InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: San Juan Pablo II

23.08.08

Juan Pablo II Magno - Eucaristía

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La Eucaristía, don de Dios al hombre para tenerlo siempre presente, es, en la vida de Juan Pablo II Magno, y como no podía esperarse de otra forma, un tema que tiene una importancia lógica y admirable.

Dice, por ejemplo, en la Carta a los sacerdotes correspondiente al Jueves Santo del año 2000 que “La acción eucarística celebrada por los sacerdotes hará presente en toda generación cristiana, en cada rincón de la tierra, la obra realizada por Cristo”.

Por tanto, la función, por así decirlo, que cumple la Eucaristía es, sobre todo, traer a nuestro presente (y a todos los presentes pasados que han sido) la vida de nuestro Maestro, el sacrificio que hizo para la salvación del mundo y, así, agradecer su entrega.

De aquí que “toda la vida sacramental de la Iglesia y de cada cristiano alcanza su vértice y su plenitud precisamente en la Eucaristía. En efecto, en este sacramento se renueva continuamente, por voluntad de Cristo, el misterio del sacrificio, que Él hizo de sí mismo al Padre sobre el altar de la Cruz” (Encíclica Redemptoris hominis, RH, 20)

En la misma Carta a los sacerdotes citada arriba menciona, expresamente, Juan Pablo II Magno, la importancia que, en verdad, tiene la Eucaristía, ya que “La presencia más sublime de Cristo es la de la Eucaristía: no un simple recuerdo, sino memorial que se actualiza; no vuelta simbólica al pasado, sino presencia viva del Señor en medio de los suyos”.

Por eso, la Eucaristía “es el sacramento en que se expresa más cabalmente nuestro nuevo ser” porque nosotros, en Cristo, renovamos la naturaleza humana y hacemos, de ella, algo más perfecto porque el hijo de Dios vino para certificar la voluntad de su padre en tal sentido. Así, en tal sacramento “Cristo mismo, incesantemente y siempre de una manera nueva, certifica en el Espíritu Santo a nuestro espíritu que cada uno de nosotros, como partícipe del misterio de la Redención, tiene acceso a los frutos de la filial reconciliación con Dios que Él mismo hacía realizado, y siempre realiza, entre nosotros mediante el misterio de la Iglesia” (RH 20)

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16.08.08

Juan Pablo II Magno - Concilio Vaticano II

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Para Juan Pablo II Magno el Concilio Vaticano II (1962-1965) era, sobre todo, una “piedra miliar en la historia bimilenaria de la Iglesia“. Esto fue lo que dijo de aquella gran reunión de la Iglesia católica en su primer mensaje (el 17 de octubre de 1978)

Pero el papa Polaco había trabajado, intensamente, en el mismo seno del Concilio convocado por Juan XIII y tuvo, por así decirlo, una contribución importante en la elaboración y texto definido de la constitución Gaudium et spes, uno de los documentos más trascendentales del Vaticano II.

De tal documento, dijo, en el congreso que se celebró en el Vaticano en marzo del año 2000, sobre la aplicación del Concilio Vaticano II, que “Planteaba los interrogantes fundamentales a los que toda persona está llamada a responder, nos repite hoy también a nosotros unas palabras que no han perdido su actualidad: ‘El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado’ (n. 22). Son palabras que aprecio mucho y que he querido volver a proponer en los pasajes fundamentales de mi magisterio. Aquí se encuentra la verdadera síntesis que la Iglesia debe tener siempre presente cuando dialoga con el hombre de este tiempo, como de cualquier otro: es consciente de que posee un mensaje que es síntesis fecunda de la expectativa de todo hombre y de la respuesta que Dios le da”.

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10.08.08

Juan Pablo II Magno - Iglesia

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Las llaves que Jesús entregó a Pedro llegaron a manos de Juan Pablo II Magno en unas circunstancias, es cierto, bastante desgraciadas. La muerte de Juan Pablo I precipitaron los acontecimientos que el Espíritu Santo tenía preparados para la vida de la Esposa de Cristo.

Bien podemos preguntarnos el sentido que tenía, y tiene en sus escritos, la Iglesia para el Papa polaco ya que, de conocer tal pensamiento, sabremos cómo condujo a la misma a lo largo de su papado.

