InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Junio 2014

13.06.14

Hermanos en la red – Web católico de Javier

web católico de Javier

En determinadas ocasiones uno se da cuenta de que hay hermanos en la fe que se lo curran mucho o, lo que es lo mismo, que tienen del trabajo apostólico o evangelizador un sentido amplio y generoso.

El caso es que cuando uno se da cuenta de eso (cosa que es, por cierto, bastante fácil dados los medios de comunicación actuales) cae en la cuenta de que debemos dar gracias a Dios por tales hermanos.

Uno de ellos se llama Javier. Y de apellido, López.

Seguramente, muchas de las personas que lean este artículo (llamado post por los que de eso saben y entienden) sabrán de quién estoy escribiendo.

La página en cuestión se llama Web Católico de Javier.

El que esto escribe se ha servido, muchas veces, del contenido que el hermano Javier ha ido publicando en su página y, lo decimos de corazón, es una que vale verdaderamente la pena.

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11.06.14

Serie “Escatología de andar por casa” – Lo que somos y hacemos

Los novísimos

En Cristo brilla
la esperanza de nuestra feliz resurrección;
y así, aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo

Prefacio de Difuntos.

El más allá desde aquí mismo.

Esto es, y significa, el título de esta nueva serie que ahora mismo comenzamos y que, con temor y temblor, queremos que llegue a buen fin que no es otro que la comprensión del más allá y la aceptación de la necesidad de preparación que, para alcanzar el mismo, debemos tener y procurarnos.

Empecemos, pues, y que sea lo que Dios quiera.

En el Credo afirmamos que creemos en la “resurrección de los muertos y la vida eterna”. Es, además, lo último que afirmamos tener por cierto y verdadero y es uno de los pilares de nuestra fe.

Sin embargo, antes de tal momento (el de resucitar) hay mucho camino por recorrer. Nuestra vida eterna depende de lo que haya sido la que llevamos aquí, en este valle de lágrimas.

Lo escatológico, aquello que nos muestra lo que ha de venir después de esta vida terrena no es, digamos, algo que tenga que ver, exclusivamente, con el más allá sino que tiene sus raíces en el ahora mismo que estamos viviendo. Por eso existe, por así decirlo, una escatología de andar por casa que es lo mismo que decir que lo que ha de venir tiene mucho que ver con lo que ya es y lo que será en un futuro inmediato o más lejano.

Por otra parte, tiene mucho que ver con el tema objeto de este texto aquello que se deriva de lo propiamente escatológico pues en las Sagradas Escrituras encontramos referencias más que numerosas de estos cruciales temas espirituales. Por ejemplo, en el Eclesiástico (7, 36) se dice en concreto lo siguiente: “Acuérdate de tus novísimos y no pecarás jamás". Y aunque en otras versiones se recoge esto otro: “Acuérdate de tu fin” todo apunta hacia lo mismo: no podemos hacer como si no existiera algo más allá de esta vida y, por lo tanto, tenemos que proceder de la forma que mejor, aunque esto sea egoísta decirlo, nos convenga y que no es otra que cumpliendo la voluntad de Dios.

Existen, pues, el cielo, el infierno y, también, el purgatorio y de los mismos no podemos olvidarnos porque sea difícil, en primer lugar, entenderlos y, en segundo lugar, hacernos una idea de dónde iremos a parar.

Estos temas, aún lo apenas dicho, deberían ser considerados por un católico como esenciales para su vida y de los cuales nunca debería hacer dejación de conocimiento. Hacer y actuar de tal forma supone una manifestación de ceguera espiritual que sólo puede traer malas consecuencias para quien así actúe.

Sin embargo se trata de temas de los que se habla poco. Aunque el que esto escribe no asiste, claro está, a todas las celebraciones eucarísticas que, por ejemplo, se llevan a cabo en España, no es poco cierto ha de ser que si en las que asiste poco se dice de tales temas es fácil deducir que exactamente pase igual en las demás.

