InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Septiembre 2017

7.09.17

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Así sí se cree

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” -  Así sí se cree

 

“Mi enfermedad…, ¿qué más da comer solo que acompañado, lentejas que patatas, padecer hambre o sed, vivir hacia la derecha o hacia la izquierda?

Todo es igual.

Sólo quiero amar a Dios y cumplir su Voluntad…, deseos pueriles de hombre”.

 

Cuando el hermano Rafael acuña aquella expresión de fe que dice “Sólo Dios” no lo dice por quedar bien con su Padre del Cielo ni por expresar algo en lo que, en el fondo no crea. No. San Rafael Arnáiz Barón dice lo que cree con todas sus fuerzas y lo muestra y demuestra muchas veces.

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6.09.17

Serie “Un día con siete mañanas. Sobre la Creación - 4 . El fin de la Creación de Dios (Objetivo de la Creación)

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“En el principio creó Dios los cielos y la tierra.”

(Génesis 1, 1)

  

Cuando decimos, porque lo creemos, que Dios creó el cielo y la tierra y repetimos aquello de que al séptimo día descansó, no queremos decir, o no deberíamos entender con eso, que el Creador descansó y, acto seguido, se olvidó de lo creado. Muy al contrario es lo que sucedió y sucede porque Quien todo lo creó todo lo cuida y guía y que, por decirlo pronto, el mundo está en sus manos; que el ser humano no es esclavo de Dios sino amigo e hijo suyo y que, cosa que sucedió con Jesucristo, llega a ser capaz de hacerse débil para salvarnos. 

Creó, pues, Dios. Y, como dice el Apocalipsis (4, 11) “Tú has creado el universo, por tu voluntad, no existía y fue creado”. Por eso estamos en la seguridad de que lo que existe no es producto de la casualidad sino de la puesta en práctica de un diseño inteligente en manos de una mente algo más que inteligente. Y porque “Todo lo creaste con tu palabra” (Sb 9,1) confesamos nuestra fe en tal creación y nos sometemos a ella no sin olvidar que la entregó para que no la dilapidáramos sino para que cuidáramos de misma. 

En los relatos de la Creación (Gen 1,1-2; 2,4-25) podemos constatar que la voluntad de Dios tiene pleno sentido en la comprensión de que lo que crea lo hace, digamos, en beneficio de lo que consideró como muy bueno haberlo creado, su criatura, su semejanza e imagen o, lo que es lo mismo, el ser humano. Somos, por lo tanto, herederos desde que Dios nos crea pues hijos suyos somos y nos dota de alma espiritual, de razón y de voluntad libres. 

Creó, pues, Dios. Y lo hizo con el cielo y con la tierra o, lo que es lo mismo, con todo lo que existe y, yendo un poco más allá, con todas las criaturas corporales y espirituales. Por eso dice el Credo, en su versión de Nicea-Constantinopla, “de todo lo visible e invisible” y por eso mismo se nos concede la posibilidad, don de Dios, de tener presente en nuestra existencia a los seres espirituales que no son de carne como somos los mortales pero que aportan a nuestra existencia de creyentes una solidez insoslayable. 

El caso es que Dios, cuando llevó a cabo la Creación tuvo que pensar, lógicamente, en todos los detalles de la misma. Pero a Él le llevó el tiempo que le llevó. 

En realidad, el día en el que Dios creó lo visible y lo invisible fue uno propio. Queremos decir que el tiempo del hombre y el de Dios no son lo mismo, no duran lo mismo. Por eso la Santa Biblia nos recuerda algo que, para esto, en concreto, es muy importante:

 

“Porque mil años a tus ojos son como el ayer, que ya pasó, como una vigilia de la noche (Salmo 89, 4).

 

“Mas una cosa no podéis ignorar, queridos: que ante el Señor un día es como mil años y, ‘mil años, como un día.’”  (2 Pe 3, 8).

 

Sabemos, por tanto, que si para Dios ha pasado un día, para el hombre han pasado 1000 años. Así, podemos sostener que la Creación de Dios ocupó, en tiempo humano, unos 6000 años mientras que para Dios apenas habían pasado 6 días. Aunque esto, claro, sólo lo sabremos cuando, si Dios quiere y ponemos de nuestra parte, estemos en el Cielo y, es más, teniendo en cuenta el sentido que, muchas veces, se puede dar al número en la Biblia, es perfectamente posible que tal número de años no se refiera, sino, a un periodo muy extenso y no, exactamente, a 6000. 

De todas formas, la Creación, obra portentosa de Quien tiene todo el poder, nos ayuda a comprender lo que significa que para Dios nada hay imposible (como le dijo el Ángel Gabriel a la Virgen María en el episodio de la Anunciación y refiriéndose a su prima Isabel –véase Lc 1, 26-38-) y que aquello, la Creación misma, fue el mejor regalo que un Padre podía hacer a quienes serían sus hijos creados, también, por Él. 

