Semana Santa: Pasión y salvación

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Ayer mismo vivimos, y revivimos, un momento más que importante en la historia de la salvación del ser humano creyente en Dios Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra y de todo lo visible e invisible. Y es que ayer domingo lo fue de Ramos, llamado así por aquellos que tendieron, a su paso hacia la Ciudad Santa, los que también creían en Dios. 

Esto lo decimos porque, como ponemos en el título de este artículo, esta Semana, llamada Santa porque lo es, lo es de Pasión pero también es de salvación. Es más, lo primero tiene como fin lo segundo. 

Sabemos que resulta muy difícil sostener una cosa y la otra sin que nos dé un vuelco el corazón. Y es que, así como Dios envío a su Único Hijo engendrado y no creado al mundo, estamos más que seguros de que lo hizo en bien de la humanidad que había creado, nada más y nada menos, que a su imagen y semejanza. 

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que lo que conocemos de aquellos días, aquella semana de siete días completos que van desde aquella entrada hasta la Resurrección de Nuestro Señor, es no terrible sino, como se suele decir, lo siguiente. Y con eso queremos decir que, en este caso, se supera toda aberración que pudiera ser imaginada y todo maltrato que una mente enferma pudiera crear. 

La Pasión, considerando los días que van desde el Jueves, llamado Santo, como parte del Triduo Pascual (Jueves-Viernes-Santo) hasta el domingo siguiente,  es más que conocida por cualquiera que quiera saber hasta qué punto un hombre empieza reconociéndole a su Padre, Dios, la prevalencia de su Voluntad (y hablamos de Gethsemaní o Huerto de los Olivos) y termina permitiendo que la misma, en efecto, se cumpla. Y eso conlleva toda clase de reales agresiones físicas e, incluso, espirituales. Conlleva, también, el abandono de casi todos los suyos (menos aquellas mujeres valientes, las tres Marías, y aquel Juan, el discípulo-apóstol más joven de los que escogió el Maestro) porque tenían miedo y con él estuvieron después de la muerte de Jesucristo. Y por eso se escondían y por eso se escondieron luego… 

Y la Pasión, aquella forma tan Suya de entregarse a los que tanto lo “odiaban”, es justo ejemplo de reconocimiento de lo mejor que se puede ser cuando se ama a los amigos hasta el extremo… y Él los había llamado, precisamente, amigos. Y por eso no dudó ni un instante en dejarse escupir, azotar, zaherir, coronar de espinas, desnudas, clavar en unos maderos las manos y los pies; y no dudó en dejar que algunos de los allí presentes se rieran de su situación (incluso un ladrón de los dos que allí se encontraba no tuvo muy buenas palabras para con el Cristo) e, incluso se repartieran sus ropas. Y es que sabía que todo aquello estaba escrito y que algún profeta había dejado dicho lo que le estaba pasando. 

Todo aquello, por muy raro que resulte leer esto o escucharlo, tenía un fin bien claro: la salvación del hombre. 

¿Qué el hombre se salvara requería que el Hijo de Dios muriese de aquella forma tan injusta y, además, ilegal? 

Sobre esto no podemos decir mucho más que lo que ya sabemos: es un misterio que está en el corazón de Dios y que se nos será revelado cuando habitemos las praderas del definitivo Reino del Todopoderoso, a las que llamamos Cielo. Entonces dejaremos de ver como en un espejo y lo veremos todo claro y bien claro. Ahora, pues, nos basta con tener fe y con creer. 

Nosotros sabemos, creemos y estamos seguros de que es así, que Jesucristo entregó su vida, después de haber entrado, pocos días antes, en Jerusalén, porque sabía que era la Voluntad de Dios. Y no prestó atención a los cantos de sirena que querían llevarlo por otro camino e, incluso, tampoco escuchó las palabras que, incluso hoy día, nosotros podríamos pronunciar sobre lo no necesario de aquella muerte, que podía haberse hecho aquello de otra forma, etc. Y es que Cristo es crucificado por nosotros cada vez que pecamos y cada vez que manifestamos, así, que estamos más que alejados (voluntariamente) del corazón de Dios y, así, del de Jesucristo. 

De todas formas, apoya nuestra esperanza salvadora saber que hemos tenido, en aquel tiempo y ahora mismo, a Alguien que nos ha amado tanto que se ha puesto entre aquellos maderos para que le clavaran las manos y los pies y lo ha hecho, ¡sí!, con gozo (por muy extraño que eso nos parezca) 

Y agradecemos, más que mucho, aquel su tanto amor. Y que nos quedamos cortos… estamos más que seguros.

Eleuterio Fernández Guzmán

                                                                                                                       

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

Semana de Gloria para el ser humano salvado.

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Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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