A este respecto, San Juan Pablo II en su “Cruzando el umbral de la Esperanza” dejó escrito algo que, tristemente, es cierto y que no es otra cosa que “El hombre en una cierta medida está perdido, se han perdido también los predicadores, los catequistas, los educadores, porque han perdido el coraje de ‘amenazar con el infierno’. Y quizá hasta quien los escuche haya dejado de tenerle miedo” porque, en realidad, hacer tal tipo de amenaza responde a lo recogido arriba en el Eclesiástico al respecto de que pensando en nuestro fin (lo que está más allá de esta vida) no deberíamos pecar.

Dice, también, el emérito Benedicto XVI, que “quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno” porque “quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".

No parece, pues, que sea poco real esto que aquí se trae sino, muy al contrario, algo que debería reformarse por bien de todos los que sabiendo que este mundo termina en algún momento determinado deberían saber qué les espera luego.

A este respecto dice San Josemaría en “Surco” (879) que

“La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin. Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno”.

Se habla, pues, poco, pero ¿por qué?

Quizá sea por miedo al momento mismo de la muerte porque no se ha comprendido que no es el final sino el principio de la vida eterna; quizá por mantener un lenguaje políticamente correcto en el que no gusta lo que se entiende como malo o negativo para la persona; quizá por un exceso de hedonismo o quizá por tantas otras cosas que no tienen en cuenta lo que de verdad nos importa.

Existe, pues, tanto el Cielo como el Infierno y también el Purgatorio y deberían estar en nuestro comportamiento como algo de lo porvenir porque estando seguros de que llegará el momento de rendir cuentas a Dios de nuestra vida no seamos ahora tan ciegos de no querer ver lo que es evidente que se tiene que ver.

Mucho, por otra parte, de nuestra vida, tiene que ver con lo escatológico. Así, nuestra ansia de acaparar bienes en este mundo olvidando que la polilla lo corroe todo. Jesús lo dice más que bien cuando, en el Evangelio de San Mateo, dice (6, 19)

“No amontonéis riquezas en la tierra, donde se echan a perder, porque la polilla y el moho las destruyen, y donde los ladrones asaltan y roban”.

En realidad, a continuación, el Hijo de Dios da muestras de conocer qué es lo que, en verdad, nos conviene (Mt 6, 20) al decir

“Acumulad tesoros en el cielo, donde no se echan a perder, la polilla o el mono no los destruyen, ni hay ladrones que asaltan o roban”.

Por tanto, no da igual lo que hagamos en la vida que ahora estamos viviendo. Si muchos pueden tener por buena la especie según la cual Dios, que ama a todos sus hijos, nos perdona y, en cuanto a la vida eterna, a todos nos mide por igual (esto en el sentido de no tener importancia nuestro comportamiento terreno) no es poco cierto que el Creador, que es bueno, también es justo y su justicia ha de tener en cuenta, para retribuirlas en nuestro Juicio partícula, las acciones y omisiones en las que hayamos caído.

En realidad, lo escatológico no es, digamos, una cuestión suscitada en el Nuevo Testamento por lo puesto en boca de Cristo. Ya en el Antiguo Testamento es tema importante que se trata tanto desde el punto de vista de la propia existencia de la eternidad como de lo que recibiremos según hayamos sido aquí. Así, en el libro de la Sabiduría se nos dice (2, 23, 24. 3, 1-7) que

“Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces.

En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará. Los insensatos pensaban que habían muerto; su tránsito les parecía una desgracia y su partida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están el apaz. Aunque la gente pensaba que eran castigados, ellos tenían total esperanza en la inmortalidad. Tras pequeñas correcciones, recibirán grandes beneficios, pues Dios los puso a prueba y lo shalló dignos de sí; los probo como oro en crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como el fuego en un rastrojo”.


Aquí vemos, mucho antes de que Jesús añadiese verdad sobre tal tema, la realidad misma como ha de ser: la muerte y la vida eternas, cada una de ellas según haya sido la conducta del hijo de Dios. El tiempo intermedio, el purgatorio (“tras pequeñas correcciones”) que terminará con el premio de la vida eterna (o con la muerte también eterna) tras el Juicio, el Final, propio del tiempo de nuestra resurrección.

