InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Abril 2013, 13

13.04.13

Serie P. José Rivera - Jesucristo

Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Jesucristo vino al mundo para que pudiera salvarse y se cumpliese, así, la voluntad de Dios. Vino y se quedó para siempre. No deberíamos olvidarlo.

Y, ahora, el artículo de hoy.
Serie P. José Rivera
Presentación

P. Ribera

“Sacerdote diocesano, formador de sacerdotes, como director espiritual en los Seminarios de El Salvador e Hispanoamericano (OCSHA) de Salamanca (1957-1963), de Toledo (1965-1970), de Palencia (1970-1975) y de nuevo en Toledo (1975-1991, muerte). Profesor de Gracia-Virtudes y Teología Espiritual en Palencia y en Toledo.”

Lo aquí traído es, digamos, el inicio de la biografía del P. José Rivera, Siervo de Dios, en cuanto formador, a cuya memoria y recuerdo se empieza a escribir esta serie sobre sus escritos.

Nace don José Rivera en Toledo un 17 de diciembre de 1925. Fue el menor de cuatro hermanos uno de los cuales, Antonio, fue conocido como el “Ángel del Alcázar” al morir con fama de santidad el 20 de noviembre de 1936 en plena Guerra Civil española en aquel enclave acosado por el ejército rojo.

El P. José Rivera Ramírez subió a la Casa del Padre un 25 de marzo de 1991 y sus restos permanecen en la Iglesia de San Bartolomé de Toledo donde recibe a muchos devotos que lo visitan para pedir gracias y favores a través de su intercesión.

El arzobispo de Toledo, Francisco Álvarez Martínez, inició el proceso de canonización el 21 de noviembre de 1998. Terminó la fase diocesana el 21 de octubre de 2000, habiéndose entregado en la Congregación para la Causas de los Santos la Positio sobre su vida, virtudes y fama de santidad.

Pero, mucho antes, a José Rivera le tenía reservada Dios una labor muy importante a realizar en su viña. Tras su ingreso en el Seminario de Comillas (Santander), fue ordenado sacerdote en su ciudad natal un 4 de abril de 1953 y, desde ese momento bien podemos decir que no cejó en cumplir la misión citada arriba y que consistió, por ejemplo, en ser sacerdote formador de sacerdotes (como arriba se ha traído de su Biografía), como maestro de vida espiritual dedicándose a la dirección espiritual de muchas personas sin poner traba por causa de clase, condición o estado. Así, dirigió muchas tandas de ejercicios espirituales y, por ejemplo, junto al P. Iraburu escribió el libro, publicado por la Fundación Gratis Date, titulado “Síntesis de espiritualidad católica”, verdadera obra en la que podemos adentrarnos en todo aquello que un católico ha de conocer y tener en cuenta para su vida de hijo de Dios.

Pero, seguramente, lo que más acredita la fama de santidad del P. José Rivera es ser considerado como “Padre de los pobres” por su especial dedicación a los más desfavorecidos de la sociedad. Así, por ejemplo, el 18 de junio de 1987 escribía acerca de la necesidad de “acelerar el proceso de amor a los pobres” que entendía se derivaba de la lectura de la Encíclica Redemptoris Mater, del beato Juan Pablo II (25.03.1987).

En el camino de su vida por este mundo han quedado, para siempre, escritos referidos, por ejemplo, al “Espíritu Santo”, a la “Caridad”, a la “Semana Santa”, a la “Vida Seglar”, a “Jesucristo”, meditaciones acerca de profetas del Antiguo Testamento como Ezequiel o Jeremías o sobre el Evangelio de San Marcos o los Hechos de los Apóstoles o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías, de las cuales o, por finalizar de una forma aún más gozosa, sus poesías.

A ellos dedicamos las páginas que Dios nos dé a bien escribir haciendo uso de las publicaciones que la Fundación “José Rivera” ha hecho de las obras del que fuera sacerdote toledano.

Serie P. José Rivera
Jesucristo

Jesucristo

No es de extrañar que un sacerdote dedique mucho de su tiempo a pensar y a meditar sobre la persona de Jesucristo, sobre lo que hizo en su vida pública y sobre lo que supuso su entrega por la humanidad. Si, además, se trata de una persona muy unida al Hijo de Dios, el resultado de tal pensamiento y tal meditación ha de ser, forzosamente, fructífero.

