InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Las llaves de Pedro

12.12.14

Las llaves de Pedro – Meditaciones en Santa Marta: Si el corazón es como un mercado

 Francesco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

Vamos a traer a estas “Llaves de Pedro” las meditaciones que el Santo Padre Francisco pronuncia en la Casa de Santa Marta en las homilías diarias que allí celebra, tomadas  las mismas de  L’Osservatore Romano.

 

Martes, 7 de enero de 2014: “Si el corazón es como un mercado”

Papa Francisco en Santa Marta

El corazón del hombre se parece a «un mercado de barrio» donde se puede encontrar de todo. El cristiano debe aprender a conocer en profundidad lo que pasa a través de él, discerniendo aquello que sigue el camino indicado por Cristo y lo que lleva, en cambio, al indicado por el anticristo. El criterio para orientarse en esta elección dijo el Papa Francisco en la homilía de la misa del martes 7 de enero, en la capilla de Santa Marta— es seguir el itinerario indicado por la encarnación del Verbo.

El Pontífice propuso esta reflexión al comentar la primera carta de san Juan (3, 22 - 4,6) en la cual el apóstol «parece casi obsesivo» al repetir algunos consejos, en especial: «Permaneced en el Señor».

«Permanecer en el Señor» repitió el Papa, y añadió: «El cristiano, hombre o mujer, es quien permanece en el Señor». Pero, ¿qué significa esto? Muchas cosas, respondió el Santo Padre. Si bien, explicó, el pasaje de la carta de san Juan se centra en una especial actitud que el cristiano debe asumir si quiere permanecer en el Señor: es decir, la plena conciencia «de lo que sucede en su corazón».

El cristiano que permanece en el Señor sabe «lo que pasa en su corazón». Por ello el apóstol, destacó el Pontífice, «dice: Queridos míos: no os fiéis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios; sabed discernir los espíritus, discernir lo que oís, lo que pensáis, lo que queréis, si es propio del permanecer del Señor o si es otra cosa, que te aleja del Señor». Por lo demás, «nuestro corazón, prosiguió, tiene siempre deseos, ganas, pensamientos: pero, ¿todos éstos, son del Señor? ¿O algunos de éstos nos alejan del Señor? Por ello el apóstol dice: examinad todo lo que pensáis, lo que sentís, lo que queréis… Si esto va en la línea del Señor, funciona; pero si no va en esa línea…».

Por ello es necesario «ponerlos a prueba, repitió el Obispo de Roma citando una vez más la carta de san Juan, para examinar si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo». Y falsos, advirtió, pueden ser no sólo los profetas, sino también las profecías o las propuestas. Por ello es necesario vigilar siempre. Es más, el cristiano, indicó, es precisamente el hombre o la mujer «que sabe vigilar sobre su corazón».

Un corazón, añadió el Papa Francisco, en el cual hay «muchas cosas que van y vienen… Parece un mercado de barrio donde se encuentra de todo». Precisamente por esto es necesaria una obra constante de discernimiento; para comprender, especificó el Pontífice, lo que es verdaderamente del Señor. Pero «¿cómo sé se preguntó que esto es de Cristo?». El criterio a seguir lo indica el apóstol Juan. Y el Santo Padre lo recordó citando una vez más la carta: «Todo espíritu que confiesa a Jesucristo venido en carne es de Dios; y todo espíritu que no confiesa a Jesús no es de Dios: es del Anticristo. El cual habéis oído que iba a venir; pues bien, ya está en el mundo».

«Es así de sencillo: si lo que tú deseas, o lo que tú piensas explicó, va por el camino de la encarnación del Verbo, del Señor que vino en carne», significa que es de Dios; pero si no va por ese camino, entonces no viene de Dios. Se trata, en esencia, de reconocer el camino recorrido por Dios, quien se «abajó, se humilló hasta la muerte de cruz». Abajamiento, humildad y también humillación: «éste, indicó el Pontífice,  es el camino de Jesucristo».

Por lo tanto, si un pensamiento, si un deseo «te lleva, añadió, por el camino de la humildad, del abajamiento, del servicio a los demás, es de Jesús; pero si te lleva por la senda de la suficiencia, de la vanidad, del orgullo o por el camino de un pensamiento abstracto, no es de Jesús». Lo confirman las tentaciones que Jesús mismo sufrió en el desierto: «Las tres propuestas que el demonio hace a Jesús eran propuestas que querían alejar a Jesús de este camino, del camino del servicio, de la humildad, de la humillación, de la caridad realizada con su vida».