Abunda, también, el salmo 49 en el tema de la resurrección cuando escribe el salmista (49, 16) que

“Pero Dios rescata mi vida,
me saca de las garras de la muere, y me toma consigo”.

En realidad, como dice José Bortolini (en Conocer y rezar los Salmos, San Pablo, 2002) “Aquello que el hombre no puede conseguir con dinero (rescatar la propia vida de la muerte), Dios lo concede gratuitamente a los que no son ‘hombres satisfechos’” que sería lo mismo que decir que a los que se saben poco ante Dios y muestran un ser de naturaleza y realidad humilde.

Todo, pues, está más que escrito y, por eso, se trata de una Escatología de andar por casa pues lo del porvenir, lo que ha de venir tras la muerte, lo construimos aquí mismo, en esta vida y en este valle de lágrimas.
Lo que somos y hacemos

Lo que hacemos

“Por eso, también vosotros estad preparados, porque en el momento que no penséis, vendrá el Hijo del hombres”.

Estas palabras de Cristo, recogidas en el versículo 33 del capítulo 24 del evangelio de San Mateo, nos ponen sobre la pista de qué es lo que tenemos que hacer ahora, que aún estamos en el mundo, para estar preparados al ser llamados por Dios para ir al otro mundo, al más allá, a la vida (esperamos) eterna.

Lo que nos quiere decir el Hijo de Dios es, primero, que debemos hacer lo posible para estar preparados y, en segundo lugar, que no sabemos cuándo será el importante y crucial momento de ser llamados. Y tanto una realidad como otra tienen mucho que ver con nuestro hacer y, en realidad, con lo que somos en este valle de lágrimas.

Podemos decir, para empezar, que en este tema tan importante lo que importa es nuestra vida espiritual pues ha de ser nuestra alma la que tenga un destino u otro tras la muerte del cuerpo. Por tanto, depende mucho lo que de ella sea del hecho mismo de qué tipo de existencia espiritual llevamos.

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10.06.14

Un amigo de Lolo - ¿Dejamos entrar a Dios en nuestra vida?

Presentación
Manuel Lozano Garrido

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

¿Dejamos entrar a Dios en nuestra vida

“Amerizaje, aterrizaje, alunizaje, avenusizaje y ¿cuándo ‘adiosizaje’”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (433)

Somos cristianos, decimos. Y, es más, a fuer de ser discípulos de Cristo y tener al Vicario de Jesús como Padre de nuestra Iglesia, nos llamamos también católicos.

Sólo por eso, por serlo, tenemos mucho a nuestro favor y lo que tenemos no podemos echarlo por la basura de la mundanidad ni olvidarlo como si se tratase de algo pasado de moda. No. Somos católicos y, sólo por eso, tenemos mucho de la salvación eterna a nuestro favor.

Y todo esto está la mar de bien pues nos da seguridad en la vida y nos apea de muchos problemas espirituales que, por ejemplo, pueden tener aquellos que no creen en Dios o que, creyendo, han creído que siguiendo a determinados seres humanos que crearon religiones, actúan de acuerdo a la voluntad de Dios. También sabemos que eso no es así, por cierto.

Pero, además de saber eso que, para nosotros, es elemental, deberíamos tener muy en cuenta que, para que todo eso se cumpla en nosotros, hay que ceder en mucho de lo que, por nuestra naturaleza, somos.

Que somos malos (por pecadores) es algo que tenemos por verdad y que, además, nos lo dijo Cristo cuando sobre aquello de un hijo que le pide a un padre un pan y no le dará, éste, una piedra o le pide un pez y no le dará una serpiente, ya dejó claro eso de que somos pecadores. Lo dijo no de forma disimulada sino con toda claridad: “Si vosotros, que sois malos..”

Por eso, como decíamos, hace falta algo más que, no lo olvidemos, está en nuestra mano y sólo en la voluntad que el Creador nos dio: dejar entrar, en nuestro corazón, a Quien nos dio la vida y la mantiene.

