InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Abril 2012

10.04.12

Un amigo de Lolo - Sobrepasados por las tinieblas

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Manuel Lozano Garrido

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

Sobrepasados por las tinieblas

Como personas no cabe duda que estamos sometidos a los tormentos que, cada día, nos depara la vida. Pero como cristianos y, concretando, como católicos, las tribulaciones por las que pasamos son parte de las tinieblas que el Mal tiende a nuestro paso para que, si eso es posible, no veamos el camino que nos lleva, recto, hacia el definitivo Reino de Dios o que, al menos, está trazado con tal rectitud de intenciones y de comportamientos.

Pero las tinieblas, a veces, prevalecen.

El corazón de quien sufre puede estar plagado de oscuridad y de desesperanza. No se le puede reprochar, seguramente, a quien así piense que lo haga de tal manera porque es humano un tal comportamiento. ¡Qué oscuridad no sentirá quien se sienta desvalido en una sociedad donde sólo se tiene por bueno lo que no está escaso de salud! Incluso Cristo sintió turbación en Gethsemaní cuando, antes de su Pasión, reconoció que lo estaba pasando mal.

Pero Aquel que sufría también sabía que Dios no lo abandonaría y que, por tanto, podía refugiarse en su corazón de Padre. Y así lo hizo y por eso, en el súmmum del dolor exclamó “que no sea mi voluntad sino la tuya”.

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9.04.12

Serie Bienaventuranzas en San Mateo - 6.- Los limpios de corazón

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Explicación de la serie

Sermón del Monte

S. Mateo, que contempla a Cristo como gran Maestro de la Palabra de Dios, recoge, en las 5 partes de que consta su Evangelio, la manifestación, por parte del Hijo, del verdadero significado de aquella, siendo el conocido como Sermón de la Montaña el paradigma de esa doctrina divina que Cristo viene a recordar para que sea recuperada por sus descarriados descendientes.

No creáis que vengo a suprimir la Ley o los Profetas (Mt 5,17a). Con estas palabras, Mateo recoge con claridad la misión de Cristo: no ha sido enviado para cambiar una norma por otra. Es más, insiste en que no he venido a suprimirla, sino a darle su forma definitiva (Mt 5,17b). Estas frases, que se enmarcan en los versículos 17 al 20 del Capítulo 5 del citado evangelista recogen, en conjunto, una explicación meridianamente entendible de la voluntad de Jesús.

La causa, la Ley, ha de cumplirse. El que, actuando a contrario de la misma, omita su cumplimiento, verá como, en su estancia en el Reino de los cielos será el más pequeño. Pero no solo entiende como pecado el no llevar a cabo lo que la norma divina indica sino que expresa lo que podríamos denominar colaboración con el pecado o incitación al pecado: el facilitar a otro el que también caiga en tal clase de desobediencia implica, también, idéntica consecuencia. El que cumpla lo establecido tendrá gran premio.

Pero cuando Cristo comunica, con mayor implicación de cambio, la verdadera raíz de su mensaje es cuando achaca a maestros de la Ley y Fariseos, actuar de forma imperfecta, es decir, no de acuerdo con la Ley. Esto lo vemos en Mt 5, 20 (Último párrafo del texto transcrito anteriormente).

Las conductas farisaicas habían dejado, a los fieles, sin el aroma a fresco del follaje cuando llueve, palabras de fe sobre el árbol que sostiene su mundo; habían incendiado y hecho perder el verdor de la primavera de la verdad, se habían ensimismado con la forma hasta dejar, lejana en el recuerdo de sus ancestros, la esencia misma de la verdadera fe. Y Cristo venía a escanciar, sobre sus corazones, un rocío de nueva vida, a dignificar una voluntad asentada en la mente del Padre, a darle el sentido fiel de lo dejado dicho.

El hombre nuevo habría de surgir de un hecho antiguo, tan antiguo como el propio Hombre y su creación por Dios y no debía tratar de hacer uso, este nuevo ser tan viejo como él mismo, de la voluntad del Padre a su antojo. Así lo había hecho, al menos, en su mayoría, y hasta ahora, el pueblo elegido por Dios, que había sido conducido por aquellos que se desviaron mediando error.

El hombre nuevo es aquel que sigue, en la medida de lo posible (y mejor si es mucho y bien) el espíritu y sentido de las Bienaventuranzas.

6.- Los limpios de corazón

Los limpios de corazón

Cristo, llevado por su amor sin límite, fija su atención en aquel órgano físico que lleva, más allá de su materialidad, al conocimiento que Dios, puso, de Él, en su interior. ¿Qué es la limpieza de corazón?

Es en nuestra concepción cuando Dios, mediante el Espíritu Santo, nos infunde ese “secreto designio” del que habla la Carta a los Efesios (1); ese conocimiento del amor que el Padre nos trasmite y al que hemos de ser fieles y, como hijos, continuadores en esa herencia tan nuestra.

