Juan Pablo II Magno - Eucaristía

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La Eucaristía, don de Dios al hombre para tenerlo siempre presente, es, en la vida de Juan Pablo II Magno, y como no podía esperarse de otra forma, un tema que tiene una importancia lógica y admirable.

Dice, por ejemplo, en la Carta a los sacerdotes correspondiente al Jueves Santo del año 2000 que “La acción eucarística celebrada por los sacerdotes hará presente en toda generación cristiana, en cada rincón de la tierra, la obra realizada por Cristo”.

Por tanto, la función, por así decirlo, que cumple la Eucaristía es, sobre todo, traer a nuestro presente (y a todos los presentes pasados que han sido) la vida de nuestro Maestro, el sacrificio que hizo para la salvación del mundo y, así, agradecer su entrega.

De aquí que “toda la vida sacramental de la Iglesia y de cada cristiano alcanza su vértice y su plenitud precisamente en la Eucaristía. En efecto, en este sacramento se renueva continuamente, por voluntad de Cristo, el misterio del sacrificio, que Él hizo de sí mismo al Padre sobre el altar de la Cruz” (Encíclica Redemptoris hominis, RH, 20)

En la misma Carta a los sacerdotes citada arriba menciona, expresamente, Juan Pablo II Magno, la importancia que, en verdad, tiene la Eucaristía, ya que “La presencia más sublime de Cristo es la de la Eucaristía: no un simple recuerdo, sino memorial que se actualiza; no vuelta simbólica al pasado, sino presencia viva del Señor en medio de los suyos”.

Por eso, la Eucaristía “es el sacramento en que se expresa más cabalmente nuestro nuevo ser” porque nosotros, en Cristo, renovamos la naturaleza humana y hacemos, de ella, algo más perfecto porque el hijo de Dios vino para certificar la voluntad de su padre en tal sentido. Así, en tal sacramento “Cristo mismo, incesantemente y siempre de una manera nueva, certifica en el Espíritu Santo a nuestro espíritu que cada uno de nosotros, como partícipe del misterio de la Redención, tiene acceso a los frutos de la filial reconciliación con Dios que Él mismo hacía realizado, y siempre realiza, entre nosotros mediante el misterio de la Iglesia” (RH 20)

Juan PAglo II Magno

Y es que el Espíritu Santo, formando parte de la Santísima Trinidad, realiza, en la Eucaristía, “aquel fortalecimiento del hombre interior del que habla la Carta a los Efesios” (Encíclica Dominum et Vivificantem, 62) cuando dice “para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior

Pero, además, “El carácter festivo de la Eucaristía dominical expresa la alegría que Cristo transmite a su Iglesia por medio del don del Espíritu Santo” (DD 56)

Pero si hay algo que hace decisiva a la Eucaristía es lo que supone, lo que en realidad es, con relación a la vida de los cristianos.

El encuentro en la Casa de Dios (en cuanto espacio físico concreto o, en realidad, donde pueda celebrarse el mismo) es, más que nada y sobre todas las cosas espirituales, un encuentro comunitario. Por eso “el aspecto comunitario se manifiesta especialmente en el carácter de banquete pascual propio de la Eucaristía, en la cual Cristo mismo se hace alimento” (Carta Apostólica Dies domini, DD, 44)

Pero es que, además, la comunión no lo es, digamos, únicamente, entre los cristianos sino que va más allá. Como no puede ser de otra forma “Cristo entregó a la Iglesia este sacrificio para que los fieles participen de él tanto espiritualmente, por la fe y la caridad, como sacramentalmente, por el banquete de la Sagrada Comunión. Y la participación en la Cena del Señor es siempre comunión con Cristo que se ofrece en sacrificio al Padre por nosotros” (DD 44)

Pero, también, nos permite la Eucaristía traer a nuestra memoria el momento en que Cristo quiso hacer patente su Resurrección para que comprendiesen, sus discípulos, todo aquello que hasta entonces, se les había antojado extraño y muy alejado de su conocimiento. Así, “en la Misa dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los Apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos” (DD 33)

Por eso, la Eucaristía tiene, por así decirlo, un efecto externo a ella misma que la caracteriza como un claro espacio de luz divina.

En primer lugar, es, sobre todo, el cauce a través del cual se manifiesta la oración. Dice Juan Pablo II Magno, en la Carta a los sacerdotes (de 1999) que “La liturgia eucarística es por excelencia escuela de oración cristiana para la comunidad. De la Misa se derivan múltiples formas de una sana pedagogía del espíritu. Entre ellas sobresale la adoración del Santísimo Sacramento, que es una prolongación natural de la celebración

Pero, también, y en segundo lugar, el matrimonio también se ve gozosamente “tocado” por la bondad de la Eucaristía. Y esto porque “la Eucaristía es la fuente misma del matrimonio cristiano. En efecto, el sacrificio eucarístico representa la alianza de amor de Cristo con la Iglesia, en cuanto sellada con la sangre de la Cruz. Y en este sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza los cónyuges cristianos encuentran la raíz de la que brota, que configura interiormente y vivifica desde dentro, su alianza conyugal. En cuanto representación del sacrificio de amor de Cristo por su Iglesia, la Eucaristía es manantial de caridad” (Exhortación apostólica Familiaris consortio 57)

Y es que la sangre de Cristo conformó lo mejor de su mensaje, su mismo y eterno recuerdo.

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