«Pensemos hoy en esto, propuso el Pontífice. Nos hará bien. Primero: ¿qué pasa en mi corazón? ¿Qué pienso? ¿Qué siento? ¿Presto atención o dejo pasar, que todo vaya y venga? ¿Sé lo que quiero? ¿Examino lo que quiero, lo que deseo? ¿O lo tomo todo? Queridos míos, no prestéis fe a cada espíritu; examinad los espíritus». Muchas veces, añadió, nuestro corazón es «como un camino, donde pasan todos». Pero precisamente por esto es necesario «examinar» y preguntarnos «si elegimos siempre las cosas que vienen de Dios, si sabemos cuáles son las que vienen de Dios, si conocemos el criterio auténtico para discernir» nuestros deseos, nuestros pensamientos. Y, concluyó, no debemos olvidar jamás «que el criterio auténtico es la encarnación de Dios».

 

No es lo mismo tener un corazón limpio y sano, espiritualmente hablando, que tenerlo sucio y sometido a las vicisitudes del mundo y sus caprichos.

El texto al que se refiere e Papa Francisco (Primera Epístola de San Juan) hace mucho hincapié en algo importante y alrededor de lo cual hace girar su meditación el Santo Padre: hay que permanecer en Cristo.

Dicho así podría parecer cosa fácil: se permanece en el Hijo de Dios y no hay más problema.

Sin embargo, no ha de ser cosa tan sencilla cuando el título de lo que hoy nos dice es “Si el corazón es como un mercado” que es como decir que no está con Cristo sino muy alejado del Emmanuel.

Si estamos cerca de Cristo no será nuestro corazón, en efecto, como un mercado donde se puede encontrar de todo y de todo puede escogerse según nos convenga. Es decir, no nos comportaremos de una forma relativista en la que prima y convence lo que, en cada ocasión, nos convenga y nos interese. Así, seguramente, cuando eso nos venga bien, nos alejaremos de Dios y comprenderemos a Jesús sólo en lo que sea de nuestro gusto.

Es bien cierto que tal forma de comportarse no es la propia de un hermano de Cristo. Cuando tenemos el corazón como un mercado es más que probable que, efectivamente, hagamos de nuestra vida un auténtico desatino espiritual.

Por otra parte, cuando no consentimos que nuestro corazón sea como un mercado (donde todo lo posible y alcanzable, sea lo que sea, se puede alcanzar y es posible) nuestro comportamiento como católicos estará de acuerdo con una forma de ser lo más acorde posible a la que Cristo predicó y con la que, precisamente, se entregó por nosotros.

Tenemos, pues, dos posibilidades y formas de llevar una existencia humana: de acuerdo con Cristo y permaneciendo en Él o manifestando disconformidad con el Señor y, por tanto, haciendo de nuestra capa un sayo (y es mala cosa que una capa se convierta en vulgar trapo)

Utiliza el Santo Padre, para apoyar su meditación, una palabra que dice todo de lo que significa eso de “permanecer en Cristo”: encarnación.

Tal palabra dicho mucho: que Dios quiso hacerse hombre y que se abajó y se humilló por nosotros, que se olvidó de que era el Creador y quiso estar entre sus hermanos los hombres (entre aquellos otros nosotros) y gozar, sufrir, llorar y padecer como lo hacían aquellos que vivían en su tiempo y, en fin, que murió como hombre alejado de la fama social o la aquiescencia de las masas.

 

Todo eso significa permanecer en Cristo y evitar que nuestro corazón sea un mercado porque quien tiene claro que es hermano de Cristo y que es su discípulo no puede permitirse el lujo de ser mundano y carnal sino espiritual y del cielo.

A este respecto, existe una forma, un procedimiento, digamos, de llevar a cabo una existencia donde el mercado sea el lugar donde vamos a adquirir aquello que necesitamos y quede muy alejado de nuestro corazón: preguntarse, cada vez que se va a hacer algo, qué quiere Dios, Cristo, de nosotros.

Es cierto que eso es difícil pero, que se sepa, aún no se ha podido demostrar que ser católico sea cosa fácil. 

  

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

  El Pensador

 

La Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR.

Las bases son las que siguen:


1.- Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR, conforme a las presentes bases.

