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21.02.09

Juan Pablo II Magno - Política

Serie “Juan Pablo II Magno

JPIIM

Se suele decir que política y religión no suelen, ni pueden, llevarse bien porque los asuntos del mundo no deben mezclarse con los del cielo.

Sin embargo, tal forma de pensar encierra una idea algo alejada de la realidad: la religión ha de permanecer escondida como si, en realidad, no viviera en el mundo o como si no hubiera contribuido a formar el mundo mismo.

¿Qué es, para Juan Pablo II Magno, una democracia?

Lo dejó bien dicho y escrito en la encíclica Evangelium Vitae (EV), de 1995, concretamente en su número 70.

La democracia no puede mitificarse convirtiéndola en un sustitutivo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Fundamentalmente, es un ‘ordenamiento’ y, como tal, un instrumento y no un fin. Su carácter ‘moral’ no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que, como cualquier otro comportamiento humano, debe someterse; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios de que se sirve. Si hoy se percibe un consenso casi universal sobre el valor de la democracia, esto se considera un positivo ‘signo de los tiempos’, como también el Magisterio de la Iglesia ha puesto de relieve varias veces. Pero el valor de la democracia se mantiene o cae con los valores que encarna y promueve: fundamentales e imprescindibles son ciertamente la dignidad de cada persona humana, el respeto de sus derechos inviolables e inalienables, así como considerar el ‘bien común’ como fin y criterio regulador de la vida política”.

Para que no pueda pensarse que Juan Pablo II Magno tenía una concepción, digamos, teórica de la relación que existe entre la política y la religión, véase, en tres ejemplos, lo que pensaba sobre aspectos muy importantes:

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