Y todo eso pasó y sucedió en un día que, por cosas de Dios, tuvo siete mañanas.

4 . El fin de la Creación de Dios (Objetivo de la Creación)

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“Abierta su mano con la llave del amor surgieron las criaturas”

(Santo Tomás de Aquino, Commentum in secundum librum Sententiarum, 2, prol)

 

El Amor de Dios tiene mucho que ver en el fin mismo de la Creación. Es decir, Dios creó por Amor pero, como es de suponer, tuvo que meditar un fin para crear todo lo que creó.

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5.09.17

Un amigo de Lolo – "Lolo, libro a libro"- Darse por completo

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Resultado de imagen de Mesa redonda con Dios

 

A partir de hoy, y con la ayuda de Dios, vamos a dedicar los próximos artículos referidos al Beato Manuel Lozano Garrido, a traer aquí textos de sus libros. Y vamos a hacerlo empezando por el primero de ellos, de título “Mesa redonda con Dios”. 

Darse por completo

 

“Hazme humilde en los triunfos y fuerte en los fracasos, que nunca me carcoma el remordimiento de haber dado mi ciencia con cuentagotas.”

 

Que, cuando nos van bien las cosas sintamos que Dios está a nuestro lado y cuando nos van mal creamos que nos ha abandonado no es, digámoslo ya, una forma extraña de actuar. Seguramente es la más ordinaria porque somos así, los creyentes, y afirmamos cosas que, en realidad, no creemos.

Creyentes como el Beato Manuel Lozano saben lo que deben ofrecer al Todopoderoso porque, sí, se trata de ofrecer y de pedir lo que nos conviene. Y es que pedir a lo loco sin saber lo que es mejor para nosotros no está nada lejos del comportamiento espiritual de muchos hijos de Dios.

Eso, sin embargo, no le pasa a Lolo que parece conocer a la perfección el sentido elemental, pero tan difícil de comprender, de lo que Dios quiere de nosotros.

Digamos que Manuel Lozano Garrido no pide nada difícil pero sí que es difícil pedirlo. Es decir, quiere nuestro Beato cosas sencillas (con la sencillez de las personas a las que Dios revela las cosas más importantes, Jesucristo dixit) que marcan un sí o no en nuestra fe católica.

Pide humildad.

La humildad que pide Lolo es la que pocas veces estamos dispuestos a mostrar. Es decir, en los triunfos, ser humilde no es lo más común porque lo más común es ser soberbio, venirnos arriba en el mal sentido y olvidar a Quien ha hecho posible tales triunfos. Y es que dejar de lado al Todopoderoso, sabiendo, además sabiendo, que gracias a Él somos lo que somos, es la forma más ordinaria de actuar.

Pero Lolo pide humildad. Y la pide porque sabe que a Dios no le gusta nada de nada los soberbios. Y no le gustan nada de nada porque muestra la faz terrible del olvido del Creador y muestran, los que así actúan, cuan ciegos son.

Pero pide, también, ser fuerte.

La fortaleza es una virtud que nos permite seguir adelante cuando pudiera parecer que se puede seguir adelante. Por eso el Beato de Linares (Jaén, España) le pide a Dios que cuando llegue el momento del fracaso (que llegará…) sepa ser fuerte, con la fortaleza de espíritu y de alma que hace posible no aceptar el fracaso sin oponer resistencia espiritual.

Por otra parte, pudiera parecer que con esto, con pedir humildad y fortaleza es más que suficiente como para llevar una vida santa. Pues no. A Lolo le parecer que, aún, tiene algo que pedir que es muy importante y que se refiere a lo que hace con sus talentos.

Los talentos, como sabemos por cierta parábola así llamada, no son dados por Dios para que los escondamos debajo de cualquier celemín o para echarles siete candados para que nunca afloren a la realidad del hijo de Dios. No.

Lolo, a tal respecto, sabe que debe darse por completo y que, además, su conciencia no le diga que ha hecho mal dándose así, como él se da, como se daba el Beato Lolo, es manifestación de correspondencia entre lo que se cree y lo que se hace.

El caso es que dar, lo que se puede dar a manos llenas, de forma rácana no es propia de los santos hijos de Dios. Y, claro, Lolo era hijo de Dios y santo. Por eso pide que eso no le pasa a él. Y, lo bien cierto, es que no le pasó nunca.

 

 Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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A la venta la 2ª edición del libro inédito del beato Lolo

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Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

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3.09.17

La Palabra del Domingo - 3 de septiembre de 2017

    

 Mt 16, 21-27

 “21  Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y ser matado y resucitar al tercer día. 22 Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: ‘¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso!’ 23 Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ‘¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres!’ 24 Entonces dijo Jesús a sus discípulos: ‘Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. 25   Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. 26 Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida? 27 ‘Porque el Hijo del hombre ha de venir en la gloria de su Padre, con sus ángeles, y entonces pagará a cada uno  según su conducta.’”