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8.04.12

La Palabra del Domingo .- 8 de abril de 2012

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Jn 20, 1-9

Biblia

1 El primer día de la semana va María Magdalena de madrugada al sepulcro cuando todavía estaba oscuro, y ve la piedra quitada del sepulcro. 2 Echa a correr y llega donde Simón Pedro y donde el otro discípulo a quien Jesús quería y les dice: «Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde le han puesto.» 3 Salieron Pedro y el otro discípulo, y se encaminaron al sepulcro. 4 Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió por delante más rápido que Pedro, y llegó primero al sepulcro. 5 Se inclinó y vio las vendas en el suelo; pero no entró. 6 Llega también Simón Pedro siguiéndole, entra en el sepulcro y ve las vendas en el suelo, 7 y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte. 8 Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado el primero al sepulcro; vio y creyó, 9 pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos.

Resucitó

Es de imaginar como se encontrarían los discípulos más allegados de Jesús tras la muerte en la cruz del Mesías. Por mucha confianza que hubieran tenido en Aquel que les enseñaba, su huida en el momento crucial de la cruz nos hace suponer que tenían mucho miedo y, por eso, estaban escondidos.

Sin embargo, alguien que amaba mucho a Cristo salió a visitar a su Señor. María Magdalena fue muy pronto, de madrugada, quiso visitar a quien tanto bien le había hecho. Sin embargo, no encontró, siquiera, el sepulcro cerrado y eso le extrañó sobremanera. No era normal, ni esperado, que nadie hubiera movido la piedra que tapaba el sepulcro y que se hubieran llevado al Maestro. No era lo que la Magdalena podía querer ver ni ser testigo.

Los demás debieron tomarla por desequilibrada porque no iban a creer que Jesús iba a haber desaparecido sin más ni más. Por eso corrieron al encuentro de los restos del Hijo de Dios. Pedro era mayor que Juan y eso le hizo llegar después que el discípulo amado que vio lo que vio que fue, más o menos, que Jesús no estaba donde debía estar y que, a lo mejor, alguien se lo había llevado. Pero no quiso entrar tal era la situación en la que se encontraba Juan.

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7.04.12

En los altares - Santa Águeda

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Santa Águeda

Corría el año 230 cuando Águeda, de padres adinerados, nació en Sicilia, Italia.

Aquel tiempo, de persecución religiosa a muerte lo era de virtud y piedad y, como lo hicieran Santa Inés, Santa Cecilia y Santa Catalina decidió que iba a conservarse pura y virgen y que lo hacía por amor al Creador.

Pero el Mal trabaja con ánimo de hacer daño y, teniendo como servidor al gobernador Quinciano (estamos en tiempos del emperador Decio), quiso tal individuo enamorar a Águeda que, lógicamente, se opuso a tales pretensiones haciéndole ver, además, que se había conservador virgen por Cristo y para Cristo.

Pero Quinciano no dio su brazo a torcer y la llevó a una casa de lenocinio para que, allí, conviviendo con mujeres de mala vida se echase a perder. La mantuvo en aquel antro un mes pero conservó su virginidad y se impuso el juramento que hizo de mantenerse de tal forma para Dios. Y lo hizo repitiéndose, muchas veces, el Salmo 16 que dice “Señor Dios: defiéndeme como a las pupilas de tus ojos. A la sombra de tus alas escóndeme de los malvados que me atacan, de los enemigos mortales que asaltan”.

Seguía Quinciano con el ánimo muy exaltado contra Águeda pues ni actuando como actuó consiguió que la joven cambiara de idea. Entonces, quiso causarle el mayor daño posible y ordenó que le destrozaran el pecho a machetazos y que la azotaran. No era de esperar que sobreviviera a tal forma de comportarse. Sin embargo, nada le sucedió porque aquella misma noche se le apareció San Pedro y la animó a sufrir todo aquello por amor a Jesucristo.

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6.04.12

Y murió por todos

Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Viernes Santo

Cristo murió por todos pero no para que todos se salven sino para que lo hagan quienes crean en Él y actúen en consecuencia con tal pensamiento y creencia.

Crucifixus etiam pro nobis
(Por nuestra causa fue crucificado)

Atormentada el alma, el cuerpo demudado de espanto,
vuelto el rostro hacia Dios y su espíritu ansioso, ya, por hallarlo,
llega Jesús al Calvario, monte Gólgota llamado,
lugar donde se designó fuera crucificado.

Ya se tumba sobre el madero, sobre la cruz estirado;
ya coloca, a ambos lados, sus martirizados brazos.

Avanzando, sin espera, para cumplir la sentencia,
clavan con saña las manos a la sufrida madera,
clavándole los pies cerca de la ensangrentada tierra.

A su lado dos ladrones esperan la muerte cierta.

