InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Septiembre 2014

15.09.14

Serie oraciones – invocaciones - Romano Guardini: A Dios Padre Todopoderoso

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud.

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso.

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador.

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Durante unas cuantas semanas vamos a dedicar esta serie a un gran católico como lo fue, y es, Romano Guardini. En su libro “Cartas sobre la formación de sí mismo” dedica una de ellas a la oración. En tal carta desgrana una serie de oraciones que vale la pena traer aquí. Y así lo haremos, con la ayuda de Dios.

Serie Oraciones – Invocaciones: Romano Guardini: A Dios Padre Todopoderoso

Romano Guardini

“Padre Eterno, todo procede de Ti, todo se dirige hacia Ti, atrae hacia Ti, hacia tu altura, lo más íntimo de mi corazón, haz que yo supere todo lo que es bajo. Llámame para que yo salga de todo lo pasajero y entre en tu eternidad. En Ti está la luz, la plenitud de la vida y la patria. Padre, todo está en tus manos. En Ti tengo puesta mi confianza. A tu providencia entrego los míos, a ella me entrego yo mismo y mi obra. Rey grande y eterno, hágase tu voluntad. Que tu Reino crezca también a través de mí. Lo que yo soy y hago y lo que me pase será para gloria tuya y para extender tu Reino ”

Hacia Dios, Creador y Padre nuestro, se puede mirar de muchas formas. A Dios es posible amarlo de algunas y diversas maneras. Sin embargo, a Quien todo lo hizo y mantiene sólo se le puede tener por Todopoderoso y, por tanto, someterse a su santa y divina voluntad.

Es más que bueno, a este respecto, reconocer las cosas que son porque así son y así están establecidas.

Así, por ejemplo, saber que todo procede de Dios pero que, sobre todo, todo ha de mirar a Dios y todo se ha de encaminar al Creador. Y es que no es poco importante esto de cara a la conveniente humildad que debemos manifestar. Por eso tener en cuenta que Dios, que crea lo existente, nos atrae a todos hacia sí (recordemos que eso fue lo que dijo Jesús de cuando fuera “elevado” en la cruz) nos viene muy bien a la hora de dirigirnos a Él.

A Dios, por tanto, nos dirigimos con bastante asiduidad. Otra cosa es lo que le pidamos y la forma de pedírselo.

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14.09.14

La Palabra del Domingo - 14 de septiembre de 2014

Jn 3, 13-17

Biblia

13 Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. 14 Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre, 15 para que todo el que crea tenga por él vida eterna. 16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.

MEDITACIÓN

Jesús continúa su conversación con su discípulo secreto Nicodemo porque sabe que es muy importante que aquellos que son considerados sabios entre los suyos conozcan la verdadera doctrina de Dios y su Santa Ley.

1. En el capítulo 21 de Números, concretamente entre sus versículos 8 al 9, se narra el hecho que es causa de que Jesús explique a Nicodemo. Dios encomendó a Moisés la labor de hacer una serpiente para que, el levantarla, fuera mirada por los que podían resultar afectados por enfermedad y, así, ser curados y, en cierto modo, salvados. Y dijo Yahveh a Moisés hazte un Abrasador y ponlo sobre un mástil. Todo el que haya sido mordido y lo mire, vivirá.» Hizo Moisés una serpiente de bronce y la puso en un mástil. Y si una serpiente mordía a un hombre y éste miraba la serpiente de bronce, quedaba con vida, pues, según dice este texto del Antiguo Testamento, Dios, viendo la falta de fe que tenía su pueblo, le envió serpientes para someterles a una prueba.

Cabe pensar que el Mesías se refiere, con su levantamiento, por una parte, a la parte física de su Pasión, levantado en la cruz, pero, sobre todo, entendemos, a la parte espiritual: Jesús asciende a los cielos. Así, con esto, el que cree, aunque sea con aquella terrible prueba y con este gozoso hecho (la ascensión) y necesitado, como siempre, de pruebas de esa divinidad, podrá salvarse, alcanzará la vida eterna. Pero era necesario éste, y así se lo indica a Nicodemo para que entienda.

