Camino a Nochebuena y Navidad – Nada de suerte, todo Providencia de Dios

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Camino a Nochebuena y Navidad – Nada de suerte, todo Providencia de Dios 

 

Estamos más que seguros que los lectores que, de esto, haya en España, saben perfectamente qué día es hoy. 

Sí, cualquiera sabe que es 22 de diciembre pero eso, en España, supone mucho más. Y es que es el día de la lotería por antonomasia, el día del “Gordo”, llamado así por lo cuantioso del premio más grande que corresponda al número que salga y que es… no sé, mucho, quizá demasiado dinero. 

Pues bien, aquí, en lo nuestro, en materia de fe católica, las cosas van por otro camino muy alejado de toda esta mundanidad y todo este desgaste para el alma que supone el ansia por el tener y la poca preocupación por el ser. 

Esto lo decimos sin querer poner sobre la mesa una dura crítica referida al ansia de bienes que, reconozcámoslo, todos tenemos más o menos acentuada. No se trata de eso sino de decir que, gracias a Dios (y nunca mejor dicho) la Voluntad del Creador va por otros derroteros. 

Hablamos, por eso mismo, sí, de Voluntad, así escrita con capital mayúscula (si se nos permite decirlo así en cuanto primera letra de tal palabra). Y lo hacemos así porque aquí sólo cuenta y sólo ha de contar eso, la Voluntad de Quien todo lo ha creado y mantiene. 

La Providencia de Dios aquí lo dice todo y todo lo establece, si ustedes me entienden (que diría más de un personaje de Tolkien en El Señor de los anillos

Sobre esto, sabemos que a lo largo del mundo existen multitud de formas de tentar a la suerte y de tratar de hacerla compañera de la avidez del ser humano. Sin embargo, hay algo que, siendo mucho más importante, ya nos fue concedido hace mucho tiempo y que no tenemos que buscarlo porque lo tenemos desde nuestra misma concepción: el Amor de Dios y, referido al mismo, las tan ansiadas noches de Nochebuena y Navidad. Y todo ello fruto es de la santísima Providencia del Todopoderoso. 

El caso es que cuando el Padre creó al ser humano dijo aquello muy conocido de que “era muy bueno” lo que había hecho. Luego, el mismo Génesis llevó a cabo el primer “envío”: “creced y multiplicaos” fue lo que dijo. Eso era lo que quería Dios, su Providencia porque Dios proveía eso para el mundo aquel primero. 

Desde entonces los hijos de Dios estamos dotados de unas grandes posibilidades de desarrollo que, con el uso de la inteligencia, nos han llevado a lo que hoy día somos. 

Pero sobre todas las cosas de las que podemos gozar una hay que no deberíamos olvidar y que ya ha sido mencionada arriba: el Amor de Dios. 

¿Cómo es el Amor de Dios y su santa Providencia que hacen posible que, al final de los tiempos, envíe a su Hijo al mundo? 

Las Sagradas Escrituras recogen algunas características del Amor de Dios que no deberíamos olvidar (se ruega sean consultadas)

 

1. El amor de Dios es soberano (Deuteronomio 7,8) 

2. El amor de Dios es grande (Efesios 2,4) 

3. El amor de Dios es constante (Sofonías 3,17) 

4. El amor de Dios es infalible (Isaías 49,15-16) 

5. El amor de Dios es inalienable (Romanos 8,39) 

6. El amor de Dios es obligante (Oseas 11,4) 

7. El amor de Dios es eterno (Jeremías 31,3)

 

Es soberano el Amor de Dios porque prevalece sobre todo siendo eso lo que quiere; es grande porque lo creó todo manifestando así una dulce y gozosa Providencia; es constante porque siempre perdona y siempre manifiesta su misericordia; es infalible porque nunca falla; es inalienable porque no puede ser quitado ni eliminado por el Mal; es obligante porque, como Padre, lo tenemos que tener en cuenta y, por último, es eterno porque eterno es Dios mismo y, así, su Voluntad. 

