Subió a los Cielos para reinar como Madre de Dios

 

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Santa Madre de Dios,
Santa Virgen de las Vírgenes,
Madre de Cristo, 
Madre de la Iglesia, 
Madre de la divina gracia, 
Madre purísima, 
Madre castísima, 
Madre siempre virgen,
Madre inmaculada, 
Madre amable, 
Madre admirable, 
Madre del buen consejo, 
Madre del Creador, 
Madre del Salvador, 
Madre de misericordia, 
Virgen prudentísima, 
Virgen digna de veneración, 
Virgen digna de alabanza, 
Virgen poderosa, 
Virgen clemente, 
Virgen fiel, 
Espejo de justicia, 
Trono de la sabiduría, 
Causa de nuestra alegría, 
Vaso espiritual, 
Vaso digno de honor, 
Vaso de insigne devoción, 
Rosa mística, 
Torre de David, 
Torre de marfil, 
Casa de oro, 
Arca de la Alianza, 
Puerta del cielo, 
Estrella de la mañana, 

Salud de los enfermos, 
Refugio de los pecadores, 
Consoladora de los afligidos, 
Auxilio de los cristianos, 
Reina de los Ángeles, 
Reina de los Patriarcas, 
Reina de los Profetas, 
Reina de los Apóstoles, 
Reina de los Mártires, 
Reina de los Confesores, 
Reina de las Vírgenes, 
Reina de todos los Santos, 
Reina concebida sin pecado original, 
Reina asunta a los Cielos, 
Reina del Santísimo Rosario, 
Reina de la familia, 
Reina de la paz.

 

Esto apenas traído aquí son, digamos, los atributos que ostenta la Madre de Dios. Por eso, la Madre tuvo que ascender al definitivo Reino de Dios de una forma como la que tenía reservada Dios para ella. 

Los católicos tenemos una devoción muy especial por aquella joven que, un día, se vio en la tesitura de tener que responder al Ángel Gabriel si aceptaba o no aquello que le estaba proponiendo. No obligaba a la hija de Joaquín y de Ana a decir que sí a los halagos que le hacía aquel especial enviado de Dios. 

Era de esperar que, de parte de Dios, tuviera una especial atención por quien quiso que bajara al mundo para hacer posible lo que el hombre, con sus propias fuerzas, no podía hacer y, ni siquiera, ser capaz de imaginar.

María vive y María sufre con Jesús y a Jesús lo acompaña, a los pies de su cruz, en el terrible momento del final de su Pasión. Y María, lo que la hace más grande, sabe qué va a pasar y, a pesar de eso, acepta lo que tiene que ser el cumplimiento de la voluntad de Dios. María es fiel y ama lo que el Creador quiere como gran mujer de oración que era antes de aceptar cumplir con su papel de Madre de Dios y como lo será a lo largo de su vida e, incluso (más entonces) cuando los apóstoles están escondidos por miedo a los judíos y, allí donde están oran en compañía de la Madre. 

Por eso, la Madre de Dios y Madre nuestra no podía, como el resto de los mortales, pues tenía méritos más que suficientes, sufrir la espera corrupción de la tumba o del sepulcro. 

Hay quien dice, a este respecto (el de la Asunción a los Cielos de la Santísima Virgen María) que eso no está escrito en los Evangelios y que, por eso, no es posible que pasar así. Pero los católicos sabemos que la Tradición existe y que ella nos dice que sólo podía ser así y, como Dios podía hacerlo, lo hizo. Y es que, como en el caso de su Inmaculada Concepción no hay nada que no pueda hacer Quien todo lo ha hecho. ¿Y es tan raro que quisiera hacerlo por su Madre? 

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Y ¿para qué la quería Dios en el Cielo de aquella forma? 

En primer lugar, para que siguiera siendo su Madre allí donde mora el Todopoderoso; luego, para que fuera, no por casualidad ni por pocos méritos, la Reina del Cielo y reinar allí como Madre de Dios. 

Esto, claro, no lo decimos nosotros (aunque lo apoyamos y lo corroboramos por fe). Así, por ejemplo, San Juan Damasceno dice esto:

 

“Era lógico que ella, que había mantenido íntegra su virginidad en el parto, debe tener su propio cuerpo libre de toda corrupción, incluso después de la muerte. Era lógico que ella, que había llevado al Creador como un niño en su seno, deberían vivir juntos en los tabernáculos divinos. Era conveniente que el cónyuge, a quien el Padre le había tomado para sí, debe vivir en las mansiones divinas. Era lógico que ella, que había visto a su Hijo en la cruz y que habían recibido por lo tanto en su corazón la espada de la tristeza que se había escapado en el acto de dar a luz, debe buscar en él como él se sienta con el Padre. Convenía que la Madre de Dios debe poseer lo que pertenece a su Hijo, y que debe ser respetado por todas las criaturas como la Madre y como sierva de Dios.”

 

Estas palabras se encuentran en su Encomino Dormitionem Dei Genetricis semperque Virginis Mariae (Hom. II. N. 14). Nos vienen la mar de bien para manifestar que no otra cosa podía acaecer al respecto de la Virgen María que no fuera su Asunción, a los cielos, en cuerpo y alma y que el hecho de que tal verdad dogmática no se encuentre en las líneas de la Santa Biblia no quiere decir que eso no sucediese pues los católicos también tenemos en cuenta la Tradición, como decimos arriba y el Magisterio de la Esposa de Cristo. 

¿Podemos, acaso, dudar de que la Virgen María fue elevada a los cielos en cuerpo y alma porque quiso Dios? 

No. No podemos porque además, es dogma de nuestra fe católica que las cosas sucedieron como sucedieron. Por eso ,  Pío XX, en Constitución Apostólica de título “Munificentissimus Deus”, dada a la luz pública el 1 de noviembre de 1950, dejó escrito esto que sigue:

 

“Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste (44)”.

 

A partir de entonces, pues, la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo es considerada dogma de la fe católica. No podemos, pues, dudar nada de nada acerca del mismo y de lo que eso supone. Y a quien dude ayude a Dios a olvidar tal error espiritual.

 

María, Asunta a los Cielos en cuerpo y alma, ruega y media por nosotros.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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