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9.06.14

Serie oraciones - Oración al Sagrado Corazón de Jesús ante una grave necesidad

Orar

No sé cómo me llamo…
Tú lo sabes, Señor.
Tú conoces el nombre
que hay en tu corazón
y es solamente mío;
el nombre que tu amor
me dará para siempre
si respondo a tu voz.
Pronuncia esa palabra
De júbilo o dolor…
¡Llámame por el nombre
que me diste, Señor!

Este poema de Ernestina de Champurcin habla de aquella llamada que hace quien así lo entiende importante para su vida. Se dirige a Dios para que, si es su voluntad, la voz del corazón del Padre se dirija a su corazón. Y lo espera con ansia porque conoce que es el Creador quien llama y, como mucho, quien responde es su criatura.

No obstante, con el Salmo 138 también pide algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos,
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que le lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios.

Sin embargo, además de ser las personas que quieren seguir una vocación cierta y segura, la de Dios, la del Hijo y la del Espíritu Santo y quieren manifestar tal voluntad perteneciendo al elegido pueblo de Dios que así lo manifiesta, también, el resto de creyentes en Dios estamos en disposición de hacer algo que puede resultar decisivo para que el Padre envíe viñadores: orar.

Orar es, por eso mismo, quizá decir esto:

-Estoy, Señor, aquí, porque no te olvido.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero tenerte presente.

-Estoy, Señor, aquí, porque quiero vivir el Evangelio en su plenitud.

-Estoy, Señor, aquí, porque necesito tu impulso para compartir.

-Estoy, Señor, aquí, porque no puedo dejar de tener un corazón generoso.

-Estoy, Señor, aquí, porque no quiero olvidar Quién es mi Creador.

-Estoy, Señor, aquí, porque tu tienda espera para hospedarme en ella.

Pero orar es querer manifestar a Dios que creemos en nuestra filiación divina y que la tenemos como muy importante para nosotros.

Dice, a tal respecto, san Josemaría (Forja, 439) que “La oración es el arma más poderosa del cristiano. La oración nos hace eficaces. La oración nos hace felices. La oración nos da toda la fuerza necesaria, para cumplir los mandatos de Dios. —¡Sí!, toda tu vida puede y debe ser oración”.

Por tanto, el santo de lo ordinario nos dice que es muy conveniente para nosotros, hijos de Dios que sabemos que lo somos, orar: nos hace eficaces en el mundo en el que nos movemos y existimos pero, sobre todo, nos hace felices. Y nos hace felices porque nos hace conscientes de quiénes somos y qué somos de cara al Padre. Es más, por eso nos dice san Josemaría que nuestra vida, nuestra existencia, nuestro devenir no sólo “puede” sino que “debe” ser oración.

Por otra parte, decía santa Teresita del Niño Jesús (ms autob. C 25r) que, para ella la oración “es un impulso del corazón, una sencilla mirada lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro de la prueba como desde dentro de la alegría”.

Pero, como ejemplos de cómo ha de ser la oración, con qué perseverancia debemos llevarla a cabo, el evangelista san Lucas nos transmite tres parábolas que bien podemos considerarlas relacionadas directamente con la oración. Son a saber:

La del “amigo importuno” (cf Lc 11, 5-13) y la de la “mujer importuna” (cf. Lc 18, 1-8), donde se nos invita a una oración insistente en la confianza de a Quién se pide.

La del “fariseo y el publicano” (cf Lc 18, 9-14), que nos muestra que en la oración debemos ser humildes porque, en realidad, lo somos, recordando aquello sobre la compasión que pide el publicano a Dios cuando, encontrándose al final del templo se sabe pecador frente al fariseo que, en los primeros lugares del mismo, se alaba a sí mismo frente a Dios y no recuerda, eso parece, que es pecador.

