InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Mayo 2016

7.05.16

Serie “Al hilo de la Biblia- Y Jesús dijo…” – ¡Lobos y ovejas! ¡Cuidado con algunos y algunas!

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice el P. Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Por otra parte, es bien cierto que Jesucristo, a lo largo de la llamada “vida pública” se dirigió en múltiples ocasiones a los que querían escucharle e, incluso, a los que preferían tenerlo lejos porque no gustaban con lo que le oían decir.

Sin embargo, en muchas ocasiones Jesús decía lo que era muy importante que se supiera y lo que, sobre todo, sus discípulos tenían que comprender y, también, aprender para luego transmitirlo a los demás.

Vamos, pues, a traer a esta serie sobre la Santa Biblia parte de aquellos momentos en los que, precisamente, Jesús dijo.

¡Lobos y ovejas! ¡Cuidado con algunos y algunas!

       

Y Jesús dijo… (Lc 10, 3)

“Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos.”

No hay que confundir las cosas porque una cosa son los lobos que se ponen disfraz de oveja y otra, muy distinta y seguramente peor, las ovejas que son, en realidad, lobos.

Cuando Jesús dice eso que dice y que aquí traemos a los que iban a ser sus predicadores sabía del pie que cojeaban muchos de sus contemporáneos que es, más o menos, el mismo del que hoy cojean muchos.

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6.05.16

Serie “Esta es nuestra fe” – Saber, exactamente, qué somos y qué no

 

Hay textos de las Sagradas Escrituras que, por la causa o razón que sean, nos llegan bien dentro del corazón. Es decir, nosotros, que hemos escuchado y leído muchas veces los textos que Dios ha inspirado a determinados hijos suyos, nos sentimos atraídos por algunas palabras de las que obtenemos sustento para nuestra fe.

Algo así pasó, al que esto escribe, con un texto de la Epístola a los Filipenses. En concreto de los versículos que aquí traemos (Flp 3, 17-4,1)

“Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros. Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de  Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra.  Pero nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas. Por tanto, hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi corona, manteneos así firmes en el Señor, queridos.”

Alguien podrá decir que no se trata de una gran parábola (como, por ejemplo, la del hijo pródigo o de la del buen samaritano) y que tampoco contiene grandes cosas dichas por Jesucristo que puedan dar forma a una forma de creer. Sin embargo, en aquellas no muchas palabras, el apóstol de los gentiles (como se suele llamar a san Pablo) nos dice, de una manera sencilla pero directa, en qué debemos creer y, sobre todo, en qué debemos sustentar nuestra vida de fe.

Vamos a decir, por eso, si Dios quiere, unas cuantas semanas a escribir sobre este texto que, seguramente, ha sido muchas veces leído y escuchado por aquellos hermanos que puedan esto llevarse a los ojos y al corazón. Sin embargo, ¡cuántas veces escuchamos lo mismo y no nos dice nada!

Esto, así dicho, puede no significar nada para muchos hermanos en la fe pero, con franqueza lo digo, contiene mucho más de lo que puede parecer a primera vista.

Sea, pues, lo que Dios quiera al respecto del desarrollo de esto. Estamos, pues, en sus manos.

 

Saber exactamente qué somos y qué no

“Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros. Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de  Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra”

El autor de este texto, que antiguamente había perseguido a los discípulos de Cristo y ahora lo era él, plantea exactamente cómo debe ser un hijo de Dios que se considera amigo del Maestro; también, cómo no de deber. Y es que conviene que sepamos, por conveniencia relacionada con nuestra vida eterna, a este respecto, el contenido básico de nuestra fe católica. 

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5.05.16

El rincón del hermano Rafael – El verdadero destino del hombre

 “Rafael Arnáiz Barón nació el 9 de abril de 1911 en Burgos (España), donde también fue bautizado y recibió la confirmación. Allí mismo inició los estudios en el colegio de los PP. Jesuitas, recibiendo por primera vez la Eucaristía en 1919.”

Esta parte de una biografía que sobre nuestro santo la podemos encontrar en multitud de sitios de la red de redes o en los libros que sobre él se han escrito.   

Nosotros vamos a dedicar nuestra atención a un libro en particular. Recoge los diarios de San Rafael Arnaiz entre el 16 de diciembre de 1937 y el 17 de abril de 1938y está editado por la Asociación Bendita María.

Vayamos, de todas formas, ahora mismo, a escribir sobre el protagonista de esta nueva serie.

