esfuerzo de la razón por escrutar y conocer, como en las ciencias experimentales. Dios no se puede reducir a un objeto. Él es Sujeto que se deja conocer y se manifiesta en la relación de persona a persona. La fe recta orienta la razón a abrirse a la luz que viene de Dios, para que, guiada por el amor a la verdad, pueda conocer a Dios más profundamente. Los grandes doctores y teólogos medievales han indicado que la teología, como ciencia de la fe, es una participación en el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. La teología, por tanto, no es solamente palabra sobre Dios, sino ante todo acogida y búsqueda de una inteligencia más profunda de esa palabra que Dios nos dirige, palabra que Dios pronuncia sobre sí mismo, porque es un diálogo eterno de comunión, y admite al hombre dentro de este diálogo. Así pues, la humildad que se deja ‘tocar’ por Dios forma parte de la teología, reconoce sus límites ante el misterio y se lanza a explorar, con la disciplina propia de la razón, las insondables riquezas de este misterio.

Además, la teología participa en la forma eclesial de la fe; su luz es la luz del sujeto creyente que es la Iglesia. Esto requiere, por una parte, que la teología esté al servicio de la fe de los cristianos, se ocupe humildemente de custodiar y profundizar la fe de todos, especialmente la de los sencillos. Por otra parte, la teología, puesto que vive de la fe, no puede considerar el Magisterio del Papa y de los Obispos en comunión con él como algo extrínseco, un límite a su libertad, sino al contrario, como un momento interno, constitutivo, en cuanto el Magisterio asegura el contacto con la fuente originaria, y ofrece, por tanto, la certeza de beber en la Palabra de Dios en su integridad.

Lumen fidei

La teología vive de la fe.

Esta expresión, contenida en este apartado de la Lf, indica más que bien una verdad que muchas veces se olvida pero que es esencial para el pensamiento y la creencia del católico. Nos muestra, además, el camino a seguir en ese especial aspecto de la luz de la fe. También ilumina aquello que tiene que ver, más directamente, con el misterio de Dios Nuestro Señor.

Existe, pues, una relación directa entre teología y fe. Por eso no se puede entender una ciencia que busca al Padre para entender lo que pueda ser capaz de entender acerca de Quien nos creó y la confianza que se pone en el Todopoderoso que, en efecto, nos creó y mantiene.

En realidad, es cierto que siendo luz la fe nos ayuda a buscar allí donde podemos encontrar oscuridad. Y si la misma tiene relación con aquello que sabemos de Dios la misma nos auxilia en el deseo de alcanzar las praderas del definitivo Reino del Todopoderoso sabiendo, a corazón cierto, a qué nos referimos cuando hablamos de Quien es Dios. Por eso existe una relación entre fe y teología y por eso la primera sirve para bien de la segunda.

Pero por eso mismo no vaya a creerse, como bien dice el Papa Francisco, que Dios es como una especie de objeto que estudia la teología o, por decirlo de otra forma, como un fin de tal manera idealizado que sólo se pretenda alcanzarlo para “saber más” del mismo pero sin consecuencia alguna en la vida del creyente. Y es que existe un vínculo muy distinto entre teología y fe.

Se participa, digamos, del conocimiento, sí, a partir del conocimiento que del mismo nos da la teología pero no es posible eso sin el camino que traza la fe para que eso sea posible. No podemos, pues, desvincular, como realidades separadas, la una de la otra.

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7.08.14

El sábado de Cristo y para Cristo

Jesús y el sábado

Gracias a los amables lectores de este blog de InfoCatólica de tanto en tanto sugieren que escriba sobre algún tema. En concreto, a la pregunta de uno de ellos sobre el si el que esto escribe lo había hecho alguna vez sobre el sábado, sobre el tema del sábado, en Jesucristo y a la respuesta de que eso nunca lo había hecho surgió, de inmediato, la necesidad de cubrir tan notable falta.

Bien podemos decir, con el título de este artículo, que el sábado, desde que el Hijo de Dios vino al mundo, no es lo mismo; tampoco que lo fuera para el mismo Emmanuel.

El sábado, tal día de la semana de siete dias, tenía un significado más que importante para el pueblo judío. Era el día de descanso porque Dios lo había hecho un tal día como un sábado y así había mandado que se descansase. Por eso quien había sido elegido como comunidad religiosa transmisora de la Ley de Dios no podía hacer otra cosa, a su entender, que respetar totalmente el tal día. Y a fe que lo hacían.

Traemos aquí tres momentos particularmente relacionados con el sábado judío. Todos ellos se encuentran en el libro del Éxodo y, aunque no sigan un orden, digamos, de situación en tal libro, bien muestran lo que queremos decir.