2. Traemos a colación, ahora, una expresión que se utiliza de una forma no del todo adecuada. Se suele decir que en el justo medio está la virtud. Sin embargo, la frase completa es que ahí está la virtud, en el justo medio, si los extremos son malos. Y Dios amó tanto al hombre, hasta el extremo, que entregó a su único hijo, como dice Juan en esta parte de su Evangelio. Es decir, que en este caso, el extremo era mejor que el justo medio, que hubiera una entrega sometida a la pura conveniencia. Y es que para Dios todo es posible, hasta esto.

3. El caso es que, como sabemos, Jesús fue levantado y, así, se cumplió la profecía hecha a Nicodemo en aquel día de conversación y transmisión de la Palabra de Dios. Aquel hombre que, seguramente, entendía a Cristo hasta cierto límite y cierto punto debió comprender que Quien le hablaba era, en efecto, el Hijo del Todopoderoso a quien el pueblo judío llevaba muchos siglos esperando.

4. La muerte, profetizada aquí mismo por su protagonista, tenía un objetivo bien determinado en el corazón y la voluntad de Dios. No sería, digamos, como un acontecimiento que se produciría sin consecuencias sino que, desde toda la eternidad, estaba previsto que sería crucial para la salvación de la humanidad toda pero, en concreto, de cada hijo de Dios que creyera en Cristo

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13.09.14

Serie “Al hilo de la Biblia” - Jonás: poderoso y santo temor de Dios

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Jonás: poderoso y santo temor de Dios

Esto está escrito ( Jon 2. 3 )

La conversión de Nínive

”Capítulo 2: Jonás 2

Súplica y liberación de Jonás

2 1 El Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y este permaneció en el vientre del pez tres días y tres noches.2 Entonces Jonás oró al Señor, su Dios, desde el vientre del pez, 3 diciendo: “Desde mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió; desde el seno del Abismo, pedí auxilio, y tú escuchaste mi voz. 4 Tú me arrojaste a lo más profundo, al medio del mar: la corriente me envolvía, ¡todos tus torrentes y tus olas pasaron sobre mí! 5 Entonces dije: He sido arrojado lejos de tus ojos, pero yo seguiré mirando hacia tu santo Templo. 6 Las aguas me rodeaban hasta la garganta y el Abismo me cercaba; las algas se enredaban en mi cabeza. 7 Yo bajé hasta las raíces de las montañas: sobre mí se cerraron para siempre los cerrojos de la tierra; pero tú me hiciste subir vivo de la Fosa, Señor, Dios mío. 8 Cuando mi alma desfallecía, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. 9 Los que veneran ídolos vanos abandonan su fidelidad, 10 pero yo, en acción de gracias, te ofreceré sacrificios y cumpliré mis votos: ¡La salvación viene del Señor!".

11 Entonces el Señor dio una orden al pez, y este arrojó a Jonás sobre la tierra firme.

La predicación de Jonás

3

1 La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás, en estos términos: 2 “Parte ahora mismo para Nínive, la gran ciudad, y anúnciale el mensaje que yo te indicaré". 3 Jonás partió para Nínive, conforme a la palabra del Señor. Nínive era una ciudad enormemente grande: se necesitaban tres días para recorrerla. 4 Jonás comenzó a internarse en la ciudad y caminó durante todo un día, proclamando: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida".

La conversión de Nínive y el perdón de Dios

5 Los ninivitas creyeron en Dios, decretaron un ayuno y se vistieron con ropa de penitencia, desde el más grande hasta el más pequeño. 6 Cuando la noticia llegó al rey de Nínive, este se levantó de su trono, se quitó su vestidura real, se vistió con ropa de penitencia y se sentó sobre ceniza. 7 Además, mandó proclamar en Nínive el siguiente anuncio: “Por decreto del rey y de sus funcionarios, ningún hombre ni animal, ni el ganado mayor ni el menor, deberán probar bocado: no pasten ni beban agua; 8 vístanse con ropa de penitencia hombres y animales; clamen a Dios con todas sus fuerzas y conviértase cada uno de su mala conducta y de la violencia que hay en sus manos. 9 Tal vez Dios se vuelva atrás y se arrepienta, y aplaque el ardor de su ira, de manera que no perezcamos". 10 Al ver todo lo que los ninivitas hacían para convertirse de su mala conducta, Dios se arrepintió de las amenazas que les había hecho y no las cumplió. “

Todo este episodio de la vida de Jonás y la situación de Nínive es verdaderamente aleccionador y brillante. Gracias al mismo nos podemos valer de la misericordia del Creador para llevar una vida de acuerdo a su voluntad.