2.- Podrán concurrir al Premio cualesquiera obras inéditas de ensayo, en lengua castellana, cuya temática verse sobre “De Franco a hoy: evolución de España desde 1975 a 2013″ desde el punto de vista social, cultural y/o moral. Esta temática podrá ser abordada en conjunto o desde cualquier aspecto concreto.

3.- Las obras tendrán una extensión mínima de 150 páginas y máxima de 300. La tipografía a utilizar será el Times New Roman, tamaño 12, espaciada a 1,5. Se presentarán dos copias impresas en papel y se adjuntará una copia en formato word.

4.- Los autores, que podrán ser de cualquier nacionalidad, entregarán sus obras firmadas con nombre y apellidos, o con pseudónimo.

En el caso de que la obra venga firmada con nombre y apellidos, es obliga-torio incluir fotocopia del documento oficial de identidad, una hoja con los datos personales (nombre y apellidos, dirección postal, teléfono y email), un currículum vitae detallado del autor, así como un certificado firmado en donde se haga constar que la misma es propiedad del autor, que no tiene derechos cedidos a o comprometidos con terceros y que es inédita.

En el caso de que la obra sea presentada bajo pseudónimo, se incorporará una plica (con el título de la obra y el pseudónimo utilizado), en cuyo interior se incluirá la documentación referida en el párrafo anterior. Las plicas sólo serán abiertas en el caso de que la obra fuera premiada. En caso contrario serán destruidas junto a los originales presentados.

5.- Se admite la presentación de obras colectivas, pero en este caso el premio se repartirá a prorrata entre los autores. Y la documentación exigida en la cláusula anterior regirá por cada uno de ellos.

6.- Las obras presentadas al Premio no podrán ser editadas, reproducidas, cedidas o comprometidas con terceros, hasta el fallo definitivo. El ganador y, en su caso, los accésits ceden, por el mismo acto del fallo y de manera inmediata, los derechos exclusivos y universales de edición durante quince años a favor de Stella Maris.

Ninguna obra presentada al Premio podrá ser retirada del concurso hasta el fallo del Jurado.

7.- El Premio consistirá en: 
* 6.000 euros en concepto de anticipos de derechos de autor. 
* Publicación de la obra en una de las colecciones de Stella Maris. 
* El 7% sobre las ventas, en concepto de derechos de autor.

8.- El Premio puede ser declarado desierto. Asimismo puede otorgarse un Accésit por cada una de las siguientes modalidades: Ciencias Sociales, Cultura y Filosofía.

El premio de cada accésit será un diploma acreditativo. Stella Maris se reservará el derecho de publicación de cada accésit y, en este caso, el otorgamiento de un 7% sobre ventas en concepto de derechos de autor.

9.- El plazo máximo de presentación de obras que opten al Premio comienza el 1 de febrero y finaliza el 29 de diciembre de 2014 a las 24 horas. 
Las obras deberán presentarse por correo certificado a la siguiente dirección:

Stella Maris 
(PREMIO “REVISTA EL PENSADOR") 
c/. Rosario 47-49 
08007 Barcelona

10.- El Jurado estará compuesto por cinco profesores universitarios e intelectuales de reconocido prestigio, designados por Stella Maris. La composición del Jurado se hará pública al mismo tiempo que el fallo del Premio.

11.- El premio será fallado el 27 de febrero de 2015 y será publicado al día siguiente, comunicándose directamente además al ganador y accesits. El fallo del jurado será inapelable.

Las obras no premiadas serán automáticamente destruidas y no se devolverán en ningún caso a sus autores. Stella Maris no están obligados a mantener correspondencia con ninguno de los aspirantes al Premio.

12.- La concurrencia al Premio implica la aceptación expresa de las presentes bases de convocatoria.

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

El Vicario de Cristo pastorea a la grey de Dios porque sabe que es lo que Dios quiera que haga. 
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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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5.12.14

Las llaves de Pedro – La Iglesia católica somos todos.

Papa Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

 

Audiencia General del 29 de octubre de 2014

La Iglesia católica somos todos

 

 

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En las catequesis anteriores tuvimos ocasión de destacar cómo la Iglesia tiene una naturaleza espiritual: es el cuerpo de Cristo, edificado en el Espíritu Santo. Cuando nos referimos a la Iglesia, sin embargo, inmediatamente el pensamiento se dirige a nuestras comunidades, nuestras parroquias, nuestras diócesis, a las estructuras en las que a menudo nos reunimos y, obviamente, también a los miembros y a las figuras más institucionales que la dirigen, que la gobiernan. Es esta la realidad visible de la Iglesia. Entonces, debemos preguntarnos: ¿se trata de dos cosas distintas o de la única Iglesia? Y, si es siempre la única Iglesia, ¿cómo podemos entender la relación entre su realidad visible y su realidad espiritual?