Por tanto, no podemos decir que no tenemos, a nuestro favor los católicos mucho trazado, ya, desde nuestra creación por el Padre Eterno ni podemos entender que somos lo que somos por nuestra propia fuerza y tesón. 

A este respecto, dice el  Padre Martí Ballester (que Dios ha de tener en su gloria), refiriéndose a Sto. Tomás de Aquino que:

 

En Dios evidentemente hay amor, que es el primer afecto de la voluntad, y el origen de todos los otros afectos, pues sin el amor ni puede existir el deseo. En efecto, el bien, objeto primario del amor, siempre es objeto de deseo y apetecible, por eso, cuando deseamos el bien, lo deseamos racionalmente porque lo amamos. Ni puede sin el amor existir el odio, si no hay amor al bien, y por eso odiamos el mal en cuanto se opone al bien. Y la falta de bien nos entristece. Y su posesión nos llena de gozo. Todos los seres dotados de voluntad aman el bien, aunque su amor es limitado porque también lo es su voluntad. Por el contrario en Dios, al ser infinita su voluntad, su amor es también infinito

 

En realidad, aquí no podemos hablar más que de una cosa que tiene todo que ver con la Providencia de Dios. Por eso, por ejemplo, la Venerable Marta Robin nos dice esto que sigue:

 

“’Todo es misterioso para mí… Pero ¿qué tengo necesidad de saber? No me corresponde a mí ni a nadie sondear los secretos de Dios. Lo único que tengo que hacer es adorar, aceptar, bendecir y abandonarme plenamente a la Providencia”.

 

Y, abundando en este tan crucial tema, el Beato de Linares (Jaén, España) esto otro:

 

“Ya es un hecho significativo que la vida de Cristo se abra con la dependencia de un niño que nace y se cierre con unas manos atravesadas. Algo muy trascendental tiene que suponer la inutilidad cuando la Redención se entrecomilla con las dos estampas quietas de una criatura. A nosotros sólo nos toca aceptar, porque la aceptación es la que encaja y da sentido a las cosas. Dada nuestra conformidad a la quietud o a la parálisis, la explicación que entonces se nos abre es la de que, tanto como una canalización del amor de los demás, la inutilidad es una llamada a lo humilde y a nuestro espíritu más generoso. Cuando se tiene el cuerpo como el de un niño que necesita papillas y cuidados, uno ya puede decir que está llamado al buen camino de la infancia evangélica“.

 

O, más, de nuestro Beato, de su “Mesa redonda con Dios”:

 

“Y ya al fin, tiro alegremente de tu fuente de paternidad y me doy a tu Providencia, porque quiero vivir avaramente el ansia de ser útil a los demás. En el mismo círculo de tu prodigalidad para con los pájaros y los lirios, pongo la vida propia y la del hogar que me encomiendas. Gracias, porque juraría que también habrás de ser generoso.” ("Mesa redonda con Dios”

 

Todo, por tanto, se centra en una palabra: aceptar. Y la misma está puesta con relación a otras: Providencia de Dios. Y sobre la misma, sobre la Providencia del Padre expresa en clara, manifiesta y manifestada Voluntad, ha de caminar nuestra existencia de hijos suyos. 

En fin… Dios quiso, en su momento, que como expresión de su Providencia (Dios, decimos arriba, pues, provee para sus hijos los hombres) naciera, vaya a nacer (decimos al respecto del tiempo inmediato por venir), Quien iba a salvar a la humanidad. Y es que Dios no hace nada al azar ni llevado por la casualidad sino, justamente, al contrario: pensado y bien pensado estaba todo esto. Y, claro, apoyado o, mejor, urgido por su santísima Providencia que, como palabra fundante y fundadora del bien del mundo, nunca está de más repetir para, y en, nuestro corazón.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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