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6.08.14

Serie Escatología de andar por casa. Escatología intermedia: 5. El Cielo

Los novísimos

En Cristo brilla
la esperanza de nuestra feliz resurrección;
y así, aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo

Prefacio de Difuntos.

El más allá desde aquí mismo.

Esto es, y significa, el título de esta nueva serie que ahora mismo comenzamos y que, con temor y temblor, queremos que llegue a buen fin que no es otro que la comprensión del más allá y la aceptación de la necesidad de preparación que, para alcanzar el mismo, debemos tener y procurarnos.

Empecemos, pues, y que sea lo que Dios quiera.

En el Credo afirmamos que creemos en la “resurrección de los muertos y la vida eterna”. Es, además, lo último que afirmamos tener por cierto y verdadero y es uno de los pilares de nuestra fe.

Sin embargo, antes de tal momento (el de resucitar) hay mucho camino por recorrer. Nuestra vida eterna depende de lo que haya sido la que llevamos aquí, en este valle de lágrimas.

Lo escatológico, aquello que nos muestra lo que ha de venir después de esta vida terrena no es, digamos, algo que tenga que ver, exclusivamente, con el más allá sino que tiene sus raíces en el ahora mismo que estamos viviendo. Por eso existe, por así decirlo, una escatología de andar por casa que es lo mismo que decir que lo que ha de venir tiene mucho que ver con lo que ya es y lo que será en un futuro inmediato o más lejano.

Por otra parte, tiene mucho que ver con el tema objeto de este texto aquello que se deriva de lo propiamente escatológico pues en las Sagradas Escrituras encontramos referencias más que numerosas de estos cruciales temas espirituales. Por ejemplo, en el Eclesiástico (7, 36) se dice en concreto lo siguiente: “Acuérdate de tus novísimos y no pecarás jamás". Y aunque en otras versiones se recoge esto otro: “Acuérdate de tu fin” todo apunta hacia lo mismo: no podemos hacer como si no existiera algo más allá de esta vida y, por lo tanto, tenemos que proceder de la forma que mejor, aunque esto sea egoísta decirlo, nos convenga y que no es otra que cumpliendo la voluntad de Dios.

Existen, pues, el cielo, el infierno y, también, el purgatorio y de los mismos no podemos olvidarnos porque sea difícil, en primer lugar, entenderlos y, en segundo lugar, hacernos una idea de dónde iremos a parar.

Estos temas, aún lo apenas dicho, deberían ser considerados por un católico como esenciales para su vida y de los cuales nunca debería hacer dejación de conocimiento. Hacer y actuar de tal forma supone una manifestación de ceguera espiritual que sólo puede traer malas consecuencias para quien así actúe.

Sin embargo se trata de temas de los que se habla poco. Aunque el que esto escribe no asiste, claro está, a todas las celebraciones eucarísticas que, por ejemplo, se llevan a cabo en España, no es poco cierto ha de ser que si en las que asiste poco se dice de tales temas es fácil deducir que exactamente pase igual en las demás.

A este respecto, San Juan Pablo II en su “Cruzando el umbral de la Esperanza” dejó escrito algo que, tristemente, es cierto y que no es otra cosa que “El hombre en una cierta medida está perdido, se han perdido también los predicadores, los catequistas, los educadores, porque han perdido el coraje de ‘amenazar con el infierno’. Y quizá hasta quien los escuche haya dejado de tenerle miedo” porque, en realidad, hacer tal tipo de amenaza responde a lo recogido arriba en el Eclesiástico al respecto de que pensando en nuestro fin (lo que está más allá de esta vida) no deberíamos pecar.

Dice, también, el emérito Benedicto XVI, que “quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno” porque “quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".

No parece, pues, que sea poco real esto que aquí se trae sino, muy al contrario, algo que debería reformarse por bien de todos los que sabiendo que este mundo termina en algún momento determinado deberían saber qué les espera luego.

A este respecto dice San Josemaría en “Surco” (879) que

“La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin. Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno”.

Se habla, pues, poco, pero ¿por qué?

Quizá sea por miedo al momento mismo de la muerte porque no se ha comprendido que no es el final sino el principio de la vida eterna; quizá por mantener un lenguaje políticamente correcto en el que no gusta lo que se entiende como malo o negativo para la persona; quizá por un exceso de hedonismo o quizá por tantas otras cosas que no tienen en cuenta lo que de verdad nos importa.