Cuando Dios tiene a bien escoger a uno de sus hijos para que siga una vida de fe acentuada hace que se note desde la corta edad. Y eso era que le pasaba a Rafael: daba muestras de que las cosas de Dios le interesaban más que al resto de sus compañeros de la infancia.

Sin embargo, desde temprana edad enfermó y empezó a llevar su particular cruz.

Aunque Rafael, dotado de una precoz inteligencia, parecía tener una vida en el mundo, en el siglo, de especial importancia (se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid) no podía evitar, ni quería, su voluntad de profundizar en su vida espiritual.

Tal es así que ingresó en el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas el 15 de enero de 1934.

La enfermedad que arriba hemos citado, la diabetes sacarina, le obligó a abandonar el monasterio en tres ocasiones pero volvió en otras tres ocasiones porque bien sabía que no otro era el camino espiritual que debía seguir.

Cuando recién había estrenado los 27 años Dios lo llamó cabe sí un 26 de abril de 1938 siendo sepultado en el monasterio donde había ingresado para seguir una vida espiritual acorde con su voluntad de hijo del Creador.

El caso es que la fama de santidad de un católico tan joven y tan entregado a su fe no tardó en salir de los muros del monasterio. Y es que aquello que había escrito estaba dotado de una especial atracción. Tal es así que el 20 de agosto de 1989, san Juan Pablo II lo propuso como modelo para los jóvenes que iban a acudir a la Jornada Mundial de la Juventud a celebrar en Santiago de Compostela. Y unos pocos años después, en 1992 fue beatificado (el 27 de septiembre).

Pero, seguramente, no bastaba con el reconocimiento que se hacía entonces. El Beato Rafael iba a subir un escalón más en el Cielo y el 11 de octubre de 2009 el ahora emérito Benedicto XVI canonizaba a quien había sabido comunicar al mundo que sólo Dios era suficiente para llevar una existencia propia de un buen y fiel hijo.

Que Dios nos ayude a acercarnos lo mejor posible al pensamiento espiritual de San Rafael Arnáiz, el hermano Rafael. Y, de paso, le pedimos que  interceda por nosotros. 

VIII-Dios-y-mi-alma

El verdadero destino del hombre

12 de abril de 1938 – Martes Santo

“Sólo en Dios encuentro lo que busco, y lo encuentro en tanta abundancia, que no me importa no hallar en los hombres aquello que algún día fue mi ilusión, ilusión que ya paso…

Busqué la ‘verdad’ y no la hallé. Busqué la ‘caridad’ y sólo vi en los hombres algunas chispitas que no llenaron mi corazón sediento de ella… Busqué la paz y vi que no hay paz en la tierra.

Ya la ilusión pasó, pasó suavemente, sin darme cuenta… El Señor que es quien me engañó para llevarme hacia sí, me lo hizo ver…

Ahora ¡qué feliz soy! ¿Qué buscas entre los hombres?, me dice… ¿Qué buscas en la tierra en la que eres peregrino? ¿Qué paz es la que deseas?… ¡Qué bueno es el Señor que de la vanidad y de la criatura me aparta!”

Según dice el hermano Rafael, hay un antes y un después de haberse encontrado con Dios. Se trata de formas muy distintas de ver las cosas: antes son así… después ya no pueden ser lo mismo. Y es que hay algo que cambia mucho el corazón de quien se encuentra con el Todopoderoso.

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4.05.16

“Una fe práctica”- "¿Sirve para algo orar?" – ¿Y si lo intentas?

  

Una vez concluido con el texto del libro “Lo que pasa cuando te confiesas” pasamos a otro, ahora de título “¿Sirve para algo orar?

 “En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo  según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido.”

1 Jn 5, 14-15

Cuando nos reconocemos hijos de Dios, y nos damos cuenta de que eso ha de suponer algo en nuestra vida, acude a nuestro corazón algo sin lo cual no podemos vivir bien nuestra fe: la oración.

Orar es, se suele decir, no siempre fácil porque abunda en nuestra vida mucho que nos distrae de tan sana práctica espiritual. Es decir, repetir oraciones que hemos aprendido cuando, de niños, se nos enseñaron o, ya de mayores si se trata de una conversión posterior, no encierra problema alguno. Otra cosa es lo que eso pueda significar para nosotros. Pero, en verdad, si bien es fácil decir muchas veces oraciones como el Padre nuestro, el Ave María o el Gloria (la básica trilogía espiritual del Creyente católico) no es tanto profundizar en la oración, ir más allá, llegar más lejos con y en ella.