Ante todo, cuando hablamos de la realidad visible de la Iglesia, no debemos pensar sólo en el Papa, los obispos, los sacerdotes, las religiosas y todas las personas consagradas. La realidad visible de la Iglesia está constituida por muchos hermanos y hermanas bautizados que en el mundo creen, esperan y aman. Pero muchas veces escuchamos que se dice: «La Iglesia no hace esto, la Iglesia no hace esto otro…» – «Pero, dime, ¿quién es la Iglesia?» – «Son los sacerdotes, los obispos, el Papa…» – La Iglesia somos todos, nosotros. Todos los bautizados somos la Iglesia, la Iglesia de Jesús. Todos aquellos que siguen al Señor Jesús y que, en su nombre, se hacen cercanos a los últimos y a los que sufren, tratando de ofrecer un poco de alivio, de consuelo y de paz. Todos los que hacen lo que el Señor nos ha mandado son la Iglesia. Comprendemos, entonces, que incluso la realidad visible de la Iglesia no es mensurable, no es posible conocer en toda su amplitud: ¿cómo se hace para conocer todo el bien que se hace? Muchas obras de amor, numerosas fidelidades en las familias, tanto trabajo para educar a los hijos, para transmitir la fe, tanto sufrimiento en los enfermos que ofrecen sus sufrimientos al Señor… Esto no se puede medir y es muy grande. ¿Cómo se hace para conocer todas las maravillas que, a través de nosotros, Cristo logra obrar en el corazón y en la vida de cada persona? Mirad: también la realidad visible de la Iglesia va más allá de nuestro control, va más allá de nuestras fuerzas, y es una realidad misteriosa, porque viene de Dios.

Para comprender la relación, en la Iglesia, la relación entre su realidad visible y su realidad espiritual, no hay otro camino más que mirar a Cristo, de quien la Iglesia constituye el cuerpo y de quien ella nace, en un acto de infinito amor. También en Cristo, en efecto, en virtud del misterio de la Encarnación, reconocemos una naturaleza humana y una naturaleza divina, unidas en la misma persona de modo admirable e indisoluble. Esto vale de modo análogo también para la Iglesia. Y como en Cristo la naturaleza humana secunda plenamente la naturaleza divina y se pone a su servicio, en función de la realización de la salvación, así sucede, en la Iglesia, por su realidad visible, respecto a la naturaleza espiritual. También la Iglesia, por lo tanto, es un misterio, en el cual lo que no se ve es más importante que aquello que se ve, y sólo se puede reconocer con los ojos de la fe (cf. Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, 8).

Así, pues, en el caso de la Iglesia, debemos preguntarnos: ¿cómo es que la realidad visible puede ponerse al servicio de la realidad espiritual? Una vez más, podemos comprenderlo mirando a Cristo. Cristo es el modelo de la Iglesia, porque la Iglesia es su cuerpo. Es el modelo de todos los cristianos, de todos nosotros. Cuando se mira a Cristo no hay lugar a error. En el Evangelio de san Lucas se relata cómo Jesús, al volver a Nazaret, donde se había criado, entró en la sinagoga y leyó, refiriéndolo a sí mismo, el pasaje del profeta Isaías donde está escrito: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque Él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres, a proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los oprimidos; a proclamar el año de gracia del Señor» (4, 18-19). He aquí: como Cristo se valió de su humanidad —porque también era hombre— para anunciar y realizar el designio divino de redención y de salvación —porque era Dios—, así debe ser también para la Iglesia. A través de su realidad visible, de todo lo que se ve, los sacramentos y el testimonio de todos nosotros cristianos, la Iglesia está llamada cada día a hacerse cercana a cada hombre, comenzando por quien es pobre, por quien sufre y está marginado, de modo que siga haciendo sentir en todos la mirada compasiva y misericordiosa de Jesús.