Existe, pues, tanto el Cielo como el Infierno y también el Purgatorio y deberían estar en nuestro comportamiento como algo de lo porvenir porque estando seguros de que llegará el momento de rendir cuentas a Dios de nuestra vida no seamos ahora tan ciegos de no querer ver lo que es evidente que se tiene que ver.

Mucho, por otra parte, de nuestra vida, tiene que ver con lo escatológico. Así, nuestra ansia de acaparar bienes en este mundo olvidando que la polilla lo corroe todo. Jesús lo dice más que bien cuando, en el Evangelio de San Mateo, dice (6, 19)

“No amontonéis riquezas en la tierra, donde se echan a perder, porque la polilla y el moho las destruyen, y donde los ladrones asaltan y roban”.

En realidad, a continuación, el Hijo de Dios da muestras de conocer qué es lo que, en verdad, nos conviene (Mt 6, 20) al decir

“Acumulad tesoros en el cielo, donde no se echan a perder, la polilla o el mono no los destruyen, ni hay ladrones que asaltan o roban”.

Por tanto, no da igual lo que hagamos en la vida que ahora estamos viviendo. Si muchos pueden tener por buena la especie según la cual Dios, que ama a todos sus hijos, nos perdona y, en cuanto a la vida eterna, a todos nos mide por igual (esto en el sentido de no tener importancia nuestro comportamiento terreno) no es poco cierto que el Creador, que es bueno, también es justo y su justicia ha de tener en cuenta, para retribuirlas en nuestro Juicio partícula, las acciones y omisiones en las que hayamos caído.

En realidad, lo escatológico no es, digamos, una cuestión suscitada en el Nuevo Testamento por lo puesto en boca de Cristo. Ya en el Antiguo Testamento es tema importante que se trata tanto desde el punto de vista de la propia existencia de la eternidad como de lo que recibiremos según hayamos sido aquí. Así, en el libro de la Sabiduría se nos dice (2, 23, 24. 3, 1-7) que

“Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces.

En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará. Los insensatos pensaban que habían muerto; su tránsito les parecía una desgracia y su partida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están el apaz. Aunque la gente pensaba que eran castigados, ellos tenían total esperanza en la inmortalidad. Tras pequeñas correcciones, recibirán grandes beneficios, pues Dios los puso a prueba y lo shalló dignos de sí; los probo como oro en crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como el fuego en un rastrojo”.


Aquí vemos, mucho antes de que Jesús añadiese verdad sobre tal tema, la realidad misma como ha de ser: la muerte y la vida eternas, cada una de ellas según haya sido la conducta del hijo de Dios. El tiempo intermedio, el purgatorio (“tras pequeñas correcciones”) que terminará con el premio de la vida eterna (o con la muerte también eterna) tras el Juicio, el Final, propio del tiempo de nuestra resurrección.

Abunda, también, el salmo 49 en el tema de la resurrección cuando escribe el salmista (49, 16) que

“Pero Dios rescata mi vida,
me saca de las garras de la muere, y me toma consigo”.

En realidad, como dice José Bortolini (en Conocer y rezar los Salmos, San Pablo, 2002) “Aquello que el hombre no puede conseguir con dinero (rescatar la propia vida de la muerte), Dios lo concede gratuitamente a los que no son ‘hombres satisfechos’” que sería lo mismo que decir que a los que se saben poco ante Dios y muestran un ser de naturaleza y realidad humilde.

Todo, pues, está más que escrito y, por eso, se trata de una Escatología de andar por casa pues lo del porvenir, lo que ha de venir tras la muerte, lo construimos aquí mismo, en esta vida y en este valle de lágrimas.
Escatología intermedia: 5. El Cielo

El Cielo

“Entonces dirá el rey a los que están a su dserecha: Venid, benditos de mi Padre: tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación del mundo”.

Este texto, del Evangelio de San Mateo (25, 34) hace explícita una verdad de fe que tiene mucho que ver con el anhelo del ser humano: ir al Cielo, al definitivo Reino de Dios.

El caso es que el Cielo se puede alcanzar, básicamente, de dos maneras:

1ª. Al morir sin nada que expiar.

2ª. Tras la correspondiente purificación en el Purgatorio.

En realidad, podríamos añadir aquella que se refiere al momento mismo de llegada del Último día (Parusía de Cristo) y no se tenga nada que expiar. Pero, en general, las dos maneras dichas aquí pueden ser tenidas como elementales.

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5.08.14

Un amigo de Lolo - Y es que el alma vive para siempre

Presentación
Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Y es que el alma vive para siempre
“Demolerán ya la casa en que naciste, por inservible, y aún tu alma estará con la juventud de un niño acabado de nacer”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (145)

La eternidad.