Así, cuando dice que “La Iglesia es una comunión (…) la Iglesia quiere decir comunión de los santos. Y comunión de los santos quiere decir una doble participación vital: la incorporación de los cristianos a la vida de Cristo, y la circulación de una idéntica caridad en todos los fieles, en este y en el otro mundo. Unión con Cristo y en Cristo; y unión entre los cristianos dentro de la Iglesia” (Exhortación apostólica Christifideles laici, CL, 19)

Por lo tanto, el seguimiento de Cristo, para Juan Pablo II Magno, era fundamental, pues al haber nacido la Iglesia misma en el Cenáculo “el día de Pentecostés, se puede decir en cierto modo que nunca lo ha dejado. Espiritualmente el acontecimiento de Pentecostés no pertenece sólo al pasado: la Iglesia está siempre en el Cenáculo, que lleve en su corazón. La Iglesia persevera en la oración, como los apóstoles junto a María, Madre de Cristo, y junto a aquellos que constituían, en Jerusalén, el primer germen de la comunidad cristiana y aguardaban, en oración, la venida del Espíritu Santo” (Encíclica Dominum et vivificantem 66)

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3.08.08

Juan Pablo II Magno - María

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Como no podía ser de otra forma, María, Madre de Dios y Madre nuestra, fue tenida en cuenta por Juan Pablo II Magno para apoyarse en ella y ser, verdaderamente, un buen hijo.

Seguramente fue el amor que le tenía a María lo que le hizo elegir un lema que define su pontificado de forma perfecta: ¡Totus tuus! (todo tuyo) Se adhiere, así, al espíritu de San Luis María Grignion de Montfort.

Así lo dice el mismo Juan Pablo II Magno en “Cruzando el umbral de la Esperanza (Libro de pregunta-respuesta escrito, a medias, por así decirlo, con Vittorio Messori):

Esta formula no tiene solamente un carácter piadoso, no es una simple expresión de devoción; es algo mas. La orientación hacia una devoción tal se afirmo en mí en el periodo en que, durante la Segunda Guerra Mundial, trabajaba de obrero en una fábrica. En un primer momento me había parecido que debía alejarme un poco de la devoción mariana de la infancia, en beneficio de un cristianismo más cristocéntrico. Gracias a San Luis María Grignion de Montfort comprendí que la verdadera devoción a la Madre de Dios es sin embargo, cristocéntrica, que esta profundamente radica en los misterios de la Trinidad de la Encarnación y la Redención. Así pues, redescubrí la nueva piedad mariana, y esta forma madura de devoción a la Madre de Dios me ha seguido a través de los años. Respecto a la devoción mariana, cada uno de nosotros debe tener claro que no se trata solo de una necesidad del corazón, de una inclinación sentimental, sino que corresponde también a la verdad sobre la Madre de Dios. María es la Nueva Eva, que Dios pone ante el nuevo Adán – Cristo, comenzando por la Anunciación, a través de la noche del Nacimiento de Belén, el banquete de la Bodas en Cana de Galilea, la Cruz sobre el Gólgota, hasta el Cenáculo del Pentecostés: la Madre de Cristo Redentor es la Madre de la Iglesia“.

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27.07.08

Juan Pablo II Magno - Espíritu Santo

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Se quiera o no se quiera, el Espíritu Santo es, de las tres Personas que constituyen la Santísima Trinidad, la que más difícil es de comprender, la que más nos puede costar entender pero, también, la que más ilumina nuestro camino. No obstante nos fue enviado para que nos lo marcara en nuestra existencia y nos llevara, por así decirlo, al definitivo Reino de Dios.

¿Qué entiende Juan Pablo II Magno por el Paráclito?

Es una Persona divina que está en el centro de la fe cristiana y es la fuente y fuerza dinámica de la renovación de la Iglesia”. Dicho esto en su Encíclica Dominum et vivificantem, de 1986 y dedicada, precisamente, al Espíritu Santo (DV 2) bien podemos entender que, en primer lugar, es el origen de lo que la Iglesia, Esposa de Cristo, es y, en segundo lugar, la Persona que le imprime, a la misma, energía para continuar con su labor de transmisión de la Palabra de Dios, Verbo que sale de la boca, en forma de aliento, del Creador, pues “El Espíritu actúa en la historia del hombre como ‘otro Paráclito’, asegurando de modo permanente la transmisión y la irradiación de la Buena Nueva revelada por Jesús de Nazaret “ (DV 7)

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