Meditaciones de Adviento – Sábado II de Adviento. Dios manifiesta su Gloria y Poder en Navidad

 

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Como creemos los hijos de Dios que nos sabemos católicos, que Dios haya hecho lo que ha hecho, desde la misma Creación hasta hoy mismo, no es nada extraño. Y no lo es porque reconocemos que, como Todopoderoso, todo lo puede hacer. 

Eso mismo pasa ahora, en Adviento pero, sobre todo, en el momento exacto de Navidad donde todo confluye en demostración de Quién ha sido el que ha hecho todo esto, de Quién lo hizo y, sobre todo, de Quién lo mantiene.

 

La Gloria de Dios

 

Cuando decimos “Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo” estamos manifestando que estamos convencidos acerca de que la Santísima Trinidad es Gloria pura y, por eso, alabamos que así lo sea. 

Al respecto del tiempo, el final de los tiempos, en el que fue enviado el Hijo de Dios, la Gloria del Creador se manifiesta porque hace lo propio la Majestad del Todopoderoso. 

Que Dios es grande y que su Gloria es eterna lo demostró, una vez más, cuando nació su Hijo engendrado y no creado. Y es que la autoridad, toda, que tiene Quien todo lo ha hecho de la nada, se pone de manifiesto cuando una criatura (en principio igual que otro ser humano aunque no en el fondo, como sabemos) aparece ante los ojos del mundo habiendo nacido de una joven Virgen. Eso supone el apogeo de lo glorioso, la manifestación de lo último que debía suceder en la historia de la salvación. 

Plenitud, pues, de los tiempos, fue aquel instante, aquel preciso momento en el que nació el Hijo de Dios. Es más, la Gloria de Dios se hace efectiva, su grandeza se muestra, cuando, pudiendo haber hecho las cosas de otra forma, quiso hacerlas como las hizo en beneficio, no por casualidad, de la criatura humana que había hecho a su imagen y semejanza. 

Dios, por eso mismo, da a entender bien a las claras, que su Gloria es fruto de su superioridad total sobre todas las cosas y sobre, además, todos los seres animados e inanimados. 

Dios, en su Gloria perfecta, en su total y absoluta Gloria, se hace presente cuando, en un tiempo como aquel que damos en llamar Navidad o Natividad sucedió lo que había previsto que sucediera desde la eternidad misma donde Dios es, El que es, es y existe. 

Podemos, pues, gloriarnos en Dios porque reconocemos, con gozo y agradecimiento, que el Todopoderoso, nuestro Creador, quiso, en un momento determinado de la historia de la humanidad, que su Hijo se hiciera presente para que la humanidad se salvara. Y, aunque, es bien cierto que la salvación no se verificó sino cuando resucitó el Emmanuel, no por eso podemos olvidar que, para que eso sucediera debía producirse, en primer lugar, su venida al mundo (esto ya lo hemos dicho en otro artículo para vale la pena recordar que una cosa va detrás de la otra y aquí nada sucede sin razón alguna sino, al contrario, con mucha y muchas pues todas proceden de Dios) y, luego, lo que, sucesivamente, iba a acaecer. 

 

El Poder de Dios

 

Pero Dios, además de su Gloria, muestra su Poder en un momento bien determinado que repetimos cada año porque vale la pena recordar lo bueno y mejor que ha sucedido a la descendencia de Dios Padre Todopoderoso y Eterno. 

Así, en Navidad, Dios es puro poder, pura manifestación de qué puede hacer Quien todo lo puede. 

Es bien cierto que aquí debería acabar esto. Es decir, como sabemos que Dios todo lo puede… entonces, ¡a qué continuar, todo es posible para el Señor! 

Sin embargo, no podemos dejar de sorprendernos, ponerlo por escrito y ser escuchado, que lo que hace Dios en Navidad es tan grande y poderoso que no podemos ni callarlo ni esconderlo debajo de cualquier celemín. 

¿Qué, pues? 

Sabemos que el ser humano es de dura cerviz (recordemos: “Pecador me concibió mi madre”, salmista dixit). Por eso, el Todopoderoso se manifestó a favor del hombre desde el mismo momento en el que se ve obligado a expulsarlo del Edén, del Paraíso. Entonces, debió prometerse a sí mismo que aquella equivocada criatura merecía una oportunidad. Y no le dio una sino varias y muchas oportunidades que otras tantas veces era traicionada por aquella criatura que había sido hecha a imagen y semejanza de su Creador. 

Pues bien, se hacía necesario un esfuerzo más, una demostración más de paciencia y de perseverancia en el cumplimiento de una promesa. Y es que el pueblo escogido por Dios, el judío, hacía mucho tiempo que se había desviado del mandato de su Salvador y andaba por otros caminos. 

Entonces Dios estima oportuno enviar a su Hijo que había sido engendrado y no, como el ser humano, creado. Y lo hacía para que el tal ser humano fuera consciente del camino que había tomado la especie y que debía ser cambiado, convertido en suma, a la verdadera Ley de Dios. 

Y hace lo impensable para el corazón del hombre: se encarna y nace su Hijo. 

Aquel nacimiento, aquella Navidad, no fue un momento como otro cualquiera. Queremos decir que sí, que se verificó un nacimiento más de un hombre, de una criatura de Dios pero bien sabemos (La Virgen María y, seguro, su esposo José, también lo sabían) que no se trataba de un como otro:

 

-En primer lugar, había nacido de una mujer Virgen. 

-En segundo lugar, había nacido de una mujer no manchada por el pecado original o, por decirlo de otra forma, Inmaculada. 

-En tercer lugar, que aquel Niño, claro, tampoco nacía con el pecado original.

 

Frente al nacimiento de cualquier otro ser humano (que nace empecatado por la culpa primera) Dios hace posible, Poder mediando, que el Emmanuel que va a nacer de su Madre María, llegue al mundo más limpio que el blanco más blanco, de alma pura  y no corrompida. Por eso, aquel Niño será la admiración de los que escuchen la Palabra de Dios, la sigan y no hagan caso omiso a los mensajes que, desde los Profetas, se han dado a la humanidad para que la humanidad se enderece y siga el camino correcto que lleva al definitivo Reino de Dios. 

El Poder de Dios, que se hace evidente en un momento como el que ahora referimos y que gozamos en recordar cada año por estas fechas, no es un poder, así, pequeño sino el mayor Poder que cualquier poderoso pueda tener y poder sobre la mesa. Y es que el Todopoderoso, que es capaz de hacer todo y de conocer hasta el más recóndito lugar del corazón de cada uno de sus hijos, quería que su descendencia gozara con un momento tal hermoso como ver nacer al Mesías. Por eso los ángeles iban a dar tal noticia a los pastores (discípulos del Buen Pastor que es Cristo) y los más pobres de entre los hombres iban a acudir a adorar al Niño del que le habían hablado aquellos enviados celestiales. 

Gloria y Poder de Dios, Navidad, esperanza, futuro gozoso y posible. Tales expresiones no son más que expresión de la voluntad de un Buen Padre, de quien ha querido, para sus hijos, lo mejor que podía darles. 

Y como pudo, quiso y lo hizo. Así de simple y maravilloso. 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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