Cuando un hijo de Dios habla de eso, de la eternidad, de la vida eterna, tiene más que claro que se refiere a algo muy concreto y, además, lo tiene por muy bueno.

Es bien cierto que también sabe que la eternidad puede ser para el bien o para el mal y que hay, por tanto, Cielo e Infierno. Pero quiere lo mejor y eso le hace pensar acerca de una verdad tan importante.

Las cosas, a este respecto, tienen una forma de ser, un hacer, un querer conseguirlo.

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4.08.14

Serie oraciones - invocaciones: Comunión espiritual

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud.

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso.

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador.

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Serie Oraciones – Invocaciones: Comunión espiritual

Comunión espiritua

Creo, Jesús mío, que estás presente en el Santísimo Sacramento del Altar; te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte dentro de mi alma. Más, no pudiendo hacerlo ahora sacramentalmente, ven espiritualmente a mi corazón. No permitas, Jesús mío, que jamás me aparte y separe de ti. Así sea”.

No siempre podemos asistir a la Santa Misa. Es más, aunque eso podamos hacer y celebremos, cada día, el sacrificio de Cristo por todos nosotros, es más el tiempo que no podemos estar ante un Sagrario para hablar directamente con el Hijo de Dios y decirle lo que queremos manifestar como hermanos suyos. Sabemos que ya lo sabe porque es Dios hecho hombre pero eso no impide que actuemos de tal forma porque queremos que lo escuche de nuestros labios.

Tenemos, para tales momentos (que, lógicamente, serán la mayoría en nuestra existencia diaria) tenemos una oración que nos abre la puerta del corazón de Cristo. Con ella manifestamos muchas cosas que no podemos decir, a lo mejor, con más palabras pues aquí, también aquí, lo poco vale mucho.

Así, por ejemplo, le decimos a Jesús que tenemos confianza en que está en el Sacramento del Altar y que, cuando acudimos a recibir la Santa Comunión lo recibimos sabiendo que, tras la transubstanciación allí está, presente, para alimentar nuestra alma y llenar nuestro corazón de lo mejor que Dios ha podido dar a sus hijos.

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3.08.14

La Palabra del Domingo - 3 de agosto de 2014

Mt 14, 13-21

Biblia

“13 Al oírlo Jesús, se retiró de allí en una barca, aparte, a un lugar solitario. En cuanto lo supieron las gentes, salieron tras él viniendo a pie de las ciudades. 14 Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos.15 Al atardecer se le acercaron los discípulos diciendo: ‘El lugar está deshabitado, y la hora es ya pasada. Despide, pues, a la gente, para que vayan a los pueblos y se compren comida.’ 16 Mas Jesús les dijo: ‘No tienen por qué marcharse; dadles vosotros de comer.’ 17 Dícenle ellos: ‘No tenemos aquí más que cinco panes y dos peces.’ 18 El dijo: ‘Traédmelos acá.’ 19 Y ordenó a la gente reclinarse sobre la hierba; tomó luego los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición y, partiendo los panes, se los dio a los discípulos y los discípulos a la gente. 20 Comieron todos y se saciaron, y recogieron de los trozos sobrantes doce canastos llenos. 21 Y los que habían comido eran unos 5.000 hombres, sin contar mujeres y niños”.

COMENTARIO

Los panes y los peces

Aquellas miles de personas que seguían a Jesús, al parecer, no estaban preocupadas por qué iban a comer. Jesús, sin embargo, sí lo estaba y, además, quería poner a prueba a sus apóstoles.

Había muchos, seguramente de los más humildes y sencillos, que creían en aquel Maestro que enseñaba con verdadera autoridad y no como otros de los considerados sabios. Por eso lo dejaban todo y, yendo a pie o como mejor podían, iban allí donde sabían que estaba.

Y en aquella ocasión se reunieron muchos.

