InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Junio 2012, 18

18.06.12

Meditaciones sobre el Credo 8.- Creo en el Espíritu Santo

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

El Credo

El Credo representa para un católico algo más que una oración. Con el mismo se expresa el contenido esencial de nuestra fe y con él nos confesamos hijos de Dios y manifestamos nuestra creencia de una forma muy concreta y exacta.

Proclamar el Credo es afirmar lo que somos y que tenemos muy presentes en nuestra vida espiritual y material a las personas que constituyen la Santísima Trinidad y que, en la Iglesia católica esperamos el día en el que Cristo vuelva en su Parusía y resuciten los muertos para ser juzgados, unos lo serán para una vida eterna y otros para una condenación eterna.

El Credo, meditar sobre el mismo, no es algo que no merezca la pena sino que, al contrario, puede servirnos para profundizar en lo que decimos que somos y, sobre todo, en lo que querríamos ser de ser totalmente fieles a nuestra creencia.

La división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino, en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijado en la lengua de la Iglesia católica. Excuso decir que no nos hemos servido de la original sino de una traducción al castellano pero también decimos que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que, para predicar sobre el Credo, quiso hacer aquel Doctor de la Iglesia.

8.- Creo en el Espíritu Santo

Espíritu Santo

Poner la confianza en el Espíritu Santo, tercera persona de la Santísima Trinidad, supone haber dado un gran paso hacia la vida eterna porque comulgar con tan gran verdad es, seguro, manifestación de saber quién se es y qué se es en materia de fe católica.

Decimos en el Credo que ponemos nuestra confianza, que creemos, en el Espíritu Santo. Eso, en realidad, ¿qué quiere decir?

En muchas ocasiones en el Antiguo Testamento el Espíritu Santo, Espíritu de Dios, aparece en los textos sagrados. Así, ya desde el mismo Génesis (1,2) se dice que “el Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas” mientras el Creador, precisamente, creaba.

Pero (Gen 2,7)

“Entonces Yahvéh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente”

En realidad no debería resultarnos nada extraño que el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, se haga presente desde el mismo comienzo de la historia de la humanidad. Así lo recoge el Salmo 33 (6) cuando dice que

Por la palabra de Yahvéh fueron hechos los cielos,
por el soplo de su boca toda su mesnada ”

donde Palabra y soplo son instrumentos de Dios para llevar a cabo la creación o, lo que es lo mismo, recordando aquello que escribió San Juan en su Evangelio acerca de que (Jn 1, 2)

“En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”

y que (Jn 1, 14)

“Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”

podemos estar en la seguridad de que en el momento de la creación tanto el Hijo como el Espíritu Santo estaban junto a Dios.

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