Ya en el Prólogo de este libro del P. José Rivera se nos dice que “Según esto, D. José se nos revela -pues él mismo se presenta-, sobre todo en las páginas de su Diario, como especialmente afinado para vivir de la ternura y del amor de Cristo, en su humanidad y en su sicología. Y sucede que fue enamorado por Cristo desde muy temprano. A partir de ese enamoramiento, toda su vida será una transformación continua al amor de Cristo, a la ternura del amor de Cristo, que se le muestra como absoluta, como infinita, como desmesurada… Así sucede en la conversión de los 17 años o en la experiencia arrebatadora de los 21, cuando decide definitivamente caminar hacia el sacerdocio, dejándolo todo por El. Y este todo para él era mucho o, al menos, así lo soñaba su juventud.” (1)

Es más, abundando en lo que supone Jesucristo para el sacerdote toledano, en su Diario, año 1972, escribió esto otro (2):

“Mi vida se me ofrece como una obra de belleza maravillosa. (Dios mío, nada hay más hermoso que el Amor! Dios, que es Amor, es Belleza). Y los 46 años ya pretéritos están apretadamente llenos de manifestaciones, de realizaciones del amor de Cristo…

Si fuera pintor, (¡qué cuadro!; si tuviera tiempo, (¡qué poema! San Juan de la Cruz pudo cantar -lo que daba su experiencia- el amor de Cristo a una esposa fiel); yo compondría el cántico del amor de Cristo al hombre que no le fue fiel jamás. Y ese matiz es todavía más bello”

Vemos, pues, que Jesucristo fue sostén de la vida del P. José Rivera y que, con su apoyo, caminó hacia el definitivo Reino de Dios, sabiendo de Quién se fiaba.

Decir, para empezar, que Jesús era hombre y que, por lo tanto, tenía cuerpo y tenía alma, nos debe parecer de lo más ordinario, por común, pero no por eso debemos reconocerlo. Así, dice el P. José Rivera que (3)

“El Nuevo Testamento insiste enormemente en la importancia de este punto cristológico, para que conste con toda certeza que Cristo es verdaderamente hombre. Por esto en los Evangelios se impone por todas partes la realidad de la naturaleza humana de Cristo.

Podríamos distribuir los textos en tres apartados:

1.- En cuanto a su origen, Cristo aparece como descendiente de David y los patriarcas “según la carne” (Rom 1,3; 9,5; Genealogías: Mt 1,1-17; Lc 3,23-28). Nació de una mujer (Gal 4,4). San Juan recalcará esta verdad con una frase y un término más expresivos: “El Verbo se hizo carne” (Jn 1,14); esta expresión `carne´ designa al hombre en su condición débil y mortal (Cf. Jn 3,6; 17,12).

Al lado de estos textos, están las narraciones del “Evangelio de la infancia” (Lc 1-2), en las que aparecen con todo lujo de detalles aspectos muy concretos del nacimiento y desarrollo del hombre Dios Jesucristo.

2.- Durante su vida, Cristo manifiesta la plena sujeción a las limitaciones humanas; hombre como nosotros en todo, menos en el pecado: Tiene hambre (Mt 4,2); se fatiga (Jn 4,6); experimenta la sed (Jn 4,7), el sueño (Mt 4,38) y el sufrimiento…

3.- Podríamos resaltar aparte los relatos de la Pasión de los cuatro Evangelios, en los que la humanidad de Cristo aparece recalcada y afirmada. También Hbr 10,5: “No quieres sacrificio, ni holocausto; pero me has dado un cuerpo. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad".

Cristo, por lo tanto, fue hombre y tuvo, por eso mismo, alma pues las facultados y funciones de la misma se expresa en toda radicalidad y perfección en el Hijo de Dios. Así, tanto desde el punto de vista del entendimiento humano como del de la voluntad humana (donde la rectitud, la intensidad y la sensibilidad de Jesucristo se expresan de una forma divina) se muestra que Jesucristo es hombre dotado de alma repleta de un ansia clarificadora: cumplir la voluntad de su Padre.

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