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2.08.14

Serie “Al hilo de la Biblia” -Job: algo más que paciencia

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Job: algo más que paciencia

Esto está escrito: Job 10, 1-22

Libro de Job

“1 Asco tiene mi alma de mi vida: derramaré mis quejas sobre mí, hablaré en la amargura de mi alma. 2 Diré a Dios: ¡No me condenes, hazme saber por qué me enjuicias! 3 ¿Acaso te está bien mostrarte duro, menospreciar la obra de tus manos, y el plan de los malvados avalar? 4 ¿Tienes tú ojos de carne? ¿Como ve un mortal, ves tú? 5 ¿Son tus días como los de un mortal? ¿tus años como los días de un hombre?, 6 ¡para que andes rebuscando mi falta, inquiriendo mi pecado, 7 aunque sabes muy bien que yo no soy culpable, y que nadie puede de tus manos librar! 8 Tus manos me formaron, me plasmaron, ¡y luego, en arrebato, quieres destruirme! 9 Recuerda que me hiciste como se amasa el barro, y que al polvo has de devolverme. 10 ¿No me vertiste como leche y me cuajaste como queso? 11 De piel y de carne me vestiste y me tejiste de huesos y de nervios. 12 Luego con la vida me agraciaste y tu solicitud cuidó mi aliento. 13 Y algo más todavía guardabas en tu corazón, sé lo que aún en tu mente quedaba: 14 el vigilarme por si peco. y no verme inocente de mi culpa. 15 Si soy culpable, ¡desgraciado de mí! y si soy inocente, no levanto la cabeza, ¡yo saturado de ignominia, borracho de aflicción! 16 Y si la levanto, como un león me das caza, y repites tus proezas a mi costa. 17 Contra mí tu hostilidad renuevas, redoblas tu saña contra mí; sin tregua me asaltan tus tropas de relevo. 18 ¿Para qué me sacaste del seno? Habría muerto sin que me viera ningún ojo; 19 sería como si no hubiera existido, del vientre se me habría llevado hasta la tumba. 20 ¿No son bien poco los días de mi existencia? Apártate de mí para gozar de un poco de consuelo, 21 antes que me vaya, para ya no volver, a la tierra de tinieblas y de sombra, 22 tierra de oscuridad y de desorden, donde la misma claridad es como la calígine”.

La vida, la historia, de aquel hombre, Job, no había sido fácil. Bueno, lo había sido si descontamos todo lo que, de malo, le estaba pasando.

El caso es que Job no comprendía las razones que concurrían en el corazón de Dios para hacerle pasar por aquel calvario (pérdida de bienes materiales, pérdida de hijos, etc.)

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1.08.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - Buscar a Dios por la fe

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Buscar a Dios por la fe

Fe y búsqueda de Dios
35. La luz de la fe en Jesús ilumina también el camino de todos los que buscan a Dios, y constituye la aportación propia del cristianismo al diálogo con los seguidores de las diversas religiones. La Carta a los Hebreos nos habla del testimonio de los justos que, antes de la alianza con Abrahán, ya buscaban a Dios con fe. De Henoc se dice que ’se le acreditó que había complacido a Dios’ (Hb 11,5), algo imposible sin la fe, porque ‘el que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensa a quienes lo buscan’ (Hb 11,6). Podemos entender así que el camino del hombre religioso pasa por la confesión de un Dios que se preocupa de él y que no es inaccesible. ¿Qué mejor recompensa podría dar Dios a los que lo buscan, que dejarse encontrar? Y antes incluso de Henoc, tenemos la figura de Abel, cuya fe es también alabada y, gracias a la cual el Señor se complace en sus dones, en la ofrenda de las primicias de sus rebaños (cf. Hb 11,4). El hombre religioso intenta reconocer los signos de Dios en las experiencias cotidianas de su vida, en el ciclo de las estaciones, en la fecundidad de la tierra y en todo el movimiento del cosmos. Dios es luminoso, y se deja encontrar por aquellos que lo buscan con sincero corazón.
Imagen de esta búsqueda son los Magos, guiados por la estrella hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Para ellos, la luz de Dios se ha hecho camino, como estrella que guía por una senda de descubrimientos. La estrella habla así de la paciencia de Dios con nuestros ojos, que deben habituarse a su esplendor. El hombre religioso está en camino y ha de estar dispuesto a dejarse guiar, a salir de sí, para encontrar al Dios que sorprende siempre. Este respeto de Dios por los ojos de los hombres nos muestra que, cuando el hombre se acerca a él, la luz humana no se disuelve en la inmensidad luminosa de Dios, como una estrella que desaparece al alba, sino que se hace más brillante cuanto más próxima está del fuego originario, como espejo que refleja su esplendor. La confesión cristiana de Jesús como único salvador, sostiene que toda la luz de Dios se ha concentrado en él, en su ‘vida luminosa’, en la que se desvela el origen y la consumación de la historia. No hay ninguna experiencia humana, ningún itinerario del hombre hacia Dios, que no pueda ser integrado, iluminado y purificado por esta luz. Cuanto más se sumerge el cristiano en la aureola de la luz de Cristo, tanto más es capaz de entender y acompañar el camino de los hombres hacia Dios.