No conformes con el agravio que le estaban infiriendo
el ropaje se reparten despojándolo de su dueño,
dejando el cuerpo de Cristo de las vestiduras desprovisto,
incrementando la desvergüenza de tan grande sacrilegio.

Cuelga del central madero cartel para su escarnio,
nombrándolo de los judíos rey para reírse de tal cargo,
porque no quiso Pilatos modificar lo que había dicho
en un infausto momento, acobardado y vencido.

Queriendo Cristo llegar hasta el último momento,
entregado a su futuro y sin limitar el tormento
rechaza el bebedizo para el dolor mitigado,
no acepta aquella mirra que le ofrece aquel soldado,
mas pronuncia ese ruego a su padre destinado:
¿por qué me has abandonado?; sabido ya que antes,
en Gethsemaní orando, entregó la vida a su Dios,
que fuera lo que su voluntad hubiera pensado.

Llevado de ese amor que en vida había atesorado
perdona a los criminales que muerte le estaban dando,
creía, y lo decía, que ignoraban su trabajo,
que la misericordia del Padre también llegase a esas manos,
que no les tuviera en cuenta el cumplimiento de lo mandado.

Como ni el más malvado de los acusados el tránsito hace solitario,
ni es abandonado por todos los que quieren recordarlo,
a los pies de sus maderos sufren Juan, el más amado,
y su madre inmaculada conocida por María.
Encomienda la vida del amigo a quien más amó Cristo,
entrega, como testigo y transmisor de su vida,
a quien tanto quiso el Hermano, que se hicieran compañía,
que pasaran juntos los tiempos que de su vida les quedara.

Apenas sin fuerza o resuello, ahogados los pulmones,
dejado su cuerpo caer hacia el corazón del cielo,
siente llegado el momento de su final terreno,
de partir hasta encontrarse en el de su padre Reino,
a interceder por los hombres que dejaba en aquel suelo.
Dejando en manos de Dios el más santo espíritu hecho
se rasga el velo del Templo dando a entender el duelo
y viendo como el centurión, que vio el acontecimiento,
dijera a voz por dentro que era, de Dios, el hijo verdadero.

Ya vienen a quebrarle las piernas para dar final bien cierto,
para no prolongar la agonía de tan lacerado cuerpo,
por ser la tradición de tan bárbaro tormento.
Mira el verdugo e inquiere, mente insana, sangrante flagelo,
y le clava la lanzada en el costado derecho
para que se cumpla la Escritura de no romper ningún hueso.

Ha muerto ya el más justo, para seguir viviendo.

Cristo muere. Y lo hace de forma consciente o, lo que es lo mismo, no niega su muerte ni se opone a ella. Ya había dicho en Gethsemaní que debía cumplirse la voluntad de Dios (cf. Lc 22, 42) y eso es lo que hace.

La voluntad de Dios era, además, la que consiste en poner en práctica la misericordia. También hace eso Cristo cuando, estando en la cruz no hizo como, por ejemplo, hacían los otros dos ladrones que, humanamente lógico, se quejaban de su situación. Muy al contrario, Jesús (cf. Lc 23, 34) pide a Dios el perdón para aquellos que lo están matando porque, en efecto (por su ceguera de corazón) no saben lo que hace. Y así pone sobre la mesa cómo debemos actuar sus discípulos a los que, en la persona del amado Juan, nos dio a su Madre como Madre nuestra.

La muerte de Jesucristo es algo más que una muerte. Con ella se procura, para toda la humanidad que quiera aceptar a Cristo, la salvación eterna y, a partir de ella, el ser humano puede llamar Padre a Dios con unas consecuencias mucho más contundentes a como podía llamarlo un pueblo que tantas veces lo había traicionado.

Jesús muere y, por eso mismo, aquellos que, por miedo a los judíos se escondieron o aquellos discípulos que volvían hacia Emaús discutiendo sobre lo que pocos días antes había pasado, no supieron (velados tenían los ojos o el corazón) ver la verdad de la cruz y la importancia de aquella sangre que había derramado su Maestro.

Sin embargo, con aquella muerte se abrió la puerta de la eternidad y nosotros, los que contemplamos absortos ante tan enorme gracia de Dios lo que Cristo consintió que se la hiciera no deberíamos permitir que el demonio mudo nos dominara porque, como dice San Josemaría (Amigos de Dios, 188) “Si el demonio mudo se introduce en un alma, lo echa todo a perder; en cambio, si se le arroja fuera inmediatamente, todo sale bien, somos felices, la vida marcha rectamente: seamos siempre salvajemente sinceros, pero con prudente educación.

¿Hay algo más sincero, más franco, que reconocer que Cristo murió en la cruz por nosotros y que lo aceptamos como hermano, como Mesías, como Dios?

Gracias Jesucristo por haber mirado a la muerte cara a cara y haber vencido al Mal.

Eleuterio Fernández Guzmán

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