Sin embargo, sabemos más que bien que la oración es muy necesaria. Es más, una vida sin oración viene a ser como un querer y no poder o, mejor, un saber y no querer ejercer de lo que somos. 

Hay grandes maestros que han escrito sobre la oración. En ellos podemos inspirarnos para llevar una vida de fe profunda y adecuada a nuestro corazón que ama a Dios, Quien lo creó y mantiene.

Por ejemplo, San Francisco de Sales, en su importante obra de título “Introducción a la vida devota” nos dice, en la Segunda parte de la Introducción (Capítulo I) esto que sigue:

“La oración al llevar nuestro entendimiento hacia las claridades de la luz divina y al inflamar nuestra voluntad en el fuego del amor celestial, purifica nuestro entendimiento de sus ignorancias, y nuestra voluntad de sus depravados afectos; es el agua de bendición que, con su riego, hace reverdecer y florecer las plantas de nuestros buenos deseos, lava nuestras almas de sus imperfecciones y apaga en nuestros corazones la sed de las pasiones.”

También podemos traer aquí lo dicho, a tal respecto, por Santa Teresa de Jesús. Es bien cierto que los escritos de la Doctora de la Iglesia (El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció este título), nacida en Ávila hacen especial hincapié en el espíritu de oración, en cómo practicarlo y, sobre todo, en los frutos que produce una buena práctica orante. Es más, teniendo en cuenta el tiempo que le tocó vivir y la labor que desempeñó en lo tocante a la fundación de conventos, tal espíritu de oración (que reflejan sus obras escritas) muestra el propio vigor de la santa y, más que nada, su capacidad de recogimiento. 

Pues bien, en las “Moradas del castillo interior” (Moradas Primeras, capítulo 1, 7) dice esto:                                                                                

“Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras.”

La oración, para un creyente católico, ha de ser un instrumento espiritual sobre el que construir su vida. Sin oración, en verdad, no hay vida cristiana porque la misma supone ponernos en comunicación directa con nuestro Creador como muy bien nos dice los tres autores traídos aquí.

Pero también podemos acogernos a las Sagradas Escrituras donde la oración es puesta, muchas veces, en práctica por aquellos que, inspirados por Dios, han sabido dejar escrito lo que tanto bien nos hace.

Así, con el Salmo 139 también pedimos algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios. Y con la oración lo recorremos en la seguridad de no ser nunca abandonados por nuestro Creador.

En realidad, la oración, orar, para nosotros los hijos de Dios, debe ser como el alimento que hace crecer nuestro corazón y nuestro espíritu. Es decir, que a menor oración, menor será el crecimiento de los mismos y, por tanto, la falta de desarrollo de la relación que debemos mantener con nuestro Creador. Y al contrario: a más oración, más profunda y cercana será la que mantengamos con el Todopoderoso.

Arriba hemos dicho que desde que somos niños llegan a nuestro corazón unas palabras que, nos dicen, nos ponen en contacto con Dios. Eso, así dicho y al principio, no solemos comprenderlo. Sin embargo, nos sirve para ir creyendo que nuestra fe tiene su base en una práctica que debemos tener como gozosa y no como actuación aburrida o, en exceso, repetitiva.

Luego, cuando crecemos físicamente también debemos hacerlo espiritualmente. Eso supone que aquellas oraciones aprendidas en la infancia han de haber sido practicadas muchas veces. Pero eso no es suficiente. Y es que ha de aparecer en nuestra vida una oración, digamos, extensiva. Es decir, no debemos olvidar que el contenido de la oración puede ser, es, muy diverso: la oración de alabanza o adoración, la que es de petición (o de súplica) y  de intercesión (si pedimos para otros), la de acción de gracias y la oración de alabanza.

Así, por ejemplo, alabamos a Dios cuando le manifestamos que agradecemos su especial miramiento por su descendencia y que tenemos por muy de tener en cuenta lo que ha hecho por cada uno de nosotros. Así adoramos, así alabamos a Quien todo lo ha hecho y mantiene.

Y pedimos, suplicamos. Es, seguramente, la forma con la que más nos dirigimos a Dios. Y es que tenemos mucho por lo que hablar con el Creador en este sentido. A este respecto podemos pedir, digamos, cosas materiales (a cualquiera se le ocurren algunas) o cosas espirituales (vencer un defecto, acercarnos más al Padre, a rezar mejor…)

Siempre es importante no olvidarse nunca del prójimo. Es decir, debemos tener por bueno y verdad que Dios ha de recibir con alegría que un ser humano no pida para sí mismo siempre sino que tenga en cuenta a quien pueda necesitar ayuda. Y es que así se muestra una escasez de egoísmo que, en orden a acumular para la vida eterna, nos viene la mar de bien.