Al configurarse como vía, la fe concierne también a la vida de los hombres que, aunque no crean, desean creer y no dejan de buscar. En la medida en que se abren al amor con corazón sincero y se ponen en marcha con aquella luz que consiguen alcanzar, viven ya, sin saberlo, en la senda hacia la fe. Intentan vivir como si Dios existiese, a veces porque reconocen su importancia para encontrar orientación segura en la vida común, y otras veces porque experimentan el deseo de luz en la oscuridad, pero también, intuyendo, a la vista de la grandeza y la belleza de la vida, que ésta sería todavía mayor con la presencia de Dios. Dice san Ireneo de Lyon que Abrahán, antes de oír la voz de Dios, ya lo buscaba ‘ardientemente en su corazón’, y que ‘recorría todo el mundo, preguntándose dónde estaba Dios’ , hasta que ‘Dios tuvo piedad de aquel que, por su cuenta, lo buscaba en el silencio’. Quien se pone en camino para practicar el bien se acerca a Dios, y ya es sostenido por él, porque es propio de la dinámica de la luz divina iluminar nuestros ojos cuando caminamos hacia la plenitud del amor.

Lumen fidei

No es decir nada extraño sostener que la Luz de Dios sostiene nuestra Fe y que con ella podemos caminar hacia el definitivo Reino del Creador sin temor a equivocar el camino (por coger otro) o, simplemente, a salirnos del mismo y quedarnos sin llegar a tan ansiado destino espiritual.

El Papa Francisco, en estos números de Lf se aviene a tal razón de nuestra fe para traernos, a la realidad de hoy mismo, lo que supone buscar a Dios y hacer gracias a nuestra Fe.

Tampoco nos extrañe escuchar que, incluso, antes de que Dios se dirigiera al Padre Abrahám había semejanza del Creador que lo buscaba y que trataba de agradarlo con su forma de ser, con sus acciones. Así pasa tanto con Henoc como con Abel, hijos del Todopoderoso que querían conocer a su Padre aun sin saber que era Quien era.

Pero es con Jesús el momento perfecto para conocer a Dios.

A través de la luz de Cristo, el discípulo (y quien no lo sea pero busque la Verdad de forma franca y sincera) quien quiere encontrar a Dios tiene un camino claro. Apartando de sí las tentaciones puede valerse del ejemplo del Hijo para llegar al Padre. Y, como Cristo, trata de reconocer a Dios en todo aquello que hace. Lo busca en su propia persona, creación de Aquel que todo lo puede; y en otros seres humanos, hermanos todos suyos; y en aquello que le rodea que fue creado y mantenido por el Todopoderoso para que el hombre dispusiese de él. Y así procura alcanzar el Amor de Dios mediante el conocimiento de su Hijo.

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31.07.14

Las molestias de la Cruz y de la Biblia

Crucifijo y Biblia

En determinadas ocasiones se producen intentos de hacer de menos a determinados símbolos católicos como si los mismos no formaran parte de la sociedad en la que vivimos y como si no hubieran colaborado a ser lo que somos.

Seguramente, quien esté en contra de que tanto la Cruz como el Crucifijo o la Santa Biblia tendrá más de una razón para que no sigan apareciendo en ningún acto oficial o en cualquier tipo de circunstancias que llaman “públicas”. Sin embargo serán razones muy alejadas de la realidad y seguramente se basarán en normas sobre las que apoyan su pretensión de preterición de los maderos cruzados y de la Palabra de Dios.

Sin embargo existen, con toda seguridad, unas verdaderas causas de todo este extraño, pero comprensible para según qué mentalidades, tejemaneje:

1.-Odio a la Iglesia

Claramente se manifiesta, con actitudes como las que llevan a pretender que algo que es, en sí mismo, la representación de una fe que une a millones de personas en España, desaparezca de actos públicos, una animadversión algo enfermiza hacia la Esposa de Cristo que no hace más que hacer efectivo un anticlericalismo algo caduco y rancio. Y esto desde muchos puntos de vista ideológicos incluidos de los que se debería esperar más comprensión.

2.-Odio a Cristo

Cuando alguien se ensaña de la forma que lo hace con el símbolo más importante para un cristiano, como es la Cruz y contra la Sagrada Escritura que es, al fin y al cabo, Palabra de Dios inspirada al hombre, se hace con un consciente odio hacia el Hijo de Dios que vino a recordarnos (“Para eso he venido”, dijo) que no quería abolir la Ley de Su Padre sino, al contrario, a darle cumplimiento; a darle cumplimiento, ni más ni menos. Y eso molesta cuando implica, tal actuación, un posicionarse en contra del relativismo, del nihilismo y de otros muchos -ismos que son contrarios a la misma existencia de Dios.

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30.07.14

Serie Escatología de andar por casa - Escatología intermedia – 4- El Infierno

Los novísimos

En Cristo brilla
la esperanza de nuestra feliz resurrección;
y así, aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo

Prefacio de Difuntos.

