Serie “El Bien, Jesucristo, el Cielo” - Un necesario Epílogo

Presentación

El Bien, Jesucristo, el Cielo

No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien.”

 

Epístola a los Romanos 12, 21

 

En estas mismas páginas se ha publicado, en formato serie, el libro de título “El Mal, El Diablo, el Infierno”. Y, como no podía ser menos, la parte buena, la que ha de prevalecer, Cristo mismo y Dios mismo, debían tener su serie. La misma está referida al libro de título “El Bien, Jesucristo, el Cielo” que, fácilmente puede verse es, justo, lo contrario a lo otro. 

El Mal puede vencerse con el Bien. Eso es lo que la cita que hemos puesto como principal de este libro nos dice. Y San Pablo, diciéndonos tal cosa, nos auxilia ante lo que podamos estar pasando. 

No podemos, por tanto, alegar falta de socorro en estos casos pues bien sabemos que Dios nunca nos abandona y pone, en el camino de nuestra vida, a testigos de la fe que nos echan una mano. 

De todas formas, el Bien puede ser, digamos, usado contra el Mal. Y eso porque el Bien existe para mucho más que para eso que, con ser importante, no agota las posibilidades de lo bueno y mejor. 

No podemos negar, al respecto del Bien, que, para espíritus no perjudicados por el Mal, es más atractivo el primero que el segundo. Y es que no puede considerarse sana, espiritualmente hablando, la persona que esté a favor de las asechanzas del Maligno y/o de los frutos que de las mismas puedan derivarse. No. Es más seguro esperar que el común de los creyentes esté más por el Bien que por el Mal. Y eso se apoya en algo esencial: el Bien proviene de Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra en quien no hay falsedad ni mentira. 

No podemos negar, en beneficio nuestro, que a lo largo de la historia de la cristiandad ha habido hermanos nuestros en la fe que han considerado este tema, el del Bien, como uno que lo era muy importante, a tener en cuenta y a destacar. 

Así, por ejemplo, para los Santos Padres, era mayor la preocupación de señalar que Dios es el Bien Supremo y que, por tanto, toda criatura deriva de su Bondad. Pero también San Agustín, Boecio o la propia doctrina escolástica, con Santo Tomás de Aquino a la cabeza, han tenido a bien considerar el Bien entre sus temas básicos de conocimiento y estudio. 

Y ya, digamos que recientemente, en el Concilio habido en el seno de la Iglesia Católica (Vaticano I), la Constitución De Fide Catholica, en su capítulo I, dice esto que sigue:

 

“Éste único, solo, Dios verdadero, de su propia bondad y omnipotencia, no para el aumento de su propia felicidad, no para adquirir sino para manifestar su perfección por las bendiciones que Él otorga a las criaturas, con absoluta libertad de consejo creó desde el principio de los tiempos a la criatura tanto la espiritual como la corporal, a saber, la angélica y la mundana; y después la criatura humana.”

 

Vemos, por tanto, que el Bien no es, sólo, necesario en la vida del creyente católico (creemos que también en la de cualquier ser humano, en general y por ser especie creada por Dios) sino que es lo único que puede anhelar quien se sabe hijo del Todopoderoso. 

Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que por el bien se va al Bien mayor que es Dios mismo.

Un necesario Epílogo

 

A los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna”

Rm 2, 7

  

Seguramente no es necesario, no debería serlo, asegurar a nadie que el Cielo es el mejor destino que puede tener el alma de un hijo de Dios. Es decir, que por la cuenta que le tiene a cada uno de ellos, no le conviene pensar en algo que no sea  alcanzar el definitivo Reino de Dios y gozar con la Visión Beatífica y de la Bienaventuranza. 

A lo largo de estas páginas hemos podido darnos cuenta de esto. Es más, podemos decir, sin temor a equivocarnos, que quien no tenga por bueno y mejor una verdad que, además, es dogma de nuestra fe católica, como es la existencia del Cielo… tiene todas las de perder, espiritualmente hablando. 

Podemos decir que gracias a Dios (nunca mejor dicho) nuestro Creador manifiesta una Bondad, como virtud excelsa y excelente, que nos viene la mar de bien a sus hijos. Y queremos decir que, gracias a ella, nos ha entregado, como don y gracia, la posibilidad de habitar alguna de las mansiones que su Hijo Jesucristo nos está preparando en el Cielo.

 

Con esto lo que queremos sostener es que no hay otra cosa que nosotros debamos querer, otra realidad que sea más necesaria para nuestros corazones, que la de aceptar el Cielo y, acto seguido, hacer todo lo que esté en nuestro corazón para alcanzarlo. Y es que al Cielo no se va de cualquier forma sino sólo de una: aceptando la voluntad de Dios y aquello que quiere nuestro Creador para nuestra vida. Y eso, por mucho que, a veces, creamos que no es lo que está en nuestro corazón, debe estar en él y ser causa y motivo de ser y de actuar. 

Para eso, para conseguir lo que tantas veces es difícil de aceptar como propuesta, tenemos a Quien nos ha sido enviado. Jesucristo es nuestro hermano, por ser también hijo de Dios (si bien engendrado y no creado), y nos pone por delante una forma de ser, una doctrina dicha en su tiempo de vida pública en el mundo y, en fin, un corazón que muy bien debemos aceptar como instrumentos espirituales con los cuales  procurarnos un destino más que bueno: el Cielo. 

Muchas veces, a lo largo de estas páginas, hemos citado la palabra “Cielo”. Ciertamente que es un destino muy anhelado por todo aquel que se sabe hijo de Dios. Pero también es el final de un camino, el lugar (aunque se pueda pensar que no lo es, nosotros creemos que sí lo es (1)) donde debemos querer pasar toda la eternidad que, como diría Santa Teresa de la gloria (siendo, seguramente, lo mismo) dura para siempre, siempre, siempre. Por eso decimos que el Cielo es el lugar donde nuestra alma quiere estar, el espacio natural donde se reencontrará con nuestro cuerpo tras la resurrección de la carne. 

De todas formas, hablar del Cielo sólo puede hacer bien a quien escuche o lea hablar del Cielo. Es más, es más que probable que, reconociendo la importancia que tiene este tema espiritual, alguna persona pueda convertirse y llevar una vida más acorde con la voluntad de Dios. Y es que, al contrario de lo que pasa con el Infierno (del que se habla, seguro, poco o casi nada) el del Cielo es un tema apetecible para cualquiera que tenga un corazón sano y no quiera otra cosa que no sea estar con Dios, su Padre, para siempre y por toda la eternidad. 

Aquí, en este tema del Cielo y en lo que supone el mismo como Bien que Dios ha preparado para cada uno de los que, entre sus hijos, acepten a Jesucristo, como enviado del Todopoderoso al mundo, vale saber que todo lo tenemos ganado. 

Con esto no queremos decir que nada debamos hacer para alcanzar el Cielo porque ha de ser, justamente, lo contrario nuestra actitud. Y es que nuestro ser y hacer han de tener la mirada puesta en la meta del definitivo Reino de Dios. Sólo así seremos capaces de aceptar, primero, que es posible alcanzarlo y luego, alcanzarlo. 

Dios, además, no quiere otra cosa que no sea ésa.

 


(1)  En realidad, creemos que es un lugar porque ¿qué otra cosa puede ser si Cristo, como sostiene Él mismo (cf. Jn 14, 2), nos está preparando unas mansiones?

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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