Y podemos pedir perdón. Sí, en la oración podemos decirle a Dios que hemos pecado. Es cierto que ya lo sabe pero no por eso vamos a dejar de cumplir una obligación básica como es reconocer lo que somos: nada y pecadores. Eso, de todas formas, no quita ni disminuye la necesidad de acudir al Sacramento de la Reconciliación o, por decirlo de otra forma, no nos hace innecesaria la confesión.

Hay, sin embargo, una forma de orar, un sentido de darle a la oración, que tiene que ver, lo que más tiene que ver, con nuestra propia realidad. Nos referimos a la oración de acción de gracias.

Tenemos por verdad el dicho que refiere que es “de bien nacidos ser agradecidos”. Y nosotros, que hemos nacido por voluntad de nuestro Creador, ¿no vamos a agradecer, al menos, eso?

Sin embargo, hay mucho más que agradecer. A cualquiera se le ocurrirían, ahora mismo, decenas de realidades y circunstancias por las que dar gracias a Dios.

En primer lugar, porque nos ama. Dios nos ama y eso lo sabemos tan sólo con mirarnos a nosotros mismos: nos ha hecho así, como somos y, como diría san Juan, ¡lo somos!

Pero también podemos darle gracias por aquello que tenemos. Y es que solemos creer que nuestras cosas materiales son nuestras por nuestra actividad laboral. Es cierto que eso es así pero todo viene, como diría Jesús a Pilatos refiriéndose a su poder, de “arriba”. Y arriba ya sabemos Quién está.

Pero también podemos dar gracias por aquello que, no teniendo carácter positivo, nos acaece. ¡Sí!, también debemos dar gracias a Dios por la enfermedad o por los malos momentos por los que estemos pasando. Y no se trata de manifestar actitud masoquista alguna ante nuestra realidad sino de saber ser capaces de sobrenaturalizar tales sufrimientos y llevarlos al corazón de Dios manifestando fidelidad a nuestro Creador.

Y, por supuesto, y muy relacionado con lo que hemos dicho arriba, podemos dar gracias a Dios por perdonarnos siempre. Y, aunque eso no suponga para nosotros una especie de patente de corso para hacer lo que nos plazca, no podemos negar que tener tal esperanza hecha realidad es algo más que bueno.

Y ofrecernos. También, en la oración, podemos ofrecer a Dios, por ejemplo, algo que nos cuesta hacer. Se lo regalamos en la oración, lo entregamos a su corazón para que lo acaricie y lo transforme en dones para sus hijos; también le podemos ofrecer que no volveremos a pecar (a modo de voto particular o privado) o que vamos a hacer determinado sacrificio que sabemos, por nuestra forma de ser, que nos cuesta mucho llevar a cabo.

Eso en cuanto al contenido de la oración. Pero tampoco podemos olvidar que una tal práctica espiritual tiene una forma de hacerse. Es decir, nosotros podemos orar de una forma o de otra.

Dice, a tal respecto, el Catecismo de la Iglesia católica (2699) que “La tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.”

Vemos, pues, que la oración puede ser de tres tipos: vocal, meditada o contemplativa.

Si nos referimos a la primera de ellas es la que se expresa mediante palabras articuladas o pronunciadas. Sin embargo, se tiene por este tipo de oración aquella que hace uso de fórmulas preestablecidas y conocidas por todos los creyentes (el Padrenuestro o el Avemaría) porque están tomadas de la Biblia o las que vienen de la tradición espiritual como, por ejemplo, el Beni Sancte Spiritus, la Salve, el Señor mío Jesucristo, etc. o, por último, aquellas que, como la jaculatoria, expresan de forma breve un pensamiento espiritual y de fe.  

En cuanto a la oración a la que se aplica el término de “meditación” supone la orientación del pensamiento hacia Dios y, desde el Creador, mirar hacia el propio existir para valorarlo y acomodarlo a la propia vida y a la comunión que la une con el Todopoderoso. También se la llama “mental”.

Es bien cierto que la meditación supone la realización de un esfuerzo interior que va más allá del que se realiza para orar vocalmente. Por eso el Catecismo (2705) dice de ella que es “sobre todo, una búsqueda” y toda búsqueda supone, siempre, un esfuerzo a llevar a cabo.