El más allá desde aquí mismo.

Esto es, y significa, el título de esta nueva serie que ahora mismo comenzamos y que, con temor y temblor, queremos que llegue a buen fin que no es otro que la comprensión del más allá y la aceptación de la necesidad de preparación que, para alcanzar el mismo, debemos tener y procurarnos.

Empecemos, pues, y que sea lo que Dios quiera.

En el Credo afirmamos que creemos en la “resurrección de los muertos y la vida eterna”. Es, además, lo último que afirmamos tener por cierto y verdadero y es uno de los pilares de nuestra fe.

Sin embargo, antes de tal momento (el de resucitar) hay mucho camino por recorrer. Nuestra vida eterna depende de lo que haya sido la que llevamos aquí, en este valle de lágrimas.

Lo escatológico, aquello que nos muestra lo que ha de venir después de esta vida terrena no es, digamos, algo que tenga que ver, exclusivamente, con el más allá sino que tiene sus raíces en el ahora mismo que estamos viviendo. Por eso existe, por así decirlo, una escatología de andar por casa que es lo mismo que decir que lo que ha de venir tiene mucho que ver con lo que ya es y lo que será en un futuro inmediato o más lejano.

Por otra parte, tiene mucho que ver con el tema objeto de este texto aquello que se deriva de lo propiamente escatológico pues en las Sagradas Escrituras encontramos referencias más que numerosas de estos cruciales temas espirituales. Por ejemplo, en el Eclesiástico (7, 36) se dice en concreto lo siguiente: “Acuérdate de tus novísimos y no pecarás jamás". Y aunque en otras versiones se recoge esto otro: “Acuérdate de tu fin” todo apunta hacia lo mismo: no podemos hacer como si no existiera algo más allá de esta vida y, por lo tanto, tenemos que proceder de la forma que mejor, aunque esto sea egoísta decirlo, nos convenga y que no es otra que cumpliendo la voluntad de Dios.

Existen, pues, el cielo, el infierno y, también, el purgatorio y de los mismos no podemos olvidarnos porque sea difícil, en primer lugar, entenderlos y, en segundo lugar, hacernos una idea de dónde iremos a parar.

Estos temas, aún lo apenas dicho, deberían ser considerados por un católico como esenciales para su vida y de los cuales nunca debería hacer dejación de conocimiento. Hacer y actuar de tal forma supone una manifestación de ceguera espiritual que sólo puede traer malas consecuencias para quien así actúe.

Sin embargo se trata de temas de los que se habla poco. Aunque el que esto escribe no asiste, claro está, a todas las celebraciones eucarísticas que, por ejemplo, se llevan a cabo en España, no es poco cierto ha de ser que si en las que asiste poco se dice de tales temas es fácil deducir que exactamente pase igual en las demás.

A este respecto, San Juan Pablo II en su “Cruzando el umbral de la Esperanza” dejó escrito algo que, tristemente, es cierto y que no es otra cosa que “El hombre en una cierta medida está perdido, se han perdido también los predicadores, los catequistas, los educadores, porque han perdido el coraje de ‘amenazar con el infierno’. Y quizá hasta quien los escuche haya dejado de tenerle miedo” porque, en realidad, hacer tal tipo de amenaza responde a lo recogido arriba en el Eclesiástico al respecto de que pensando en nuestro fin (lo que está más allá de esta vida) no deberíamos pecar.

Dice, también, el emérito Benedicto XVI, que “quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno” porque “quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".

No parece, pues, que sea poco real esto que aquí se trae sino, muy al contrario, algo que debería reformarse por bien de todos los que sabiendo que este mundo termina en algún momento determinado deberían saber qué les espera luego.

A este respecto dice San Josemaría en “Surco” (879) que

“La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin. Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno”.

Se habla, pues, poco, pero ¿por qué?

Quizá sea por miedo al momento mismo de la muerte porque no se ha comprendido que no es el final sino el principio de la vida eterna; quizá por mantener un lenguaje políticamente correcto en el que no gusta lo que se entiende como malo o negativo para la persona; quizá por un exceso de hedonismo o quizá por tantas otras cosas que no tienen en cuenta lo que de verdad nos importa.

Existe, pues, tanto el Cielo como el Infierno y también el Purgatorio y deberían estar en nuestro comportamiento como algo de lo porvenir porque estando seguros de que llegará el momento de rendir cuentas a Dios de nuestra vida no seamos ahora tan ciegos de no querer ver lo que es evidente que se tiene que ver.

