InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: Serie meditaciones sobre El Credo

9.07.12

Meditaciones sobre el Credo 11.- La resurrección de la carne

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

11.- La resurrección de la carne

La resurección de la carne

Es bien cierto que nacemos pero que, también, morimos. Es un principio y realidad de la vida del ser humano que no podemos olvidar y que, sobre todo, no debemos esconder: estamos hechos para otra vida, la eterna y, por eso mismo, morir es, por así decirlo, un paso necesario para subir a la Casa del Padre y gozar de su Reino Eterno.

Tal es así, que el apóstol de los gentiles escribió que “para mí la vida es Cristo y morir una ganancia” (Flp 1, 21) y mostraba, a la perfección, lo que un discípulo del Mesías debe entender acerca de esta vida y de la que tiene que venir. Vale la pena, pues, reconocerse en el mundo como hijos de Dios y actuar, en consecuencia, sabiendo que Cristo nos está preparando estancias en la Casa de su Padre (cf. Jn 14, 2) y que, cuando sea la voluntad del Creador, allí estaremos de acuerdo a nuestro ser en este mundo (Cristo dijo queEl que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará”, en Mc 16, 16).

¿Pero qué sentido tiene para el cristiano la muerte?

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2.07.12

Meditaciones sobre el Credo 10.- La comunión de los santos, la remisión de los pecados

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

10.- La comunión de los santos, la remisión de los pecados

La comunión de los santos

Dice el Catecismo de la Iglesia Católica, en su número 953 que, al respecto de la comunión de la caridad, “

“’Ninguno de nosotros vive para sí mismo; como tampoco muere nadie para sí mismo0 (Rm 14, 7). 0Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte’ (1 Co 12, 26-27). ‘La caridad no busca su interés’ (1 Co 13, 5; cf. 1 Co 10, 24). El menor de nuestros actos hecho con caridad repercute en beneficio de todos, en esta solidaridad entre todos los hombres, vivos o muertos, que se funda en la comunión de los santos. Todo pecado daña a esta comunión.”

Tenemos por cierto y verdad, pues, que los católicos no somos islas que vamos caminando por el mundo sin relación alguna con nuestros hermanos en la fe. Lo bien cierto es que es justamente lo contrario y, por tanto, vivimos, debemos vivir en todo caso, la denominada comunión de los santos sin la cual no tendría sentido nuestra fe porque no tendríamos, entre nosotros, la consideración de hijos de Dios que se reconocen, entre ellos, como hermanos.

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25.06.12

Meditaciones sobre el Credo 9.- En la Santa Iglesia Católica

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

9.- En la Santa Iglesia Católica

Santa Iglesia Católica

Para un católico manifestar creencia por la Iglesia que lo acoge es algo más que decir, simplemente, que está en su comunidad de creyentes. Decir, así, que cree en la Iglesia católica es llevar, en su corazón, la voluntad de Dios a pleno cumplimiento.

Nadie puede negar que la Iglesia, en cuanto grupo de personas que tienen una fe sólida y profunda y que fue creada por Jesucristo, haya pasado, a lo largo de su historia, por etapas muy distintas. Así, desde ser un pequeño grupo de personas que procuraban practicar su fe y ser perseguidos por ello, hasta tener un gran poder que se imponía, incluso, al que lo era civil, muchas cosas han pasado en el seno de lo que Cristo quiso fuera su legado.

La Iglesia católica, sin embargo, es un misterio que tiene una relación directa con la Santísima Trinidad pues fue fundada por el Hijo que, enviado por el Padre dejó, para siempre, su Espíritu en el seno de la misma. Pero, además, es una realidad muy compleja que no podemos limitar a lo que de organización tiene porque por muy necesaria que sea la misma no es menos cierto que existe un aspecto, la fe, sin el cual nada se entiende de la llamada, también, Esposa de Cristo. Como tal es guiada por el Espíritu Santo Dios que la anima y la llena por dentro y que, además, la transforma en un medio que sirve a la voluntad de Dios consistente, no lo olvidemos, en hacer alcanzable la salvación de Dios a los hombres o, lo que es lo mismo, un verdadero sacramento de salvación.

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18.06.12

Meditaciones sobre el Credo 8.- Creo en el Espíritu Santo

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

8.- Creo en el Espíritu Santo

Espíritu Santo

Poner la confianza en el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, supone haber dado un gran paso hacia la vida eterna porque comulgar con tan gran verdad es, seguro, manifestación de saber quién se es y qué se es en materia de fe católica.

Decimos en el Credo que ponemos nuestra confianza, que creemos, en el Espíritu Santo. Eso, en realidad, ¿qué quiere decir?

En muchas ocasiones en el Antiguo Testamento el Espíritu Santo, Espíritu de Dios, aparece en los textos sagrados. Así, ya desde el mismo Génesis (1,2) se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” mientras el Creador, precisamente, creaba.

Pero (Gen 2,7)

“Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”

En realidad no debería resultarnos nada extraño que el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, se haga presente desde el mismo comienzo de la historia de la humanidad. Así lo recoge el Salmo 33 (6) cuando dice que

Por la palabra de Yahvéh fueron hechos los cielos,
por el soplo de su boca toda su mesnada ”

donde Palabra y soplo son instrumentos de Dios para llevar a cabo la creación o, lo que es lo mismo, recordando aquello que escribió San Juan en su Evangelio acerca de que (Jn 1, 2)

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”

y que (Jn 1, 14)

“Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”

podemos estar en la seguridad de que en el momento de la creación tanto el Hijo como el Espíritu Santo estaban junto a Dios.

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11.06.12

Meditaciones sobre el Credo 7.- Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

7.- Y de allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos .

Y desde allí ha de venir

Los discípulos de Cristo estamos en la seguridad de que, cuando sea la voluntad de Dios y llegue el momento establecido para que tal hecho se lleve a cabo, Jesucristo, Hijo del Padre y hermano nuestro, volverá a la tierra. Será su Parusía y, para la humanidad, el día en el que muchas realidades saldrán a la vista de todos.

Dice, al respecto, el número 674 del Catecismo de la Iglesia católica que

“La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia (cf. Rm 11, 31), se vincula al reconocimiento del Mesías por ‘todo Israel’ (Rm 11, 26; Mt 23, 39) del que ‘una parte está endurecida’ (Rm 11, 25) en ‘la incredulidad’ (Rm 11, 20) respecto a Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés: ‘Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas’ (Hch 3, 19-21). Y san Pablo le hace eco: ‘si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?’ (Rm 11, 5). La entrada de ‘la plenitud de los judíos’ (Rm 11, 12) en la salvación mesiánica, a continuación de ‘la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc 21, 24), hará al pueblo de Dios “llegar a la plenitud de Cristo’ (Ef 4, 13) en la cual ‘Dios será todo en nosotros’ (1 Co 15, 28).

No sabemos, eso es cierto, cuándo será el momento de la segunda venida de Cristo. Por eso debemos estar preparados para aquel momento y mantener un alma limpia de pecado y de las dominaciones del mundo y seguir el consejo del que antes se llamaba Saulo cuando, en la Epístola a los Efesios (1, 10), escribió “Haced que todo tenga a Cristo por Cabeza, lo que está en los cielos y lo que está en la tierra”( Ef 1,10)

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