En Dios hay esperanza

 

“Tú, Señor, llenas el alma de amores, y al mismo tiempo nos ayudas a esperar; Tú habitas nuestro corazón, que quiere volar al Cielo, y nos sostienes aún pegados a la tierra.”

 

Claramente podemos ver, en estas palabras del hermano Rafael, dos mundos distintos, dos intenciones y, sobre todo, un anhelo.

 

Aquí y allá

Lo que el Creador quiere para sus criaturas es, sin duda, es lo mejor. Y es que como no puede engañarse ni engañarnos no cabe en cabeza humana que el Padre quiera otra cosa que no sea lo mejor para cada uno de sus hijos, criaturas humanas.

Pues bien, San Rafael Arnáiz Barón sabe muy bien que el Todopoderoso, queriendo eso que decimos arriba, procura, para nosotros, los amores más excelsos y los bienes mejores que pueda dar Quien todo lo ha creado.

Pero es que Dios no quiere estar lejos de nosotros sino, al contrario, lo más cerca posible. Y tan cerca está que, en Espíritu, permanece en nuestro corazón que, como sabemos, es su templo. Y desde allí siembra en nuestra vida los mejores anhelos y las ansias de lo mejor.

Resulta síntoma de ansiar algo muy importante que se diga que es necesaria la ayuda de Dios porque nuestra ansia no  puede completar su voluntad todavía. Por eso, el hermano Rafael, en una manera más que cierta, agradece a Dios que le ayude a esperar.

Hay, como decimos, dos mundos: uno es el que habitamos y llamado muchas veces de “valle lágrimas” con gran acierto por parte de quien lo hiciera; otro es el definitivo, llamado, por eso, Cielo.

 

Lo que ansiamos

 

Como decimos, hay dos mundos. Nosotros, como no puede ser de otra forma en quien se sabe hijo de Dios y heredero de su Reino (entiéndase esto en su justa medida) vivimos en el terreno, habitamos y pisamos una realidad material que Dios nos permite habitar y pisar y, en una manera muy cierta, estamos agradecidos a esta posibilidad. Pero ansiamos otra cosa que es lo que ansiamos sobre toda realidad que podamos tocar y malear.

En realidad, lo que escribe San Rafael Arnáiz Barón es de una certeza tan absoluta que nadie, en su sano juicio espiritual, puede desmentir. ¿Y qué es eso? Pues, en general y para que se nos entienda, que sí, que la vida en el mundo puede estar muy bien pero nosotros lo que queremos es la otra.

La otra, aquella en la que Cristo está preparando mansiones para sus hermanos los hombres, es la que aún no podemos gozar. Por eso ansiamos que llegue tal momento y por eso, por ejemplo, dejó dicho Santa Teresa esto de que esperaba una alta vida y que moría por no morir… Aunque eso, no lo podemos negar, al parecer, es propio de ciertas almas muy grandes y los demás nos limitamos a gozar aquí esperando lo que ha de venir, eso sí, de la mejor manera para nuestro espíritu.

Pues bien, el hermano Rafael da en el clavo de forma certera. Y es que dice que nuestro corazón “quiere volar al Cielo”.

Querer es expresión de voluntad; el destino es cuestión de saber lo que le conviene y lo que, pues, debe ansiar.

A lo primero, nuestro hermano cisterciense  propone el querer. Y eso supone que sabe muy bien que un tal destino es lo mejor que puede acaecerle a nuestra alma. Y a lo segundo, que sea el Cielo el destino ansiado… en fin, sólo podemos agregar que está más que bien que los más preparados espiritualmente para este tipo de cuestiones de orden superior sepan qué es lo que debemos querer, primero y, luego, ansiar.

Como vemos, no vamos nada desencaminados (es más, vamos por el camino recto) si ponemos en corazón en Dios y le pedimos, de paso, que nos auxilie en este exilio que vivimos en el mundo. Y es que el Cielo es el final de nuestra meta humana, el lugar donde Dios nos espera y donde ya se ha encontrado con otros.

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