Queridos hermanos y hermanas, a menudo como Iglesia experimentamos nuestra fragilidad y nuestros límites. Todos los tenemos. Todos somos pecadores. Nadie de nosotros puede decir: «Yo no soy pecador». Pero si alguno de nosotros siente que no es pecador, que levante la mano. Veamos cuántos… ¡No se puede! Todos lo somos. Y esta fragilidad, estos límites, estos pecados nuestros, es justo que nos causen un profundo dolor, sobre todo cuando damos mal ejemplo y nos damos cuenta de que nos convertimos en motivo de escándalo. Cuántas veces, en el barrio, hemos escuchado: «Pero, esa persona que está allá, va siempre a la iglesia pero habla mal de todos, critica a todos…». Esto no es cristiano, es un mal ejemplo: es un pecado. De este modo damos un mal ejemplo: «Y, en definitiva, si este o esta es cristiano, yo me hago ateo». Nuestro testimonio es hacer comprender lo que significa ser cristiano. Pidamos no ser motivo de escándalo. Pidamos el don de la fe, para que podamos comprender cómo, a pesar de nuestra miseria y nuestra pobreza, el Señor nos hizo verdaderamente instrumento de gracia y signo visible de su amor para toda la humanidad. Podemos convertirnos en motivo de escándalo, sí. Pero podemos llegar a ser también motivo de testimonio, diciendo con nuestra vida lo que Jesús quiere de nosotros.”

 

Existe una realidad común, porque nos corresponde a los hijos de Dios que hemos sido bautizados, que tiene que ver con lo que somos y con lo que, entonces, debemos hacer: somos miembros de la Iglesia católica y, con nuestra persona y espíritu, damos forma a la divina institución que fundó Jesucristo y de la que dio las llaves a Pedro, antes Cefas y luego santo del pueblo de Dios.

El caso es que también es común, como bien dice el Papa Francisco, achacar a “la Iglesia”, así dicho en general, de los males más diversos. Y esto supone no reconocer que la Iglesia, como tal, es santa y que lo es porque su fundador lo fue, porque se han reconocido muchos santos dentro de ella y porque todos estamos llamados a la santidad. Por tanto, la Iglesia, como tal, así dicho, ni peca ni es mala. Sí pecamos y sí somos, nosotros, los que caemos en las tentaciones del Maligno.

Todos, pues, formamos la Iglesia católica y sobre nosotros, pues, han de recaer los males que a ella se puedan achacar.

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28.11.14

Las llaves de Pedro – Sínodo sobre la Familia

Papa Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

 

Discurso en la clausura de la III Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos, 18 de octubre de 2014

“Eminencias, beatitudes, excelencias, hermanos y hermanas:

Con un corazón lleno de agradecimiento y gratitud quiero agradecer, juntamente con vosotros, al Señor que, en los días pasados, nos ha acompañado y guiado con la luz del Espíritu Santo.

Doy las gracias de corazón al señor cardenal Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo, a monseñor Fabio Fabene, subsecretario, y con él agradezco al relator, cardenal Péter Erdő, que tanto ha trabajado en los días de luto familiar, al secretario especial, monseñor Bruno Forte, a los tres presidentes delegados, los escritores, los consultores, los traductores y los anónimos, todos aquellos que trabajaron con auténtica fidelidad detrás del telón y total entrega a la Iglesia y sin pausa: ¡muchas gracias!

Doy las gracias igualmente a todos vosotros, queridos padres sinodales, delegados fraternos, auditores, auditoras y asesores por vuestra participación activa y fructuosa. Os llevaré en la oración, pidiendo al Señor que os recompense con la abundancia de sus dones de gracia.

Podría decir serenamente que —con un espíritu de colegialidad y sinodalidad— hemos vivido de verdad una experiencia de «Sínodo», un itinerario solidario, un «camino juntos». Y habiendo sido «un camino» —y como todo camino hubo momentos de marcha veloz, casi queriendo ganar al tiempo y llegar lo antes posible a la meta; otros momentos de cansancio, casi queriendo decir basta; otros momentos de entusiasmo e ímpetu. Hubo momentos de profunda consolación escuchando los testimonios de auténticos pastores (cf. Jn 10 y can. 375, 386, 387) que llevan sabiamente en el corazón las alegrías y las lágrimas de sus fieles. Momentos de consolación y de gracia y de consuelo escuchando los testimonios de las familias que participaron en el Sínodo y compartieron con nosotros la belleza y la alegría de su vida matrimonial. Un camino donde el más fuerte sintió el deber de ayudar al menos fuerte, donde el más experto se dispuso a servir a los demás, incluso a través de la confrontación. Y puesto que es un camino de hombres, con las consolaciones hubo también otros momentos de desolación, de tensión y de tentaciones, de las cuales se podría mencionar alguna posibilidad:

