Un amigo de Lolo - “Lolo, libro a libro” - Ante, en, los sufrimientos, ahí está Cristo

Presentación

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Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infligían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

 

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Continuamos con el traer aquí textos del Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo. Lo hacemos ahora con “El sillón de ruedas”.

Ante, en, los sufrimientos, ahí está Cristo

 

“Para San Pablo, la mortificación de Cristo nos llega “para que su vida aparezca en nosotros”. Para un dolor sobrehumano, aquí estuvo la sobrenatural fuerza de Cristo colada en mis fibras, hecha palabra clave en este crucigrama que armaron en el cuerpo las líneas opuestas del sufrimiento y de la vida. Cuando cien dedos en la garganta subían al paladar un sabor compacto de hiel y de amargura, allí desembocada Él, al pie del olivar, machacado por la tristeza y la pesadumbre. Cuando mil taladros barrenaban las arterias, las articulaciones, los huesos, al lado figuraba el ritmo espeluznante de la flagelación y los labios sellados del Varón de Dolores. Cuando el gesto se hizo roca, el caminar estatua y la vida límite, Él llegó inmóvil, con su figura abierta en cruz como un arcángel detenido. En el horizonte clausurado, en la marea cerebral, en la sequedad de la entraña, cada minuto danzaba su caudal de perspectivas, su fuente de sabiduría, su catarata de amor”. (El sillón de ruedas, p. 115)

 

Hoy hemos traído un texto, digamos, extenso del Beato Manuel Lozano Garrido. Y lo hemos hecho porque refleja, muy bien, la situación por la que entonces, y antes, estaba y había estado pasando nuestro hermano de Linares (Jaén, España).

Siempre confianza en el Hijo de Dios. Ahí está clave de la existencia del creyente cuando pasa por momentos no demasiado bueno o, directamente, malos de solemnidad. Y eso es lo que hace Lolo.

Quien supo reflejar más que de forma acertada las vicisitudes físicas de su vida (y, por eso, espirituales) nos pone algunos ejemplos de cómo lo estaba pasando y, a lo mejor, lo había pasado antes.

Podemos decir que todo lo que pone sobre la mesa Lolo no deja de ser espeluznante si hablamos de sufrimiento material, físico, de su cuerpo.

Seguramente, lo que más nos puede conmover es cuando nos dice que el gesto llegó a hacerse “roca” y que su caminar se hizo “estatua”. Y no puede conmover porque nos está diciendo, de esa forma tan bien dicha, que llegó un momento en su vida en la que caminar dejó de ser posible y quedó conminado en el sillón de ruedas que da título, nunca por casualidad, al libro de donde estamos extrayendo ahora los textos para estos sencillo artículos.

El Beato Lolo sabía muy bien lo que era sufrir dolores y padecer de todas las formas posibles, de males del cuerpo. Y, sin embargo, eso no le hizo venirse abajo ni querer abandonar el mundo como, muchas veces, sucede… No. Él sabía que tenía en quien apoyarse, en quien sostenerse. Y eso sacó adelante una vida que no podemos dejar de tildar como heroica y mártir porque era testigo de un amor que lo sostenía.

Lo que nos dice nuestro hermano en la fe católica es que había una especie de correspondencia entre su dolor y el de Jesucristo. Y en cada momento en el que el primero sufría sabía que tenía algo a lo que agarrarse como tabla de salvación. Así, por ejemplo, tenía siempre en cuenta el sufrimiento del Hijo de Dios cuando, en Getsemaní, en aquel huerto de los olivos donde sería prendido, estaba padeciendo por alguien que sería hermano suyo muchos siglos después; también que había ocasiones en las que se representaba la flagelación injusta a la que fue sometido Jesucristo y que la misma estaba allí, como para mostrar que Alguien había sufrido por él. Y eso, nosotros creemos, consolaba a quien tanto sufría en su vida diaria.

El Beato Manuel Lozano Garrido, que, como decimos, lo pasó tan mal a lo largo de su vida (y hablamos de mal físico) sabía que eso no era lo más importante de su vida. Y, para eso, siempre tuvo la presencia de su hermano Jesucristo. Y, en cada sufrimiento, los que soportó el Hijo de Dios le mostraban que, como decía San Pablo, los que pudiera tener él podía completar los de Aquel que se dejó matar para que la redención llegara al mundo.

Nuestro admirado Lolo siempre vio algo que le hacía sentir feliz e, incluso, gozoso en su sufrimiento. Y es que por muy duro que fuera el mismo siempre tenía la compañía de Aquel que supo, más que bien, dejar una huella de tal calibre en el alma de su prójimo, que ha quedado, ya para siempre, como ejemplo de lo que supone cumplir la Voluntad de Dios. Y es que donde hay Amor siempre queda Amor.

 

       

Eleuterio Fernández Guzmán

Panecillos de meditación

 

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Saber sufrir, espiritualmente hablando, es un verdadero tesoro.

Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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