Así, orar es, para nosotros, una manera de sentirnos cercanos a Dios porque, si bien es cierto que no siempre nos dirigimos a Dios sino a su propio Hijo, a su Madre o a los muchos santos y beatos que en el Cielo son y están, no es menos cierto que orando somos, sin duda alguna, mejores hijos pues manifestamos, de tal forma, una confianza sin límite en la bondad y misericordia del Todopoderoso.

Esta serie se dedica, por lo tanto, al orar o, mejor, a algunas de las oraciones de las que nos podemos valer en nuestra especial situación personal y pecadora.

Serie Oraciones – Invocaciones: Oración al Sagrado Corazón de Jesús para una grave necesidad

Sagrado Corazón de Jesús

Oh Divino Jesús que dijiste: «Pedid y recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca encuentra, y a quien llama se le abre». Mírame postrado a tus plantas suplicándote me concedas una audiencia. Tus palabras me infunden confianza, sobre todo ahora que necesito que me hagas un favor:

(Se ora en silencio pidiendo el favor)

¿A quién he de pedir, sino a Ti, cuyo Corazón es un manantial inagotable de todas las gracias y dones? ¿Dónde he de buscar sino en el tesoro de tu corazón, que contiene todas las riquezas de la clemencia y generosidad divinas? ¿A dónde he de llamar sino a la puerta de ese Corazón Sagrado, a través del cual Dios viene a nosotros, y por medio del cual vamos a Dios?

A Ti acudimos, oh Corazón de Jesús, porque en Ti encontramos consuelo, cuando afligidos y perseguidos pedimos protección; cuando abrumados por el peso de nuestra cruz, buscamos ayuda; cuando la angustia, la enfermedad, la pobreza o el fracaso nos impulsan a buscar una fuerza superior a las fuerzas humanas.

Creo firmemente que puedes concederme la gracia que imploro, porque tu Misericordia no tiene límites y confío en que tu Corazón compasivo encontrará en mis miserias, en mis tribulaciones y en mis angustias, un motivo más para oír mi petición.

Quiero que mi corazón esté lleno de la confianza con que oró el centurión romano en favor de su criado; de la confianza con que oraron las hermanas de Lázaro, los leprosos, los ciegos, los paralíticos que se acercaban a Ti porque sabían que tus oídos y tu Corazón estaban siempre abiertos para oír y remediar sus males.

Sin embargo… dejo en tus manos mi petición, sabiendo que Tú sabes las cosas mejor que yo; y que, si no me concedes esta gracia que te pido, sí me darás en cambio otra que mucho necesita mi alma; y me concederás mirar las cosas, mi situación, mis problemas, mi vida entera, desde otro ángulo, con más espíritu de fe.

Cualquiera que sea tu decisión, nunca dejaré de amarte, adorarte y servirte, oh buen Jesús.

Acepta este acto mío de perfecta adoración y sumisión a lo que decrete tu Corazón misericordioso. Amén.

Padre Nuestro, Ave María, Gloria al Padre.

Sacratísimo Corazón de Jesús, en Vos confío. (3 veces)

Nadie que lea esto podrá negar que, a lo largo de su vida, se ha encontrado en una situación tal que pueda entender haya sido grave. Es más, bien podríamos decir que hay pocos momentos en los no haya alguien que así se encuentre.

Podemos acudir, entonces, al Corazón de Cristo que, como sabemos, es misericordioso y no negará lo que nos convenga tenga que admitir en él y aceptar desde él.

Lo bien cierto es que Jesús no dio pie a que eso hiciéramos cuando necesitáramos hacerlo. Si nos dijo que pidiéramos y que se recibiríamos y que llamáramos y se nos abriría… nada mejor que aprovechar una tan buena posibilidad.

Acerca de lo dicho arriba, que Jesús tiene un corazón misericordioso, nos da pruebas de que es más que probable que seamos escuchados pues, además, no en vano en él está Dios y Dios está en tal corazón. Pedimos, pues, confiando y, por tanto, creyendo.