Mucho, por otra parte, de nuestra vida, tiene que ver con lo escatológico. Así, nuestra ansia de acaparar bienes en este mundo olvidando que la polilla lo corroe todo. Jesús lo dice más que bien cuando, en el Evangelio de San Mateo, dice (6, 19)

“No amontonéis riquezas en la tierra, donde se echan a perder, porque la polilla y el moho las destruyen, y donde los ladrones asaltan y roban”.

En realidad, a continuación, el Hijo de Dios da muestras de conocer qué es lo que, en verdad, nos conviene (Mt 6, 20) al decir

“Acumulad tesoros en el cielo, donde no se echan a perder, la polilla o el mono no los destruyen, ni hay ladrones que asaltan o roban”.

Por tanto, no da igual lo que hagamos en la vida que ahora estamos viviendo. Si muchos pueden tener por buena la especie según la cual Dios, que ama a todos sus hijos, nos perdona y, en cuanto a la vida eterna, a todos nos mide por igual (esto en el sentido de no tener importancia nuestro comportamiento terreno) no es poco cierto que el Creador, que es bueno, también es justo y su justicia ha de tener en cuenta, para retribuirlas en nuestro Juicio partícula, las acciones y omisiones en las que hayamos caído.

En realidad, lo escatológico no es, digamos, una cuestión suscitada en el Nuevo Testamento por lo puesto en boca de Cristo. Ya en el Antiguo Testamento es tema importante que se trata tanto desde el punto de vista de la propia existencia de la eternidad como de lo que recibiremos según hayamos sido aquí. Así, en el libro de la Sabiduría se nos dice (2, 23, 24. 3, 1-7) que

“Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces.

En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará. Los insensatos pensaban que habían muerto; su tránsito les parecía una desgracia y su partida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están en la paz. Aunque la gente pensaba que eran castigados, ellos tenían total esperanza en la inmortalidad. Tras pequeñas correcciones, recibirán grandes beneficios, pues Dios los puso a prueba y los halló dignos de sí; los probo como oro en crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como el fuego en un rastrojo”.


Aquí vemos, mucho antes de que Jesús añadiese verdad sobre tal tema, la realidad misma como ha de ser: la muerte y la vida eternas, cada una de ellas según haya sido la conducta del hijo de Dios. El tiempo intermedio, el purgatorio (“tras pequeñas correcciones”) que terminará con el premio de la vida eterna (o con la muerte también eterna) tras el Juicio, el Final, propio del tiempo de nuestra resurrección.

Abunda, también, el salmo 49 en el tema de la resurrección cuando escribe el salmista (49, 16) que

“Pero Dios rescata mi vida,
me saca de las garras de la muere, y me toma consigo”.

En realidad, como dice José Bortolini (en Conocer y rezar los Salmos, San Pablo, 2002) “Aquello que el hombre no puede conseguir con dinero (rescatar la propia vida de la muerte), Dios lo concede gratuitamente a los que no son ‘hombres satisfechos’” que sería lo mismo que decir que a los que se saben poco ante Dios y muestran un ser de naturaleza y realidad humilde.

Todo, pues, está más que escrito y, por eso, se trata de una Escatología de andar por casa pues lo del porvenir, lo que ha de venir tras la muerte, lo construimos aquí mismo, en esta vida y en este valle de lágrimas.

Escatología intermedia – 4- El Infierno

El Infierno

“Morir en pecado mortal, sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión defintiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra infierno”.

Este texto, que corresponde al número 1033 del Catecismo de la Iglesia Católica expone, más que bien, la terrible realidad del infierno. En realidad, nos muestra hasta qué punto podemos ser obtusos en nuestro comportamiento referido a la fe que tenemos y nos pone, ante los ojos, un futuro ciertamente preocupante.

Digamos, de todas formas, antes de empezar con este nuevo capítulo de la Escatología de estar por casa, que optamos por encuadrar al Infierno en cuanto Escatología intermedia porque, tras el Juicio particular, un alma puede acabar en el mismo pero teniendo en cuenta que, en sí misma, está condenada al Infierno tras tal Juicio suponen estarlo para siempre. No hay, pues, salvación para el alma ue va al Infierno y la Resurrección de la carne lo único que certificará es la confirmación de la condena, la unión del cuerpo con el alma que allí se encuentra y la estancia allí para siempre, siempre, siempre. Queremos decir que, en cuanto ir al infierno supone, ya de por sí, el final del recorrido para el alma y eso desdeciría la llamada “Escatología intermedia”, el caso es que se encuentran en tal estado (intermedio) las almas que están ya condenadas al Infierno antes de producirse la la resurrección de la carne.

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