InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Agosto 2016

25.08.16

El rincón del hermano Rafael – “Saber esperar”- Hacer lo que Dios quiere

“Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.

Hasta hace bien poco hemos dedicado este espacio a escribir sobre lo que el hermano Rafael había dejado dicho en su diario “Dios y mi alma”. Sin embargo, como es normal, terminó en su momento nuestro santo de dar forma a su pensamiento espiritual.

Sin embargo, San Rafael Arnáiz Barón había escrito mucho antes de dejar sus impresiones personales en aquel diario. Y algo de aquello es lo que vamos a traer aquí a partir de ahora.

             

Bajo el título “Saber esperar” se han recogido muchos pensamientos, divididos por temas, que manifestó el hermano Rafael. Y a los mismos vamos a tratar de referirnos en lo sucesivo.

 

“Saber Esperar” – Hacer lo que Dios quiere

 

“¡Qué poco cuesta…; mejor dicho, nada cuesta hacer lo que Él quiere, pues se ama su Voluntad, y aún el dolor y el sufrimiento es paz, pues se sufre por amor!”

 

Se corrige él mismo. El hermano Rafael, cuando ser humano, cree que, al menos, cuesta algo hacer la voluntad de Dios. Sin embargo, a renglón seguido manifiesta una fidelidad a prueba de muchas pruebas: no cuesta nada. 

El caso es que, cuando hablamos de la voluntad de Dios pudiera parecer que no sabemos, exactamente, qué quiere decir eso. Y es que, ciertamente, no acabamos de entender que el Creador nos puede pedir, nos pide en realidad, hacer aquello que, muchas veces no queremos hacer porque entendemos no nos conviene. 

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24.08.16

Serie “Su Cruz y nuestras cruces” – Su Cruz (habla Cristo)

Ciertamente mi muerte en estos maderos es un misterio muy grande para el hombre. Es, además, algo que cuando comprendan a qué me refiero, los salvará para siempre. 

¡Qué difícil es explicarles que mi muerte es esencial para que ellos puedan, un día, estar con mi Padre! 

Ellos podrían haberse dado cuenta de que, a lo largo de mis años de enseñanza, les he ido diciendo (según mejoraba su comprensión) que todo lo que a mí se refería ya estaba escrito en los libros sagrados que se pueden leer en las sinagogas. Allí podían encontrarme. Es más, en alguna ocasión ya dije eso al leer uno de los textos del profeta Isaías. Muchos, claro, no quisieron comprenderme y los que entendieron a qué me refería se dieron cuenta de lo que eso podía suponer. Y sintieron miedo… 

Pero ahora estoy aquí colgado. Y viendo cómo se disputan mis ropas (eso también estaba escrito) aquellos que me están dando muerte, pienso si acabarán comprendiendo que he cargado sobre mis hombros con todos los pecados del mundo. Que eso no ha sido fácil bien lo he comprendido en Getsemaní, cuando pedí a mi Padre que me librara de lo que iba a sufrir (¿Sabéis que ya lo sabía y que muchas veces lo dije antes de esto?) pero que no convenía para nada que se cumpliera mi voluntad sino la del Quien todo lo había creado. 

¿Sabéis que Isaías ya dijo que el castigo salvador iba a pesar sobre mí? 

Pero, a lo mejor, no sabéis algo que deberíais tener en cuenta. Quiero decir que a través de estos maderos en los que estoy colgado os he reconciliado con mi Padre. ¡Sí! Aunque no lo acabéis de entender es a través de esta Cruz (castigo reservado, como sabéis, para los más terribles malhechores entre los que, al parecer, me encuentro) como vosotros estáis a bien con Adonai. Y, desde ahora, el Padre reconcilia al mundo, a través de mí, con Él. 

No creáis, sin embargo, que Dios me echa a mí la culpa de vuestros pecados. Sabe perfectamente y más que bien (no olvida nunca nada) en qué habéis caído muchos de vosotros (¿No dije en una ocasión que erais malos pero que Dios os amaba de igual manera?) pero también sabe que muchas veces sois demasiado débiles como para soportar, siquiera, no caer en determinadas tentaciones. 

Por eso os digo que a través de esta Cruz os he rescatado. Pero, ¿Acaso necesitábamos ser rescatados?, os podéis preguntar. 

Si hay alguien que crea, francamente, que no necesitaba ser perdonado por Dios que tire (como dije cuando querían apedrear a aquella mujer que me presentaron como adúltera) la primera piedra. Y me gustaría ver quién de vosotros no la deja en el suelo y mira para otro lado… 

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23.08.16

Un amigo de Lolo – Abrir de par en par las puertas a Dios

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

 

Abrir de par en par las puertas a Dios

Dios sólo invade cuando las puertas de un corazón se le abren de par en par y en el umbral le espera la bienvenida de un “fiat”. (Bien venido, amor, p. 783).

Los corazones de los fieles católicos están llenos de muy buenas intenciones. Por eso solemos sostener las verdades de nuestra fe con énfasis no vaya a pensarse que no creemos en ellas.

Ciertamente, en muchos casos eso no será así porque no habrá la suficiente formación al respecto. Sin embargo, podemos decir que, a nivel general, tenemos claro mucho de lo que decimos es nuestra fe.

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21.08.16

La Palabra del Domingo - 21 de agosto de 2016

 

Lc 13, 22-30

“22 Atravesaba ciudades y pueblos enseñando, mientras caminaba hacia Jerusalén.  23 Uno le dijo: ‘Señor, ¿son pocos los que se salvan?’ El les dijo: 24 ‘Luchad por entrar por la puerta estrecha, porque, os digo, muchos pretenderán entrar y no podrán. 25 ‘Cuando el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, os pondréis los que estéis fuera a llamar a la puerta, diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’ Y os responderá: ‘No sé de dónde sois.’ 26 Entonces empezaréis a decir: ‘Hemos comido y bebido contigo, y has enseñado en nuestras plazas’; 27 y os volverá a decir: ‘No sé de dónde sois. = ¡Retiraos de mí, todos los agentes de injusticia!’ =  28   ‘Allí será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abraham, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, mientras a vosotros os echan fuera. 29 Y vendrán de oriente y occidente, del norte y del sur, y se pondrán a la mesa en el Reino de Dios. 30 ‘Y hay últimos que serán primeros, y hay primeros que serán últimos.’”

        

COMENTARIO

Sobre puertas y entradas al Cielo

 

Sin duda alguna, este texto del evangelio de San Lucas tiene todo que ver con algo que, tantas veces, ha señalado el Hijo de Dios: la salvación eterna. No otra cosa quiere decirnos con estas palabras Quien trajo la de Dios al mundo. 

La voluntad de cada cual que tiene fe es salvarse. Por eso no es nada extraño que alguien le pregunte a Jesús si son pocos los que se han de salvar. A lo mejor, había escuchado al Maestro que la cosa no es tan fácil. No es imposible pero no tan fácil como pudiera pensarse porque no siempre se la ecuación hijo de Dios=salvación eterna. 

Abunda Cristo mucho en esto aquí. Es decir, dice por activa y por pasiva el qué y el cómo al respecto de la salvación eterna.

A la pregunta citada responde con una claridad, con una sencillez no exenta de misterio. 

Nos habla de la puerta estrecha. Y es que muchos, también dice eso, quieren entrar por otra, la ancha, y eso, en esto, no es posible. 

¿Y qué es eso de la puerta estrecha y la puerta ancha? 

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20.08.16

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – La Parábola del Padre Bueno

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice el P. Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

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