Y es que la misericordia de Jesús abarca mucho y muchos aspectos de nuestra vida (dígase, por ejemplo, las asechanzas del Maligno, las enfermedades, las pobrezas espirituales, etc.) requieren de un tal corazón. Lo requieren para sanar y para volver a ponerse al servicio de Dios, Padre de Cristo y Padre nuestro. Por eso acudimos a la misma y esperamos, ¡lo esperamos con ansia! que encuentre, nuestra petición, lugar para quedarse en el corazón de Cristo y, desde allí, seamos transformados para mejor.

Sin embargo, no es poco cierto que muchas veces podemos pedir creyendo que se trata de algo bueno para nosotros siendo la verdad otra muy distinta. Confiamos, también, en Cristo porque sabemos que es Dios y que nos conoce más que bien. Por eso es nuestra la confianza en que sabrá si lo que pedimos es propio de nosotros y, por eso, su corazón se complacerá en complacernos.

Es más, nuestra confianza en el Corazón, Sagrado, de Cristo, es tal que no podemos (de ser conscientes de lo que eso significa) hacer otra cosa que aceptar su voluntad sin, por eso (si es contraria a nuestro interés) dejemos de creer en el Hijo que vino al mundo para entregar su vida por cada uno de nosotros, rehenes, tantas veces, de las mundanidades y las vaciedades.

Y confío, en Vos confío, pues hacer eso con Quien tanto ha hecho y hace por nosotros es un acto de adoración no exento de agradecimiento.

Eleuterio Fernández Guzmán

El Pensador

La Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR.

Las bases son las que siguen:


1.- Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR, conforme a las presentes bases.

2.- Podrán concurrir al Premio cualesquiera obras inéditas de ensayo, en lengua castellana, cuya temática verse sobre “De Franco a hoy: evolución de España desde 1975 a 2013″ desde el punto de vista social, cultural y/o moral. Esta temática podrá ser abordada en conjunto o desde cualquier aspecto concreto.

3.- Las obras tendrán una extensión mínima de 150 páginas y máxima de 300. La tipografía a utilizar será el Times New Roman, tamaño 12, espaciada a 1,5. Se presentarán dos copias impresas en papel y se adjuntará una copia en formato word.

4.- Los autores, que podrán ser de cualquier nacionalidad, entregarán sus obras firmadas con nombre y apellidos, o con pseudónimo.

En el caso de que la obra venga firmada con nombre y apellidos, es obligatorio incluir fotocopia del documento oficial de identidad, una hoja con los datos personales (nombre y apellidos, dirección postal, teléfono y email), un currículum vitae detallado del autor, así como un certificado firmado en donde se haga constar que la misma es propiedad del autor, que no tiene derechos cedidos a o comprometidos con terceros y que es inédita.

En el caso de que la obra sea presentada bajo pseudónimo, se incorporará una plica (con el título de la obra y el pseudónimo utilizado), en cuyo interior se incluirá la documentación referida en el párrafo anterior. Las plicas sólo serán abiertas en el caso de que la obra fuera premiada. En caso contrario serán destruidas junto a los originales presentados.

5.- Se admite la presentación de obras colectivas, pero en este caso el premio se repartirá a prorrata entre los autores. Y la documentación exigida en la cláusula anterior regirá por cada uno de ellos.

6.- Las obras presentadas al Premio no podrán ser editadas, reproducidas, cedidas o comprometidas con terceros, hasta el fallo definitivo. El ganador y, en su caso, los accésits ceden, por el mismo acto del fallo y de manera inmediata, los derechos exclusivos y universales de edición durante quince años a favor de Stella Maris.

Ninguna obra presentada al Premio podrá ser retirada del concurso hasta el fallo del Jurado.

7.- El Premio consistirá en:
* 6.000 euros en concepto de anticipos de derechos de autor.
* Publicación de la obra en una de las colecciones de Stella Maris.
* El 7% sobre las ventas, en concepto de derechos de autor.

8.- El Premio puede ser declarado desierto. Asimismo puede otorgarse un Accésit por cada una de las siguientes modalidades: Ciencias Sociales, Cultura y Filosofía.

El premio de cada accésit será un diploma acreditativo. Stella Maris se reservará el derecho de publicación de cada accésit y, en este caso, el otorgamiento de un 7% sobre ventas en concepto de derechos de autor.

