InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Enero 2014, 16

16.01.14

Gozosos en el dolor

Jesús nos sostiene

Resulta, humanamente entendible, que cuando sufrimos algún tipo de padecimiento físico, suframos. En eso no puede haber nada de extraño pues tanto podemos sufrir física como espiritualmente ni tampoco podemos pretender ser unos superhéroes que no sientan ni padezcan. Es más, la verdad es, justamente, lo contrario: padecemos porque somos seres humanos y, por eso mismo, es posible, seguro, que en un momento y otro de nuestra vida, sobre nuestro cuerpo o sobre nuestra alma caerá alguna espada de Damocles.

Por eso, para el ser humano común el dolor es expresión de un mal momento. Así, cuando una persona se ve sometida por los influjos de la enfermedad no parece que pase por el mejor momento de su vida pues lo físico, en el hombre, es componente esencial de su existencia.

Pero hay muchas formas de ver la enfermedad y de enfrentarse a ella. No todo es decaimiento y pensamiento negativo al respecto del momento por el que se está pasando. Y así lo han entendido muchos creyentes que han sabido obtener, para su vida, lo que parecía imposible pues también es más que cierto que el ser humano religioso o, lo que es lo mismo, que tiene de su existencia una visión trascendente, no puede tener la misma visión de lo que le pasa que quien no cree en el Creador Padre Todopoderoso. Y pruebas de eso las hay de todas las formas y medidas espirituales.

Dice san Josemaría en el número 208 de “Camino” “Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor… ¡Glorificado sea el dolor!” porque entiende que no es, sólo, fuente de perjuicio físico sino que del mismo puede ser causa de santificación del hijo de Dios.

Pero en “Surco” dice el Fundador del Opus Dei algo que es muy importante:

“Al pensar en todo lo de tu vida que se quedará sin valor, por no haberlo ofrecido a Dios, deberías sentirte avaro: ansioso de recogerlo todo, también de no desaprovechar ningún dolor. —Porque, si el dolor acompaña a la criatura, ¿qué es sino necedad el desperdiciarlo?”

Por lo tanto, no vale la pena deshacerse en maledicencias contra lo que padecemos. Espiritualmente, el dolor puede ser fuente de provecho para nuestra alma y para nuestro corazón si, además, no olvidamos que lo que debemos hacer es acumular la vida eterna y no, precisamente, para la que ahora vivimos y en la que sólo estamos de peregrinación hacia ¡la Casa del Padre!

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