Sabemos que Dios internó a Jonás en el estómago de una ballena. Allí estuvo durante tres días pues no quería cumplir con la misión que el Señor le había encomendado.

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12.09.14

Las llaves de Pedro – Consideraciones sobre Lumen fidei - Fe y unidad de la Iglesia

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículos vamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Fe y unidad de la Iglesia

Unidad e integridad de la fe

“47. La unidad de la Iglesia, en el tiempo y en el espacio, está ligada a la unidad de la fe: ‘Un solo cuerpo y un solo espíritu […] una sola fe’ (Ef 4,4-5). Hoy puede parecer posible una unión entre los hombres en una tarea común, en el compartir los mismos sentimientos o la misma suerte, en una meta común. Pero resulta muy difícil concebir una unidad en la misma verdad. Nos da la impresión de que una unión de este tipo se opone a la libertad de pensamiento y a la autonomía del sujeto. En cambio, la experiencia del amor nos dice que precisamente en el amor es posible tener una visión común, que amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos empobrece, sino que enriquece nuestra mirada. El amor verdadero, a medida del amor divino, exige la verdad y, en la mirada común de la verdad, que es Jesucristo, adquiere firmeza y profundidad. En esto consiste también el gozo de creer, en la unidad de visión en un solo cuerpo y en un solo espíritu. En este sentido san León Magno decía: ‘Si la fe no es una, no es fe’.
¿Cuál es el secreto de esta unidad? La fe es ‘una’, en primer lugar, por la unidad del Dios conocido y confesado. Todos los artículos de la fe se refieren a él, son vías para conocer su ser y su actuar, y por eso forman una unidad superior a cualquier otra que podamos construir con nuestro pensamiento, la unidad que nos enriquece, porque se nos comunica y nos hace ‘uno’.

La fe es una, además, porque se dirige al único Señor, a la vida de Jesús, a su historia concreta que comparte con nosotros. San Ireneo de Lyon ha clarificado este punto contra los herejes gnósticos. Éstos distinguían dos tipos de fe, una fe ruda, la fe de los simples, imperfecta, que no iba más allá de la carne de Cristo y de la contemplación de sus misterios; y otro tipo de fe, más profundo y perfecto, la fe verdadera, reservada a un pequeño círculo de iniciados, que se eleva con el intelecto hasta los misterios de la divinidad desconocida, más allá de la carne de Cristo. Ante este planteamiento, que sigue teniendo su atractivo y sus defensores también en nuestros días, san Ireneo defiende que la fe es una sola, porque pasa siempre por el punto concreto de la encarnación, sin superar nunca la carne y la historia de Cristo, ya que Dios se ha querido revelar plenamente en ella. Y, por eso, no hay diferencia entre la fe de ‘aquel que destaca por su elocuencia’ y de ‘quien es más débil en la palabra’, entre quien es superior y quien tiene menos capacidad: ni el primero puede ampliar la fe, ni el segundo reducirla.

Por último, la fe es una porque es compartida por toda la Iglesia, que forma un solo cuerpo y un solo espíritu. En la comunión del único sujeto que es la Iglesia, recibimos una mirada común. Confesando la misma fe, nos apoyamos sobre la misma roca, somos transformados por el mismo Espíritu de amor, irradiamos una única luz y tenemos una única mirada para penetrar la realidad.

48. Dado que la fe es una sola, debe ser confesada en toda su pureza e integridad. Precisamente porque todos los artículos de la fe forman una unidad, negar uno de ellos, aunque sea de los que parecen menos importantes, produce un daño a la totalidad. Cada época puede encontrar algunos puntos de la fe más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe (cf. 1 Tm 6,20), para que se insista oportunamente en todos los aspectos de la confesión de fe. En efecto, puesto que la unidad de la fe es la unidad de la Iglesia, quitar algo a la fe es quitar algo a la verdad de la comunión. Los Padres han descrito la fe como un cuerpo, el cuerpo de la verdad, que tiene diversos miembros, en analogía con el Cuerpo de Cristo y con su prolongación en la Iglesia. La integridad de la fe también se ha relacionado con la imagen de la Iglesia virgen, con su fidelidad al amor esponsal a Cristo: menoscabar la fe significa menoscabar la comunión con el Señor. La unidad de la fe es, por tanto, la de un organismo vivo, como bien ha explicado el beato John Henry Newman, que ponía entre las notas características para asegurar la continuidad de la doctrina en el tiempo, su capacidad de asimilar todo lo que encuentra, purificándolo y llevándolo a su mejor expresión. La fe se muestra así universal, católica, porque su luz crece para iluminar todo el cosmos y toda la historia.