9.- El plazo máximo de presentación de obras que opten al Premio comienza el 1 de febrero y finaliza el 29 de diciembre de 2014 a las 24 horas.
Las obras deberán presentarse por correo certificado a la siguiente dirección:

Stella Maris
(PREMIO “REVISTA EL PENSADOR")
c/. Rosario 47-49
08007 Barcelona

10.- El Jurado estará compuesto por cinco profesores universitarios e intelectuales de reconocido prestigio, designados por Stella Maris. La composición del Jurado se hará pública al mismo tiempo que el fallo del Premio.

11.- El premio será fallado el 27 de febrero de 2015 y será publicado al día siguiente, comunicándose directamente además al ganador y accesits. El fallo del jurado será inapelable.

Las obras no premiadas serán automáticamente destruidas y no se devolverán en ningún caso a sus autores. Stella Maris no están obligados a mantener correspondencia con ninguno de los aspirantes al Premio.

12.- La concurrencia al Premio implica la aceptación expresa de las presentes bases de convocatoria.

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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Dirigirse a Dios es un privilegio que sólo tienen aquellos que creen en el Todopoderoso. Debemos hacer, por tanto, uso de tal instrumento espiritual siempre que seamos capaces de darnos cuenta de lo que supone.

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Para leer Fe y Obras.
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InfoCatólica necesita vuestra ayuda.

Escucha a tu corazón de hijo de Dios y piedra viva de la Santa Madre Iglesia y pincha aquí abajo:


Y da el siguiente paso. Recuerda que “Dios ama al que da con alegría” (2Cor 9,7), y haz click aquí.

7.06.14

Serie “Al hilo de la Biblia” - Samuel – Lo que supone la fe

Sagrada Biblia

Dice S. Pablo, en su Epístola a los Romanos, concretamente, en los versículos 14 y 15 del capítulo 2 que, en efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza. Esto, que en un principio, puede dar la impresión de ser, o tener, un sentido de lógica extensión del mensaje primero del Creador y, por eso, por el hecho mismo de que Pablo lo utilice no debería dársele la mayor importancia, teniendo en cuenta su propio apostolado. Esto, claro, en una primera impresión.

Sin embargo, esta afirmación del convertido, y convencido, Saulo, encierra una verdad que va más allá de esta mención de la Ley natural que, como tal, está en el cada ser de cada persona y que, en este tiempo de verano (o de invierno o de cuando sea) no podemos olvidar.

Lo que nos dice el apóstol es que, al menos, a los que nos consideramos herederos de ese reino de amor, nos ha de “picar” (por así decirlo) esa sana curiosidad de saber dónde podemos encontrar el culmen de la sabiduría de Dios, dónde podemos encontrar el camino, ya trazado, que nos lleve a pacer en las dulces praderas del Reino del Padre.

Aquí, ahora, como en tantas otras ocasiones, hemos de acudir a lo que nos dicen aquellos que conocieron a Jesús o aquellos que recogieron, con el paso de los años, la doctrina del Jristós o enviado, por Dios a comunicarnos, a traernos, la Buena Noticia y, claro, a todo aquello que se recoge en los textos sagrados escritos antes de su advenimiento y que en las vacaciones veraniegas se ofrece con toda su fuerza y desea ser recibido en nuestros corazones sin el agobio propio de los periodos de trabajo, digamos, obligado aunque necesario. Y también, claro está, a lo que aquellos que lo precedieron fueron sembrando la Santa Escritura de huellas de lo que tenía que venir, del Mesías allí anunciado.

Por otra parte, Pedro, aquel que sería el primer Papa de la Iglesia fundada por Cristo, sabía que los discípulos del Mesías debían estar

“siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza” (1 Pe 3, 15)

Y la tal razón la encontramos intacta en cada uno de los textos que nos ofrecen estos más de 70 libros que recogen, en la Antigua y Nueva Alianza, un quicio sobre el que apoyar el edificio de nuestra vida, una piedra angular que no pueda desechar el mundo porque es la que le da forma, la que encierra respuestas a sus dudas, la que brota para hacer sucumbir nuestra falta de esperanza, esa virtud sin la cual nuestra existencia no deja de ser sino un paso vacío por un valle yerto.