Y, por último, la llamada “oración contemplativa” es una forma de llevar a cabo la experiencia cristiana de relacionarse con Dios a la que también se denomina “oración interior” u “oración del corazón”. Lo que se pretende con este tipo de oración es buscar silencio para estar con Dios pues, como dijo san Pablo “somos templo del Espíritu Santo” (cf. 1 Cor 3, 16).

Es bien cierto que este tipo de oración, para poder llevarlo a cabo, se necesita un esfuerzo mayor que para las otras dos formas. Sin embargo, no se trata de una que sólo esté destinada a ser llevada a cabo por personas religiosas en sus claustros y comunidades contemplativas. No. Ciertamente, no es fácil contemplar, en el sentido interior a que nos referimos. Sin embargo, este tipo de oración es, al contrario de lo que gusta al Enemigo suscitar en nuestro corazón, para todo aquel creyente que anhele buscarla pues, como dice Santa Teresa de Jesús la oración contemplativa es la “Fuente de Agua Viva” de la que Jesús habla a la samaritana junto al pozo de Jacob. Y ya sabemos, a tal respecto, lo que le dijo Cristo: “todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed” (Jn 4, 13).

De todas formas, el fruto que debemos querer obtener de la oración es triple:

1. Descubrir la voluntad de Dios para nuestra vida.

2. Hacernos dóciles a la voluntad de Dios.

3. Que se la voluntad de Dios la que rija nuestra existencia.

Ya vamos viendo que orar, lo que se dice orar, se puede hacer de muchas formas o, mejor, hay muchos tipos o clases de oración. No podemos decir, por tanto, que el campo sea poco amplio y que no sepamos a qué atenernos.

Acabemos, ya, esta introducción con algo dicho por San Agustín que tiene todo que ver con la oración y con lo que con ella pretendemos. Nos nuestra el converso africano algo muy importante como es que una cosa es lo que queremos y otra, muy distinta, lo que nos conviene:

“A veces no tenemos lo que pedimos en la oración porque: oramos mal, o sea sin atención o sin fe. U oramos siendo malos, o sea sin querer mejorar nuestra conducta. O pedimos cosas que nos hacen mal, por ejemplo bienes materiales que podrían hacer más mal que bien a nuestra eterna salvación. Pero toda oración es escuchada, y si Dios no nos da lo que pedimos, nos dará algo que será mucho mejor.”

Confianza, pues, en Dios, es lo que nos corresponde tener cuando oramos al Padre Todopoderoso. Él siempre sabe lo que nos corresponde tener o alcanzar.

 

3 - ¿Y si lo intentas?

Tenemos la teoría. Es decir, sabemos que, en cuanto a la oración, lo que tenía que ser dicho está más que dicho y no podemos acudir a la imposibilidad de conocer lo elemental. No. Doctrina y Ley de Dios lo dicen todo.

Debemos, pues, orar pero si lo que nos pasa es que no tenemos la suficiente práctica… ¿Cómo hacerlo?

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3.05.16

Un amigo de Lolo – Lo que debería ser normal

Presentación

Lolo

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

Libro de oración

 

En el libro “Rezar con el Beato Manuel Lozano, Lolo” (Publicado por Editorial Cobel, www.cobelediciones.com ) se hace referencia a una serie de textos del Beato de Linares (Jaén-España) en el que refleja la fe de nuestro amigo. Vamos a traer una selección de los mismos.

  

Lo que debería ser normal

“En el mundo hay muchos hombres que van al Metro o tienen la preocupación de la cuenta del sastre. Uno cualquiera de ellos toma hoy su carrerilla, se codea en las aglomeraciones y más de una vez se pasa la mano por la frente, que le suda, pero desde que abre los ojos quiere que Dios esté dentro de su corazón, como un relicario, y aquí están sus veinticuatro horas con el alma de rodillas, las mismas que son posibles a tantos benditos e innumerables hombres corrientes y molientes” (Mesa redonda con Dios, p. 32).

No cabe la menor duda de que, al escribir este texto en su libro “Mesa redonda con Dios”, Manuel Lozano Garrido tenía la ilusión que lo que dice fuera exactamente verdad. Esto, así dicho, debería ser normal, el normal desenvolvimiento de quien se sabe hijo de Dios.

El caso es que podemos imaginar que, en efecto, cada hijo de Dios actúa según dice Lolo. Sólo así podremos entender, a lo mejor, la razón de que así no se haga demasiadas veces.

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