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21.11.14

Las llaves de Pedro – Los carismas en la Iglesia católica

Cada Vida importa

 Papa Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

 

Audiencia del 1 de octubre de 2014

Los carismas en la Iglesia católica

 

Vaticano

 

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

 

Desde los inicios el Señor colmó a la Iglesia con los dones de su Espíritu, haciéndola así cada vez más viva y fecunda con los dones del Espíritu Santo. Entre estos dones se destacan algunos que resultan particularmente preciosos para la edificación y el camino de la comunidad cristiana: se trata de los carismas. En esta catequesis queremos preguntarnos: ¿qué es exactamente un carisma? ¿Cómo podemos reconocerlo y acogerlo? Y sobre todo: el hecho de que en la Iglesia exista una diversidad y una multiplicidad de carismas, ¿se debe mirar en sentido positivo, como algo hermoso, o bien como un problema?

En el lenguaje común, cuando se habla de «carisma», se piensa a menudo en un talento, una habilidad natural. Se dice: «Esta persona tiene un carisma especial para enseñar. Es un talento que tiene». Así, ante una persona particularmente brillante y atrayente, se acostumbra decir: «Es una persona carismática». «¿Qué significa?». «No lo sé, pero es carismática». Y decimos así. No sabemos lo que decimos, pero lo decimos: «Es carismática». En la perspectiva cristiana, sin embargo, el carisma es mucho más que una cualidad personal, que una predisposición de la cual se puede estar dotados: el carisma es una gracia, un don concedido por Dios Padre, a través de la acción del Espíritu Santo. Y es un don que se da a alguien no porque sea mejor que los demás o porque se lo haya merecido: es un regalo que Dios le hace para que con la misma gratuidad y el mismo amor lo ponga al servicio de toda la comunidad, para el bien de todos. Hablando de modo un poco humano, se dice así: «Dios da esta cualidad, este carisma a esta persona, pero no para sí, sino para que esté al servicio de toda la comunidad». Hoy, antes de llegar a la plaza me encontré con muchos niños discapacitados en el aula Pablo VI. Eran numerosos y estaban con una asociación que se dedica a la atención de estos niños. ¿Qué es? Esta asociación, estas personas, estos hombres y estas mujeres, tienen el carisma de atender a los niños discapacitados. ¡Esto es un carisma!

Una cosa importante que se debe destacar inmediatamente es el hecho de que uno no puede comprender por sí solo si tiene un carisma, y cuál es. Muchas veces hemos escuchado a personas que dicen: «Yo tengo esta cualidad, yo sé cantar muy bien». Y nadie tiene el valor de decir: «Es mejor que te calles, porque nos atormentas a todos cuando cantas». Nadie puede decir: «Yo tengo este carisma». Es en el seno de la comunidad donde brotan y florecen los dones con los cuales nos colma el Padre; y es en el seno de la comunidad donde se aprende a reconocerlos como un signo de su amor por todos sus hijos. Cada uno de nosotros, entonces, puede preguntarse: «¿Hay algún carisma que el Señor hizo brotar en mí, en la gracia de su Espíritu, y que mis hermanos, en la comunidad cristiana, han reconocido y alentado? ¿Y cómo me comporto respecto a este don: lo vivo con generosidad, poniéndolo al servicio de todos, o lo descuido y termino olvidándome de él? ¿O tal vez se convierte en mí en motivo de orgullo, de modo que siempre me lamento de los demás y pretendo que en la comunidad se hagan las cosas a mi estilo?». Son preguntas que debemos hacernos: si hay un carisma en mí, si este carisma lo reconoce la Iglesia, si estoy contento con este carisma o tengo un poco de celos de los carismas de los demás, si quería o quiero tener ese carisma. El carisma es un don: sólo Dios lo da.