La Santa Biblia es, pues, el instrumento espiritual del que podemos valernos para afrontar aquello que nos pasa. No es, sin embargo, un recetario donde se nos indican las proporciones de estas o aquellas virtudes. Sin embargo, a tenor de lo que dice Francisco Varo en su libro “¿Sabes leer la Biblia “ (Planeta Testimonio, 2006, p. 153)

“Un Padre de la Iglesia, san Gregorio Magno, explicaba en el siglo VI al médico Teodoro qué es verdaderamente la Biblia: un carta de Dios dirigida a su criatura”. Ciertamente, es un modo de hablar. Pero se trata de una manera de decir que expresa de modo gráfico y preciso, dentro de su sencillez, qué es la Sagrada Escritura para un cristiano: una carta de Dios”.

Pues bien, en tal “carta” podemos encontrar muchas cosas que nos pueden venir muy bien para conocer mejor, al fin y al cabo, nuestra propia historia como pueblo elegido por Dios para transmitir su Palabra y llevarla allí donde no es conocida o donde, si bien se conocida, no es apreciada en cuanto vale.

Por tanto, vamos a traer de traer, a esta serie de título “Al hilo de la Biblia”, aquello que está unido entre sí por haber sido inspirado por Dios mismo a través del Espíritu Santo y, por eso mismo, a nosotros mismos, por ser sus destinatarios últimos.

Esto está escrito (1S 3, 1-10)

Vocación de Samuel

“1 El joven Samuel servía al Señor en la presencia de Elí. La palabra del Señor era rara en aquellos días, y la visión no era frecuente. 2 Un día, Elí estaba acostado en su habitación. Sus ojos comenzaban a debilitarse y no podía ver. 3 La lámpara de Dios aún no se había apagado, y Samuel estaba acostado en el Templo del Señor, donde se encontraba el Arca de Dios. 4 El Señor llamó a Samuel, y él respondió: ‘Aquí estoy’.

5 Samuel fue corriendo adonde estaba Elí y le dijo: ‘Aquí estoy, porque me has llamado’. Pero Elí le dijo: ‘Yo no te llamé; vuelve a acostarte’. Y él se fue a acostar. 6 El Señor llamó a Samuel una vez más. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: ‘Aquí estoy, porque me has llamado’. Elí le respondió: ‘Yo no te llamé, hijo mío; vuelve a acostarte’. 7 Samuel aún no conocía al Señor, y la palabra del Señor todavía no le había sido revelada. 8 El Señor llamó a Samuel por tercera vez. Él se levantó, fue adonde estaba Elí y le dijo: ‘Aquí estoy, porque me has llamado’. Entonces Elí comprendió que era el Señor el que llamaba al joven, 9 y dijo a Samuel: ‘Ve a acostarte, y si alguien te llama, tú dirás, Habla, Señor, porque tu servidor escucha’. Y Samuel fue a acostarse en su sitio.

10 Entonces vino el Señor, se detuvo, y llamó como las otras veces: ‘¡Samuel, Samuel!’. Él respondió: ‘Habla, porque tu servidor escucha’.

Samuel , Lo que supone la fe.

Seguramente Samuel, aquel joven que estaba en el templo sirviendo a Dios debía tener un corazón limpio y manso. Y es que nos dice el texto bíblico que, por aquellos días, la visión de Dios por parte del hombre no era realidad muy frecuente. Por eso creemos que no el espíritu de creencia no estaba muy arraigado en el pueblo elegido por Dios.

Pero siempre hay, de entre los hijos del Creador algunos que están especialmente dotados para escuchar lo que Dios quiere decirles. Y, es más, algunos de ellos (como Samuel) no cejan en el intento de responder a Quien les llama no haciendo caso omiso a Su llamado.

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