49. Como servicio a la unidad de la fe y a su transmisión íntegra, el Señor ha dado a la Iglesia el don de la sucesión apostólica. Por medio de ella, la continuidad de la memoria de la Iglesia está garantizada y es posible beber con seguridad en la fuente pura de la que mana la fe. Como la Iglesia transmite una fe viva, han de ser personas vivas las que garanticen la conexión con el origen. La fe se basa en la fidelidad de los testigos que han sido elegidos por el Señor para esa misión. Por eso, el Magisterio habla siempre en obediencia a la Palabra originaria sobre la que se basa la fe, y es fiable porque se fía de la Palabra que escucha, custodia y expone. En el discurso de despedida a los ancianos de Éfeso en Mileto, recogido por san Lucas en los Hechos de los Apóstoles, san Pablo afirma haber cumplido el encargo que el Señor le confió de anunciar ‘enteramente el plan de Dios’ (Hch 20,27). Gracias al Magisterio de la Iglesia nos puede llegar íntegro este plan y, con él, la alegría de poder cumplirlo plenamente.

Lumen fidei

Podría parecer una verdad de las llamadas de perogrullo (evidente, sin necesidad de hacer explícita, clara a los ojos y el corazón…) decir que si no hay unidad de la fe católica no puede haber unidad en la Iglesia católica.

Sin embargo, es más que cierto que tal verdad, tan cierta como la existencia de Dios, no ha sido asimilada por todos los que forman parte de la Esposa de Cristo pues, como es sobradamente conocido, parecen no darse cuenta de que si no existe unidad de la fe tampoco puede haberla de la Iglesia católica.

El Papa Francisco, en estos puntos de su Lumen fidei, acierta al identificar las razones de la fe que procuran la unidad de la Iglesia católica. Y ninguna de ellas está fuera de nuestro alcance sino, al contrario, tan cerca de nosotros como queramos que estén.

¡Qué equivocados están aquellos que creen que unidad de fe es lo mismo que falta de libertad!

En realidad, lo contrario es la verdad pues no es poco cierto que saber por donde se pisa en materia de fe, por no haber dudas al respecto, facilita mucho el camino. Otra forma de buscar el definitivo Reino de Dios (y gozar del ya aquí presente por haberlo traído Cristo) no puede acarrear más que desviaciones de la senda que a Él nos lleva.

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11.09.14

Ser idóneo

Religión católica

Son muchas veces las que pasa esto que ha pasado ahora. Y, como el ser humano es como es, seguramente volverá a pasar.

Las cosas, sin embargo, han de estar más que claras y ha de ser diáfano el entendimiento sobre el asunto.

Dicen, muchos, que con la Iglesia hemos topado. El caso es que es cierto porque, además, así tiene que ser pues esto no es más que la aplicación de un lógico principio que, por cierto, se pediría en cualquier otra circunstancia.

Ahora ha sido el caso de un profesor de religión que ha contraído imposible matrimonio con un hombre; en otra ocasión se ha tratado de una profesora de religión se ha separado civilmente; en otra ocasión se ha tratado de situaciones similares.

Bien. El caso es que en todos, en todos decimos, estos casos es palpable, demostrable y escandalosamente cierto, que quien ha fallado no ha sido, precisamente, la Iglesia católica y sus normas, sino la otra parte. Es decir, la persona que cumplía funciones de docente de la asignatura de Religión católica ha incurrido en imposibilidad para seguir ejerciendo tan importante labor.

Lo que aquí pasa es que, al parecer, no se quiere entender la realidad de las cosas siendo, las mismas, bien fáciles de entender y bien sencillas de ver.

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