La experiencia más hermosa, sin embargo, es descubrir con cuántos carismas distintos y con cuántos dones de su Espíritu el Padre colma a su Iglesia. Esto no se debe mirar como un motivo de confusión, de malestar: son todos regalos que Dios hace a la comunidad cristiana para que pueda crecer armoniosa, en la fe y en su amor, como un solo cuerpo, el cuerpo de Cristo. El mismo Espíritu que da esta diferencia de carismas, construye la unidad de la Iglesia. Es siempre el mismo Espíritu. Ante esta multiplicidad de carismas, por lo tanto, nuestro corazón debe abrirse a la alegría y debemos pensar: «¡Qué hermosa realidad! Muchos dones diversos, porque todos somos hijos de Dios y todos somos amados de modo único». Atención, entonces, si estos dones se convierten en motivo de envidia, de división, de celos. Como lo recuerda el apóstol Pablo en su Primera Carta a los Corintios, en el capítulo 12, todos los carismas son importantes ante los ojos de Dios y, al mismo tiempo, ninguno es insustituible. Esto quiere decir que en la comunidad cristiana tenemos necesidad unos de otros, y cada don recibido se realiza plenamente cuando se comparte con los hermanos, para el bien de todos. ¡Esta es la Iglesia! Y cuando la Iglesia, en la variedad de sus carismas, se expresa en la comunión, no puede equivocarse: es la belleza y la fuerza del sensus fidei, de ese sentido sobrenatural de la fe, que da el Espíritu Santo a fin de que, juntos, podamos entrar todos en el corazón del Evangelio y aprender a seguir a Jesús en nuestra vida.

Hoy la Iglesia festeja la conmemoración de santa Teresa del Niño Jesús. Esta santa, que murió a los 24 años y amaba mucho a la Iglesia, quería ser misionera, pero quería tener todos los carismas, y decía: «Yo quisiera hacer esto, esto y esto», quería todos los carismas. Y rezando descubrió que su carisma era el amor. Y dijo esta hermosa frase: «En el corazón de la Iglesia yo seré el amor». Y este carisma lo tenemos todos: la capacidad de amar. Pidamos hoy a santa Teresa del Niño Jesús esta capacidad de amar mucho a la Iglesia, de amarla mucho, y aceptar todos los carismas con este amor de hijos de la Iglesia, de nuestra santa madre Iglesia jerárquica.

Se suele decir, porque es verdad, que el Espíritu Santo sopla donde quiere. Allí donde sopla transforma los corazones y los convierte a la Verdad. Y eso lo puede hacer de muchas formas porque es posible recibir sus inspiraciones, cada cual, según sean sus condiciones particulares.

Por eso existen carismas, diversos, en el seno de la Iglesia católica de los cuales habló el Papa Francisco en la Audiencia del 1 de octubre de 2014.

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14.11.14

Las llaves de Pedro – La Iglesia es católica y apostólica

Papa Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

La iglesia es católica y apostólica

Audiencia del 17 de septiembre de 2014

“Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Esta semana seguimos hablando de la Iglesia. Cuando profesamos nuestra fe, afirmamos que la Iglesia es «católica» y «apostólica». ¿Pero cuál es efectivamente el significado de estas dos palabras, de estas dos notas características de la Iglesia? ¿Y qué valor tienen para las comunidades cristianas y para cada uno de nosotros?

Católica significa universal. Una definición completa y clara nos ofrece uno de los Padres de la Iglesia de los primeros siglos, san Cirilo de Jerusalén, cuando afirma: «La Iglesia sin lugar a dudas se la llama católica, es decir, universal, por el hecho de que está extendida por todas partes de uno a otro confín de la tierra; y porque universalmente y sin defecto enseña todas las verdades que deben llegar a ser conocidas por los hombres, tanto en lo que se refiere a las cosas celestiales, como a las terrestres» (CatequesisXVIII, 23).

Signo evidente de la catolicidad de la Iglesia es que ella habla todas las lenguas. Y esto es el efecto de Pentecostés (cf. Hch 2, 1-13): es el Espíritu Santo quien capacitó a los Apóstoles y a toda la Iglesia para anunciar a todos, hasta los confines de la tierra, la Hermosa Noticia de la salvación y del amor de Dios. Así, la Iglesia nació católica, es decir, «sinfónica» desde los orígenes, y no puede no ser católica, proyectada a la evangelización y al encuentro con todos. Hoy la Palabra de Dios se lee en todas las lenguas, todos tienen el Evangelio en su idioma para leerlo. Y vuelvo al mismo concepto: siempre es bueno llevar con nosotros un Evangelio pequeño, para llevarlo en el bolsillo, en la cartera, y durante el día leer un pasaje. Esto nos hace bien. El Evangelio está difundido en todas las lenguas porque la Iglesia, el anuncio de Jesucristo Redentor, está en todo el mundo. Y por ello se dice que la Iglesia escatólica, porque es universal.

