La Palabra del Domingo - 11 de agosto de 2016

 

 

 Lc 15, 1-32.

 

“1 Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a él para oírle, 2 y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: ‘Este acoge a los pecadores y come con ellos.’ 3 Entonces les dijo esta parábola. 4 ‘¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? 5 Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; 6  llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: “Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido."  7 Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión. 8 ‘O, ¿qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una, no enciende una lámpara y barre la casa y busca cuidadosamente  hasta que la encuentra? 9 Y cuando la encuentra, convoca a las amigas y vecinas, y dice: ‘Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.”        10 Del mismo modo, os digo, se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.’ 11 Dijo: ‘Un hombre tenía dos hijos; 12 y el menor de ellos dijo al padre: “Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.” Y él les repartió  la hacienda. 13 Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. 14 ‘Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. 15 Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. 16 Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba. 17 Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me  muero de hambre!  18 Me levantaré, iré a mi padre y le diré: Padre, pequé contra el cielo y ante ti. 19 Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.’ 20   Y, levantándose, partió hacia su padre. ‘Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente. 21 El hijo le dijo: ‘Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.’  22 Pero el padre dijo a sus siervos: ‘Traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas  sandalias en los pies. 23 Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta,     24 porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.’ Y comenzaron la fiesta. 25 ‘Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; 26 llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.        27 El le dijo: ‘Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.’  28 El se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. 29 Pero él replicó a su padre: ‘Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca  me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; 30 y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo  cebado!’ 31 ‘Pero él le dijo: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo;  32 pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba  perdido, y ha sido hallado."‘

 

COMENTARIO

Perdidos y encontrados

 

Cuando Dios decide que ha de enviar al mundo a Quien procure la salvación de la humanidad, lo hace porque ama a su descendencia y no quiere desdecirse de cuando dijo que nunca más haría lo que tuvo que hacer en tiempos de Noé. No, ahora las cosas debían hacerse de una forma muy distinta porque había muchos que lo amaban con franqueza y no podían perecer por el pecado de algunos o muchos. 

Entonces, envía a su Hijo. Antes había hecho lo propio con Gabriel, su Ángel, para que se presentase ante una joven judía de nombre Miriam. Y ella dijo que sí… 

Todo, pues, estaba encarrilado. Ahora sólo cabía esperar que Jesús (cuyo nombre había anunciado el Ángel a la niña que iba a ser madre, la Madre) cumpliese con la misión que le iba a ser encomendada. Digamos, sobre esto, que aquel hombre comprendió pronto que era el Hijo de Dios y que no se había encarnado para nada que no fuera útil a la humanidad entera y toda. 

Por eso actuaba como actuaba. Su predicación, sus hechos extraordinarios (o milagros) y todo aquello que hacía tenía una vocación primera: salvar, la salvación. 

Es bien cierto que las cosas no iban a ser fáciles. Y es que habían quienes ni entendían ni querían entender la predicación de aquel Maestro que, según muchos (¡y eso les dolía a muchos!) enseñaba con autoridad. Y procuraban, buscando la ocasión o encontrándosela (Cristo no se escondía de ellos) ponerle la zancadilla: murmuraban a sus espaldas, le hacían preguntas supuestamente difíciles (¡qué ilusos ellos!) y, en fin, trataban de cogerlo en un renuncio. 

Pero Jesús conocía la naturaleza humana. No es que queramos decir que, como era Dios hecho hombre, todo lo sabía. No. Queremos decir que era conocedor del proceder del hombre por su práctica de hombre. Por eso sabía que los allí presentes, muchos de ellos, dudaban de su labor que no entendían ni querían entender. 

El Mesías, sin embargo, tenía para ellos mucho bien en sus palabras. Por eso les habla de aquellos que están perdidos y deben ser encontrados por Dios, de todos los que se han extraviado y deben encontrar el camino hacia el definitivo Reino de Dios. 

Había venido, Cristo, a salvar. Y eso suponía, por ejemplo, ir tras la oveja perdida. Sí, aquella que causa alegría en el Cielo si es encontrada porque se ha encontrado con Dios Padre. Y a ellas se dirigía, muchas veces, aquel hombre del que, al parecer, nada podía esperarse porque no había nacido entre algodones reales sino en un establo de un lugar donde, al parecer, nadie provechoso podía venir… ¡Cosas de hombres! 

Mucho les dice Jesús con aquello de la oveja perdida y encontrada y con la parábola del hijo pródigo que, dándose cuenta de su error (o de su hambre) sabe que debe volver con su padre que, él no sabe eso, lo espera con toda su esperanza y amor intactos. Y es que Dios siempre quiere que su descendencia, su semejanza, vuelva a su lado y nunca más se aleja de Quien lo has creado. 

Esto trata, por tanto, de perderse y volver al redil de Dios donde el Buen Pastor Jesucristo guarda a las ovejas que el Todopoderoso le ha entregado. Y eso entonces y ahora, por muchos siglos que hayan pasado. También ahora hay que volver al redil. Por eso Cristo nos busca y, si queremos, nos encuentra; por eso, si somos conscientes de lo que nos conviene (está en juego nuestra vida eterna) volveremos a Dios en cuanto nos demos cuenta de lo que eso supone. Y es que Dios, como aquel padre de la parábola de quien se fue y de quien esperó su regreso, tiene paciencia, también, infinita, con nosotros. 

PRECES

Por todos aquellos que no son capaces de amar con desprendimiento.

Roguemos al Señor.

Por todos aquellos que no admiten el amor ajeno.

Roguemos al Señor.

  

ORACIÓN

Padre Dios; ayúdanos a tener un corazón de carne.

 

Gracias, Señor, por poder transmitir esto.

 

El texto bíblico ha sido tomado de la Biblia de Jerusalén.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 
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Por el respeto a la libertad religiosa. 
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Dios quiere que volvamos si es que nos hemos alejado de Él.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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