“Saber Esperar” – El ejemplo de la Cruz

 

“Allí, la discusión enmudece, ante la sangre de Cristo; allí el alma se torna humilde y serena; el estudio no señala horizontes tan despejados, que se pierden en el infinito.” (Punto 265)

 

El hermano Rafael, como debemos suponer y creer, pasó muchas horas ante la Cruz de Cristo. Y por eso en muchas ocasiones nos habla de ella. Y es que le tenía un apego tan especial que le hace decir lo mejor que un hijo de Dios puede decir de una tal realidad espiritual.

Podemos decir que, junto a la Cruz del Mesías, todo se vuelve infinito, los horizontes no tienen el sentido que, humanamente, damos a las fronteras porque allí no las hay ni podemos buscarlas: Cristo vino a morir por todos aunque muchos ni aceptaron su muerte ni ahora mismo la aceptan ni la tiene por buena o mejor sino que la ignoran de forma total.

Ante la Sangre de Cristo las cosas no pueden tener el mismo sentido que tienen en la realidad común. Y es que ante ella enmudece todo lo que pueda ser mundano y pasa a ocupar el primer plano todo lo que tiene que ver con el amor a Dios y al prójimo. Y es que entre aquellos maderos donde fue colgado el Hijo de Dios se troca la falsedad en Verdad y todo lo que tiene sentido negativo se convierte y transforma en bueno. Y sí, aunque sabemos que las cosas no son tan sencillas como pudiera parecer a primera vista, lo bien cierto y verdad es que sólo puede ser así lo que parte del amor entendido como lo entiende Jesucristo: hasta el extremo.

Lo que nos sucede ante la Cruz de Cristo es lo que le sucede a cualquiera que tenga al hombre allí colgado por Dios hecho, eso, hombre, que da su vida por cada uno de sus hermanos los hombres. Por eso, ante una grandeza de un grado y nivel tan elevado nuestra alma… en fin, que se da cuenta de que no es nada y que nunca lo será, así, entendida tal situación. Y de aquí que San Rafael Arnáiz Barón nos diga que ante la Cruz de Cristo sólo cabe la humildad y la serenidad: la primera, por eso, porque nos somos nada; la segunda porque ante lo que vemos, el alma se debe aquietar y debe primar, en ella, el amor y la entrega, la entre y el amor.

En efecto, como decíamos arriba, no cabe discutir acerca de nada porque todo alcanza su exacto sentido ante la Cruz de Cristo. ¿Qué vale la pena más que eso, más que la Cruz?, ¿Acaso vamos a poder superar una verdad, la Verdad, tan grande que es y representan aquellos dos maderos pero, sobre todo, Quien está colgado en ellos?

No. Bien sabemos que no y que, por tanto, a nosotros sólo nos cabe dar las gracias por eso: por querer permanecer allí colgado para siempre, para que siempre le tengamos como nuestro Salvador y como Quien nos ha abierto las puertas del Cielo. Y eso, siempre, a conciencia de lo que significa que alguien que, sabiendo, que iba a morir de tal forma, no quiera otra cosa que morir de tal forma y, además (sobre todo) perdonando a quienes lo estaban martirizando y pidiendo, para ellos, el perdón de Dios. ¿Es que, acaso, es posible un comportamiento mejor y más perfecto?

Es, por eso mismo, un gran ejemplo la Cruz de Cristo. Pero es un ejemplo para seguir y no para tenerlo escondido debajo de cualquier celemín.

 

Eleuterio Fernández Guzmán 

 

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