Si la Iglesia nació católica, quiere decir que nació «en salida», que nació misionera. Si los Apóstoles hubiesen permanecido allí en el cenáculo, sin salir para llevar el Evangelio, la Iglesia sería sólo la Iglesia de ese pueblo, de esa ciudad, de ese cenáculo. Pero todos salieron por el mundo, desde el momento del nacimiento de la Iglesia, desde el momento que descendió sobre ellos el Espíritu Santo. Y es así como la Iglesia nació «en salida», es decir, misionera. Es lo que expresamos llamándola apostólica, porque el apóstol es quien lleva la buena noticia de la Resurrección de Jesús. Este término nos recuerda que la Iglesia, sobre el fundamento de los Apóstoles y en continuidad con ellos —son los Apóstoles quienes fueron y fundaron nuevas iglesias, ordenaron nuevos obispos, y así en todo el mundo, en continuidad. Hoy todos nosotros estamos en continuidad con ese grupo de Apóstoles que recibió el Espíritu Santo y luego fue en «salida», a predicar—, es enviada a llevar a todos los hombres este anuncio del Evangelio, acompañándolo con los signos de la ternura y del poder de Dios. También esto deriva del acontecimiento de Pentecostés: es el Espíritu Santo, en efecto, quien supera toda resistencia, quien vence las tentaciones de cerrarse en sí mismo, entre pocos elegidos, y de considerarse los únicos destinatarios de la bendición de Dios. Si, por ejemplo, algunos cristianos hacen esto y dicen: «Nosotros somos los elegidos, sólo nosotros», al final mueren. Mueren primero en el alma, luego morirán en el cuerpo, porque no tienen vida, no son capaces de generar vida, otra gente, otros pueblos: no son apostólicos. Y es precisamente el Espíritu quien nos conduce al encuentro de los hermanos, incluso de los más distantes en todos los sentidos, para que puedan compartir con nosotros el amor, la paz, la alegría que el Señor Resucitado nos ha dejado como don.

¿Qué comporta para nuestras comunidades y para cada uno de nosotros formar parte de una Iglesia que es católica y apostólica? Ante todo, significa interesarse por la salvación de toda la humanidad, no sentirse indiferentes o ajenos ante la suerte de tantos hermanos nuestros, sino abiertos y solidarios hacia ellos. Significa, además, tener el sentido de la plenitud, de la totalidad, de la armonía de la vida cristiana, rechazando siempre las posiciones parciales, unilaterales, que nos cierran en nosotros mismos.

Formar parte de la Iglesia apostólica quiere decir ser conscientes de que nuestra fe está anclada en el anuncio y en el testimonio de los Apóstoles de Jesús –está anclada allí, es una larga cadena que viene de allí—; y, por ello, sentirse siempre enviados, sentirse mandados, en comunión con los sucesores de los Apóstoles, a anunciar con el corazón lleno de alegría a Cristo y su amor por toda la humanidad. Y aquí quisiera recordar la vida heroica de tantos, tantos misioneros y misioneras que dejaron su patria para ir a anunciar el Evangelio a otros países, a otros continentes. Me decía un cardenal brasileño que trabaja bastante en la Amazonia, que cuando él va a un lugar, en un país o en una ciudad de la Amazonia, va siempre al cementerio y allí ve las tumbas de estos misioneros, sacerdotes, hermanos, religiosas que fueron a predicar el Evangelio: apóstoles. Y él piensa: todos ellos pueden ser canonizados ahora, lo dejaron todo para anunciar a Jesucristo. Demos gracias al Señor porque nuestra Iglesia tiene muchos misioneros, ha tenido numerosos misioneros y tiene necesidad de muchos más. Demos gracias al Señor por ello. Tal vez entre tantos jóvenes, muchachos y muchachas que están aquí, alguno quiera llegar a ser misionero: ¡qué siga adelante! Es hermoso esto, llevar el Evangelio de Jesús. ¡Que sea valiente!

Pidamos entonces al Señor que renueve en nosotros el don de su Espíritu, para que cada comunidad cristiana y cada bautizado sea expresión de la santa madre Iglesia católica y apostólica.”

La Iglesia es católica

Vaticano

En la Audiencia del 17 de septiembre de 2014 el Papa Francisco continuó su catequesis acerca de la Esposa de Cristo. Y destacó, tal día, la catolicidad  y apostolicidad de la misma.

Católica por territorio y católica por doctrina.

Aporta el Papa Francisco lo dicho por San Cirilo de Jerusalén acerca del sentido del adjetivo “católica” pues el mismo califica, muestra, una característica muy concreta de la Iglesia fundada por Cristo.

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