        

 

COMENTARIO

 

La vida que vale la pena vivir

 

Las cosas claras, podemos decir pues, de otra forma, puede llevar a engaño lo que se pueda decir aunque lo diga el mismo Hijo de Dios. 

El caso es que Jesús no le gustaban las medidas tintas ni el lenguaje, tan de moda ahora, políticamente correcto. Es más, conocedor de la misión que debía cumplir por habérsela encomendado su Padre, no deja de hacer lo que le corresponde hacer. Nadie, por tanto, va a limitar su cumplimiento. 

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2.09.17

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – ¡Cuidado con nuestra forma de ser y actuar! Peligro de muerte eterna

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia? “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

¡Cuidado con nuestra forma de ser y actuar! Peligro de muerte eterna

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Y Jesús dijo… (Jn  15,22 )

 “Si yo no hubiera venido y no les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa de su pecado.”

 

Es bien cierto que, antes de que Dios se manifestar al hombre (pongamos, por ejemplo, a Abrahám) nadie podía decir que no creía en el Todopoderoso. Es decir, que sin conocimiento no puede haber culpa. Y eso pasa con Jesucristo.

Dios había prometido al ser humano que enviaría a un Mesías, a un Salvador. Y en eso confiaba el pueblo que había sido elegido por el Creador, el judío. Y pasaron los siglos esperanzado tal pueblo con eso. Ellos esperaban que Dios, su protector ante y en el mundo, cumpliera su promesa.

Podemos decir, por tanto, que antes de que eso sucediera nadie podía ser tenido como culpable de una increencia o, lo que es lo mismo, que a nadie se le podía imputar un pecado tan grave como era desconfiar, en cuando a haber enviado a un Mesías, del Todopoderoso.

Pero llegó la plenitud de los tiempos y Dios envío a un Mesías. Y no es que hubiera suscitado, por ejemplo, un gran hombre de los entre ya vivientes. No. Es que envió a su propio Hijo al mundo.

Sabemos que hubo quien creyó en Él. Es más que muchos dieron y darían su vida, a lo largo de los siglos, por Quien había sido enviado, Dios entre nosotros, Emmanuel.

Sin embargo, hubo quien miró para otro lado (incluso muchos de los que sabían, positivamente, por el devenir de su pueblo y por sus Santas Escrituras, que aquel hombre era el Hijo de Dios) y no quiso saber nada de aquel Maestro que, como decían muchos, enseñaba con autoridad y no como otros…

Pues bien, Jesucristo se dirige, lo que dice ahora va destinado, a los que podían haber creído en Él.

Lo dice de una forma bien clara. Y es que hace uso del “si” condicional que, como sabemos, es una forma de decir que podían haber hecho, muchos, otra cosa muy distinta a cuanto hicieron al escuchar a Jesucristo y al ver (amantes como eran de los signos) lo que hacía.

En efecto. Dios podía no haber enviado a su Hijo al mundo. Pero lo envío. Y como lo envió, cumplió una misión que tenían bien definida: instaurar el Reino de Dios y procurar la salvación de sus hermanos los hombres. Y eso lo estaba haciendo y, con su muerte, lo consumó, lo perfeccionó, lo cumplió a rajatabla.

Él había hablado; Él había hecho. Tanto habló diciendo lo que era conveniente saber y entender y tanto hizo mostrando y demostrando que sólo Dios podía hacer ciertos milagros y que si los hacía, como poco, era Enviado de Dios pero cabía la posibilidad de que se encontraran ante Dios mismo hecho hombre…

Ellos, muchos no creyeron. Y tuvieron muchas oportunidades para convertirse y creer en el Evangelio, ser bautizados y manifestarse como discípulos de Cristo. Pero no creyeron.

¿Aquello era pecado? ¿No creer en el hijo de María y de José era un pecado muy grave?

Está de más decir que sí, que no tener en cuenta a Jesucristo era mucho más que un simple olvido o un dejar para mañana lo que podían creer hoy. No. Muchos, viendo y escuchando, no creyeron, simplemente, porque no quisieron. Y desairaron así al Espíritu Santo que, como sabemos, es el único pecado que no perdona ni en esta vida ni en la que ha de venir tras nuestra muerte.

Ellos, aquellos que viendo y escuchando no quisieron creer que aquel Maestro era mucho más que un más de los muchos maestros que había tuvieron culpa muy grave. Es más, aquel pecado era enorme, tanto que, difícilmente podía ser perdonado. Y es que rechazaron, nada más y nada menos que a Dios.

Nosotros, de todas formas, preferimos estar con Jesucristo cuando, en un momento crucial (nunca mejor dicho esto) de su vida le pidió a Dios que los perdonara porque no sabían lo que hacían. Pero ¿nadie lo sabía?

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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