InfoCatólica / Eleuterio Fernández Guzmán / Archivos para: Diciembre 2010, 08

8.12.10

La sin pecado

Inmaculada

Fue en 1854 cuando Pío IX, mediante la Bula “Inneffabilis Deus” estableció, el 8 de diciembre de aquel año, como dogma, la denominada Inmaculada Concepción de María. Con eso no impuso nada, ni estableció una obligación para que los creyentes asintieran sin más. Aquel Pontífice, mediado el siglo XIX, lo que hizo fue fijar, en una Bula, lo que desde hacía muchos siglos ya se tenía bastante claro por parte de los creyentes, de la jerarquía y por todo aquel que tuviera conocimiento de la realidad de la Madre de Dios. Es ésta la fiesta que celebramos hoy, éste el sentido primero de esta celebración gozosa.

La sin pecado

Los cristianos reconocemos que María, Madre de Dios y Madre nuestra, tiene un lugar muy importante en nuestra vida. Además, los católicos sabemos que tal lugar lo ocupa también por ser intercesora nuestra y porque el Amor de Dios nos la ha entregado dotada de unas virtudes y cualidades que enriquecen su persona.

Y nos induce, el Espíritu, a creer en lo inmaculado de su concepción. Y por eso lo consideramos dogma porque es una realidad espiritual que no queramos sea cambiada porque responde, según entiende la Iglesia católica y, por eso, sus fieles, a la verdad de las cosas.

Sin embargo, lo que en verdad tiene importancia es el hecho mismo de que María fuese concebida sin pecado.

Así, aunque la naturaleza humana de María es esencialmente igual a la nuestra (pues todo ser humano es semejanza de Dios) no es menos cierto que las cualidades que la adornan le conceden una situación espiritual privilegiada.

Por eso dice Pío XI dejó escrito que “era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que reportase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma mancha de la culpa original.”

Desde aquel 8 de diciembre de 1854 celebramos, los fieles seguidores de Cristo en el seno de la Iglesia católica, un tal día como el octavo del último mes del año (comenzado, ya, el Adviento) en el que Dios quiso, y así lo transmitió en la Revelación, que Su Madre fuera “toda hermosa y perfecta”.

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