InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Categoría: San Juan Pablo II

28.09.08

Juan Pablo II Magno - Esperanza

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En un discurso en Jasna Gora, Polonia, en 1987, Juan Pablo II
Magno
, como preguntándose, dijo “¿Qué es la esperanza? ¿Qué significa?” Y se respondía que “significa: ‘No te dejes vencer del mal, ante vece el mal con el bien’ (Rom 12:21). Se puede vencer el mal. Ésta es la fuerza de la esperanza”.

Dejaba escrito el sentido básico de la virtud teologal de la que se dice que es lo último que se pierde.

Por eso, porque resulta esencial para nuestras vidas de cristianos “No podemos vivir sin esperanza. Hay que tener una finalidad en la vida, un sentido para nuestra existencia. Tenemos que aspirar a algo. Sin esperanza, comenzamos a morir” (Discurso en su visita a Los Ángeles en 1987)

Por tanto, la esperanza nos ayuda en nuestro camino hacia el definitivo Reino de Dios dándonos la fuerza que, necesariamente, nos ha de empujar hacia delante, ayudándonos a soportar los momentos de tribulación por los que pasemos.

Bien podemos preguntarnos, entonces, de quién viene la esperanza, cuál es el origen de la misma.

A esta pregunta, respondió Juan Pablo II Magno en la visita citada a Los Ángeles, en 1987, de la siguiente manera: “La esperanza viene de Dios, de nuestra fe. Sin fe en Dios no puede haber una esperanza duradera, auténtica. Dejar de creer en Dios es empezar a deslizarse por un sendero que sólo puede llevar al vacío y a la desesperación”.

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21.09.08

Juan Pablo II Magno - Fe

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Las tres virtudes Teologales (Fe, Esperanza y Caridad) juegan, por así decirlo, un papel muy importante en la vida de Juan Pablo II Magno. No obstante son el eje a través del cual se rige la vida del cristiano.

¿Qué es la fe?

A tal pregunta responde el Papa diciendo que “La fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el don; ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo “(Encíclica Dominum et vivificantem 51)

Por tanto, es una forma, un instrumento, de relación con el Creador pues, a través de ella y, partiendo de ella, no permanecemos aislados en el mundo por el que peregrinamos. Si Jesús, al decir a Tomas, aquello de “Feliz el que cree sin haber visto” (Jn 20:29) definió, a la perfección, lo que es la fe, bien podemos decir que la misma no deja de ser, para nosotros, el sutil hilo que nos acerca y nos une a Dios.

Además, “La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14:6) Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como Él vivió (Gal 2:20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos” (Encíclica Veritatis splendor 88)

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14.09.08

Juan Pablo II Magno - Laicos

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Es más que reconocido que desde que se celebrara el Concilio Vaticano II, el papel que el laico ha desempeñado en el seno de la Iglesia católica ha sido creciente, importante y destacado.

Por eso, era de esperar que Juan Pablo II Magno dedicara, por decirlo así, un documento importante a las personas que, de forma interesada (en la evangelización y la transmisión de la Palabra de Dios) dedican su tiempo y vida a quien, en verdad, aman y sienten: la Iglesia.

El día 30 de diciembre de 1988 (ahora, pues, se van a cumplir 20 años de tal fecha) Juan Pablo II Magno, en el undécimo año de su pontificado, dio luz a la Exhortación Apostólica Post-Sinodal “Christifideles Laici” (CL desde ahora) relativa, por cierto, a la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo.

Por tanto, bien sabía el Papa polaco que el papel que tenía que desempeñar el laico lo tenía que llevar a cabo tanto en el mismo seno de la Iglesia como en el mundo donde, por amar al prójimo, se encuentra presente la misma.

El número 64 de tal Exhortación viene a fijar, por decirlo así, la importancia del laico: “Es particularmente importante que todos los cristianos sean conscientes de la extraordinaria dignidad que les ha sido otorgada mediante el santo Bautismo”.

Por tanto, es importante reconocer en tal Sacramento de iniciación cristiana un punto importante de inflexión de nuestra vida: somos cristianos, por lo tanto, no podemos olvidar tal dignidad.

Pero continúa diciendo, en el mismo número citado arriba, que “Por gracia estamos llamados a ser hijos amados del Padre, miembros incorporados a Jesucristo y a su Iglesia, templos vivos y santos del Espíritu”.

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7.09.08

Juan Pablo II Magno - Vida consagrada

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Si hay una labor, una entrega, un, al fin y al cabo, trabajo por el Reino de Dios, del que se beneficia la cristiandad entera (además de las personas que la llevan a cabo) es, sin duda, la que llevan quienes hacen de su vida una que lo es consagrada.

Por eso dice Juan Pablo II Magno que “La vida consagrada es importante, precisamente por su sobreabundancia de gratuidad y de amor, tanto más en un mundo que corre el riesgo de verse asfixiado en la confusión de lo efímero” (Exhortación apostólica Vita Consecrata, VC, 1996, 105)

Pero, en realidad, la vida consagrada, ¿cómo se ha de entender o en base a qué se ha de ver y amar?

Exactamente al comenzar la Exhortación apostólica citada arriba, dice el Papa polaco que “La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente ‘visibilidad’ en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo”.

Por tanto, en un mundo como el actual donde prevalece el tener sobre el ser y donde el egoísmo es ejemplo de comportamiento las más de las veces, que la virginidad, la pobreza y la obediencia sean seguidas, con entusiasmo espiritual, por hombres y mujeres, no deja de ser importante para el bien mismo de la Iglesia, de sus hijos y, al fin y al cabo, del mismo mundo.

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31.08.08

Juan Pablo II Magno - Sacerdocio

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El Sacerdocio es, en Juan Pablo II Magno, lógicamente, algo consustancial con su vida personal, dándole un sentido claro y bien definido: “El sacerdote de mañana, no menos que el de hoy, deberá asemejarse a Cristo” (Exhortación apostólica Pastores dabo vobis, PDV, 5, de 1992)

Pero, más que nada, ser sacerdote es una vocación que emana, directamente de Dios y tiene tres características que la definen a la perfección:

1.-En su “Carta a los sacerdotes, del Jueves Santo de 1979 ” dejó dicho que “Sois portadores de la gracia de Cristo, Eterno Sacerdote, y del carisma del Buen Pastor. No lo olvidéis jamás; no renunciéis nunca a esto; debéis actuar conforme a ello en todo tiempo, lugar y modo

2.-Además, en PDV 8 dice que “La vocación al sacerdocio es un testimonio específico de la primacía del ser sobre el tener; es un reconocimiento del significado de la vida como don libre y responsable de sí mismo a los demás, como disponibilidad para ponerse enteramente al servicio del Evangelio y del Reino de Dios bajo la particular forma del sacerdocio”.

3.-Pero, sobre todo, “La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un maravilloso intercambio entre Dios y el hombre. Éste ofrece a Cristo su humanidad, para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo” (Don y misterio, 1996

Habría que decir que, antes que nada, el sacerdote es un hombre (quizá no común por el reto personal que acepta ofrecido por Dios) pero, al fin y al cabo, un hombre. Por eso “Al elegir a hombres como los Doce, Cristo no se hacía ilusiones: en esta debilidad humana fue donde puso el sello sacramental de su presencia. La razón nos la enseña Pablo: ‘Llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros’” (2Co 4,7) (Carta a los sacerdotes, Jueves Santo 2000)

Por tanto, también pueden equivocarse, aunque no por eso dejarán de ser lo que son y de desempeñar la especial labor que desempañan.

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